No sale en la Constitución de EEUU, pero sí en su Declaración de Independencia en el segundo párrafo: el derecho inalienable a buscar –¡a perseguir!– la felicidad. Debe ser el único documento de la historia universal que la menciona. No se sabe muy bien si Jefferson se lo copió a Locke o a Rosseau. De aquella estaban preocupados por tales asuntos. La felicidad. Es difícil estar satisfecho en un entorno que aplaude, estimula y premia la insatisfacción. No conocemos otra realidad. Hemos cambiado la curiosidad animal por el deseo incesante, ambiental, impuesto. Me temo incluso que confundimos ambas nociones. En una sociedad civilizada de verdad naceríamos con todas las necesidades y hasta caprichos cubiertos y se nos alentaría a buscar la felicidad pretendiendo –y poseyendo– cada vez menos cosas –y personas–. Se pondría como ejemplo al que no necesitara nada o muy poco. El hombre modélico sería quien ya no apeteciese de más bienes ni atenciones, el que fuera venturoso con lo que –no– atesorara. En nuestra cultura ocurre exactamente al revés: desde niños se nos dice que hay que ansiar –y obtener– objetos y haciendas y súbditos. Que es lo normal. Que la conformidad con lo que uno tenga indica debilidad de carácter. Que estar de buen humor es lo que menos importa. Las conductas a imitar son las codiciosas y depredadoras –véanse los monstruos que salen en periódicos, televisiones o libros de historia– a pesar de saberse que nada tienen que ver con la dicha; que la impiden de hecho. La ambición aquí y ahora es una virtud. No debería. He leído los apuntes más o menos diarios de personas que ejecutaron cosas excepcionales –Azaña, Kafka, Napoleón, Warhol…– y no parece desde luego que las estén llevando a cabo ni, desde luego, que les satisfagan. Kafka cuenta que escribe cositas, Napoleón nunca está donde le apetece, Warhol se queja de que los demás son igual de tacaños que él, Azaña desconfía y es defraudado por todo el mundo… Si el Jesucristo de los evangelios hubiese dictado un diario sobre sus actividades seguro que alguna entrada vendría a decir más o menos: Esta gente no se entera de nada. Ya contaba Borges que los soldados antes de la batalla –por decisiva que ésta fuese– hablan del barro o del sargento. Ana Frank no describió el genocidio nazi ni LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL. Claro que la pregunta es si la escritura, incluso la autobiográfica, se parece al autor. O si el autor se parece o debe parecerse a toda su época. Creo que no. Las sombras, por densas, bellas o enormes que sean, no son el objeto. Pero ese es otro tema. Quizá debería contar más bien anécdotas. A la gente le gustan las anécdotas.