Las enseñanzas de San Vitero

Cartel erróneo de cecina 'castellano-leonesa' en la feria de San Vitero, en Zamora

Luengos años ha que abrigaba yo el propósito de acudir a algún evento cuyo protagonista principal exhibiera el inequívoco marchamo de leonés, sin impurezas, sin espurias filtraciones, así es que resolví acudir al certamen anual del asno zamorano-leonés que se celebra en la localidad zamorana de San Vitero, concretamente en la depauperada comarca de Aliste. Zamora puede que sea tierra pobre para Castilla pero es ‘nuestra tierra pobre’ para León.

No tema el sacrificado lector que le vaya a endosar el siempre tedioso relato de un viaje ajeno que acaba por hacerse insufrible, sencillamente me gustaría mencionar algunas curiosidades que, por estar a la vista de todos, eran públicas y notorias. Las dos primeras sorpresas son la copiosa afluencia de público que parece ignorar unas temperaturas cuasi gélidas y la escasa adecuación de los alrededores del recinto ferial.  A la entrada ondea una gran bandera de Castilla y León, acompañada por otras tremola al viento, pero nadie parece reparar en ella. 

El galpón que alberga a los animales denota el escaso interés de las autoridades autonómicas por el certamen, lo que se ve suplido por el calor de los asistentes que abarrota las instalaciones. En los habitáculos dispuestos a tal efecto, hay un aceptable número de ejemplares asnales –algunos llegados de distintos puntos de la provincia de León, de Zamora el resto–  que dibujan en el rostro de los curiosos esa mirada bobalicona que despiertan estos entrañables semovientes orejudos. Los buches, ejemplares jóvenes, cual Plateros suaves, peludos y traviesos, enamoran a pequeños y grandes. 

Por fin empieza la subasta de sementales, hembras reproductoras, buches, etc. Las estrellas salen como vedetes al espacio reservado a tal fin, aparecen cubiertos de toscas guedejas invernales que, pruriginosas, propician revolcones que arrancan los aplausos paroxísticos del 'respetable'. Esencia del pueblo en estado puro. Apoyados en gruesas varas, los interesados en la puja o tan sólo movidos por la curiosidad, dan el toque bucólico al curioso retablo. Las fotos de los teléfonos móviles no cesan. Se percibe alegría y satisfacción en los rostros.

Sorprende la ausencia de gerifaltes junteros, tan dados a baños de multitudes aunque, todo hay que decirlo, no se les echó en falta y el acto, con la mayor sencillez, se desarrolló con normalidad. El pueblo llano no precisa jerarcas. Y uno, ya entrado en años, que ha llegado a través de la calcinada Sierra de la Culebra, sospecha con tristeza que la faz tiznada de esta vasta extensión, no menos tiznada que el historial – quien sabe si también el alma–  del consejero de Medio Ambiente, el ínclito leonés Juan Carlos Suárez-Quiñones, incapaz para el puesto que ocupa, sirva como repelente para mandatarios poco comprometidos.

Hasta aquí la crónica de sucesos, vamos con las apreciaciones que son varias. La primera es que esta raza, felizmente, no ha sido víctima de los cambios de denominación, como ocurrió con otra de nuestras razas, el mastín leonés, el cual, por arte de birlibirloque pasó a llamarse mastín español, lo que lleva a pensar que mastín de los Pirineos ya no es una raza española. ¿Quizá francesa? Por cercanía gremial creo que la Facultad de Veterinaria de León, en un acto de vergüenza torera debería reclamar formalmente que nuestra raza de mastines volviera a ser denominada como siempre lo fue: mastín leonés.

¿Gaita castellana?

Pero no acaban aquí las anotaciones, antes bien están empezando. Los fastos matinales de exaltación de esta raza genuinamente nuestra se clausuran con la actuación de un grupo de gaitas de la capital zamorana, alguno de cuyos miembros habla de piezas castellanas. Dicho de otro modo, en Castilla y León, bajo el epígrafe castellano, resulta que se toca la gaita ¿Qué será lo próximo en el folklore castellano, quizá la música de los dungchen tibetanos? 

En el exterior un rosario de tenderetes ofrece diversos productos de la tierra, mieles, embutidos, artesanía, etcétera. De repente una sacudida estremece la conciencia, un puesto de cecina de León se promociona con la enseña de Castilla y León. La impúdica visión, tolerable en otros puestos, mueve a razonar lo siguiente: desde que el territorio leonés se disgregó en tres provincias, la provincia que siguió ostentado el nombre de León, se desconectó por completo de sus provincias hermanas, incluido ese pedazo de León que, desgajado, se quedó en Portugal. 

Desmoralizado por la visión y sumido en la decepción que ocasiona el divorcio palpable que se percibe incluso en zonas limítrofes de Zamora con León, aún hace surgir otra duda existencial: ¿Cómo pretendemos atraer a zamoranos y salmantinos a nuestras tesis de autogobierno si hasta un vendedor llegado de Picos de Europa no se siente concernido por la impronta de León? Algo tenemos que estar haciendo muy mal o directamente no estamos haciendo. Nuestros paladines deberían tomar buena nota de estos clamorosos quebrantos y corregirlos.

Cabizbajo, abrumado por este pesar, discurro que si las tesis del leonesismo uniprovincial prosperasen un día, estos pobres burrines tendrían que pasar a recibir una nueva nomenclatura. ¿Serían asnos leoneses o serían asnos zamoranos? Sospecho que si estos simpáticos animales tuvieran el don de la palabra, tal vez pudieran ilustrarnos al respecto, quien sabe si con mejor criterio que los humanos. Y así, enajenado por estas elucubraciones, me descubro a mí mismo riéndome como un imbécil entre el gentío que abandona el lugar.

P.D: Puesto que quizá nadie lo haga, y no exento de osadía por mi parte, quiero agradecer públicamente, en nombre de todo el País Leonés, el empeño de los criadores de esta raza, particularmente a los leoneses, y animarles para que sigan preservando una de nuestras ya escasas señas de identidad.    

Tomás Juan Mata pertenece a Urbicum Flumen, la Asociación Iniciativa Vía de la Plata

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