Aprender sufriendo

Hace años coincidí con Mario Díez-Ordás en alguna implicación leonesista. Guardo desde entonces, al menos, un grato recuerdo de su templado decir.
Sosiego y emoción, en lo culturalmente leonés, en su decir personal entonces, hoy aprecio gestual, apostura y leve impostación, que como supongo se han ido definiendo con el propio vivir. Viene esto a propósito de que hace unos días leí la noticia de su pronunciamiento, como papón de la Hermandad de la Siete Palabras, ante el Cristo de los Balderas, en la iglesia de San Marcelo, y se me movilizaron recuerdos.
Desde mi distancia, siempre añorante de la propia tierra leonesa, en un vídeo a través de YouTube, pude verlo y escuchar su voz, dualidad hoy común, de la que al pronto diré que me resultaba de agradable familiaridad la imagen de su buen porte, y percibir los ecos latentes del su tono de voz, que para la ocasión , en determinados momentos, gustaba de adornarse de un “fablar cuasi rimado” de 'pregonero' entregado.
El acto era: 'Exaltación de la Cofradía de las Siete Palabras de Jesús en la Cruz, el 7 de marzo de 2025 en la Capilla del Santísimo Cristo de los Balderas (Iglesia de San Marcelo)'. Esa era la noticia, que he acomodado para mi uso opinante en este medio, cuyo resultado someto a la consideración del lector, con el ánimo del sosegado recuerdo y la emotividad del hoy.
De modo que pude observar y comprender un acto para el que el citado autor ponía al unísono pasión, cuando ésta pugna por salir espontánea; y sufrimiento, palabra e imagen que se compaginaban (voz y gesto), era constatable.

Además de la nostalgia citada que la larga ausencia provoca, tengo razones para estar hoy en este empeño, pues con relación a la Cofradía hace por ahora un año, la anterior Semana Santa, la de 2024, me publicaron en este medio un relato corto, en el que el personaje central, era un cofrade díscolo de la misma Hermandad, quien a su manera, en vigilia comicial, postrado y hospitalizado, parecía querer contar el sufrimiento ante unos hechos, de los que, andando el tiempo, quería hacerse perdonar… 'El besapiés y la paz buscada', era el título; leamos el siguiente pasaje:
“Los pies del Cristo de los Balderas, en un magnificado primer plano, parecían venir hacia él, ofreciéndose en un penitencial besapiés. Un ósculo de paz y perdón era poco. De modo que intentó apoyar la frente sobre el clavo lacerante de los pies de Cristo. Lo consiguió, pues el frío del metal parecía traspasarle, algo así como una taladrante culpabilidad emocional que iba camino del perdón”.
¡Por supuesto no era Mario! Me acabo de permitir usar su nombre con familiaridad, pues me acerca así a momentos de vicisitudes leonesas vividas; y quien hoy, ante el atril, más que leer parecía dialogar en confianza con el Cristo de los Balderas, como estampa fija colocado, desde… y para siempre, en una capilla de la iglesia de la que es titular el Santo Marcelo, patrón de Legio.
En su mensaje de exaltación cofrade, reitero, a mí me llamaba poderosamente la atención el modo de dirigirse en frase y gesto al Cristo crucificado. El autor en su oratoria se expresaba como si en un diálogo fueran incorporándose palabras, cuando en verdad en lo humano no podía ser más que un monólogo, no así en lo espiritual donde cada uno, en su místico percibir los silencios, podía apreciar respuesta, algo dicente, adornado de templanza, fortaleza…
Fue muy humano y emotivo su decir, no faltando la breve flojedad de voz, quiebro emocional, en el recuerdo de momentos de imprescindible dedicación pasados, y de hermanos que ya no están… Retórica, rima y espiritualidad entretejidas. Y en lo personal, prestancia.