Benjamín Rubio, el centenario de una lucha antifranquista entre la guerrilla, las huelgas mineras y la memoria histórica

Benjamín Rubio, en una imagen de 1998 en Villablino.

César Fernández

La vida de Benjamín Rubio (La Bustarga, Vega de Espinareda, 1925-Villablino, 2007) fue tan de película que el cineasta Montxo Armendáriz llegó a estudiar llevarla a la gran pantalla. Lo sopesó cuando ambos coincidieron en los albores del siglo XX en pleno despertar de la memoria histórica. Rubio cerraba entonces un círculo, el que había abierto siendo apenas un adolescente cuando ejercía como enlace de la guerrilla en la posguerra. Luego tomó el protagonismo en primera persona para hacer historia al consolidar desde la cuenca minera de Laciana un movimiento sindical que daría pie a la formación de las Comisiones Obreras. Y todavía dejó su legado por escrito al publicar poco antes de morir (en este 2025 habría cumplido 100 años) su autobiografía, Memorias de la lucha antifranquista.

Sus memorias dan testimonio de secuencias de película, las que protagonizaron huidos al monte tras la Guerra Civil, un conflicto que Benjamín Rubio vivió siendo apenas un niño. Tuvo que madurar de improviso. “Cuando iban por los caminos”, escribe sobre los fugados, “cortaban una rama y la arrastraban detrás de ellos, para borrar las pisadas. Cuando había nieve, la gente salía a borrar las pisadas que habían dejado los guerrilleros al llegar al pueblo”. Él ejerció como enlace, en las conocidas como guerrillas de llano: “Yo tenía entonces 13 años, y aquel fue el principio de once años de relación con los huidos y la guerrilla. Cuando ellos estaban en casa les atendíamos, y cuando andaban por el monte yo iba a cuidar el ganado y les llevaba comida, les avisaba si llegaban los soldados o la Guardia Civil. A partir de los 15 años ya bajaba a comprarles las cosas que necesitaban”.

El relato resulta en muchas ocasiones desgarrador, el propio de un chaval que se vio integrado en un mecanismo de resistencia al régimen franquista cuando todavía subyace en España la incertidumbre de su posible derrocamiento en función del curso y el desenlace de la Segunda Guerra Mundial. Cuando se comprueba que la victoria de los aliados no iba a implicar el fin de la dictadura de Francisco Franco, el movimiento pierde su sentido y se va desmoronando. Rubio se ve por momentos con opciones de marchar con guerrilleros a Francia. “Pero lo dejaron aquí, engañándolo”, cuenta su hijo Javier al evocar también momentos en que su vida corrió mucho peligro. El relato también resulta en parte desmitificador. “Me gusta este testimonio del enlace y luego sindicalista Benjamín, porque no es maniqueo ni sectario. Él y yo sabemos que el bien y el mal trazan una línea invisible e insegura, variable, dentro de cada uno de nosotros”, escribe en el prólogo de Memorias de la lucha antifranquista el recordado abogado y político socialista berciano José Álvarez de Paz.

Benjamín Rubio (izquierda), en su etapa como minero en el Grupo Calderón de la MSP.

A Benjamín Rubio también le tocó madurar de repente cuando entró a la mina, primero en la cuenca Fabero-Sil. Vivía de patrona en Fabero y los fines de semana iba a la casa familiar de La Bustarga. El comienzo de su trayectoria laboral coincide todavía con el final de la guerrilla. Rubio milita entonces en organizaciones en la órbita del sindicato anarquista CNT (Confederación Nacional del Trabajo). Su figura se convertirá con el paso del tiempo, cuando promueva ya en los años sesenta un frente obrero con la dictadura plenamente consolidada, en un eslabón que “conecta los restos escasos del sindicalismo de preguerra” con nuevos esquemas para “continuar la lucha de otra forma”, subraya el historiador berciano Alejandro Martínez, que lo conoció en persona en un curso de verano de 2007 en Villablino. Convencido de que aquel viejo enlace y sindicalista era “un filón” para sus estudios e investigaciones, quedaron de citarse en octubre. Rubio falleció en agosto.

Benjamín Rubio conecta los restos escasos del sindicalismo de preguerra con nuevos esquemas para continuar la lucha de otra forma a partir de los años sesenta

Alejandro Martínez Historiador

“Él vino a Laciana huyendo de sus propios demonios”, describe su hijo Javier, en una frase que bien podría ser una voz en off de aquella película que imaginó Armendáriz. Benjamín Rubio, que ya había pasado por calabozos y por las cárceles de Ponferrada y León como consecuencia de su actividad como enlace de la guerrilla, llegó a la comarca lacianiega en agosto de 1948. “Me sentí feliz, pensando que se habían acabado los problemas”, señala en su autobiografía al explicar cómo recala en Villager (Villablino), todavía viviendo de pensión. Pero ni siquiera había acabado el verano cuando el 11 de septiembre lo llevaron al cuartel de la Guardia Civil. Lo metieron luego en un taxi, que se desvió de la carretera a la altura de Villarino. “Seguramente será aquí”, escribió que pensó entonces convencido de que lo iban a asesinar, todavía sin saber que a esa altura estaban construyendo un puente, el motivo de salirse de la vía hasta llegar a Bembibre y ser sometido al enésimo interrogatorio.

“Pero es muy difícil desprenderse de la conciencia”, añade Javier Rubio para dar contraste y a la vez continuidad a la frase sobre cómo había llegado su padre a Laciana. La situación en la minería del carbón, con condiciones laborales de “semiesclavitud”, resultó terreno abonado para que prendiera la mecha de una movilización que comenzó en Asturias y bajó a las cuencas de Laciana y El Bierzo en 1962. La célebre huelgona ya está en marcha. El Grupo María es el primero de la MSP (Minero Siderúrgica de Ponferrada) en reaccionar. Rubio trabajaba en el Grupo Calderón, que también acaba implicándose en unos paros históricos, máxime teniendo en cuenta la falta de libertades del momento. Más de 150 mineros participan en una reunión “obrera y democrática” inédita en la provincia de León desde el final de la Guerra Civil. “Se trata de la primera movilización obrera masiva y simultánea. Y es un punto de inflexión al crear un nuevo movimiento obrero que consigue articular otra forma de oposición a la dictadura”, recalca Alejandro Martínez.

José Ramón Vega y Benjamín Rubio (segundo y tercero por la derecha arriba) y Javier Rubio (con bigote sosteniendo una bandera), en 1977.

Nacido en Ibias (Asturias), José Ramón Vega también formaba parte de aquel entramado. “Benjamín tenía clara la situación. Tenía claro que, sin lucha, no se iba a conseguir nada”, cuenta Vega por teléfono a sus 93 años de edad desde Murcia. La táctica fue entonces incrustarse en el sistema a través de comisiones de obreros que desembocarían en las Comisiones Obreras. “Hubo comisiones anteriores. La primera de minería es en La Camocha, en Asturias. Y hubo otras en el País Vasco y Cataluña. La diferencia de la que se forma en Laciana es que permanece en el tiempo”, destaca Javier Rubio sobre los debates al hilo del origen histórico del sindicato. Martínez aporta otra singularidad al hablar de una fórmula de “tres por uno” de aquel movimiento surgido en la minería lacianiega al concatenar “la parte laboral con la social y la política”.

Y es que las huelgas comienzan a dar sus frutos. Lo hacen primero en el terreno laboral con la consecución de logros como la dotación de un régimen especial que introduciría el coeficiente reductor (incrementar las cotizaciones para adelantar el retiro laboral de trabajadores sometidos a riesgos de enfermedades como la silicosis). Lo territorial y lo social nunca quedaron al margen, como prueba que ya en las negociaciones de la ordenanza de la minería del carbón se pusiera sobre la mesa la apertura de un ambulatorio en Villablino, indica Javier Rubio con un argumento añadido: “Las reivindicaciones por unos salarios dignos no sólo beneficiaron a los mineros. Aquí en Laciana esas posiciones también servían para tirar de otros sectores como la construcción”.

Las reivindicaciones por unos salarios dignos no sólo beneficiaron a los mineros. Aquí en Laciana esas posiciones también servían para tirar de otros sectores como la construcción

Javier Rubio Hijo de Benjamín Rubio y portavoz sindical en la Marcha Negra de 1992

Los logros no escondían los riesgos. José Ramón Vega se recuerda acompañándolo a una reunión clandestina a León. “Y había inspectores clandestinos vigilando. Yo tengo claro que, para lograr cosas, aun en democracia, hay que arriesgar”, considera. La implicación social fue determinante. “Nunca olvidaré la valentía de muchas mujeres que salieron a las carreteras a intentar detenerlos”, escribió Benjamín Rubio en alusión a aquellas que “lanzaban piedras” a los esquiroles. Las reivindicaciones iban más allá de lo laboral en el contexto de una dictadura. “No se podía pensar”, añade en sus memorias, “que por el hecho de tolerar una huelga íbamos a derrocar el régimen. Era el principio de su debilitamiento, pero el final aún estaba muy lejos”.

Rubio, que acabaría integrándose en el Partido Comunista de España y tuvo cargos de responsabilidad provincial en Comisiones Obreras ya asentado en Villablino, tampoco se escondió cuando no dudó en salir de España para lograr en Escocia el reconocimiento de las siglas sindicales con la cúpula en prisión pendiente del resultado del Proceso 1001 ya en pleno tardofranquismo. El dictador murió en noviembre de 1975, acaban de cumplirse 50 años. El movimiento obrero volvió a tirar en lo laboral, en lo social y en lo político. Pero la Transición tuvo partes amargas para aquel dirigente que habría abogado por el establecimiento de “una gran central sindical”. “La lógica de entonces dictaba que si había una sola patronal, hubiera una sola organización sindical. Se trataba de aprovechar la desintegración del sindicato vertical con los ascensores todavía en funcionamiento. Y establecer un movimiento plural, pero único”, dice historiador Alejandro Martínez sobre aquel planteamiento frustrado.

Benjamín Rubio, con su hijo Javier, junto al monumento al minero de Villablino.

El país evolucionó, a veces superando riesgos de regresión como el intento de golpe de Estado del 23F: el nombre de Benjamín Rubio estaba, como el de Álvarez de Paz, entre los señalados para ser sentenciados de triunfar la sublevación. Y la minería del carbón encadenó continuos procesos de reconversión. Javier Rubio ya estaba en Comisiones Obreras cuando fue portavoz de la Marcha Negra de 1992. ¿Le daba consejos su padre, ya entonces jubilado? “Él siempre estaba atento a lo que estaba ocurriendo. Explicaba lo que habían hecho ellos. Pero no quería influir”, responde su hijo, testigo y protagonista de negociaciones a cara de perro para prolongar la vida del sector: “Tenías que pelear duro para lograr acuerdos. Pero lo que no esperábamos es que no se cumplieran condiciones como la de no dar fin al carbón hasta no contar con una alternativa energética y con una alternativa económica. Al final te decepcionas. La gente se ha dormido. Y no logras entender que la gente esté callada”.

Nosotros entonces teníamos mucha fuerza. Porque si paraba el carbón, se paraba todo el país. Yo fui un privilegiado. Si un día me detenían a mí, al día siguiente había huelga

José Ramón Vega Antiguo sindicalista minero

La pregunta surge sola. ¿Qué diría Benjamín Rubio de un mundo que cada vez cuestiona más los valores democráticos y de unas cuencas ya sin carbón pero con muertes todavía en 2025? “Que no hemos aprendido de errores tan brutales”, responde Javier, haciendo un aparte para los dos accidentes que se han cobrado en Asturias la vida de siete mineros, seis de ellos leoneses: un berciano y seis lacianiegos. “La primera responsabilidad es de los empresarios; luego, de las administraciones; y también de la población entera, que sabe pero se calla”, espeta con el argumento que en la minería actual hay explotaciones “mucho peores que los chamizos de aquella época” y sentenciando que “es más importante la vida que los puestos de trabajo”.

“Nosotros entonces teníamos mucha fuerza. Porque si paraba el carbón, se paraba todo el país”, apunta José Ramón Vega sin obviar el respaldo masivo de los compañeros a aquellos representantes sindicales que se jugaban el tipo: “Yo fui un privilegiado. Si un día me detenían a mí, al día siguiente había huelga”. “Él estaría ahora reivindicando la deuda que este país tiene con los mineros”, sugiere Alejandro Martínez para destacar también el papel de CCOO y el PCE de Laciana como “núcleo intelectual colectivo” hasta enlazar aquellas inquietudes con las Becas Miner que dieron estudios a los hijos y los nietos de los mineros en las cuencas.

Benjamín Rubio y el historiador Alejandro Martínez, en el curso de verano 'Mina, cultura y sociedad' en Villablino en 2007.

El caso es que la biografía de Benjamín Rubio, que desde 2018 da nombre a un parque en Villablino, todavía tuvo un último ribete, una especie de epílogo que lo conectó con aquella adolescencia como enlace de la guerrilla, relegada en España incluso en la Transición “cuando los maquis y los partisanos son héroes nacionales en otros países”, apostilla Alejandro Martínez. Rubio vivió al detalle los procesos de recuperación de la memoria histórica hasta implicarse en AGE (Archivo, Guerra y Exilio). “Él estaba muy interesado en que salieran a la luz todas aquellas aberraciones”, dice su hijo Javier sobre quien sufrió en sus carnes la represión hasta el punto de que muchos años después de aquellos brutales interrogatorios con agresiones en los cuarteles le sacaron en una operación trozos rotos de huesos de la nariz.

Fue entonces, al paso de la Caravana de la Memoria, cuando tomó contacto con Montxo Armendáriz, que imaginó convertida en película una historia de una vida que Benjamín Rubio sí llegó a trasladar al papel. “Él fue muy consciente de todo hasta el día de su muerte”, cuenta Javier Rubio sobre aquellos últimos años en que dejó por escrito Memorias de una lucha antifranquista, el testimonio de quien batalló desde la guerrilla, el movimiento obrero y la memoria histórica.

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