¡Es el estúpido, economía!

Esta semana hemos visto que, más inestable que el uranio, sistémicamente absurda e incomprensible a corto y largo plazo, afectada por rumores y mentiras, basada en dinero que se inventan, especulativa y cobarde, la bolsa se comporta… como nosotros. La tetralogía que incluía la Medea de Eurípides quedó tercera en las Dionisias del año 431 antes de Cristo. Un prestigiosísimo certamen de teatro –iba a poner de teatro clásico, je, je–. No primera. Ni segunda. Tercera. El ganador fue Euforión, hijo de Esquilo (y nepobaby inverso de la época, ya que le atribuyen obras de su padre) y el segundo fue Sófocles, de voz débil pero guapetón y aficionado a la gimnasia y a la danza. Esto de la voz de pito, la belleza, los musculines y la danza puede hacernos inferir cosas, pero después de los cincuenta abandonó a su mujer y se casó con una prostituta que tenía el memorable nombre de Teóride de Sición en una pirueta muy propia de un heterosexual de mediana edad. Los cincuenta –y hasta los sesenta– constituyen una edad mediana porque las personas vivimos ciento veinte o ciento treinta años. Este absurdo preámbulo venía a incidir en que todos los tiempos son iguales y en lo arbitrario de las recompensas, incluidas las deportivas. Sí. Deporte. Otra digresión. Los griegos clásicos se tomaban muy en serio esta disciplina. Como dirían Les Luthiers: entre los griegos el deporte y el espectáculo no eran menos importantes que la guerra o el estudio. Eran más importantes. Platón llega incluso a denunciar con virulencia los competitivos excesos y seguimientos de tanto brinco y tanta flexión, aunque Sócrates, según cuenta el facha de Jenofonte en El banquete, sigue haciendo sus tablas de gimnasia hasta el día de su muerte. En Las ranas, el cómico Aristófanes describe dos nostalgias: la de que ya no hay autores buenos –sentimiento que a veces comparto– y que los deportistas tampoco son lo que eran. El dios Baco –o Dioniso– se ve obligado a bajar al infierno –el Hades– a buscar a Esquilo o a Eurípides –que había muerto hacía poco– para que escriban obras en su honor, ya que los dramaturgos vivos parecen ser una chufa. No vamos a entrar en por qué poetas tan buenos estaban en el infierno. Por cierto que Dioniso –o Baco– se burla de los atletas contemporáneos de Aristófanes con estas palabras: …por poco me muero de risa en las Panateneas –Juegos similares en prestigio y popularidad a los Olímpicos–, cuando vi a un hombre pesado que corría encorvado, pálido, gordo, quedándose rezagado y haciendo terribles esfuerzos. O sea, que tratamos de buscar justificación a sistemas creados por nosotros mismos, pero a los que hemos introducido tantas variables que se comportan como el clima, con el que también hemos jugueteado con resultados homicidas. Creí encontrar en la arbitrariedad o injusticia de las Dionisias Mayores del 431 a.C. un precedente al caos actual o a cualquier caos en general, pero lo que no encuentro de ninguna manera en la historia es orden, que en griego se dice… ¡kósmos! La idea de un cosmos ordenado resulta directamente cómica. No me extraña que el borrachín de Baco, dos mil cuatrocientos años después se siga riendo de nosotros, juguemos al fútbol, compremos acciones del BBVA o concedamos el Herralde. En fin, la culpa es mía, por andar poniendo ejemplos de romanos y etruscos, que parezco Irene Vallejo.