La respuesta desde la universidad al reto de la memoria: “Muchos jóvenes sabían más del nazismo que del franquismo”
El profesor de Historia Contemporánea de la Universidad de León (ULE) Javier Rodríguez abría sus clases sobre el siglo XX español con la Guerra Civil. Luego enlazaba con la Transición y regresaba a los años del reinado de Alfonso XIII. El método parecía ya hace tiempo revolucionario en contraste con lo que sucede en etapas educativas anteriores, donde los contenidos suelen pasar de puntillas por el pasado reciente de España. Era, además, una forma de romper con “la política de memoria” del franquismo, que “estigmatizó” la Segunda República para justificar la sublevación militar. También resolvía una asignatura pendiente: la de vincular la recuperación de la democracia tras la muerte del dictador Francisco Franco (de la que ahora se cumplen 50 años) con el período republicano. Son claves que cobran todavía más sentido ahora que se ha disparado entre los jóvenes españoles el apoyo a opciones de extrema derecha.
Rodríguez ya fue a la vanguardia antes de que a partir del año 2000 eclosionaran los movimientos por la recuperación de la memoria histórica. El profesor investigó en 1998 el caso del Pozo Grajero de Lario, precedente inmediato a la primera exhumación con un método científico realizada hace ahora 25 años en Priaranza del Bierzo. La labor de entonces entronca con su tesis doctoral, titulada León bajo la dictadura franquista (1936-1951) y publicada en 2003. La recuperación de restos de represaliados está entonces en plena ebullición. El movimiento asociativo crece. Pero el desconocimiento sobre un capítulo de la historia que se cubrió con un manto de silencio es tan grande que la comunidad educativa se siente interpelada. “¿Qué soluciones dais?”, le preguntaban al profesor de la Facultad de Educación de la ULE Enrique Javier Díez. La respuesta que ofrecieron Rodríguez y Díez fue la publicación en 2009 del libro Unidades didácticas para la Recuperación de la Memoria Histórica. La obra tenía un valor añadido: la interdisciplinariedad de juntar a un historiador y un pedagogo.
Beatriz García Prieto era una de aquellas alumnas que estrenaban el curso sobre la historia reciente de España con la Guerra Civil. La asignatura no se quedaba en las principales batallas del conflicto. “Le puedes decir al alumnado lo que pasó en Belchite, pero lo importante es ver las consecuencias”, señala quien hoy ha pasado al otro lado del aula y es profesora de Historia Contemporánea de la Universidad de León. Declarada “discípula” de Javier Rodríguez, se ha incorporado a estas tareas de investigación en torno a la memoria poniendo el acento en un sector que había quedado olvidado o, al menos relegado: el de mujeres que sufrieron la represión hasta por triplicado en aquella España de posguerra.
Que varios profesores e investigadores de la Universidad de León hayan volcado buena parte de sus estudios en esa etapa histórica no es fruto de la casualidad, sino de las circunstancias de una provincia que sufrió la represión, que mantuvo tras el conflicto un frente de resistencia en torno al movimiento guerrillero y que fue cuna de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH) tras aquella exhumación de Los trece de Priaranza hace un cuarto de siglo. El hilo de Unidades didácticas para la Recuperación de la Memoria Histórica se retomó con una trilogía que incorpora ya la perspectiva de género: La historia silenciada (2022), La memoria histórica democrática de las mujeres (2023) y Represión franquista, resistencia antifranquista y memoria histórica y democrática de las mujeres (2025), esta última también con la participación de la historiadora Desirée Rodríguez Martínez.
El aula es una parte de la educación. Pero ahora las redes sociales influyen más que la familia y que la escuela. No podemos responder a su agenda. Pero sí tenemos que estar disputando la batalla cultural, que ahora la llevamos perdiendo por goleada
El contexto ha cambiado. Y ahora han cobrado fuerza factores como el revisionismo y el negacionismo sobre la ola del crecimiento de formaciones de extrema derecha. Se trata también de una cuestión generacional. Los hijos de los represaliados callaron porque entonces imperaba el silencio; los nietos excavaron las fosas; ¿y en qué punto se encuentran los bisnietos? Reunidos para este reportaje en la Facultad de Filosofía y Letras de la ULE, los tres docentes fundamentalmente implicados en esas unidades didácticas ofrecen argumentos y matices. “Aquí hay alumnos magníficos”, señala Rodríguez, a la sazón decano de esa Facultad, sin esconder que las generaciones actuales ya no tienen el hilo directo de la memoria oral de aquellos años. García Prieto precisa que muchos de aquellos nietos que exhumaron las fosas de sus abuelos todavía “sufrieron la educación franquista”. Asentada ya la democracia, los libros de texto y las lecciones en el aula no acabaron de dar respuestas. “La mayoría de los jóvenes sabían más del nazismo que del franquismo”, sentencia Díez para destacar que las unidades didácticas fueron “casi un deber de memoria” con el lamento de que esta perspectiva no haya calado ni en el Ministerio de Educación ni en las autonomías.
“No debemos culpabilizar a la gente joven”, apunta Javier Rodríguez. “La gente joven es producto de la gente adulta”, tercia Enrique Javier Díez, quien habla de una “reacción de impotencia” entre una generación que se “ve sin futuro”. ¿Cómo se canaliza ese descontento? “Antes ser antisistema era ser heavy o ser punky; y ahora lo es ser de extrema derecha”, indica Díez, quien recuerda que su generación plasmaba sus reivindicaciones en la calle o a través de la militancia sindical o política, mientras que ahora el escenario se ha trasladado a las redes sociales. La duda es si dar la batalla en ese terreno, a veces resbaladizo. “El aula es una parte de la educación. Pero ahora las redes sociales influyen más que la familia y que la escuela. No podemos responder a su agenda. Pero sí tenemos que estar disputando la batalla cultural, que ahora la llevamos perdiendo por goleada”, añade. “Ellos van a lo visceral. No les gusta debatir”, aporta García Prieto sin dejar de reconocer cierto hastío cuando la discusión se escora hacia ese ámbito.
La democracia no contrastó la política de memoria llevada a cabo por la dictadura franquista, que tuvo su propia política de memoria, aunque no la escribiera. Y fue justificar en la Segunda República por qué había dado el golpe de Estado
Sin redes sociales personales, Javier Rodríguez apela al “conocimiento científico”, el que se sustancia en esas unidades didácticas dirigidas a docentes y alumnos que tratan de contrarrestar carencias de partida. “La democracia no contrastó la política de memoria llevada a cabo por la dictadura franquista, que tuvo su propia política de memoria, aunque no la escribiera. Y fue justificar por qué había dado el golpe de Estado y por qué realmente llevaba a cabo la represión”, afirma para hacer ver cómo el franquismo desacreditó a la Segunda República hasta diluir los avances alcanzados en un período en el que, además, “por muy pocos meses, gobiernan más tiempo los partidos de centro y de derechas que de izquierdas”.
Desde la perspectiva actual, Rodríguez echa en falta el establecimiento de “una serie de mínimos” basados en “el conocimiento científico” e “independientemente de cualquier partidismo” sobre cuestiones como “la violación de los derechos humanos” durante el franquismo. Ahí, remarcan los docentes, hay que poner el foco en el uso del lenguaje ahora que incluso se recomienda el sintagma Guerra de España en lugar de Guerra Civil para rehuir las referencias a un conflicto fratricida (“la teoría de la equidistancia, que fue el relato del segundo franquismo cuando ya el relato de la cruzada no era creíble”, precisa Díez), así como evitar las alusiones a los “nacionales” para hablar de “sublevados”. Las unidades didácticas, subraya García Prieto, aportan análisis, ahondan en la comprensión de la época e incorporan análisis de textos y referencias a obras literarias o cinematográficas que han abordado ese período.
Hoy hay mucho más miedo por llevar la bandera republicana que por llevar la bandera de Franco
El trabajo llevado a cabo para componer las unidades didácticas se ha acompasado con otros hitos como los 18 cursos de verano sobre memoria e historia dirigidos ya por Javier Rodríguez sin dejar de preguntarse cómo trasladar de mejor manera los contenidos a los jóvenes. Partiendo de una base en positivo (“si desde la academia no hubiéramos hecho todo esto, dónde estaríamos”), no elude la autocrítica. “Hay que poner más el foco en las personas que sufrieron la represión franquista; hacerlo con ejemplos concretos, incluso llevando a las aulas a la gente que sufrió las consecuencias”, dice con el convencimiento de que historia y memoria “son complementarias siempre que estén bien fundamentadas” con su propio ejemplo en las investigaciones sobre el Pozo Grajero. Beatriz García Prieto, que asegura que “hoy hay mucho más miedo por llevar la bandera republicana que por llevar la bandera de Franco”, se remite también a la importancia de hacer ver las consecuencias más a pie de calle de vivir en una dictadura en la que se podía llegar a la comisaría “por llegar tarde a casa o por no ponerse medias cuando se iba con falda”.
Doctora por la ULE con la tesis dirigida precisamente por Javier Rodríguez y titulada Cambios y pervivencias en los derechos y libertades de las mujeres durante la II República, la Guerra Civil y el primer franquismo. La provincia de León (1931-1945), García Prieto ya había hecho su Trabajo de Fin de Máster en torno a La represión franquista sobre las mujeres leonesas (1936-1950). Y hace un aparte para reseñar cómo ellas estuvieron “más invisibilizadas” o fueron reducidas a un papel secundario cuando sufrieron “una triple represión”: por “ideología” al ser identificadas como “rojas”; por ser consideradas “malas mujeres” al “desafiar los límites establecidos”; y por “ser mujeres de” represaliados o guerrileros.
La traslación a la actualidad, ahora que la demoscopia revela que las jóvenes son menos proclives al apoyo a fuerzas de extrema derecha que los varones, también sugiere lecturas como las que hace esta profesora universitaria. “Hay jóvenes hombres que son muy misóginos; y temen las políticas de igualdad porque temen que ahora las mujeres puedan tener una posición privilegiada”, analiza para añadir: “Y a las mujeres las asusta el que esos discursos puedan con llevar la pérdida de derechos ya conquistados”. Y, en ese contexto, las unidades didácticas son más que un ejercicio de memoria al conectar el pasado con el presente.