El Carnaval de 1905 en que los niños de León celebraron la Gran Fiesta del Árbol en medio de un barrizal

Perforadora de pozos de agua artesiana en León en 1905.

Villanueva de la Sierra (Cáceres) presume de ser la primera localidad del mundo donde se celebró en 1805 (hoy la sigue celebrando) la Fiesta del Árbol, promovida por su párroco don Ramón Vacas Rollo. Existe constancia de que León fue uno de los primeros lugares donde también se hizo efectiva la idea en 1819. León en el siglo XIX fue pionera (al contrario que en los tiempos actuales) de muchas cosas, siendo importantísimas sus influencias e implicaciones en Madrid.

No fue hasta finales del siglo XIX cuando se tomó la iniciativa y decisión firme para que el gobierno español, siguiendo la moda proveniente de Estados Unidos, institucionalizara esta fiesta, siguiendo los consejos del arquitecto Mariano Belmás e ingenieros como Rafael Puig y Valls o Ricardo Codorníu Stárico (quien entregó un diploma como primer ecologista de León a Telesforo Gómez, que hoy se conserva), quienes habían respaldado la idea en diferentes conferencias expuestas en la Sociedad de Higiene y en el Centro Instructivo Obrero de Madrid.

En agosto de 1894 se entregó al ministro de la Gobernación, Alberto Aguilera (presidente del Centro Instructivo Obrero) una instancia o petición formal a través del diputado y también arquitecto Miguel Mathet y Coloma (vicepresidente del Centro Instructivo Obrero) para que un día al año, en todas las provincias de España, tuviera lugar dicha celebración. En Villanueva de la Sierra, en 1805, la fiesta no duró un día, sino tres.

Durante el siglo XIX el mundo era plenamente consciente del problema de la deforestación.

Por Real Decreto de 11 de marzo de 1904 se instauró la Fiesta del Árbol con fines repobladores y educativos. Hay que insistir en que León hace más de un siglo fue pionera en muchas cosas y se dispuso a celebrarla de inmediato: porque la Fiesta del Árbol no adquirió carácter nacional y obligatorio para todos los municipios del país hasta 1915 por Real Decreto de 5 de enero de este último año. Hasta 1915, por tanto, el número de fiestas fue pequeño, y se sabe porque están bien documentadas la mayoría de las que se celebraron en España gracias a los Boletines de la Sociedad de Amigos de la Fiesta del Árbol y a las Crónicas de la Fiesta del Árbol de cada año. Fue a partir de 1915 cuando el número de celebraciones aumentó en toda España.

León, marzo de 1905

Este reportaje se corresponde con la celebración de la Fiesta del Árbol acontecida en la ciudad de León en 1905, donde acudió la población en masa. Se celebró en tiempos de Carnaval, en marzo. La esencia de la fiesta consistía, como su nombre indica, en la plantación de árboles, tarea encomendada principalmente a los niños. De este modo, durante la mañana, una multitud de más de mil chavales se presentó en la plaza de San Marcelo, donde les esperaban las autoridades. 

Todo el día estuvo lloviendo, con carreteras y calles enlodadas. A pesar de esto, desde las dos de la tarde empezó a acudir un inmenso gentío a la plaza de San Marcelo y a la carretera de Nava, que fue el lugar asignado ese año para plantar los árboles. 

Las presas de riego de León

Y es que León estaba por aquellos años rodeada de presas. Desde la Edad Media los pozos freáticos alimentaban de agua a gran parte de los vecinos de las casas particulares de la ciudad. El cabildo catedralicio hubo de financiar y ejecutar varios proyectos de traída de aguas desde los manantiales más cercanos a la zona alta de la ciudad, que era precisamente donde se estaban ejecutando las obras de construcción del edificio gótico, y una obra de tamaña monumentalidad, con sus obreros, artesanos, transportistas y oficiales, requería abundancia de agua.

Por otra parte, en la Edad Media (siglo XII) se acometieron importantes obras en la construcción de diversas presas con el fin principal de regar las vegas orientales y occidentales de la ciudad. Estas presas tenían sus limitaciones, pues no podían regar, por problemas de falta de presión, la zona alta de la ciudad, donde se encontraban la catedral y las casas principales. La ciudad se abastecía de agua a través de los pozos de los surtidores que salían desde los acuíferos profundos y de los manantiales que brotaban de la zona noroeste y que alimentaban las fuentes públicas y ornamentales, sobre todo por medio de las presas que regaban las vegas de la zona este de la ciudad, es decir, de La Serna y El Ejido, y la zona donde se encuentran los actuales barrios de Renueva y San Claudio.

Tres eran las principales presas medievales que rodeaban la antigua ciudad:

  1. La presa Vieja o 'del Obispo': la más larga de todas, con sus casi 10 kilómetros de recorrido. Atravesaba los pueblos de Villanueva del Árbol, Villaquilambre y Navatejera para entrar en el barrio de San Lorenzo e ir discurriendo por Cantarranas hasta el actual Parque de los Reyes hacia los campos de La Chantría, para acabar desembocando en el río Bernesga.
  2. La presa de San Isidoro o San Isidro: doña Sancha, hermana del emperador Alfonso VII, concedió esta presa al abad de San Isidoro como único dueño a perpetuidad, lo cual implicó que nadie podía sacar agua ni construir molinos sin el permiso del convento. Algunos años después, en 1158, doña Sancha cambia de opinión decidiendo que el agua de la presa sea aprovechada también por los monjes de San Claudio, una vez que esta sale de San Isidoro. Pero como las dos comunidades no estaban muy conformes en tener que compartir el preciado líquido, se abrió una lucha por el control total del agua que duró hasta 1875, cuando se aprobó el reglamento del sindicato de esta presa, también conocido por «el de los abades», por haber participado los dos abades como beneficiarios. Todavía hoy en día se pueden apreciar vestigios de los molinos que antaño movía esta presa, como el posteriormente llamado Molino Sidrón, el de Quintanilla y el de Villasinta.
  3. La Presa Blanca: Era propiedad de la Catedral, y recibió este nombre como reconocimiento a la advocación de la Catedral. Nace en el Torío, concretamente en Villamoros, pasando por Villaobispo y León para desembocar en el río a la altura de Puente Castro, tras pasar por el paraje conocido como La Candamia. Y es que de la advocación a la Virgen Blanca deriva el apellido hospiciano leonés Blanco: la Casa de Expósitos dependía de la catedral y los niños recibían el apellido Blanco si no tenían otro.

Tras siglos de pleitos entre los vecinos de la zona del Torío, se aprobó y publicó en 1863 un reglamento para intentar poner orden entre todos los regantes, casi coetáneo al acuerdo llevado a cabo entre los abades de San Isidoro y de San Claudio en 1875.

En su primer artículo se decía claramente que la presa Vieja se había construido a expensas de los propietarios de León, Villaobispo, Navatejera, Villaquilambre y Villanueva del Árbol, y que por lo tanto les pertenecía en propiedad. Evidentemente esto implicaba que por ser los dueños solo pagarían por las obras necesarias para la conservación de la presa, no por los riegos; y las aguas se distribuirían por ojales o medules (en el barrio de San Mamés existe hoy una calle con el nombre de Medul). El reglamento citado, tras dejar muy claro quién era el propietario de la presa, pasaba a describir cómo se iba a organizar la junta general. En principio iban a ser cinco los vocales con voto, elegidos por los regantes, pero el cargo iba a ser honorífico, gratuito y obligatorio durante cuatro años, renovándose por mitades. Para ser electo solo se requería ser mayor de veinticinco años y no estar incapacitado legalmente, saber leer y escribir y estar en pleno disfrute de los derechos como ciudadano. 

El lodazal de 1905

Así, León estaba rodeada de presas y la falta de pavimentación en la mayoría de las calles ocasionaba que, en días como el de de la fiesta del árbol, la ciudad se convirtiese en inmenso lodazal…

Los niños, verdaderos protagonistas de la fiesta, permanecían agrupados por escuelas en San Marcelo con sus respectivos estandartes, en puntos prefijados por el Ayuntamiento, que era el responsable de la organización. A pesar de la aglomeración de personas no se produjo ningún suceso lamentable.

Llegaron los clásicos gigantones acompañados por la dulzaina y el disparo de gran número de bombas y cohetes; ante tanta animación los niños difícilmente podían conservar el orden más perfecto en que estaban colocados.

Se presentaron puntualmente las brillantes y numerosas comisiones de todos los centros, sociedades y corporaciones invitadas, cuyos nombres se omiten por no alargar demasiado la reseña.

Con todas las autoridades e invitados en el Ayuntamiento, subieron diez o doce niños de cada escuela, siendo recibidos por el alcalde y veterinario Cecilio Díez Garrote, quien les dirigió unas elocuentes y rápidas palabras porque no procedía realizar un discurso extenso por los apremios del tiempo y por la poca edad de los niños. El alcalde compendió, en las breves frases que dijo, las ventajas y utilidades de todos los órdenes que produce el arbolado, recomendando a los niños que conservasen siempre a los árboles el mayor cariño, felicitándoles por la brillante empresa de cultura que con esta simpática fiesta iban a llevar a cabo.

Un himno

Desde el amplio y engalanado balconaje del ayuntamiento oyeron las autoridades e invitados el himno expresamente creado para la fiesta del árbol, acompañando a los niños la banda del Regimiento con acuartelamiento en la calle del Cid, que se había colocado en el centro de un enorme círculo formado por los niños. A una señal del músico mayor, señor Cetina, entonaron el himno ante el resto de una plaza de San Marcelo abarrotada y ensimismada en el más profundo silencio. El gentío escuchó cómo cantaba aquel brillante y poderoso coro de más de mil atipladas voces, unidas y afinadas de un modo prodigioso, que hizo honor a los señores que se encargaron de organizar los ensayos infantiles. Aquella masa coral, acompañada por la banda, cantó las bellezas del árbol poniendo en sus argentinas voces todo el entusiasmo de sus almas inspiradas, finalmente quebradas por una estruendosa ovación colectiva. 

En marcha

Terminado el himno, que de haber habido mejor tiempo se hubiese tenido que repetir a petición de los oyentes, se puso en marcha la comitiva, yendo a la cabeza los dulzaineros, acompañando a los colosales gigantones y la elegantísima tarasca, que lucía, según las referencias documentales de la época, “una toillete muy chics”. El gigantón negro, con su característica vista fija en el horizonte, parecía seguir el curso de los grandes y variados globos que se soltaron en la plaza; el gigantón chino debía pensar, al oír los chupinazos y bombas reales, en el estampido de exóticas artillerías orientales, y la tarasca, con su carita de coqueta, parecía buscar, con sus gafas y su descaro impertinentes, provocar y ofender a la concurrencia…

El paso de la comitiva por Santo Domingo duró más de media hora con los niños muy bien formados, en procesión con banderas y estandartes; detrás de los niños desfilaban los gremios, sociedades y corporaciones. Entre los estandartes, ricos y elegantes, destacaban el de la Sociedad de Amigos del País, la Escuela Veterinaria y la Escuela Normal de Maestros, así como otros más personalizados y exclusivos que hacían expresa referencia, con inscripciones y pinturas, a la fiesta del árbol.

Durante el trayecto destacaba la música producida por el tambor y el clarín del Ayuntamiento, que custodiaban a la corporación con sus cuatro maceros (mazas de plata) y sus ropones de terciopelo.

Cerraban la marcha, finalmente, las autoridades civiles, militares, y finalmente la clase popular.

La plantación de hayas

Llegada la comitiva a la carretera de Nava (actual calle Mariano Andrés) hubo problemas para que toda ella cupiera organizadamente. Después de no pocas disputas se consiguió que los peones camineros procedentes de Obras Públicas y los niños se colocasen en su sitio. La banda del regimiento y los niños volvieron a interpretar el himno y, tras la pertinente bendición eclesiástica, se plantaron las hayas, perfectamente alineadas, cubiertas nuevamente sus raíces con la tierra que depositaban los peones camineros. La operación, en principio sencilla, duró bastante, pues los niños, excitados, no paraban de hacer comentarios con sus hermanos y progenitores, y además se plantaron un buen número de hayas, desde el actual comienzo de la calle hasta el frontón que existía en el límite jurisdiccional; hoy existe una calle llamada calle del Frontón (propiedad de Tadeo Castaño Unzué).

La merienda

Hubo, finalmente, una merienda en la pradera llamada 'Vista Alegre' preparada por el hotel París y costeada por el Casino de León, que en aquel momento presidía el médico Isaac Balbuena Iriarte, presidente del Casino Leonés, junto a su padre Cayo Balbuena López, pioneros en el encauzamiento y soterramiento de las presas que rodeaban León y en la búsqueda e inversión de maquinaria para conseguir agua corriente para las viviendas y fuentes públicas.

Cada maestro se encargó de recoger las cestas preparadas para sus discípulos. Cada merienda consistía en un pan relleno de dos chuletas de ternera, cuatro galletas y una manzana, todo ello unido y enrollado por un cordoncito. El señor gobernador del momento presidía y supervisaba la operación en medio de la algazara y alegría de los niños, que disfrutaron plenamente del momento en compañía de sus maestros, padres y hermanos, más cuando coincidió que durante un rato cesó la persistente llovizna (aunque luego volvería a llover con fuerza, “aguando”, nunca mejor dicho, definitivamente la fiesta). Durante toda la carretera se habían instalado puestos de fruta, las casas se habían engalanado y sus balcones estaban repletos de gente; no paraban de transitar coches de caballos particulares y otros que eran públicos, los conocidos como ripperts (vehículo con la caja más pequeña que el tranvía y de un solo piso que tenía las ruedas forradas de caucho, con la misma separación entre las ruedas que el tranvía). Desde el frontón se seguían lanzando cohetes voladores…

Eran cerca de las siete de la tarde. Uno de los socios del Casino improvisó los siguientes versos, que no pudo recitar porque la lluvia lo impidió:

El Casino de León

amante del adelanto y cultura,

saluda de corazón

a la noble agricultura.

Por ello esta Sociedad

a plantar un árbol se apresta

que conmemore la fiesta

que hoy celebra la ciudad.

Esperando que a su ejemplo

y oyendo, un leal consejo,

cuide el árbol, como a un templo

tanto el niño como el viejo.

Y pues que en la agricultura

está la regeneración

ánimos, y a replantar

que así progresará León.

La tradición del respeto al árbol en España es antiquísima. Un ejemplo son las Partidas del rey Alfonso X El Sabio (siglo XIII) en las que se instaba a un cuidado especial de los árboles en todos sus reino, y a los pirómanos, si se les sorprendía in fraganti, la ley exigía fuera arrojado el infractor al centro de las llamas como castigo.

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