El pez entero o por rodajas

Recreación por inteligencia artificial de dos pescados, uno entero y otro en rodajas.

Allá por los años ochenta, cuando vivía yo en La Bañeza, se hablaba de vender o comprar de pescado en rodajas como eufemismo de ser proveedora o cliente en un puticlub, en uno de los muchos que en aquella época, anterior a las autopistas, de la información y de las otras, jalonaban las carreteras nacionales y provinciales.

Luego, en la sabiduría popular, o en la prosa satírica, estaban las otras, las chicas de buena familia y traje blanco en el altar que se afanaban por buscar un buen partido. Aquellas cuyas madres te preguntaban dónde vivías, a que se dedicaba tu familia y qué carrera ibas a estudiar, sólo con que te viesen comer una bolsa de pipas con la niña. De estas se decían que eran chicas de pez entero, que estaban a la venta igual que las otras, pero no existía la opción de comprarlas por rodajas.

Y la cuestión es que el tema no se quedaba en estos machismos misóginos (extendidos a veces a los chicos, pero no con la misma frecuencia), sino que llegaba a facetas más cotidianas, que podemos observar aún, porque habrá cambiado el diseño del zapato y el betún, pero el pie y el uñero siguen igual que siempre. Así las cosas, a los pobres desgraciados que se metían a autónomos, o ñapas, y tenían que ir trampeando una factura sin IVA hoy, un proveedor inexistente mañana, un ingreso olvidado el otro día, o una chapucilla compatibilizada oscuramente con el subsidio de desempleo, se les llamaba defraudadores o chorizos por rodajas, y siempre eran los mismos, hijos de los mismos, y nietos de los mismos, como tristes dinastías de currelas supervivientes.

Pero luego, caramba, también estaban los que amañaban una oposición, apartaban para sí mismos los mejores puestos en el Ayuntamiento o la Diputación, enchufaban a los hijos en el juzgado, o se colaban milagrosamente en cualquier bolsa de empleo público. Estos eran los defraudadores de pez entero, los que robaban una sola vez, un empleo para toda la vida, y se permitían luego ir señalando a los demás desde su superioridad moral. Porque oye, cuando llevas ocho años siendo secretario del instituto, ¿quién se va a acordar de cómo llegaste al puesto?

Y ahí estaba: ser pobre o hijo de pobre arrimaba a las pequeñas infracciones, justo las que la clase alta evitaba, desde esos puestos que se transmiten generación tras generación, apellido tras apellido.

¿Y de qué viene todo esto? De leerme los listados de según qué puestos y hacerme la pregunta de si nuestra democracia lo es por lonchas o de pez entero.

No lo sé, pero oler no huele muy bien...

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