Redes

Ilustración de una inteligencia artficial de tres mujeres tejiendo una red digital

Una persona muy especial en mi vida que me acompañó como mentora cuando logré una beca para estudiar en Esade y que se convirtió después en una amiga del alma de esas con las que no hace falta que te veas cada día pero que siempre están ahí, me dijo que hay momentos en la vida en los que una sólo ve la parte baja de los bordados: una maraña de hilos que se entretejen sin ningún sentido y tienen un aspecto horrendo, sin orden, sin finalidad aparente más allá de legitimar su propio caos. Sin embargo, si le das la vuelta, descubres la belleza del bordado: perfecto, armonioso, equilibrado. Me dijo que pronto empezaría a ver la parte bella, la que tiene sentido, la que te explica el porqué de los hilos desordenados de abajo.

Durante varios días me quedé con esa metáfora tan adecuada y vital guardada en un lugar de mi cabeza al que volvía cuando me angustiaba. Agradecí poder tener cerca a personas tan sabias que me acompañan en las locuras que emprendo. Amigas que te dejan avanzar aunque vean que es posible que te encuentres un muro porque saben que hasta que no choques tu cabeza contra la pared no vas a parar. Al fin y al cabo, una es aries y a las cabras hay que dejarlas trotar.

A los pocos días de esa conversación otra amiga vino a casa y nos pusimos al día. No estaba pasando su mejor momento y, para ofrecer consuelo y esperanza, tiré de la metáfora que mi otra amiga me había compartido a mí para hacerme sentir mejor. Fue linda esa transacción de consuelos. Hermoso esa certeza de saber que traficamos con palabras de aliento para generar escudos y lazos entre nosotras. Ellas no se conocen entre sí y, sin embargo, las palabras de una terminaron en las manos de la otra. Y sirvieron.

Las preguntas adecuadas, a veces, también sirven. Fue otro amigo el que hace poco le dio la vuelta a algo que yo siempre había planteado desde el mismo ángulo y me hizo pensar que tal vez estaba equivocada. Me dijo, como un taxista hace años recorriendo las calles de Buenos Aires, que tuviera fe, que no aflojase. Solo con una pregunta y una creencia en mis causas logró que al día siguiente me levantase de la cama con una energía que hacía meses había perdido. 

Otra amiga muy querida que vive demasiado lejos de mí, al otro lado del océano, me dijo que es tal el caos que a veces piensa que somos como estrellas que en realidad ya están muertas desde la pandemia. Seguimos aquí disimulando un mundo que hay que recomponer pero no sabemos cómo. Todavía no lo sabemos, pero la partida ya terminó. No nos damos cuenta porque aún nos queda luz.

Es posible que estemos bailando una coreografía sin sentido alguno. Es posible que no sepamos cómo darle la vuelta al bordado para encontrar su belleza. Pero también es posible que en ese tiempo de descuento logremos habituarnos a algo parecido a la felicidad. Y ese algo no tiene que ver con otra cosa que con ser capaces de traficar una especie de amor no empaquetado, a la venta en ningún sitio, y que solo se fortalece cuanto más escuchamos a quienes nos aprecian realmente.

Marina Garcés habló de las tejedoras insumisas como salvadoras en esta encrucijada mundial. Son las únicas redes que sirven: las únicas que estarán ahí cuando dejemos de ver la luz de las estrellas que tal vez ya se apagaron hace tiempo. Mientras, caminamos juntas y volvemos a apostar. 

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