Cincuenta años de los Bibliobuses de León: un viaje por los pueblos con la cultura a bordo que va sobre ruedas
Los Bibliobuses de León aceleran en la recta final de este 2024 de su cincuentenario. Y ponen también el retrovisor para hacer historia y retrotraerse más allá de la propia de este medio siglo para seguir la línea de aquel primer autobús que transitó por Cataluña para surtir de libros a los combatientes republicanos en 1938 hasta partir hacia el exilio. Ellos perdieron la Guerra Civil; y ahora la población del medio rural pierde servicios. La provincia, que se ha acostumbrado a figurar a la cola en muchas estadísticas, tiene motivos para celebrar la efeméride: lleva velocidad de crucero al ser la tercera en número de vehículos sólo por detrás de Madrid y Barcelona, tomado la delantera hasta ser la primera del país (y la segunda en Europa) en hacer parada en una prisión y fijado hitos hasta el punto de que el Día de los Bibliobuses en España ha adoptado como fecha el 28 de enero en honor al primer viaje por el territorio leonés, hace ya más de 50 años.
El camino de los Bibliobuses en España no fue una línea recta. Tras aquella experiencia iniciática y frustrada en el frente durante el conflicto fratricida, regresaron ya en el franquismo de la mano de un aperturista del régimen como Joaquín Ruiz-Giménez al frente del Ministerio de Educación a partir de 1953, orientados entonces hacia los suburbios de las ciudades y los obreros de las grandes empresas. El acento rural que protagoniza la actualidad del servicio nace ya en 1971 en Palencia. Los Bibliobuses de León son herederos de estos dos últimos precedentes. Y surgen en 1974 de la habilidad del entonces director del Centro Coordinador de Bibliotecas de León, José María Fernández Catón, para convencer a las autoridades de reconvertir en bibliobuses las Agencias de Lectura, unos pequeños habitáculos dispuestos en los pueblos que se alimentaban de libros cada tres meses con las llamadas Maletas Viajeras. Su gestión no dependía de un bibliotecario, sino de voluntarios. “Y no acababa de funcionar”, resume el actual director del Centro Coordinador de Bibliotecas de la Diputación de León, Roberto Soto. El primer Bibliobús de León partió el 28 de enero de 1974 hacia la zona de Los Oteros.
El servicio nació con un solo autobús. “Se llegaba hasta donde se podía llegar. Empezaban a primera hora de la mañana y acababan a media tarde. Comían por ahí. Y cuando todavía no había bibliobuses en El Bierzo (la comarca estrenó el servicio en septiembre de 1988), los compañeros hacían noche allí”, cuenta Soto sobre aquellos primeros tiempos. Él se incorporó en julio de 1991 como responsable de un Bibliobús. Y no tardó en detectar la principal “singularidad” del servicio: “Me di cuenta fundamentalmente de una cosa: de que el valor del servicio estaba en la absoluta cercanía y familiaridad con los usuarios”. La sensación en seguida se tradujo en secuencias como las de vecinos que “venían con el traje de faena” del campo. Y la experiencia también le sirvió para desterrar un estereotipo: “La gente de los pueblos lee muchísimo. Y lee cosas muy profundas. Tiene una gran cultura”. Al poco tiempo se dotó de la infraestructura actual: cuatro vehículos que parten de León y otros dos que lo hacen de Ponferrada para hacer rutas con paradas en los pueblos cada 28 días.
Hace frío, es una mañana de mediados de diciembre y el Bibliobús entra con su particular sintonía (normalmente música tradicional) en El Burgo Ranero para hacer su última visita del año. A bordo hay una combinación de veteranía (la bibliotecaria, Olga Ropero, lleva desde 1986) y juventud (el conductor, Fernando Prieto, se estrenó en 2023). Ropero era de una de aquellas que hacía noche en El Bierzo. Haciendo memoria, rescata otras escenas como la de ser ayudados por vecinos en Babia para que el vehículo siguiera la ruta entre la nieve y la helada. Y haciendo balance, contrapesa la sangría demográfica (“yo he visto centros escolares que han pasado de tener 200 alumnos a convertirse en unidades que se mantienen abiertas con cuatro”) con la mejora de las carreteras, una dualidad que también hace desde su despacho Roberto Soto al recordarse regresando a media tarde de Riaño o los “baches tremendos” de camino a Vilecha.
Cuando empecé me di cuenta fundamentalmente de una cosa: de que el valor del servicio estaba en la absoluta cercanía y familiaridad con los usuarios
La conversación con Olga Ropero y Fernando Prieto se detiene en El Burgo Ranero a la entrada de la primera usuaria, Mercedes Sandoval, que se despistó con la fecha del viaje de noviembre y acude puntual a la de diciembre. “Más o menos voy a tiro fijo. Pero también te orientan con las novedades sobre libros que te pueden interesar”, dice para subrayar unas de las principales peculiaridades del servicio sin ocultar un lamento que esboza por la falta de participación de más vecinos. “Somos muy negativos. Vas por cualquier rincón del pueblo para dar un paseo y quedamos cuatro”, añade para animar a la población a tirar de un recurso de primer orden, una bendición cuando el medio rural se ha acostumbrado a perder oportunidades.
Ahora los que suben son alumnos del CRA (Colegio Rural Agrupado) El Burgo Ranero. Los escolares resultan el otro perfil básico de usuarios del bibliobús. Ana Rivero es maestra con la especialidad de Pedagogía Terapéutica. “Mi valoración es muy positiva ya que estamos acercando a los niños a diversidad de libros. De otra manera, tendrían que desplazarse a la capital. Y eso a veces no es factible”, pondera con el añadido que supone para la biblioteca del centro esta oferta complementaria a través de la cual los críos eligen libros “preferentes” para aprovechar el rincón de lectura en el aula y otros para degustar durante los ratos libres que dejarán las vacaciones de Navidad.
A un extremo del vehículo pasando los carnés por el lector, Olga Ropero reflexiona en voz alta mientras ve despedirse a los chavales. “Lo bonito de esto es que ves a los usuarios nacer. O sea, viene primero la madre con la tripita. Y luego los ves nacer, los ves crecer, los ves en la escuela y hasta casarse”, destaca. Hay, eso sí, un paréntesis en la adolescencia, ahora agravado por el desembarco de niños de apenas 12 años de edad en los institutos. “Nosotros tenemos hasta alumnos de 6.º de Primaria. Luego pegamos un salto enorme en edad. Y vamos a los adultos, pero ya mayores. Tenemos poca población de 60 o 50 años para abajo”, admite. La pirámide se completa con secuencias como la de aquel día en Riello en el que apareció un vecino de 91 años para hacerse socio del Bibliobús porque se lo había recomendado su primo, también nonagenario. “Y a mí eso me emociona”, añade para rescatar otro momento recurrente, el de usuarios que encargan la devolución de libros a vecinos cuando se ven al borde de la muerte. “Cómo puede ser que hasta el último momento estén pensando en que no les vaya a olvidar devolver los libros”, añade sin ocultar otra vez la emoción.
Lo bonito de esto es que ves a los usuarios nacer. Viene primero la madre con la tripita. Y luego los ves nacer, los ves crecer, los ves en la escuela y hasta casarse
Ropero recorre las estanterías y viaja mentalmente en el tiempo para citar cambios en las preferencias como la afición entre los niños varones a libros de cocina, algo inimaginable cuando comenzó en 1986 y ahora normalizado sobra la base de fenómenos como el éxito del espacio televisivo MasterChef. “Y el trato es aquí mucho más directo (que en una biblioteca al uso). Date cuenta de aquí vamos a buscarlos (a los lectores), van donde están. Vienes al colegio, vas a la plaza. Y ellos se sienten aquí muy cómodos”, completa mientras al otro extremo del vehículo su conductor, Fernando Prieto, originario de Santibáñez de la Lomba (Riello), reconoce estar descubriendo muchas carreteras secundarias de la provincia, ya sin el lastre de aquellos viales llenos de baches que eternizaban los viajes y con la complicidad de los compañeros que lo avisan sobre entradas estrechas en algunas localidades. “Siempre me echan una mano. Me dicen que tenga cuidado en algún pueblo, que entre por una calle en lugar de por otra”, incide Prieto, dispuesto a seguir por muchos años la ruta a la que se ha incorporado justo cuando el propio servicio cumplía los 50.
El caso es que los Bibliobuses de León han ido ganando protagonismo al ritmo que se consolidaban colaboraciones con agentes con el Museo de los Pueblos Leoneses a través de vehículos expositores, con el Hospital de León a través de cuentacuentos o con la Universidad de León (ULE) en la gestión de clubes de lectura. Hay un punto y aparte que se escribió cuando se forjó el acuerdo para que uno de los vehículos llegase también a la prisión provincial de Mansilla de las Mulas gracias a la implicación de su responsable, Henar García Casado. “Ella fue una niña del Bibliobús”, cuenta Roberto Soto para detallar esta iniciativa pionera (para encontrar el único precedente en Europa habría que viajar hasta Croacia) que se sustancia en dar servicio a los internos del módulos de respeto (los que tienen cierta libertad de movimientos con el compromiso de participar en actividades) sin dejar de destacar que los presos de primer grado ya han mostrado interés en ser usuarios.
La pandemia del coronavirus también obligó a pisar el freno, pero sin llegar a detener el servicio al aprovechar el confinamiento estricto para actualizar el catálogo de publicaciones y, en tiempos de preponderancia de lo digital, tirar de un recurso analógico como el servicio de Correos para prestar los libros. “Y había una flexibilidad absoluta con las devoluciones”, añade. Los vehículos volvieron a la carretera en cuanto se pudo, en mayo de 2020. “Nuestro servicio fue el primero que salió en España”, resalta Soto. Con las posteriores restricciones, el servicio se prestaba a la puerta del autobús: “Era muy complicado, pero al mismo tiempo muy agradecido. A pesar de las condiciones, la gente sí venía. Y ahí es cuando te das cuenta de que tu labor es importante”. Fueron los propios trabajadores los que, pasado el tiempo, instaron a quitar las mamparas dispuestas como medida de precaución. Y ahí regresó la normalidad a un servicio caracterizado precisamente por la cercanía.
Con estos cambios de dirección obligados por las circunstancias, los Bibliobuses de León han llegado a los 50 años. “Pero todavía están viviendo una juventud”, proclama el diputado provincial de Cultura, Arte y Patrimonio, Emilio Martínez, tras evocar sus propias vivencias como usuario en Babia. “Era una alegría cuando llegaba”, rememora con la imagen todavía fresca de los libros de la serie literaria de Los cinco. Con la experiencia añadida en los últimos años como pedáneo de La Cueta y alcalde de Cabrillanes, acredita el grado de interés y conocimiento de la población. Y desde el verano de 2023 al frente de la cartera responsable en la Diputación de León, se marca el reto para el futuro inmediato de ir renovando la flota tras agradecer el trabajo de los profesionales y del director. “Ojalá podamos tener añadir un vehículo, pero por ahora el territorio está cubierto”, señala con el orgullo de ser “una referencia nacional” sólo por detrás de Madrid y Barcelona.
Los Bibliobuses de León han soplado las velas del 50 aniversario manteniéndose en la buena dirección. Roberto Soto destaca una circunstancia nada habitual en otros ámbitos. “Es un ejemplo de que es posible el trabajo conjunto de varias administraciones”, enfatiza sobre un servicio que es titularidad de la Junta de Castilla y León, que gestiona la Diputación de León y que precisa de la complicidad de ayuntamientos y juntas vecinales para encontrar facilidades en los lugares en los que hace escala. En una provincia tan grande y con la población muy dispersa, los Bibliobuses de León llegan a casi 400 de las más de 1.200 localidades (no viaja a los lugares que ya disponen de biblioteca al uso). Se han ido adaptando a los tiempos para multiplicar la oferta incluyendo otros formatos como revistas, audiolibros o DVDs. Y son una herramienta para el medio rural en tiempos de turbulencias.
Roberto Soto, que es también presidente de la Asociación de Profesionales de Bibliotecas Móviles de España y Coordinador del Grupo de Trabajo sobre Biblioteca Rural del Ministerio de Cultura, reflexiona: “Estoy convencido de que los servicios bibliotecarios y los bibliobuses en particular son parte de la solución a la despoblación porque son servicios de la administración. Mientras se van los bancos y se van los bares, nosotros seguimos. Seguimos con la forma más humana y más amable de la administración: nosotros nunca vamos a pedir, sólo vamos a dar. Y, además, damos a la carta porque ofrecemos un servicio en el que predomina lo personalizado”. Y así, aunque pudiera pensarse que los Bibliobuses viajan a veces en dirección contraria, lo cierto es que tienen la carretera despejada para seguir la ruta con el rumbo fijo y los semáforos en verde.