Hace un siglo en León

Máquina de la línea de tren León-Matallana, inaugurada en 1923.

Si el pasado deja huella en el presente, León mostró su rumbo en el concierto de las provincias de España hace un siglo. El rumbo de su destino colectivo. Reinaba Alfonso XIII, un Borbón al que le gustaba mandar, politiquear y zascandilear. Nació rey y murió en un hotel del exilio.

Pudo cubrirse de gloria en la regeneración del país, pero dejó en pie las fuerzas oligárquicas y caciquiles que había heredado, hasta que el pasillo se le estrechó y llamó al espadón Miguel Primo de Rivera para que una dictadura militar sostuviera a la desacreditada corona. Cuando la dictadura cayó, arrastró a la monarquía al precipicio.

Añade el historiador Paul Preston en Un pueblo traicionado (2019) que el auge de la corrupción en España se dio precisamente en este reinado, cuando la clase dirigente traicionó a la masa trabajadora, condenándola a sobrevivir en precario.

La larga crisis de 1898

La crisis del 98 abrió el camino al siglo XX, con un rescoldo de sentimiento patriótico desangrado por la pérdida colonial. En León, la prensa afín a los poderosos, los del régimen canovista, trataban de que los leoneses olvidaran –si es que un día lo supieron– las verdaderas causas de sus problemas. La provincia vivía desmovilizada, sin pitos que tocar en la política nacional porque todo estaba amasado de antemano. Abulia, falta de pulso, ausencia de asociaciones, incapacidad para diagnosticar los males que acechaban a la mayoría, mientras la minoría rectora vivía holgadamente de espaldas a los problemas sociales, aunque sumisos a los mandatos que llegaban de Madrid. León ha sido siempre una provincia satélite. 

El reto de subsistir cada día ocupaba el tiempo, el ánimo y el esfuerzo de la mayoría de leoneses. Subieron los precios de los productos de consumo, se destruyó empleo y los agricultores doblaban el lomo para producir trigo con un arado romano. La extensión de la pobreza adquirió un perímetro desconocido. Hubo mayores cargas impositivas en municipios como la capital y una especulación con la harina, pese a que el grano no había subido demasiado. Pero la mayoría leonesa agachó la cerviz y encogió el estómago. 

La mendicidad ofrecía estampas de famélicos en las puertas de alguna institución benéfica para recibir el rancho diario. La mayor esperanza laboral estaba en el auge minero de la provincia, el tajo del carbón para aspirar a un jornal fijo. ¡Pobre León! Una provincia atrasada, aislada, semianalfabeta, bajo una minoría poderosa que dominaba el cotarro. El pesimismo –el mismo que hoy tiene esta provincia– no era una cuestión sentimental sino la base real del atraso. La repatriación de los leoneses de Cuba, Puerto Rico o Filipinas no supuso una operación boyante de capitales sino un aumento de personas desvalidas en las calles. La ciudad de León tenía hace un siglo niños flacuchos, inmigrantes del campo con hatillo, maleantes y señoritos, poderosos con bastón y tiros largos, obreros mansos, señoritas que vestían a la moda, empleadas que envidiaban en silencio a sus dueñas, oficinistas, empleados de mostrador, artesanos que no tenían magro para aspirar a burgueses. 

En el resto de la provincia, abundaban en cada rincón labradores, ganaderos y pastores.

Políticos de ponerse y no quitarse

Se fue desgastando la política del fraude electoral que imperó en el siglo anterior, aunque la alternativa al poder de Cánovas –ya muerto– y Sagasta –ya viejo– no se veía en el horizonte. Aquello fue un monopolio del poder sin capacidad de protesta ni reacción por parte de los leoneses. Para distraer el foco de atención, Silvela inventó lo de 'elecciones desde abajo', un trampantojo levantado por las redes de clientelismo y caciquismo, capaces de dominar el panorama leonés. Sobran ejemplos de la desfachatez de algunos y del silencio de la mayoría.  

Hace un siglo, ciertos distritos electorales de esta provincia eran propiedad exclusiva de ciertos diputados. Que se lo pregunten a Fernando Merino en La Vecilla, a Modesto Franco y José María Quiñones en León, a Mariano Andrés en Sahagún, a Luis Belaúnde en Villafranca del Bierzo… Fernando Merino, yerno yernísimo de Sagasta, fue el prototipo de político con negocios en León, aunque sin descuidar la carrera política en Madrid. En sus quehaceres se confunden los asuntos públicos con los negocios privados. Su influencia le llevó a ser ministro de la Gobernación en 1910. Los leones le jaleaban cuando traía invitados a León, seguramente porque desconocían la verdadera naturaleza de su inusitado éxito.

Sagasta con su familia: de pie tras su hijo y su mujer, Fernando Merino Villarino.

León ha sido tierra de caciques a caballo, una estirpe bien pegada al paisaje. Hubo caciques en Astorga, Valencia de Don Juan, La Bañeza, Sahagún... Entre ellos tejieron una malla clientelar que nadie se atrevía a taladrar: malversación, falta de transparencia, falseamientos en las urnas, intimidación, coacciones. A veces, hasta se heredaban los cargos en una suerte de nepotismo extemporáneo. Manuel Gullón sustituiría a su tío Pío en el escaño del Congreso. Lo mismo ocurría con Demetrio Alonso Castrillo y su hijo Mariano en Valencia de Don Juan. Cuando los merinistas –grupo influyente que comandaba Fernando Merino y que se prolongó dos décadas- vieron débil al republicano Gumersindo Azcárate, le dieron un codazo y pusieron a José Eguiagaray o Bernardo Zapico.

Los leoneses iban solícitos a votar. De lo demás se encargaban los profesionales de la política. Las prácticas fraudulentas en León eran escandalosas, en medio de un silencio generalizado: diputados cuneros encasillados, cargos en heredad, resultados pactados de antemano... Fernando Merino también colocó sus peones en El Bierzo, de hecho, en Ponferrada hubo diputados cuneros durante muchos comicios: Antonio Villarino (conservador), Leopoldo Cortinas (liberal), José Luis López (sector de García Prieto). Otro voto cautivo fue el de Eduardo Dato en el distrito de Murias de Paredes, un político que no pisaba esta tierra ante la cantidad de cargos que acaparaba en Madrid. 

Bajo el dominio de unos pocos poderosos, León se convirtió en una provincia sin pulso, al albur del destino que otros marcaban. Las mejores cabezas de aquellos años amaban esta tierra, pero su labor se desarrolló fuera. Fue el caso de Gumersindo Azcárate, Eugenio Merino, Álvaro López Núñez, León Martín Granizo... Todo suena demasiado próximo y repetitivo. 

Entre 1875 y 1925 salieron de León más de cien mil leoneses, emigrantes con destino a Europa, a ciudades como Madrid o Barcelona, también en emigración trasatlántica para desembarcar en Argentina, Cuba y México. Se fueron debido a una agricultura arcaica, excesiva población rural, paros estacionales y una mala distribución de la propiedad de la tierra. Los que quedaron, vivieron bajo el círculo de las fuerzas vivas del pueblo: alcalde, maestro, médico, cura, boticario. 

Sectores de un discreto avance

¿Pero hubo alguno bueno hace un siglo? Algo hubo. Las cifras dicen que los esfuerzos en instrucción pública de León estuvieron por encima de la media nacional. En los años veinte trabajaban 1.500 maestros en la provincia, un logro ante la orografía de montaña, con núcleos aislados. Se pasó del 40% de analfabetos en 1905 al 19% en 1930. El mérito hay que atribuirlo a decisiones acertadas –las hubo– y unos ayuntamientos que corrían con los gastos de un local para la escuela, y casa y salario para el maestro. En un ambiente empobrecido donde no siempre se apreció la cultura, resultaba meritorio luchar contra el analfabetismo con un cuadro de niños absentistas, precarios medios y sueldos de miseria. 

Los logros de aquellos años habría que repartirlos con fundaciones como Sierra-Pambley, un catalizador de ideas ilustradas y krausistas, sin apoyo estatal, acogiendo a niños de sectores desfavorecidos en Villablino, Hospital de Órbigo, Villafranca y la Escuela Industrial de Obreros de León, labor completada por la biblioteca Azcárate y la Granja-Escuela del Monte de San Isidro.

Alumnas de Sierra Pambley en 1927.

Otros avances para huir de la precariedad: hasta 1925 no hubo caminos vecinales entre poblaciones. Si coincidía con período electoral, el cacique de turno acondicionaba algún tramo. También se avanzó –lentamente– en el trazado del ferrocarril, no sólo en la línea general con Asturias y Galicia, de hecho en 1922 se comenzó el trazado del tren hullero de Matallana de Torío a León (la estación de Matallana fue inaugurada en 1923). Unos años antes se había extendido el secundario de Palanquinos a Medina de Rioseco y la vía estrecha de Ponferrada a Villablino, pasando a mejor vida el carruaje de postas de cuatro asientos.

Lento fue también el avance de la minería, aunque absorbió excedente de mano de obra del campo. En 1925 se extraían 669 toneladas de carbón leones (habían sido 223.000 toneladas en 1900 y se llegó a 1.135.000 en 1935). Otras industrias eran de tamaño más humilde: talcos, ferrerías, textiles, aperos de labranza o alimentación. 

Al calor de la nueva industria nació el movimiento obrero leonés, aunque las primeras asociaciones se habían dado en el siglo pasado en Astorga y León. En 1900 Pablo Iglesias visitó la capital y asentó las bases de un partido provincial obrero. Su discurso en el Teatro Principal lo aplaudieron ferroviarios y tipógrafos. La semilla germinó y diez años más tarde se conseguía un concejal socialista en León, Juan A. Álvarez Coque. Luego llegarían Miguel Castaño y Miguel Carro. Pola de Gordón, Armunia y Trobajo del Camino fueron las siguientes agrupaciones socialistas. La otra rama obrera, la CNT, tendría posterior implantación. En el contexto de la Primera Guerra Mundial se produjo un desajuste económico y crecieron los precios, no los salarios. Ese fue el motivo de la primera huelga con cierto empaque en León, la de 1917, secundada por impresores, ferroviarios, correos, construcción, mineros de Santa Lucía, Ciñera, Gordón, Cistierna y Sabero. La nota pintoresca la puso Cistierna, con la efímera proclamación de la república el 15 de agosto de aquel año.

Para combatir el movimiento marxista se implantó el sindicalismo católico, de matiz contrarrevolucionario, con fuerte raigambre en el campo y agrupaciones de rama de producción en León, Astorga y Ponferrada.

Y llegó la primera dictadura, aunque no tan dura

La maquinaria constitucional de 1876 colapsó en 1923, resultando inservible. El astorgano Manuel García Prieto había intentado en 1922 presidir el último Gobierno de concentración nacional, antes de que el rey se decidiera por una dictadura militar. El golpe de Estado de Primo de Rivera –alentado por el mismo Alfonso XIII– trataba de salvar a España de “los profesionales de la política”. León, una vez más, apenas reaccionó. Militares, políticos y profesionales siguieron a lo suyo. Diario de León vio el golpe con buenos ojos y sus editoriales anunciaban que la dictadura era recibida con simpatía y respaldo por amplios sectores de la provincia. Los que se opusieron no pasaron de un rato de protesta en las inmediaciones del hotel París.

En 1924 se puso en marcha en León la Unión Patriótica, el partido único del dictador Miguel Primo de Rivera, bajo el lema Catolicismo, Patria y Monarquía. El grueso de la clase política leonesa se apuntó al nuevo carro: Miguel D. Gutiérrez Canseco, Félix Argüello, F. Roa de la Vega, Mariano D. Berrueta, José del Río, José Eguiagaray, Miguel Zaera, Esteban Corral. Aquella dictadura trajo algo bueno: las obras públicas. En León se construyeron sedes de ayuntamiento, pozos artesianos, lavaderos públicos, fuentes, abastecimiento de aguas, puentes, cementerios… Supuso cierto crecimiento económico, a la par que la cultura también daba pasos adelante. Nacían las revistas Renacimiento y Vida Leonesa, con María Sánchez Miñambres plumilla en mano, dispuesta a ser la primera concejala de León.

Francisco Roa de la Vega, que llegó a ser alcalde de León, con su familia en 1920.

Ante tanto entusiasmo con la nueva situación, el rey y el dictador giraron sendas visitas a León, en 1917 y 1929. Fueron aclamados y agasajos, pese a que el sistema que defendían ya llevaba plomo en las alas. 

Tampoco prosperó la conciencia regionalista, demasiado difusa en las dos Castillas y León. La Mancomunidad de Cataluña, creada en 1914, simplemente suscitó un debate en León, pero no pasó de ahí. Castilla dio por excluidas las cinco provincias consideradas leonesas: León, Zamora, Salamanca, Valladolid y Palencia. La conciencia leonesista quedó engullida por la identidad nacional única. Esa música sigue sonando hoy como canto fúnebre.

¿Qué quedó de aquel nefasto reinado? Mucha frustración. La falta de empuje provincial dejó a medio camino la cuestión social y el avance económico, cuya punta de iceberg era la miseria crónica y la mera subsistencia de la masa de desfavorecidos, además del bajo nivel económico, cultural y científico de León.

Esas fueron las bases de nuestro presente.

¡Pobre León!

Etiquetas
stats