De onomásticas y celebraciones
Leo con sorpresa los encendidos panegíricos con que también la prensa leonesa conmemora el cuadragésimo séptimo aniversario de la promulgación de la Constitución Española. Con suponer todo un hito histórico en el devenir hispano del siglo XX, tal vez no convenga alargarse en las alabanzas porque, como cualquier obra humana, tiene sus luces y sus sombras. Sus innegables méritos y sus flagrantes déficits de aplicación.
Sostener esta tesis en un día de entusiasmos desatados puede resultar incluso irritante, y como nunca me ha gustado lanzar afirmaciones que carezcan del respaldo de la razón, por aquello de que una afirmación que no se sustenta en argumentos de peso es como crear castillos en el aire o construir edificios con cimientos de barro, intentaremos justificarla. Hechas estas consideraciones previas, siempre sujetas al escrutinio del lector, vamos a exponer nuestras razones, susceptibles de cambiarse por otras mejor fundamentadas, si las hubiera o hubiese.
Un repaso histórico nos puede servir de guía. En primer lugar esta Ley de leyes, como algunos les gusta llamar, no constituyó ninguna novedad, sólo en el siglo XIX el número de ‘constituciones’ que vieron la luz en España asciende a cinco, mientras que en el siglo XX, el guarismo se reduce a dos. Es decir, el devenir político de España se congeló desde 1931 hasta 1978. La primera se promulgó recién instaurada la Segunda República –no debía estar mal redactada cuando sobrevivió a todo el período franquista– y vino a ser sustituida por la actual con la ficticia pretensión de hacer borrón y cuenta nueva del régimen anterior.
Pero después de cuarenta y siete años la Constitución ha acabado por enseñar sus costuras y sus debilidades. Cuando Alfonso XII regresó del exilio francés –donde residía junto a su madre, la derrocada Isabel II –tras el pronunciamiento de Martínez Campos en Sagunto y el pertinente aderezo por Cánovas del Castillo, regreso que pondría punto final al Sexenio democrático, en el que se intentó sin éxito no sólo un cambio dinástico con Amadeo de Saboya sino también un cambio de régimen, el de la Primera República. Este período que abarca desde 1874 hasta 1931, se conoce en términos históricos con el nombre de Restauración.
La Constitución que nos ocupa fue un pilar fundamental en el inicio de otro período en la vida pública española que fue conocido con el rumboso nombre de Transición y que volvía a reponer en la máxima magistratura del estado a un Borbón. Si se comparan ambos procesos, Restauración y Transición, se verá que las diferencias son mínimas y que el segundo, bien podría denominarse con toda propiedad otra Restauración. Esta analogía, sin embargo, oculta un leve matiz, dado que, aunque la Transición supuso un aparente cambio de orientación ideológica, las declaraciones vertidas en el libro de memorias recién publicado por el rey Juan Carlos I, –otro Borbón exiliado– exaltando la figura de Franco, quien negó a su padre el acceso al trono para otorgárselo a él, indican a las claras que sólo hubo una adecuación cosmética a las exigencias políticas del entorno europeo. Todo había quedado atado y bien atado.
Una prueba de todo lo anterior es que así como en Alemania o Italia los regímenes de Hitler y Mussolini –de análogos principios a los de Franco– fueron purgados y depurados, en España no sucedió lo mismo, no se le exigieron responsabilidades a individualidades, instituciones y colectivos que habían ejercido dictatorialmente el poder, detentándolo durante décadas. Aquí se prefirió mirar hacia otro lado para poder instaurar una partitocracia que acabaría a la postre reproduciendo los vicios del Turnismo del siglo XIX, con un acomodo a las imposiciones que dejaba como herencia el régimen saliente.
Algunos ejemplos ilustran lo que acabamos de sostener. Aunque se dijo que la Transición había venido a restañar las heridas del pasado, en algunos temas sólo sirvió para tratar de echar tierra sobre otra tierra, en este caso física. Después de casi medio siglo de Constitución aún se habla de cerca de cien mil represaliados sepultados en fosas comunes. Los muy cafeteros, nostálgicos del pasado, censuran su sola mención y hablan de desenterrar fantasmas del pasado, revanchismo y hasta de guerracivilismo. ¿Hay quién dé más?
¿Puede ser democrático un país con uno de los mayores índices de muertos sepultados en cunetas y parajes varios? ¿Es así como se cierran heridas del pasado? En ambos bandos se fusiló a inocentes, pero el bando ganador recuperó, con buen criterio, los cuerpos de los suyos. Del bando perdedor, demasiados inocentes yacen aún diseminados o en fosas comunes, olvidados y hasta repudiados. Se han exhumado muchos cuerpos y no se ha visto a ninguno de sus deudos pedir reparación alguna, menos aún revanchismo, sólo enterrar con dignidad a sus seres queridos. Las heridas que no curan bien se ignoran y la Constitución no ha podido cicatrizarlas.
Otra debilidad constitucional es el mantenimiento de prerrogativas feudales en la figura del rey, como son su condición de inviolable e irresponsable (impunidad) que nuestra Constitución consagra como norma suprema. La conducta poco ejemplarizante del anterior monarca, ha sido onerosa para la hacienda pública, no sólo por sus malas cuentas con la Agencia Tributaria, que también, sino por los dispendios que ha tenido en sus ‘devaneos amorosos’ cifrados en millones de euros, sin que por ello se vea obligado a declarar el origen de esos dineros.
Y como último ejemplo un tercer apartado. La Constitución preconiza los usos democráticos, la igualdad de todos los españoles y el derecho a expresar libremente su voluntad. Sin embargo en el caso de la Región Leonesa no se ha respetado ninguno de estos preceptos. León fue aherrojado dentro de Castilla, mientras algunas provincias castellanas escapaban de la quema. En León, la consulta hecha por la Diputación recogía que la población leonesa no quería esta modalidad autonómica, pero tal cosa se silenció y la decisión de unos pocos desalmados se impuso arbitrariamente a la voluntad popular. El paso del tiempo se ha ido encargando de devaluar tamaña ignominia hasta hacerla caer en el olvido. Con semejante déficit democrático, un día como hoy podemos afirmar que la Constitución no se aplica íntegramente en León y por tanto seguimos sin estar amparados por ella. Y lo malo es que no se sabe cuando se aplicará.
Tomás Juan Mata pertenece a Urbicum Flumen, la Asociación Iniciativa Vía de la Plata