León, un charco de ranas

Obviaremos hoy las sabandijas que se crían en las aguas remansadas de esta provincia y nos dedicaremos a los anfibios. Entiéndase por sabandijas aquellos leoneses que están en contra de que León saque la cabeza del atolladero en que se encuentra y las ranas aquellos otros que desearían una tierra floreciente, en la que las capacidades de sus naturales alcancen todo el desarrollo del que sean capaces. Nadie vea una denominación peyorativa por el término de 'ranas'.
Siempre escuché a los mayores que las ranas sólo prosperan en aguas limpias y poco contaminadas, y algo de cierto debe de haber porque se encuentran en franco retroceso demográfico, tanto las de verdad, como las figuradas. Las de verdad por pérdida de sus hogares que se ven desecados y contaminados por los más diversos productos de origen humano. Las figuradas, por el inmisericorde placaje al que nos someten desde Valladolid las autoridades de Castilla y León, eficazmente auxiliadas en su empeño por los leoneses adscritos a los partidos mayoritarios que dicen representarnos. Mejor sería que no nos defendieran tanto, acabarán por asfixiarnos con tanto amor.
Los que somos ya gente mayor y de pueblo, pese al evidente declive de la especie, tenemos grabado en nuestra memoria infantil el monótono croar de estos batracios que desafinando, como sólo ellos saben hacer, amenizaban las noches veraniegas hasta el amanecer, sin que faltara su estridente soniquete en cálidas tardes estivales. También nos reconocemos pescando renacuajos y, los más aventajados, pescando a los adultos con un trapo rojo o un trozo de media de nylon del que quedaban prendidas las infelices. Famosas son en toda España las ancas de rana de la Bañeza.
Pero no es mi intención despertar melancólicas nostalgias entre mis sufridos lectores, no. Antes bien quiero ponerlos en situación y trasladar la imagen a nuestros esfuerzos por alcanzar la ansiada autonomía Leonesa que cada día se antoja más distante, más difícil. En León toma cuerpo aquella sutil ironía que escribió Descartes: “No hay nada repartido de modo más equitativo en el mundo que la razón: todo el mundo está convencido de tener suficiente”. Y es que en León, tierra que cría astronautas, programadores de computadores cuánticos, etc. todos tenemos meridianamente claro cómo salir del engrudo castellanoleonés. ¡Parece mentira que aún perdure nuestra estancia en él!
Basta un somero rastreo por las redes sociales para conocer las copiosas asociaciones leonesistas, cada una con su criterio, con sus propuestas, con sus ocurrencias. Es tan variopinto el catálogo que acaba siendo agotador comprobar la pléyade de ideólogos y el amplio abanico de sugerencias, si bien, casi todas ellas tienen un denominador común: están impulsadas por electricidad estática, es decir, imposibilitadas, vaya usted a saber por qué, para poner en práctica aquello que preconizan como el Bálsamo de Fierabrás, Panacea Universal, triacas, pócimas, jícaras, ungüentos y hasta la purga de Benito. Productos todos ellos que aguardan pacientes en las estanterías farmacéuticas a la espera de que un día algún iluminado nigromante les diga como dijo Jesús a Lázaro: “Levántate y anda”.
Sin embargo la triste realidad es que todo se queda en quejas, lamentaciones, propuestas para que las pongan en práctica otros y literatura sobre la materia, mucha literatura, muchos manuales que justifican escrupulosamente cualquier acción que pudiera llegar a ejecutarse. Lástima que al final no tenemos quien ejecute ninguna. Ríase todo León del muro de las lamentaciones judío, aquí lo hacemos sin salir de casa, siempre expectantes, siempre aguardando no se sabe muy bien qué.
En el mejor de los casos se proponen multitudinarias manifestaciones generalmente de seguimiento exiguo. Pero lo normal es que se aguarde por el advenimiento de algún paladín de la causa desde algún recóndito lugar de la política, algún Mesías que no acaba de llegar. Se implora la empatía de partidos que carecen de ella. Pero el grueso de nuestra doctrina se compone de propuestas de mutaciones de nombres del enclave leonés, descabelladas particiones provinciales, se discute el ámbito territorial y la extensión de nuestra autonomía, se propone la creación de nuevos partidos y un interminable elenco de medidas que sería prolijo enumerarlas todas. Eso sí, parapetados desde casa, tras el anonimato de las redes o la discreción del hogar, pero sin molestar a nadie.
Y es que en León estamos próximos a conseguir la cuadratura del círculo, hacer tortillas sin cascar los huevos o incluso desentrañar el enigma de los agujeros negros radicados Valladolid. ¿Hay quien dé más? No lo parece. Por eso hasta el momento León sólo es una coral polifónica de ranas que desafinan –mejor dicho, desafinamos– cómodamente bañadas en su charca o en esa laguna que hay a la entrada de León, donde se bañan las guapas porque fea no hay ninguna.