León, julio de 1936: una ciudad atemorizada bajo el mando de los militares sublevados contra la República

Aguadoras en la Plaza del Grano.

La ciudad de León vivió hace 88 años el levantamiento del Ejército contra las autoridades republicanas con temor. Unos, los partidarios republicanos moderados por las represalias que estaban viendo que les podrían tocar a ellos, otros, los obreros, por su vida, y los más afines a la sublevación observando que lo que los militares decían de que estaban controlando la situación no era cierto.

Temor entre todos los ciudadanos ante la incertidumbre en una capital leonesa en el que el coronel Lafuente comenzaba a dar muestras de que el verdadero líder de la sublevación era él, y no el general Bosch que, en pocos meses, sería retirado de todos los mandos.

Carlos Bosch y Bosch era comandante de la XVI Brigada de Infantería, con sede en León, unidad que formaba parte de la VIII División Orgánica. Las fuerzas militares de la provincia estaban compuestas por el regimiento de infantería Burgos n.º 31, bajo el mando del coronel Vicente Lafuente Baleztena, con un batallón en la capital, León, y otro en Astorga. También incluían al grupo de reconocimiento aéreo n.º 21, basado en el aeródromo de La Virgen del Camino, que contaba con dos escuadrillas Breguet XIX de 18 aviones cada una. El 18 de julio había llegao a León una gran columna de mineros asturianos por carretera y ferrocarril, exigiendo a los oficiales de la guarnición que les entregaran armas. Aunque al principio el general Bosch se mostró reticente, tras recibir órdenes del general lealista Gómez-Caminero, inspector del ejército que había llegado de Orense, finalmente accedió y entregó a los mineros unos 200 fusiles y 4 ametralladoras.

Dos días después, el 20 de julio, cuando toda la provincia estaba paralizada por una huelga general, Bosch declaró el estado de guerra y se sublevó, justo cuando la columna de mineros ya se encontraba lejos de León. Las fuerzas sublevadas bajo su mando tomaron el control de León y Astorga con relativa facilidad tras el paso de los mineros de regreso a Asturias.

Después de la sublevación, Bosch asumió brevemente el mando de la VIII División Orgánica, hasta que el 22 de septiembre de 1936 fue relevado de su cargo y nombrado gobernador militar de Ferrol. No mostró gran entusiasmo por la política de los rebeldes y, el 19 de febrero de 1937, pasó a la reserva por edad. En poco más de medio año, el aparente cabecilla de la sublevación en León fue apartado de todos sus cargos.

Tras la publicación, el 25 de julio de 1936 de un boletín especial del Ejército, compuesto por el periodista Carmelo Hernández Moro, Lamparilla, los leoneses supieron que los militares habían destituido al alcalde Miguel Castaño, al presidente de la Diputación, el jovencísimo Ramiro Armesto y retenido en su casa al gobernador civil, Emilio Francés. Así como habían detenido a muchos de los líderes obreros: entre ellos el pintor Modesto Sánchez Cadenas, que había vuelto tras huir en la Revolución del 34 y esta vez decidió quedarse pechando con su responsabilidad. Todos terminarían fusilados, la mayoría en noviembre de ese mismo año.

Es ahí donde queda clara la importancia del coronel Lafuente, que en realidad fue el líder de la sublevación en León, que detuvo al capitán Lozano, abuelo del expresidente del Gobierno José Luis Rodríguez Zapatero, que defendía el Gobierno Civil en la tarde del 20 de julio y a otros tantos militares como Eduardo Rodríguez Calleja, también del Regimiento Burgos 36, y el teniente Emilio Fernández Fernández, de la Guardia de Asalto, o el comandante de la Guardia Civil en León Santiago Alonso Muñoz. Los protagonistas del golpe están descritos en este reportaje firmado por José Cabañas.

¿El premio a Lafuente? Fue promocionado a general y así se nombró su calle: General Lafuente. Una vía en la que está el edificio de la Subdelegación de Defensa (y al otro lado el Hotel Conde Luna), lo que en tiempos anteriores era el Gobierno Militar. Han tardado 76 años para quitarle el nombre a una calle creada en 1948 —aunque aún no se haya hecho efectiva y su placa siga ahí—, tras la decisión del Ayuntamiento de León de este mes de junio de renombrarla como Calle de la Policía Nacional. Una anómala situación, ya que el PSOE lleva gobernando con José Antonio Diez cinco años, que hasta Zapatero criticó en su momento, ya que han pasado casi veinte años desde que él aprobó la Ley de Memoria Histórica que obliga a retirar las calles franquistas de las ciudades. Quedan aún 22 más en León por ser retiradas, entre ellas las de alcaldes de la capital y presidentes de la Diputación Provincial nombrados por la dictadura.

La desconfianza del alcalde de León nombrado por los militares

En los primeros días después de la sublevación, aunque los mineros intentaron tomar la ciudad sin éxito el 23 de julio por la mañana, la población soportó angustiada la situación. Las noticias iban y venían, y las autoridades recién nombradas, como Enrique González Luaces al que nombraron alcalde accidental de la capital (poco después lo cambiarían a presidente de la Diputación Provincial tras varios nombramientos fallidos) se las veían y deseaban para “mantener el orden” y “los abastos y suministros”.

Los militares habían empezado a detener a todos los obreros y encargados, acusados de marxismo, y se habían descabezado, por tanto, los servicios municipales. En su diario, publicado en parte en el libro de Javier Fernández-Llamazares Los leoneses que financiaron a Franco, cuenta:

Hacía falta arbitrar recursos; mantener los precios; hacer frente a las necesidades del consumo, y enfrentarse con los que se aprovechaban en todo momento de las guerras y las revueltas para vender todo más caro, y yo no tenía apenas personal subalterno en quien confiar. La gente desconfiaba del triunfo de los militares porque Radio Madrid, funcionando constantemente, daba noticias de que el Gobierno dominaba en todas partes. Yo apenas podía oírlas porque no tenía tiempo, a pesar de que en el despacho del alcalde estaba instalado un magnífico radio-receptor. Supe después que para el Gobierno Civil habían llevado otro también muy bueno.

¿No es esto una prueba de que esta gente ya lo tenía todo previsto el sábado? ¿Pero qué es lo que querían? Los republicanos tenían ya República. ¿A qué más aspiraban pues? ¿Y por qué y para qué ese contubernio con los socialistas de gentes que hacían ostentación de su ortodoxia republicana? No me lo he explicado nunca.

Así han pasado los primeros días de la revolución; yo mantuve el orden en la vida civil; tomé precauciones con los abastecedores, y no faltaron ni un solo día ni las subsistencias, ni aun aquellas cosas que son superfluas y constituyen lujo en el aderezo de las comidas.

Sin embargo, Luaces no las tenía todas consigo:

La gente obsequiaba aisladamente al Ejército; todos rivalizaban en invitar a comer a los jefes de los pelotones destacados en los suburbios, y por fin Picón y Orejas en tono un tanto sostenido- invitándome a abrir una suscripción para obsequiar a los soldados.

En mis frecuentes visitas al Cuartel y al aeródromo me daba cuenta de que la cosa no iba por camino tan mollar como muchos creían. Yo tenía la impresión de que sería necesario no obsequiarlos, sino mantener a las fuerzas armadas, porque no había comunicaciones con los centros de aprovisionamiento y en la antigua Casa del Pueblo no hacían más que llegar muchachos jóvenes que había que mantener.

Le dije a P. Escudero ese deseo y le invité a presidir una comisión 'Pro fuerza pública', que se formó inmediatamente y comenzó a funcionar enseguida. En aquellos días F.E. empezó a dar señales de vida y “anunció una suscripción” para mantener a sus milicias; a la alcaldía llegaron algunos vales por comidas para que la Caja municipal lo pagase. Aquello no podía ser.

Escudero, Eguiagaray, Fábregas, Domingo Suárez cumplían a la perfección su labor, organizaron y dirigieron una comisión de 'Intendencia' que, algún día se sabrá, se me figura que en los primeros tiempos era de las mejor organizadas de España.

Pocos días había que yo no fuese al aeródromo y al Cuartel. El aeródromo lo visitó varias veces un avión rojo que lo bombardeaba. Un día incendió uno de los dos aparatos únicos que existían en la Base. Allí estaban todos mis amigos, “a pie”. Ellos no pueden hacer nada; no tienen bombas… pero el avión venía todos los días y del resto de España no había noticias. Se esperaba todo de Madrid para el día de Santiago, 25 de julio, pero se sabía de cierto que las bajas del alto del León eran enormes, pues los aparatos de Cuatro Vientos no cesaban de bombardear a los valientes que sostenían las posiciones del Alto del León. La gente que había ido a “ver aquello” volvía descorazonada. Así lo dejaban ver, sino en los relatos, en sus actitudes y en un disimulado pesimismo. Al dar unos cigarros a un jefe militar caracterizado en el Movimiento me dijo “Es muy pronto todavía; está la pelota en el tejado”. El general Bosch era también pesimista [...].

Es decir, que pese a las alharacas propagandísticas de los militares, la sublevación no había tenido éxito. Y esto lo demostraba también que el 6 de agosto una columna de voluntarios falangistas se desplazó al Alto del León. “El 6 de agosto salió una centuria de falangistas leoneses hacia el frente del Guadarrama, con Bernardino Bécares al mando. Alcanzaría notoriedad en la sierra madrileña con el nombre de 'Las Campanillas', por la posición que defendía”, explica Fernández-Llamazares en su libro.

Salió mal. Las bajas fueron impactantes en la ciudad. En la actualidad, la calle de la parte de atrás tiene ese aparentemente inocente nombre, calle de Las Campanillas, pero que con la Ley de Memoria Democrática en la mano debería ser retirada. ILEÓN propuso en su momento que se renombrara como Joaquín Heredia, el entonces presidente de la Cruz Roja de León (la calle que sube hacia el Espolón se llama así), que también fuera seleccionador nacional de fútbol (sin que la Federación Española lo reconozca) y que fue sacado de San Marcos y fusilado. Su cadáver nunca se encontró, aunque se cree que está en la finca de La Cenia. La solicitud de este periódico de honrar su nombre jamás ha sido valorada ni en la Real Federación de Fútbol Española ni en el Ayuntamiento de León.

Los líderes obreros huyen de la capital leonesa

Por la otra parte, la de los republicanos del Frente Popular, la circunstancia fue bien distinta. Esa sí que era terrorífica. Si no estaban detenidos (como Modesto Sánchez Cadenas) estaban huyendo de la ciudad.

Según las investigaciones de Javier Fernández-Llamazares “la policía –que, como es lógico, estaba muy bien informada de los antecedentes políticos de la mayoría de los hombres políticamente más influyentes dentro de una población que no sobrepasaba los 35.000 habitantes– realizó un buen número de selectivos registros domiciliarios durante los días siguientes al Alzamiento, la mayoría con resultado negativo o infructuoso. Pero, entre los registros positivos, localiza especialmente dos: por un lado, se incauta, entre otros importantes documentos, de unas memorias localizadas en el domicilio (calle de La Sal) del reputado pintor Modesto Sánchez Cadenas, en las que éste explica con detalle su propia implicación (dando buen número de nombres propios y detalles) en el frustrado plan de tomar por la fuerza en octubre de 1934 el Cuartel de Infantería del Cid en León, así como el aeródromo de La Virgen del Camino, entre otros planificados objetivos”. Un diario que publicó en su momento en exclusiva ILEÓN.

Es decir, “la policía encuentra una prueba irrefutable de lo que no se pudo demostrar en el macro-juicio (perdón por la anacrónica comparación) que siguió a los sucesos de octubre de 1934 y que provocaron la extrema irritación de buena parte de los mandos del Ejército español. Por otra parte, la policía se hace igualmente con unas memorias en el domicilio del Secretario del importantísimo Sindicato Minero Castellano en el domicilio (calle Santa Nonia)[1] de Antonio Fernández Martínez. En las 'memorias' de Antonio Fernández se dan nuevamente todo tipo de datos sobre lo sucedido en octubre de 1934”.

Otro de sus libros sobre la época es La II República contra sí misma. Los estalinistas leoneses en 1936, en el que cuenta quiénes eran los agitadores de izquierdas leoneses, incluso contra los moderados del PSOE como Armesto y Francés. En sus investigaciones determina cómo fue la represión de las nuevas autoridades sublevadas y cuáles fueron los líderes obreros que consiguieron escapar, dejando “quizás cobardemente tirados a sus compañeros como hizo Alfredo Nistal, que le pusieron una calle mientras a Sánchez Cadenas, que sí se quedó con funestas consecuencias, lo ha olvidado todo el mundo”.

Relata Javier Fernández-Llamazares:

Así pues, las fuerzas de seguridad del nuevo estado surgido tras el golpe de Estado se hacen con dos importantísimos documentos con los que puede, extrajudicialmente –en unos momentos críticos de la Historia de España en los que las libertades y derechos jurídicos de las personas no se respetan– 'justificar la eliminación física o la represión del adversario político.

A pesar de todo esto, hay otro dato que es muy importante tener en cuenta: la mayoría de los hombres implicados en los mandos directivos de los partidos y sindicatos que componían el Frente Popular tienen tiempo a escapar y, de hecho –conscientes de la gravedad del extraordinario momento que les ha tocado vivir– lo hacen en el momento en que son conscientes de que el Alzamiento ha triunfado en la ciudad, lo que sin lugar a dudas les salva la vida: Huyen Juan Antonio Álvarez Coque (otro de los históricos del PSOE y socio marmolista de Miguel Carro Llamazares); Alfredo Nistal, líder de la Revolución de octubre y verdadero 'número 1' del PSOE en León; Carlos Mauriz Menéndez, Secretario Local de las Juventudes Socialistas de León y Secretario del Sindicato de Banca, destinado en el Banco Central; Vicente Martín Marassa, uno de los más influyentes miembros del Frente Popular que pertenecía a Izquierda Republicana; Florentino Monroy Quirós (considerado uno de los más peligrosos del anarco-sindicalismo según informes de la policía ya que había sido detenido por la muerte de Fernando González Regueral en 1923; vivía en la calle Santa Ana nº 69 y abía sido presidente y secretario de la CNT en León); el comunista Julio Blanco Blanco, el ex diputado socialista y relevante e histórico miembro del Sindicato Minero Castellano Agustín Marcos Escudero, Vela Zanetti, Fidel Blanco Castilla, el anarquista Laurentino Tejerina, el teniente de Asalto Manuel Lledo Capdepón; y Juan Monge Zapico, otro de los históricos del PSOE, quien se esconde y permanece oculto y clandestino hasta nada menos que 1948.

Así, la capital leonesa vivía atemorizada durante las semanas posteriores del levantamiento de Lafuente, que sabía perfectamente a por quiénes tenía que ir.

Un temor a la incertidumbre sufrido de forma distinta por unos, los contrarios al Frente Popular, que otros: los que apoyaban al Gobierno legítimo de la Segunda República y los líderes obreros.

Unos los que apoyaban al Gobierno legítimo, fusilados y encarcelados. Los otros, al albur de las arbitrarias decisiones de los militares y los falangistas aunque fueran afectos al golpe, como le ocurrió a uno de los creadores de León de primeros del siglo XX, Luis González Roldán, al que el franquismo le sometió a un acoso que le costó la hacienda, la salud y el exilio. La vida era tan incierta que hasta Enrique González Luaces sufrió la ignominia y la sería cesado en 1937, debido a su postura crítica con lo que estaban perpetrando los militares: tuvo que abandonar cualquier opinión política en 1938 acusado de masón.

Lo que no imaginarían ninguno de aquellos leoneses, independientemente del bando que apoyaran en aquel momento, es que el horror de una Guerra Civil se extendería por casi tres años. Y que habría una terrible dictadura, dirigida por el general Franco –entonces considerado un héroe de España, que había salvado a la misma República en la Revolución del 34 en Asturias y León– por casi cuarenta.

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