Adosados

Un cartel de un comercio en llionés.

La prensa leonesa de rancio abolengo ha afirmado en numerosas ocasiones que sociológicamente la población leonesa es partidaria de mantener sus rasgos identitarios bien definidos y aparte de la condición castellana, si bien electoralmente los resultados de los escrutinios desdicen sistemáticamente tal aserto. Bueno sería, después de medio siglo de palanganeros del poder castellano, tuviéramos la certeza de nuestras verdaderas inclinaciones.

Sea como fuere y por más intentos que haya habido por remachar los clavos del ataúd de la tímida ‘insurgencia leonesa’, milagrosamente sobrevive. De algún modo un poder extraño y mal definido se resiste a desaparecer para disgusto de las fuerzas castellanófilas que abundan dentro y fuera de esta tierra. Un día abordaremos el espantoso ridículo de aquellos leoneses que apoyan a los que ya descaradamente han demostrado que nos quieren suprimir. En esta ocasión seguiremos otros derroteros.

Todas las autonomías que han sido reconocidas como históricas e incluso otras que, pese a no recibir tal reconocimiento, han adquirido condición de comunidades autónomas tienen como base lo que principalmente en Cataluña se ha dado en conocer como el ‘hecho diferencial’ o dicho de otro modo, el o los diversos rasgos de procedencia que permiten diferenciar a los catalanes de aragoneses, de valencianos o de baleares, a pesar de que formaron con los primeros parte de una misma corona y con los dos últimos comparten prácticamente una misma lengua, lo que unido a unos mismos hitos históricos comunes, permite a los expansionistas catalanes hablar de los Països Catalans que irían desde el Rosellón hasta Alicante, ambos incluidos. 

Otro tanto sucede con vascos y navarros que pese a sostener fuertes lazos étnicos, históricos y lingüísticos, sostienen dos autonomías bien diferenciadas. Los gallegos, aunque fueron parte integrante del Reino de los Astures primero y después, como herencia, del Reino de León, tienen su lengua como rasgo distintivo que los asimila con el norte de Portugal entre el Miño y Coimbra, casualmente la región que supuso el canto del cisne de las posesiones leonesas en el país vecino, antes de que éste se declarase como reino independiente de León.

Andaluces, extremeños o canarios, además de santanderinos, asturianos, logroñeses o madrileños, también han hecho valer sus ‘rasgos diferenciales’, algunos de ellos ficticios, para lograr el estatus de Autonomía propia, cosa a lo que los presuntamente representantes leoneses hurtaron a sus paisanos en una de las páginas más aciagas de la historia de esta tierra y que han ido heredando sus sucesores que han ocupado puestos de responsabilidad, enfangando aún más el ya de por sí impresentable palmarés de la inmensa mayoría de nuestros políticos.  

Un reducido colectivo resistente

Al margen de la demografía genuflexa de León, elitista, fina y distinguida, queda un reducido colectivo –ese mismo que ya mencionamos que sobrevalora la prensa local– que está por la labor de seguir erguidos y reivindicando nuestros derechos como ciudadanos hispanos que no se resignan a ser una mera franquicia vallisoletana (perdón, quise decir castellana... ¡Un lapsus!). Pero hete aquí que muchos leoneses bienintencionados, sea por desorientación, sea por esnobismo, sea por ignorancia, parecen sobrados de argumentos para alcanzar lo que desean llegando a desdeñar los escasos recursos de entidad de los que disponemos.

Esto es tan así que incluso personas instruidas llegan a desacreditar públicamente el uso del leonés como si supusiera un signo de atraso. Me gustaría a mí saber que les mueve a pensar que sin poner rasgos diferenciales sobre la mesa podamos llegar a poder hacer un día realidad nuestro deseo. ¿Acaso hablando, vistiendo, comiendo, pensando y viviendo como castellanos, alguien cree que vamos a ser considerados una entidad aparte digna de tener reconocimiento propio? Ciertamente no. 

A un servidor le da fatiga escuchar a leoneses de pueblo y de capital hablando como cultos latiniparlas castellanos, diciendo 'para' en lugar de ‘pa’, terminado los participios en –ado(s), usando terminología totalmente castellana con total desprecio de nuestro léxico, cada uno del que disponga. No quiere esto decir que en el uso del lenguaje escrito o hablado formal no se utilice correctamente el castellano, ése que algunos se empeñan en llamar español, como si el vasco, catalán o gallego, leonés –con el asturiano incluido–, fueran lenguas extranjeras.

Siento pues que algo chirría en conversaciones coloquiales cuando personas que han hablado siempre con términos leoneses mutan a esta nueva modalidad de plegamiento al idioma dominante. He escuchado a un amigo mío pedir un prieto picudo rosado y a un interminable elenco de reconvertidos leoneses usar y abusar de una terminología castellana que les es ajena. Por eso, y como dedicatoria a todos esos leoneses que voluntariamente reniegan de su lenguaje materno y repudian la forma de hablar de sus mayores, va el título de este artículo. Para aquellos que no les llegue con decir una vez –ados para el participio de un verbo en plural, les sugerimos que usen la fórmula de adosados (dos veces ados).

Tengo yo para mí que muchos utilizan este lenguaje florido para darse importancia, como estos trajeados vendedores, banqueros o cargos políticos que te estrechan la mano para marcar distancias. ¿Nos avergonzamos de nuestra herencia? Asturianos y hablantes del Mirandés no lo hacen. ¿Cómo podemos marcar diferencias si nos doblegamos ante una de las señas de Castilla? El mejor autor en castellano ha sido Valle Inclán que no era ni castellano ni leonés. Su uso cotidiano no supone un signo de distinción para quien no lo mamó desde la cuna, antes bien es una memez. Con tanta finolería sobrevenida propongo que se decrete en León un día para glosar sobre el ‘bacalado de Bilbado’ aunque los vascos no utilizan el –ado(s), utilizan, como se utilizaba en León, el –ao(s)

Llegados a este extremo no puedo sustraerme a contar dos anécdotas para este noviciado que profesa la orden de la supremacía lingüística. La una me la refirió con ironía el hijo de un hombre que trabajaba en la fábrica de ovoides de la Robla, a la que llegó una persona interesada en comprar carbón de cocina y expresó así su pedantería al encargado: “Véndeme una tonelada de carbonodo”. Sorprendido el encargado respondió: “¡Qué finodo!” Y el comprador, visiblemente contrariado, respondió: “Pues me jodo”. La otra es más reciente, la escuché hace poco en un restaurante junto al humilladero que mira hacia las murallas de Avila, donde la madre de unos niños pidió ‘Colacados’ para las criaturas.

Plegarias elevé yo al cielo porque no fuera de León.

Tomás Juan Mata pertenece a Urbicum Flumen, la Asociación Iniciativa Vía de la Plata

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