La visita del ministro Romanones a León en 1901 que 'creó' el Instituto General y Técnico
Justo cuando comenzaba el siglo XX, en 1901, la olvidada ciudad de León por el Gobierno recibió una de las pocas visitas oficiales que tuvo de un ministro. Y no sólo uno, sino dos. El protagonista de esta historia fue Álvaro Figueroa Torres, el conde de Romanones, acompañado por su compañero el general Weyler. El aristócrata presentó en primicia a autoridades locales y periodistas un renovador plan educativo, una reforma que constituiría la piedra de toque de un nuevo edificio del Instituto Provincial, en el centro de la ciudad, modernista, esplendoroso, que, cincuenta años después –paradojas del destino–, fue derribado para construir el actual Juan del Enzina.
Desde que 1858 en que León se convirtió, por afluencia de gente, “en Babilonia por un día”, no había habido una visita trascendental a esta ciudad. En aquella ocasión llegó Isabel II, que giraba visitas por las provincias norteñas para cimentar su tambaleante corona. Aquí fue recibida con arcos florales, balcones engalanados, cohetes y repiques. Incluso hizo noche en la ciudad.
Más de cuarenta años después, el tren correo del 28 de mayo de 1901 que venía de Madrid traía hasta León a unos pasajeros singulares. Nada menos que a dos ministros del último gobierno de Sagasta, los de Instrucción Pública y Bellas Artes, Álvaro Figueroa y Torres, –el conde de Romanones, un aristócrata dueño de un extenso patrimonio– y de Guerra, Valeriano Weyler, militar famoso por aplicar la técnica de guerra de trochas en la lucha contra los independentistas de Cuba.
Después de diez horas de viaje y varias paradas, fueron recibidos a pie de estribo por las autoridades provinciales y locales.
Junto a Romanones y Weyler viajaban Fernando Merino y Leopoldo Cortinas, ambos diputados a Cortes, además de ayudantes de los ministros y periodistas madrileños que llegaron para cubrir la visita: Luca de Tena, Francos Rodríguez, Saint-Aubín, Ramón Mélida, Ortega Munilla, marqués de Valdeiglesias, Luis Silvela, conde de Garay, Manuel Uría...
El maquinista no entendía de protocolos, así que el tren llegó a León a una hora intempestiva, las seis de la mañana. A pie de estribo, los ministros fueron recibidos por el Ayuntamiento bajo mazas, también por la Diputación Provincial, gobernadores civil y militar, magistrados, jefes de las guarniciones y funcionarios de las oficinas del Estado. La parada militar corrió a cargo de los regimientos Burgos e Isabel II.
En el andén no se podía dar un paso, dada su anchura y extensión. Tras los preceptivos cumplidos, ambos ministros subieron a los coches y se alojaron en casa de Fernando Merino, frente a la Catedral, donde no faltaron en la puerta principal gaiteros, tamborileros y gigantones. En el trayecto por la ciudad pudieron fijarse en fachadas con colgaduras y calles con banderas y gallardetes, además de dos arcos florales, situados en la entrada de Ordoño II y junto al Palacio de los Guzmanes.
La visita se promovía a propósito de la reapertura de la Catedral de León al culto, después de permanecer en obras más de medio siglo. Además de asistir a los actos religiosos de la inauguración del templo principal de la diócesis, visitaron la fábrica de papel, acompañados de su anfitrión, exponente máximo de lo que fue la política en el León del sistema canovista, el de turno pacífico y alternancia de dos partidos en el poder. Merino era diputado, yerno de Sagasta y gran empresario; también el político que más años se mantuvo en el candelero de la política provincial. Los periódicos de Madrid, León, Zamora, Palencia y Valladolid narraron los pormenores. También asistieron ambos ministros al acto de reparto y entrega de premios a niños y niñas de las escuelas públicas, amenizado con música de los regimientos castrenses.
Nuevos planes de Educación
Esa misma noche, Romanones y Weyler fueron obsequiados por Merino con un banquete institucional; al día siguiente el agasajo corrió por cuenta de la Diputación de León, con un almuerzo en el Palacio de los Guzmanes, servido por el hotel Rueda. El menú figuraba escrito en francés, una nota esnobista llena de pretensiones. No faltaron ni las fotografías al magnesio, lo último del mercado de la imagen. A ambos ágapes asistieron autoridades varias, la mayoría con cargos relevantes. El alcalde de León, Eugenio González Sangrador, rompió el hielo a los postres, preguntando en voz alta al ministro Weyler por un nuevo cuartel para León. Comedido, respondió el militar que prometía estudiar la petición, aunque lo que más le preocupaba era un ejército con instrucción militar obligatoria, también la necesidad de evitar la exención a filas por dinero y una reducción del tiempo real del servicio militar. En cuanto al nuevo cuartel, Weyler dio largas, prometiendo que consultaría el tema en el Congreso para efectuar “una orgánica distribución de fuerzas por el territorio”.
Después de un brindis propuesto por el alcalde, Romanones tomó la palabra y expuso con claridad y entusiasmo las ideas generales de su plan de reforma de la enseñanza, que publicaría en breve la Gaceta Oficial. A diferencia de Weyler, el flamante ministro del ramo y primer organizador de la Instrucción Pública del siglo veinte, aprovechó la visita a León para esbozar su nuevo plan, provisto de “la fogosa oratoria que le caracteriza(ba)”, según contó El Globo de Madrid.
Dejó constancia de que a los institutos de segunda enseñanza se les daría un carácter práctico, “del que ahora carecen, quitándoles del sentido abstracto y metafísico en el adoctrinamiento de la juventud”. Para ello –continuó el ministro– se implantarían nuevos estudios de aplicación en artes e industria. Además, el decreto de la reforma buscaba que la juventud adquiriera conocimientos útiles para abrir nuevos horizontes laborales y profesionales, que habría de servir también en determinadas carreras con menos posibilidades de éxito por falta de una preparación global. Especificó que se implantarían enseñanzas de electricidad y maquinaria, “pues se trata de hacer hombres de provecho”. En el modelo educativo oficial hasta aquel momento “ha(bía) mucho de pedantería e inutilidad, y en cambio falta(ba)n cosas verdaderamente útiles y necesarias”.
Adelantó Romanones que se implantaría un grado de bachiller de dos años de gramática castellana y se exigiría dentro de él una buena caligrafía. “Tal vez, eso exija –aclaró– la supresión de cátedras inútiles y la mejora de otras”. Ese carácter reformista propuesto por el ministro se resumía con la impartición de conocimientos manuales y prácticos, alternando la teoría y técnicas de carpintería, cerrajería y otros oficios, que procurasen la combinación del desarrollo físico e intelectual. “Este sistema –añadió– se halla implantado con excelentes resultados en casi todas las naciones del mundo, como ha podido verse en la Exposición Universal de París”.
En resumen, el aristócrata ministro trataba de dar a los institutos españoles un carácter práctico que no tenían. Fue en León donde Romanones esbozó el primer plan para establecer estudios que hoy llamaríamos de FP, soltando lastre de una educación demasiado teórica y memorística, lo que suponía romper con un academicismo de corte clásico. En entrevista aparte, informó de que el plan afectaba a escuelas Normales, de comercio, de artes y oficios e institutos de segunda enseñanza, que con su plan pasarían a denominarse institutos generales y técnicos.
Visita al Instituto y planes para un nuevo edificio
Romanones, en medio de una agenda apretada de dos días de duración, buscó un hueco para visitar en la mañana del 29 el Instituto Provincial de Enseñanza Media de León, sito en un edificio de la calle Corral de Villapérez y hoy desaparecido. Allí tuvo oportunidad de recorrer todas las cátedras y dependencias del vetusto inmueble, enterándose minuciosamente de los problemas de acondicionamiento e infraestructura. En el despacho de dirección examinó las actas de los exámenes oficiales celebrados pocos días antes (convocatoria oficial de mayo) y la distribución del trabajo para los exámenes no oficiales (junio), quedando sumamente complacido al comprobar que las pruebas se ajustaban a las disposiciones vigentes. Su comentario final fue muy elocuente, según recogió en memoria académica el secretario del centro: “Si el contenido es bueno, el continente es malo”. No pudo decir más con menos palabras.
El Instituto de León ocupaba las instalaciones del viejo caserón de los padres escolapios, un edificio anticuado y destartalado, oscuro y lleno de humedades, que venía consumiendo en reparaciones la parte más gruesa del presupuesto del centro. Aquella visita ministerial se convirtió en el punto de inflexión de la dejadez institucional con el desvencijado inmueble, pues al año siguiente el arquitecto Juan Crisóstomo Torbado diseñó cambios importantes en la ubicación de aulas, gabinetes y cátedras. Pero la labor de Torbado acabó siendo inútil, porque se sobrepuso la idea de levantar un edificio nuevo en León, el edificio del Instituto General y Técnico, eligiendo los solares del mercado de ganado de la calle Ramón y Cajal, en los terrenos que hoy ocupa el IES Juan del Enzina. Ese fue el gran logro de la visita de Romanones a León, ya que el tema se movió con acierto desde Madrid después de la visita ministerial.
La orden de la obra para salir a concurso entre arquitectos fue ejecutada en 1904 y se inauguró el flamante edificio en el curso 1917-18, el primero en propiedad del centro desde 1846. Se trataba de una edificación vistosa en el ombligo de la ciudad, ecléctico en sus elementos, de sabor modernista, provisto de pináculos, con vanos multiformes y pilastras de capitel corintio. Con su actitud receptiva, Romanones había puesto la primera piedra aquel 29 de mayo de 1901. Luego vendrían los problemas de funcionalidad y aforo del edificio, lo que llevó a la aberrante decisión de derribarlo, paradoja que pertenece a una arbitrariedad furibunda, marcando una huella de frustración en el imaginario colectivo leonés.
Fiestas, ceremonia religiosa y fin de la visita
Once días antes del inicio oficial de las fiestas por la inauguración de la Catedral ya no había habitaciones disponibles en hoteles, fondas y casas de hospedaje de León. En el programa religioso oficiado por varios obispos que acudieron a la reinauguración hubo procesión de reliquias, ceremonias de consagración del templo y bendiciones de altar, cruces, sabanillas y otros ornamentos sagrados. También misa pontifical, comitivas, formación de tropas de guarnición ante el Altísimo, así como una decoración solemne de paños y damascos rojos en el presbiterio de la catedral.
Al mediodía del 29 tuvo lugar la misa de reapertura del templo. En la izquierda de la nave central tomaron asiento los ministros, seguidos del resto de autoridades leonesas. Romanones lucía para la ocasión el uniforme de gran gala, con banda de Isabel la Católica. Weyler vistió el uniforme militar de gran gala y banda de Estrella Polar de Suecia. No faltó detalle en la ceremonia, incluso se dispuso en el coro un asiento vacío para Alfonso XIII.
Las calles estaban llenas de público, especialmente en las inmediaciones de la Catedral. Habían venido gentes curiosas de todos los rincones de León y de las provincias limítrofes. Por las calles principales abundaban los trajes clásicos leoneses, muy coloristas, con faldas de rodao y refajo, mantones de Manila, capas con esclavinas y tocados variopintos que contrastaban con los uniformes de negro, sobre todo fracs y levitas.
Los corresponsales de periódicos hicieron una visita al taller de reparación de vidrieras y de los modelos de andamiaje. El horno de cristales que se usó para las obras de reparación poseía las mismas técnicas que en la Edad Media y se habían colocado para la inauguración 23 millones de piezas de diferentes colores. La fiesta popular se celebró a orillas del Bernesga, con afluencia de público de toda condición social. Por la noche hubo fuegos artificiales, teatro, exhibición de cuadros de cinematógrafo y una retreta cívico-militar, acompañada de bandas musicales y público con faroles, además de tres carrozas muy llamativas, de los oficiales carpinteros, bomberos y militares. Así lo contaron los corresponsales de tiradas nacionales como Blanco y Negro, Heraldo, Correspondencia, El Globo, El Liberal.
Balance final
La visita tuvo mucho de agasajos y cumplidos engolados, pero hilvanó reformas y puso en el mapa ministerial a León. Weyler se mostró cauto, pero Romanones estuvo elocuente, incluso espléndido, dando pinceladas de lo que luego fue una reforma práctica, aunque menos amplia de lo que prometió, estableciendo conexiones entre las enseñanzas públicas y otras privadas para que el sistema fuera coherente y compacto.
Su plan dejaba grano por el camino, pero apuntó hacia el futuro. Y lo que fue más importante: se levantó un edificio público a la altura de las necesidades de la ciudad, una joya que lució medio siglo, antes de que las tropelías de talibanes urbanísticos acabaran con ella. Su derribo constituye otra oportunidad perdida, según se lamentan los nostálgicos leoneses. Con lo fácil que hubiera sido dejarlo para sede de una biblioteca o un museo. Romanones estuvo a la altura de su cargo en la visita a León, seguramente más provechosa que la mayoría de las visitas oficiales del resto del siglo veinte... y lo que va del veintiuno.