Carlismo, burguesía y la creación de la Sociedad Económica Leonesa
Desde el siglo XIX, más allá de los enfrentamientos entre partidarios de los Borbones (patriotas) y de los Bonaparte (afrancesados), cristalizó una división entre españoles sobre la persistencia de los defensores del Antiguo Régimen y los partidarios del liberalismo. Esta división, bajo diferentes formas, atravesó buena parte del siglo, con las luchas entre realistas y liberales, carlistas e isabelinos, conservadores y progresistas, monárquicos y republicanos.
Todas estas luchas quedaron perfectamente reflejadas en las guerras carlistas, ya que el carlismo no se ha de ver solo como un enfrentamiento legitimista (entre partidarios de una u otra rama de los Borbones), sino como la oposición de dos concepciones de la vida radicalmente distintas, antagónicas y enfrentadas. En este sentido las raíces ideológicas del conflicto son anteriores y sus secuelas llegan hasta la Guerra Civil de 1936-1939 como se puede comprobar en lo publicado al respecto por el historiador y catedrático José Antonio Balboa de Paz en el libro Los dueños de León.
En general, los comerciantes, prestamistas, banqueros, y también muchos profesionales (abogados, médicos, periodistas...) nutrieron las filas del liberalismo, en las que encontramos igualmente a miembros de la nobleza, compradores de bienes desamortizados, e incluso a eclesiásticos. Por el contrario, la hidalguía rentista, el clero regular y muchos campesinos y artesanos, todos ellos perdedores de ese proceso, se embarcaron en las filas del carlismo.
El carlismo leonés fue temprano en buena parte por la acción del obispo Joaquín Abarca, que se sublevó en favor de Carlos María Isidro en 1833 y fue luego uno de sus más cercanos colaboradores. El carlismo leonés jamás se enfrentó en guerra abierta, sino bajo la forma de partidas desde la primera guerra carlista (1833-1840) hasta la última (1872–1876), cuando un tiempo antes (1869) fue fusilado el que había sido gran alcalde de León (y además carlista), Pedro Balanzátegui.
En la ciudad de León esos grupos políticos enfrentados política e ideológicamente, socialmente pueden ser considerados como fracciones diversas de un mismo grupo social: la burguesía. Hay una vieja nobleza en decadencia o en transformación burguesa, campesinos y obreros, unos en disminución y otros en crecimiento; pero sobre todos ellos el dominio de la burguesía es evidente. Leyendo la prensa liberal del siglo XIX, por ejemplo, el periódico republicano El Porvenir de León, se ve claramente que carlista es todo el que no piense como su línea editorial. Carlista, como hoy fascista, era un insulto para descalificar a todas las derechas sin distinción. En el citado periódico es una verdadera obsesión, pues casi no hay número donde no aparezcan los carlistas, es decir, los adversarios, como el mal que hay que estigmatizar y combatir.
Así, entre los carlistas leoneses podemos citar a Pedro Balanzátegui, Antonio Valbuena, Juan Sánchez, Agustín Fernández, Rufino Barthe, Gregorio de León, Venancio Bustamante, Pablo Fernández, Agapito Rodríguez, José Lázaro, Lesmes Sánchez de Castro, Agapito Ramos, Ramón Estrada Rábago, o la conocida escritora Dolores Gortázar Serantes. Entre los liberales y republicanos a Miguel Morán, Antonio Arriola, Eleuterio Gómez del Palacio, Alejandro Álvarez, Wenceslao García Gómez, Marcelo Armengol, Elías de Robles, Manuel Campo, Urbano de las Cuevas, Santiago Eguiagaray, Eduardo Suárez, Pablo Flórez, Esteban Morán, Vicente López, José Datas, Policarpo Mingote, Ramón Pallarés, Elías Gago, Joaquín López, Ricardo Galán, Pascual Pallarés, Francisco Ruiz de la Peña, Heliodo de las Vallinas, Cándido Quiñones y Felipe Fernández-Llamazares. Siguió el juego político entre los descendientes de ambos grupos, con algunas salvedades y cambios de bando, pues entre todos ellos andaba el juego de la política leonesa: el pueblo solo era comparsa.
Entre los propietarios leoneses hubo decididos y convencidos carlistas muy comprometidos con su causa que perdieron casi todo su patrimonio, como en el caso de los Cabero, quienes se vieron obligados por las circunstancias a vender inmuebles, como su residencia leonesa donde se fundó posteriormente la conocida Casa de la Caridad en 1906, tan próxima a nuestra catedral.
No se debe caer en los temibles tópicos que se expanden impunemente en nuestros días relativos al carlismo. Fuera de las disputas contra los carlistas, las luchas entre los propios liberales (progresistas y moderados al compás de sus corrupciones) fueron tanto o más dañinas para la convivencia. Por medio de cambiantes constituciones, leyes y reales decretos, las distintas fuerzas obrantes en el seno del llamado liberalismo, conducidas por un doctrinarismo fluctuante de un extremo a otro, sembraban confusión y acarreaban la pérdida de la energía cívica, talento que se hubiera podido emplear para grandes mejoras en la industria y en la proyección exterior si hubiese habido unión. Sirvan de ejemplo el Trienio Liberal (1820–1823), con el que acabó el ejército francés al derogar la Constitución de 1812 y devolver a Fernando VII el poder absoluto; el reinado de Isabel II, cuajado de modernidad y de excesivo protagonismo de progresistas dando golpes de Estado y de moderados que no deseaban el entendimiento político; el Sexenio Revolucionario (1868–1874), financiado desde el exterior, con los grandes capitalistas realizando inmensos negocios… Por fin, se desembocó en el período de “mayor harmonía” (sic) política por medio de la Restauración y su Constitución de 1876, que estuvo vigente medio siglo, organizándose el definitivo avance en todos los órdenes de la vida ciudadana española. La demagogia de algunos —tenidos por inteligentes— hizo a la sociedad regresar al enfrentamiento civil en los años treinta del pasado siglo…
La Real Sociedad de Amigos del País
A partir de la llegada del ferrocarril (1863) y del final de la última guerra carlista (1876) la importancia de las murallas dejó de ser primordial. La Real Sociedad de Amigos del País no se financiaba exclusivamente con las aportaciones de la tan cacareada 'burguesía progresista': no es cierto, porque los componentes y descendientes de esa otra burguesía carlista siempre estuvieron bien presentes. Esa anhelada aspiración burguesa de conseguir derechos individuales fue tomando forma concreta especialmente en la segunda mitad del siglo XIX, el siglo paradigmático de la modernidad y de los grandes avances científicos por excelencia (medicina, electricidad, ferrocarril, telégrafo, teléfono…). El fomento de la cultura y el arte fue la tónica común de la Sociedad Económica de Amigos del País en León durante todo el siglo XIX: conferencias, conciertos, creación del Ateneo Leonés en 1856, publicaciones, concursos, incentivos a base de la concesión de becas y premios, entre otras actividades.
'La Económica' o Sociedad de Amigos del País de León, como se la conocía popularmente, se financiaba a través de la cuota de los socios (numerarios), aportaciones públicas (Ayuntamiento), arriendos (campo frutal de San Francisco o paneras del beaterio de Santa Catalina), donaciones, y ciertos derechos de portazgo (en Villaobispo y La Corredera), paso de aguas y teatro. Todos estos beneficios siempre gestionados desde el Consistorio leonés, compuesto frecuentemente por los mismos hombres que ocupaban los puestos directivos más relevantes en la Sociedad de Amigos del País. No sigamos engañándonos: ni la mejoría en los derechos de las mujeres en España son en absoluto patrimonio de la Segunda República española, ni la creación y desarrollo de la Sociedad Económica de Amigos del País fue patrimonio exclusivo de una burguesía liberal y en buena medida republicana, pues solo tenemos que repasar la documentación existente para constatar que una parte de las personas (socios) que la financiaron era de convicciones políticas carlistas, como en el caso de Joaquín Cabero o el propio Rufino Barthe. Porque, en el fondo, tanto 'progresistas' como carlistas aspiraban a lo mismo, aunque tal vez disentían en el modo de llevarlo a cabo.
Los mismos hombres que pertenecían a la Real Sociedad Económica de Amigos del País fueron quienes impulsaron, en buena medida financiaron, la creación del Monte de Piedad y Caja de Ahorros. Este documento que se ve aquí arriba se lo remitieron a Evaristo Gómez y Álvárez Quirós, miembro de una de las estirpes fundadores de la Real Sociedad de Amigos del País. Su antepasado, Claudio de Quijada y Quiñones, tercer marqués de Inicio y cuarto conde de Rebolledo, fue uno de los patricios fundadores de León.
Rufino Barthe Vigil puede considerarse en León como uno de los exponentes más claros de esa burguesía “católica y conservadora”, en contraposición a otras familias burguesas claramente republicanas como los Arriola, Morán, Azcárate, Fernández-Llamazares, Sierra Pambley y demás. Se ha publicado recientemente que Rufino sería uno de los fundadores en la última década de 1890 del Ateneo Obrero Católico, donde se impartían clases y conocimientos de oficios, música y tantas y otras actividades culturales derivadas de la Real Sociedad de Amigos del País de León. Como podemos apreciar, no sólo los Sierra Pambley se dedicaron a fundar escuelas para obreros…
El abogado y propietario carlista convencido Rufino Leopoldo Barthe Vigil, hijo de José María Barthe Oñate y de María Hedubigis Vigil, fue bautizado por el mismísimo Joaquín Abarca, y casó en primeras nupcias en 1861 con la cordobesa de Montilla Fernanda Gómez, falleciendo ésta en 1863. Rufino casó de nuevo con quien hasta entonces había sido su cuñada, Rafaela Gómez, quien también fallecería en 1874 a los 35 años de edad. Rufino falleció a las cinco y media de la mañana de un once de noviembre de 1904 a los 79 años de edad.
Pero... ¡ojo! La ideología no era muro infranqueable entre la burguesía: Francisco Flórez Díaz (de Quiñones), reconocido y convencido carlista, casó con Carolina, hija del comerciante Baudilio Tomé, de clarísima tendencia y reputación liberal. En fin, se podrían enumerar cientos de casos…
Carlistas o no carlistas, los descendientes de esta amplia burguesía propietaria mandaron construir desde comienzos del siglo XX nuevos edificios aprovechando el Ensanche de la ciudad, como el banquero, abogado y farmacéutico Ambrosio Fernández-Llamazares, quien renunció a presidir la Cámara de Comercio fundada oficialmente en León en 1907, y de quien se conservan centenares de facturas que nos dan idea del lujo y esplendor que debió reinar en el interior de sus viviendas, a las que incorporaban los más modernos avances de la época (tal vez será preciso escribir un hermoso libro que refleje el lujo y esplendor imperante en las viviendas de los burgueses leoneses en la primera década del siglo XX, así como de la gran cantidad de negocios mercantiles existentes).
Flora González del Ron y Ambrosio Fernández-Llamazares y Fernández-Llamazares, uno de los últimos socios de la banca, propietarios del hoy derribado edificio construido en la plaza de Guzmán entre la avenida de Roma y de la Condesa (que se llamó Casa de los Picos y se derribó en 1977). Ambrosio renunció a presidir la Cámara de Comercio (germen de la Cámara de la Propiedad) en 1907.
Los cientos de documentos conservados nos muestran la inquietud y curiosidad de esta burguesía por incorporar a sus hogares las maravillosas novedades técnicas que se inventaban a velocidad de vértigo para convertir en más confortables –ya fuesen antiguos o de nueva construcción– sus hogares, como las facturas que se conservan de don Ambrosio cuando residía en un piso de la familia Fernández-Llamazares en la calle Ancha números 10 y doce (edificio que hoy se conserva).