Faustina Álvarez García, mucho más que la primera inspectora de Enseñanza Primaria por oposición en España

Faustina Álvarez García (León, 1874-Canales-La Magdalena, Soto y Amío, León, 1927) fue la primera inspectora por oposición de Enseñanza Primaria en España. Como una pionera no se construye de la noche a la mañana, ella fue arañando hitos que a veces podrían parecer banales pero ya eran significativos en una biografía a caballo entre dos siglos, desde finales del XIX hasta principios del XX: cuando se escondía bajo las faldas de la mesa camilla para leer en contra de los designios de su madre, cuando promovía la igualdad en las aulas al margen de la cuna o cuando incentivaba la carrera académica de sus alumnas para “no depender económicamente de un hombre”. Su trayectoria, todavía desconocida pese a dar nombre a una calle y al centro de educación de adultos de su ciudad natal y a veces reducida a la condición de madre del dramaturgo Alejandro Casona, es la materia prima del último rescate de escritoras leonesas de ayer coordinado por la investigadora y autora Mercedes G. Rojo en torno a las celebraciones del Día de la Mujer.
Sin ser propiamente una escritora, Faustina Álvarez García sí dejó testimonios negro sobre blanco, fundamentalmente a través de colaboraciones en prensa. Su elección entronca con otras figuras recientemente rescatadas vinculadas a la docencia como Felisa Rodríguez o Manuela López. Y a Eva González, la pionera en dar dimensión literaria al patsuezu homenajeada en esta colección el pasado 2024, “le habría gustado ser maestra”, subraya Mercedes G. Rojo al comenzar a desgranar el contenido de un libro compuesto por reflexiones de ayer que parecen de hoy en torno a problemas que también han traspasado el tiempo como los que sufría y sufre la educación pública. El resultado se compendia en el volumen Faustina Álvarez García. Una pionera feminista entre el magisterio y la inspección educativa, editado por el sello leonés Ediciones del Lobo Sapiens y que se pondrá de largo en la tarde del sábado 12 de abril en el cine de Canales, en un acto convocado por el Ayuntamiento de Soto y Amío, patrocinador del proyecto.
Nacida circunstancialmente en León capital el 15 de febrero de 1874, Álvarez García se crio en Canales-La Magdalena, en la Casa de los Balcones, junto a la plaza que hoy lleva su nombre. Su padre murió pronto. Su madre ejercía como mayorazga. “Y creía que el destino de una mujer no era estudiar”, señala Rojo para repescar la leyenda familiar que evocaba la escena de la niña que se refugiaba con los libros bajo la mesa camilla, puede que la primera forma de rebelarse contra un destino que por entonces la habría condenado a un papel social y profesional secundario. El rescate, como en otros casos, se enfrenta a la escasa bibliografía y a la transmisión de datos equívocos hasta llegar a conclusiones a veces no definitivas. “No estudió bachillerato, que sepamos”, apunta Mercedes G. Rojo para relatar el rastreo por expedientes académicos hasta situar su formación para el magisterio en Valladolid, por libre al menos durante dos cursos.

Los tiempos eran otros. Las mujeres sí tenían peso ya entonces en la docencia. El volumen subraya, no obstante, algunas paradojas. “A las mujeres para ser maestras no se les exigía saber escribir”, señala la coordinadora sobre cuestiones con las que Álvarez García era crítica. Ella mostró siempre una voluntad de superación que la llevó “a presentarse continuamente a oposiciones” hasta alcanzar destinos entre León y Asturias (Olleros de Alba, Besullo, Luarca o Miranda de Avilés, entre otros) que pocas veces coincidieron con los de su marido, el asturiano Gabino Rodríguez, también docente. Y no renunció a afrontar nuevos retos profesionales tras formar una familia con cinco hijos. El culmen llegó cuando en 1916 fue la única mujer en aprobar la oposición (con la mejor nota, por encima de todos los hombres presentados) hasta convertirse en la primera en llegar por esta vía a la condición de inspectora de Enseñanza Primaria.
Dicen que Faustina Álvarez García se escondía de niña bajo las faldas de la mesa camilla para leer en contra de los designios de su madre; luego incentivaría la carrera académica de sus alumnas para "no depender económicamente de un hombre"
Para entonces, la leonesa ya era una pionera en las aulas. Lo fue por su vocación social hasta abrir en 1914 la primera mutualidad escolar de niñas en Asturias, la herramienta que aprovechó para promover iniciativas como las bibliotecas circulantes (por qué no considerarlas un precedente de los bibliobuses, creados en España en plena Guerra Civil y ahora ya cincuentenarios en León) o el delantal, una manera de uniformar a las alumnas de modo que no hubiera diferencias según el nivel económico. Frente a aquel dicho de que “la letra con sangre entra”, ella instituyó en las aulas la 'Libreta de cosecha propia' para inculcar un método educativo menos memorístico y más avanzado. E incentivó (en ocasiones económicamente) la carrera académica de algunas pupilas, ante las que insistía en trasladar la idea de que no debían depender económicamente de los hombres. “¡Y eso lo decía a la altura de 1910!”, exclama Mercedes G. Rojo.
Faustina Álvarez García, que también abogó por la educación de adultas, comenzó a ejercer como inspectora de Enseñanza Primaria en Murcia. Como el clima no le resultaba favorable, acabó trasladándose a León, donde desarrolló la labor también aplicando criterios en la línea de la filosofía de la Institución Libre de Enseñanza (ILE). “Muchas de esas ideas fueron las que cambiaron el sistema de inspección de la escuela, que pasó de ser un sistema en el que lo único que se hacía era controlar a un sistema también de orientación hasta convertirse los inspectores en maestros de maestros”, cuenta Mercedes G. Rojo sin obviar que también se ponía dura cuando la situación lo exigía ante carencias profesionales y materiales. “Y llegó a clausurar algunas escuelas”, remacha la coordinadora para enfatizar una constante que marcó su trayectoria: el especial interés por la escuela rural.
La docente e inspectora dejó aquella preocupación por escrito. “La Maestra leonesa frente al problema del analfabetismo, es una voluntad y un corazón. Conozco la provincia de León porque de aquí soy natural; la escuela rural, porque fui Maestra de pueblo 23 años y las Maestras leonesas, porque hace 6 años que con ellas convivo, he sentido sus amarguras, alentado sus ilusiones, con la esperanza siempre de un próximo resurgir (...). Pero la Maestra leonesa, fijándome preferentemente en la rural, vive sola en los riscos de sus montañas, menos fuertes que su voluntad, laborando escondida en la obra grande, que el instinto, más que los conocimientos que posee, le dice que es buena”, escribe en 1926 hasta reprochar que “ocupa locales infames”, “carece de los medios indispensables” y “la rodea un pueblo hostil que no siente la obra educadora en la mayoría de los casos”.
La Maestra leonesa, fijándome preferentemente en la rural, vive sola en los riscos de sus montañas, menos fuertes que su voluntad, laborando escondida en la obra grande, que el instinto, más que los conocimientos que posee, le dice que es buena
Las líneas forman parte de cursillos pedagógicos reunidos en cuadernillos, una pequeña muestra que se completa con artículos fruto de colaboraciones con periódicos en Asturias. Buena parte de sus reflexiones pueden consultarse en el volumen Biografía y escritos de Faustina Álvarez García (madre de Alejandro Casona) durante su estancia en Miranda, 1910-1916, publicado en 2001 por José Manuel Feito, la única fuente bibliográfica de referencia hasta este rescate literario que se estira hasta abordar la biografía de sus hijos, todos ellos brillantes estudiantes con una figura que sí alcanzó notoriedad pública como fue Alejandro Casona (apellido artístico), dramaturgo que consiguió en 1932 el Premio Nacional de Literatura por su obra Flor de leyendas. “Y él dijo en alguna entrevista que realmente tendría que haber sido considerado como el hijo de Faustina Álvarez García”, ilustra Rojo.
Con todo, quizá la carrera académica más brillante fue la de otra hija, Matutina Rodríguez, que estudió Medicina en Madrid y también fue pionera al ser la primera mujer que entró como interna en el Hospital San Carlos, vinculado a la Facultad, y en inscribirse en el Colegio de Médicos de Huelva al ser contratada para trabajar como médica en una empresa de minería en Riotinto. “Fue una 'número uno' indiscutible”, recalca la doctora en Historia Contemporánea por la Universidad de León Beatriz García Prieto, que firma en el volumen recopilatorio una semblanza de esta mujer que se estableció como pediatra y, tiempo después, obtuvo el título de Magisterio por seguir la tradición familiar. Había vivido durante su etapa formativa en la Residencia de Señoritas, institución paralela a aquella Residencia de Estudiantes por la que pasaron Salvador Dalí, Luis Buñuel o Federico García Lorca: “Era la vanguardia de España”.

García Prieto emparienta las biografías de Faustina y su hija Matutina en tiempos en los que “los roles de género estaban muy predeterminados”. “Faustina fue una pionera y se lo transmitió a sus hijos”, destaca. Sin obviar que el magisterio y la enfermería eran incluso entonces profesiones con hueco para las mujeres por considerarse “más maternales”, la doctora en Historia Contemporánea subraya factores como el hecho de que la maestra e inspectora no renunciara a su propia promoción profesional “cuando la mentalidad de la época no entendía” que nada estuviera por encima de la familia. Resalta lo logrado cuando otras pioneras como la escritora Emilia Pardo Bazán pertenecían a un estrato social más elevado. Y contrapesa el mérito de llegar tan arriba desde León, una provincia lejana a los grandes núcleos urbanos pero tocada por el espíritu de la Institución Libre de Enseñanza a través de la Fundación Sierra Pambley. “Y eso quizá tuvo su influencia”, sugiere.
Fallecida con apenas 53 años de edad en Canales-La Magdalena, Faustina Álvarez García dejó una impronta social y familiar. Su viudo y varios hijos participaron durante la Segunda República en las Misiones Pedagógicas. Su legado, sin embargo, apenas ha trascendido, ni siquiera en el ámbito docente. Beatriz García Prieto destaca el impulso de celebraciones como el 8M para rescatar a pioneras aplaudiendo que en este caso tenga hueco en el callejero de León, “donde las mujeres son minoría a no ser que sean santas o reinas”. Mercedes G. Rojo echa en falta apoyo público para componer el volumen. “El Ayuntamiento de León no ha respondido. Y no es la primera vez”, lamenta con la esperanza de que su trabajo sirva de “punta de lanza” para estudiar a fondo la figura de una mujer que fue mucho más que “la madre de Alejandro Casona” y que la primera inspectora de Enseñanza Primaria en España.