Las palabras mágicas de Gabriel García Márquez

Gabriel García Márquez.

“Era inevitable: el olor de las almendras amargas le recordaba siempre el destino de los amores contrariados”. García Márquez nos atrapa irremisiblemente desde la primera frase de El amor en los tiempos del cólera (1985). La novela que cuenta los cincuenta y tres años, siete meses y once días con sus noches que Florentino Ariza esperó por su amada Fermiza Daza es una delicada historia de amor que muchos consideramos la mejor obra de su autor. Escrita casi veinte años después de asombrar al mundo con Cien años de soledad, su libro más conocido y otra maravillosa demostración de talento y sensibilidad, es una de esas joyas que explican el inmenso legado cultural de García Márquez. La literatura del siglo XX no se entiende sin el fecundo y emocionante universo que brotó de su imaginación. Y es imposible no reconocer la trascendencia que su exquisita y precisa manera de juntar palabras tuvo en autores posteriores. 

Las palabras despiertan de su profundo sueño de biblioteca cuando abrimos las puertas de pasta dura que protegen su tiempo eterno y comenzamos a leer. Luego, cada vez que pasamos una hoja y rozamos con los dedos la delgada comisura de papel que separa dos páginas, uno continúa la lectura sin ser consciente del risueño desorden que ha provocado con ese simple gesto, especialmente entre las vocales y las comas. Sólo en contadas ocasiones llegamos a percibir ese travieso cosquilleo que empieza en las palabras y termina en algún rincón de nuestra memoria. A uno le ocurrió hace unos cuantos años, mientras leía El amor en los tiempos del cólera o cualquiera de las otras grandes novelas del autor colombiano: La hojarasca (1955), El coronel no tiene quien le escriba (1961), la antes mencionada Cien años de soledad (1967), la deslumbrante Crónica de una muerte anunciada (1981) o El general y su laberinto (1989).

Ese joven lector que se acercaba a la literatura con una perplejidad casi intacta puede recordar con nitidez la emoción que sentía cuando estiraba ante los ojos cada nueva página, y como entonces las palabras comenzaban una extraña danza, agitando su esqueleto de letras y desprendiéndose con coquetería de sus significados más banales para transformarse en hermosos y reveladores juguetes. En las novelas de Gabriel García Márquez las palabras acarician y cincelan la realidad leve y perseverantemente, hasta hacerla mágica. 

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