Amigas

Si las pusiera a todas juntas harían un pachtwork bello y extraño a la vez. Tienen poco que ver y, al mismo tiempo, podrían encajar de tal forma que arroparse con sus singularidades evidenciaría una armonía casi perfecta.
Nos detenemos poco en el valor de la amistad. Se parece a lo que ocurre con esos personajes secundarios que aparecen en las novelas y a los que casi nadie les da demasiado importancia. Sin embargo, si no estuviesen ahí, la trama no tendría sentido ni se revelaría la clave del deseo del personaje principal: su motor. El protagonista a veces no sabe verlo, pero quienes sujetan la estructura de su historia, sí. Lo señalan, lo marcan, lo detectan, lo evidencian.
En los últimos tiempos he vuelto a los brazos de gente muy dispar: mujeres que han vuelto a aparecer en mi vida como por arte de magia. Con algunas no había perdido el contacto pero con otras, sí, hacía años que no pasaba un rato genuino de calma y alegría conjunta. Y está pasando.
Y reconforta. Hay personas que nos conocen más de los que nos creemos comprender a nosotras mismas. Probablemente porque esos personajes secundarios son, en realidad, testigos atentos, con la distancia necesaria para diagnosticar tus dolores y tus pasiones a un golpe de vista. Incluso si han pasado meses, incluso años.
Resulta que tengo alrededor un ejército de mujeres intuitivas que me han venido sosteniendo todo este tiempo sin que yo fuera consciente de ello. Soldados de lo cotidiano que han respetado mis silencios, mis locuras, mis desapariciones. Y sin embargo, han seguido ahí, en el mismo sitio, a una llamada de teléfono de distancia para abrir sus brazos y dejarme descansar en ellos.
Hay mujeres de diverso pelaje en mi vida porque he querido experimentar millones de desafíos: en ellos, muchas de las que me acompañaron, pasaron a ser incondicionales. Ejecutivas, comerciantes, periodistas, escritoras, profesoras, editoras, músicas, pintoras, médicas y, sobre todo, soñadoras: todas, soñadoras. Nos respetamos, nos admiramos, nos entendemos, nos apoyamos. Y hemos llorado y reído mil veces. Y el otro día, después de una noche de fiesta conjunta con dos de ellas, me descubrí volviendo a escribir poesía. Hacía años que los versos no venían a mí. La poesía no es algo que busque, es una forma que sencillamente aparece en mi sangre como una música que sé que debo interpretar y traducir en palabras cuando brota. Me vi entonces escribiendo poemas a esas mujeres y a otra fundamental: la naturaleza.
Resulta que me he enamorado de la única verdad que percibo en estos tiempos feroces: la que la tierra propone con sus ciclos y su inclemencia y su voracidad y su belleza furiosa. Resulta que me enamoré de la naturaleza y sé que las que van a reescribir esta historia de muerte y sangre que parece avecinarse serán las que saben dar vida, tener siempre los brazos abiertos y acariciarte el pelo cuando vuelves de la batalla. Esas son mi ejército, mi patchwork extraño y bello, las mujeres a las que quiero dar gracias por no desaparecer a pesar de mis trayectos.