Hugo Miranda de Tuya y Julia Pérez-Seoane: la represión militar franquista de la burguesía republicana moderada

Hugo Miranda de Tuya y su segunda esposa Julia Pérez-Seoane y Díaz-Valdés en 1937.

El plan de los militares sublevados en julio de 1936 era acabar con todos los rastros del sistema democrático, como bien queda demostrado con las descarnadas instrucciones del General Mola de usar “la violencia extrema”, y mientras en un primer momento la represión fue asesina –sobre todo entre los ciudadanos más a la izquierda y con cualquier cargo político republicano no afin a los golpistas–, después de 1937 y tras la guerra no se mataba ya impunemente (al menos a los que no se señalaban con “delitos de sangre”), pero se “hacía la vida imposible” a aquellos que no cuadraban con la Nueva España.

Hay cientos de historias de aquella primera y asesina represión a las izquierdas en la ciudad (León en 1938 era un inmenso campo de concentración con la tercera parte de sus habitantes presos) y en la provincia leonesa. Notorias son las del fusilamiento de los políticos republicanos en noviembre de 1936 como brutal ejemplo para todos los leoneses, estando entre las víctimas el alcalde Miguel Castaño, el gobernador civil Emilio Francés y el joven presidente de la Diputación Provincial Ramiro Armesto. Y también varios casos que demuestran que los militares fueron a “acabar con todo lo anterior”, como el paseo al presidente de la Cruz Roja (y exseleccionador nacional de Fútbol) Joaquín Heredia, o los asesinatos por parte de falangistas de los abogados Fuertes y Zuloaga.

Pero la campaña de asesinatos no se frenó sólo en los considerados izquierdistas, ya que en León la burguesía era bastante progresista y sufrió las consecuencias de ello con incautaciones masivas y asesinatos. Ejemplos de ello fueron cómo cruelmente hicieron financiar su asesinato al Emilio Silva Faba, dueño de una tienda de coloniales en Villafranca del Bierzo, o la persecución incansable tras la guerra del potentado Luis González Roldán, que en un primer momento apoyó el golpe... pero que terminó arruinado tras una serie de acusaciones provocadas posiblemente para sacarle el dinero, ya que los falangistas se excusaron para hacerlo en que su vida era “un tanto disoluta” y poco recomendable en la nueva sociedad del régimen.

Incluso el que fuera nombrado alcalde provisional de León tras deponer a Miguel Castaño, Enrique González Luaces, –y luego presidente de la Diputación– fue retirado de la política en 1938 por sus vínculos con la Institución Libre de Enseñanza y los Sierra-Pambley, amenazando incluso con acusarle “de masón”. Todo debido a sus protestas constantes ante la dureza de la represión; lo mismo que le costó una fuerte multa al obispo José Álvarez y Miranda tras firmar una carta en favor de los políticos fusilados en noviembre de 1936.

Dos profesores de prestigio, en el punto de mira franquista

El caso protagonista de este reportaje, es el del matrimonio entre Hugo Miranda de Tuya y Julia Pérez-Seoane y Díaz Valdés. Dos prestigiosos miembros de la comunidad educativa –otro de los sectores que sufrió la primera represión brutal asesina de los sublevados que fueron directamente a por los maestros– cuyo prestigio anterior a la Guerra Civil era enorme y en el caso de él, de relevancia nacional.

El gijonés Hugo Miranda, catedrático numerario de Matemáticas del Instituto de Mahón en 1910, y del Instituto Jovellanos de Gijón hasta 1920, se trasladó en 1921 como catedrático de Matemáticas al Instituto de Segunda Enseñanza de León Padre Isla. Es en León donde conoce a su segunda esposa, la profesora de Lengua y Literatura en la Escuela Femenina de Magisterio Julia Pérez-Seoane y Díaz Valdés, con quien se casa, por matrimonio canónico, el 23 de diciembre de 1925, teniendo, en 1927, una nueva hija de nombre Julia (como la madre). Ese mismo año de 1927 se construyen en Gijón (calle Ezcurdia), en un solar heredado por Hugo –y con dinero aportado por Julia al matrimonio que a su vez lo ha heredado de su padre–, unos edificios de pisos que acogerán inquilinos. 

Miranda de Tuya estuvo afiliado al partido político denominado Al Servicio de la República (como Ortega y Gasset, Gregorio Marañón, Ramón Pérez de Ayala, Justino de Azcárate, Publio Suárez Uriarte o el propio Antonio Machado), hasta que ese partido desapareció, pasando a militar entonces en el partido de Izquierda Republicana que tenía su sede en la calle Legión VII número 3, en el edificio Roldán. Su vida cotidiana anterior al alzamiento de los militares discurre en el Instituto y del mismo a su lujoso piso de la Calle Padre Isla número 9 (edificio Zorita), rodeado de la tranquilidad que le proporciona su enorme prestigio conseguido a base de honestidad y talento. Es más: Hugo Miranda es un hombre tan discreto como reservado, y no habla de política en público. 

Como en el caso de Luis González Roldán y tantos otros, nadie puede presentar testigos o documentos que prueben lo contrario. En lo que respecta a su profesionalidad, Hugo Miranda prescinde de cualquier idea política en el desempeño de la enseñanza como catedrático de matemáticas. Los alumnos del instituto –puestos en pie al final de la clase dedicada al conocimiento de los cantares y bailes regionales– cantan el Himno de Riego es cierto, pero lo hacen en las clases de música impartidas por el catedrático de esa materia, señor Manceñido, con la letra que le da carácter de himno nacional y constitucional. Hugo Miranda de Tuya es el Director de Permanencias estando obligado a vigilar las enseñanzas, prácticas que han sido acordadas por el claustro de profesores, que es el mismo claustro que le nombró.

Su esposa, Julia Pérez-Seoane y Díaz-Valdés está conceptuada “como derechista” entre el claustro de profesores al que pertenece, y los hermanos de ella son militares de alta graduación contrariados con los avatares por los que discurre la política de Azaña. 

Hugo Miranda, por las mañanas, recoge personalmente los periódicos en el quiosco situado en la plaza de San Marcelo. Está suscrito, desde 1925, al diario La Democracia que dirige el alcalde socialista de León Miguel Castaño; pero cierto es que también lo está al periódico madrileño Ahora, de clara tendencia derechista.

Es tal la alta cualificación profesional de Hugo, y tanto su prestigio personal y humano, que sintiéndose hombre de ideales republicanos, muy poco aporta a la política en su quehacer cotidiano, y por supuesto, nada recibe de ella (“salvo disgustos”). Hugo no acepta favores ni cargos políticos ofrecidos en consideración a sus ideales. Sencillamente no los necesita. Es más, al advenimiento de la República se le ofrece el cargo de Director del Instituto de León, que rechaza rotundamente. Y no sólo eso, sino que recomienda para el cargo a Mariano Domínguez Berrueta, conocido derechista, porque estima que Berrueta es el hombre con mayores cualidades y conocimientos sobre la cultura y vida leonesa para ejercer el cargo. 

Hugo Miranda de Tuya, cualificado republicano sin tacha, se siente, sin embargo, contrario a los ideales marxistas:

Fui republicano, pero nunca socialista ni comunista. No podía serlo, ni podía nadie creer que lo fuera, pues por el trabajo personal de toda una vida me había llegado a crear una posición económica bastante satisfactoria que se derrumbaría (con el consiguiente daño para mi mujer y mis hijos) si llegaran a triunfar las ideas comunistas. Yo no podía más que perder sosteniéndolas.

Y refiriéndose a la Casa del Pueblo, Hugo Miranda se refiere a los “excesos y libertades de las Juventudes de la Casa del Pueblo de León”: 

En efecto, consideraba que en estos partidos había una indisciplina absolutamente incompatible con el principio que defendí siempre de que no puede existir nación alguna sin la más completa disciplina en todos los órdenes de la vida colectiva; principio que apliqué con celo extraordinario y constituye mi mayor orgullo a toda mi actuación profesional. 

Así que vemos de este modo a un ilustre catedrático de Matemáticas, republicano convencido, reuniendo las características típicas de este amplio sector de la burguesía de la época, consabidas características que podemos resumir en su extraordinaria moderación en sus actuaciones políticas; su orgullo y satisfacción de sí mismo; su propia disciplina interna, motor de su alta cualificación y profesionalidad; su respeto absoluto a otras ideologías; su “apoyo natural”, personal y humano a otras ideologías (calificadas “de derechistas”); y su señalada e incondicional amistad con algunas de estas personas de diferente ideología. Así, Hugo Miranda mantiene excelentes relaciones con Cipriano Alonso Barroso, rector del Colegio de los Agustinos; con la Madre Salvadora, superiora del Colegio de las Carmelitas; o con los militares Arturo Usoz y Eusebio Corral. Y es amigo personal, igualmente, de los denominados “elementos derechistas” de la época, como así estaban considerados el médico Olegario Llamazares; toda la familia de Tomás Gala, párroco fallecido de San Marcelo; José Usoz, coronel de infantería; el médico Emilio Hurtado; el comerciante Cipriano Lubén; el escultor Julio del Campo; Victoriano Felipe Sotura, teniente de la Guardia Civil; o Ángel Suárez Ema (Bujía), periodista derechista.

En efecto: en un posterior (y extraordinario por su tono) informe de la Guardia Civil leemos que 

(…) aparte de su filiación política gozaba fama de persona honradísima y celoso cumplidor de sus deberes como catedrático, en el desempeño de cuyo cargo prescindió de toda idea política para dedicarse exclusivamente a la enseñanza de sus alumnos de los que era estimado por los alumnos de la justicia con que los trataba…

El inicio de la guerra les pilla en Gijón

Hugo Miranda está absorto en las correcciones sobre los apartados de álgebra y geometría para la edición de un nuevo libro de matemáticas. Los exámenes finales de curso también le han mantenido muy ocupado. La madrugada del 16 de julio parte para Gijón acompañado de su familia, donde le sorprende el Alzamiento disfrutando de sus vacaciones. Está claro que el hecho de que la suvlevación le sorprendiera en Gijón con su familia fue un enorme golpe de suerte que lo salvó en los primeros momentos del ingreso seguro en prisión, cuando no de haber sido paseado o condenado en consejo de guerra. Porque –aunque sin la menor ambición política y sin remunerar–, había sido compromisario de Izquierda Republicana y hasta había presidido el partido político en León:

“¿Cómo explicar mi nombramiento de Compromisario? Puedo afirmar, ante todo, que me resistí firmemente a aceptar la propuesta del partido [Izquierda Republicana] para ser incluido en la candidatura; tanto mis sirvientas (…) como doña Carmen Verduras [Ordás], P. Isla, 79, fueron testigos de mi oposición en una de las visitas que con motivo de tal propuesta me hicieron varios correligionarios [Manuel Santamaría y Vicente Martín Marassa]. Si por fin llegué a aceptarla, fue por disciplina de partido, y para que la candidatura no presentara preponderancia de elementos marxistas. En la propaganda electoral correspondiente no trabajé en absoluto en la candidatura, ni en la capital, ni en la provincia. En la votación de Presidente de la república voté al señor Azaña, precisamente para oponerme a la posible elección del otro candidato, señor Largo Caballero. Todo esto justifica y explica mi cargo de Compromisario y lo hacen compatible (…)”  

Y hasta su amigo, el presbítero, marino, profesor mercantil, licenciado en Ciencias Exactas y licenciado en Filosofía, Ramón Ortiz de Rivero, llegó a declarar que: 

Sé por persona afiliada al partido de Izquierda Republicana de León que dicho partido funcionaba de manera inconexa y desorganizada, pues se hallaba en perpetua composición y descomposición, y parece que incluso los nombramientos de los cargos no tenían carácter firme, sino eventual. Así, don Hugo Miranda, que pasaba por ser su presidente, no lo era en realidad, ya que aquella persona desconoce que hubiera habido alguna sesión para elegirlo.

Una vez que se ha producido el Alzamiento, Hugo Miranda de Tuya se queda en Gijón, en poder de las tropas republicanas, donde se dedica a impartir clases en el Instituto Jovellanos durante esos primeros meses de la guerra; es decir, imparte clases durante el curso académico de 1936-1937. Mientras, en León, se le destituye de su cargo de catedrático el 17 de noviembre de 1936 y se le pone una multa de 50.000 pesetas. Puesto que el matrimonio se encuentra en Gijón, la “ausencia e ignorancia” de la sanción impide a los sancionados pagar la multa en metálico, por lo que la deuda se terminará saldando con la subasta parcial de una finca de su propiedad en Gijón (calle Ezcurdia números 35 y 37), una vez que la ciudad asturiana cae en manos de las tropas franquistas a partir de noviembre de 1937. Así se nos relata la historia de la adquisición de las casas en el libro Faustino Miranda, una vida dedicada a la botánica

Hugo había heredado de sus padres un solar en Gijón, frente a la playa de San Lorenzo de esa ciudad y, con el dinero que su mujer Julia heredó de su padre, construyeron sobre él una casa de varios pisos, que tenía un jardín adyacente en el que, años después, Faustino Antonio construyó un pequeño pabellón que dedicó a laboratorio para el estudio de las algas marinas del litoral Cantábrico. El matrimonio y su hija Julia pasaban en esa casa las vacaciones de verano, conviviendo, en esa época del año, con Faustino. 

Esta venta será considerada por su esposa Julia Pérez-Seoane totalmente ilegal puesto que se trataba de un bien ganancial, ya que fue construida durante el segundo matrimonio de Hugo con Julia y con el dinero aportado por ella, que a su vez lo había heredado de su padre. De nada le servirían sus reclamaciones. Mientras, con la excusa de las 50.000 pesetas, se entra en el domicilio de Hugo Miranda en León, que queda completamente desvalijado.

La vida de la familia Miranda lejos de León

En Gijón, ciudad controlada por las tropas republicanas, los desmanes y las incautaciones inversas son de igual modo feroces, y Hugo Miranda de Tuya colabora humanamente en todas las urgencias que se le presentan, ayudando con su influencia –que es muchísima– a todas las personas (para nada importa la ideología, y menos si son de su propia familia) que se le presentan en su camino. De este modo consigue excarcelar en Avilés a su cuñado Joaquín Pérez-Seoane, teniente coronel de artillería. 

Las tropas franquistas están a punto de hacer caer el frente Norte. Ante la inminencia de la entrada de las tropas franquistas en Gijón, Hugo y su familia deciden trasladarse a Francia para llegar hasta Marsella, a casa de una amiga de su mujer Julia llamada madame Rostand. Hugo, su mujer, su hija, y su fiel sirvienta Narcisa parten de Ribadesella el 4 de septiembre de 1937 en el vapor inglés Stanborne, pero al llegar a Francia (La Rochelle) las autoridades de aquel país conducen a la mayoría de los españoles desembarcados –fortísimamente custodiados, en coches de ferrocarril y sin ningún contacto con el exterior– hasta la frontera catalana. De ahí pasan a Murcia, donde vuelve a trabajar como catedrático de Matemáticas en el instituto hasta que la ciudad es tomada por las fuerzas franquistas; la familia Miranda vive en casa de Cristeta Sobrino (la oficial de estadística de Murcia destituida por el gobierno republicano a la que la familia de Hugo enviaba dinero desde Gijón).

El 30 de septiembre de 1937 Hugo Miranda es nombrado profesor de matemáticas en el Instituto de segunda enseñanza de Murcia. Gijón cae ante el bando Nacional en octubre de 1937, y por lo tanto las autoridades franquistas proceden a tasar las propiedades de la familia Miranda en la calle Ezcurdia de Gijón.  Mientras la familia Miranda reside en Murcia durante todo el año de 1938, sale a subasta el 15 de junio de 1938 una de sus propiedades de esa dirección.

Desde Murcia, al también cuñado y militar Pablo Pérez-Seoane, que está en Madrid escondido en una casa, Hugo le envía víveres: 

Pablo Pérez Seoane y Díaz-Valdés, comandante de ingenieros en activo, con destino en el Regimiento de Zapadores de Sevilla, de nueva creación; declaro y juro por mi honor: 

Que he permanecido con mi mujer doña María Pérez Conde en Madrid desde el Glorioso Alzamiento Nacional hasta el día de su liberación, y que desde junio de 1938 en que D. Hugo Miranda supo que vivíamos ocultos, perseguidos y en grave situación económica y de salud por falta de alimentos, hasta el 28 de marzo último, nos ha enviado dicho señor desde Murcia, donde residía, cerca de 200 paquetes postales con un total de más de 300 kilogramos de comestibles, todo completamente gratis, Y gracias a lo cual, sin duda alguna, hemos podido sobrevivir mi mujer y yo a la dificilísima situación en que nos encontrábamos.

Infausto regreso a León

Al entrar las tropas de Franco en Murcia, Hugo Miranda –a pesar de disponer de los medios necesarios– no quiere salir del país. Se presenta a las nuevas autoridades franquistas en Murcia y ante el que sería el director de aquel instituto en la ciudad Francisco Sánchez Faba para demostrarle que no piensa huir. ¿Temor a las represalias? Su conciencia está tranquila y el hecho de poder justificar todas sus acciones humanitarias le hacen regresar a León. Tal vez esa valentía fue una grave equivocación.

Es abril de 1939 y la guerra acaba de terminar. Hugo Miranda de Tuya regresa a León con la intención de que se le reponga en su cátedra de matemáticas en el instituto Padre Isla de la capital. Para ello tiene pensado presentar un recurso por el que se le revise –como han hecho tantos y tantos otros profesionales de la enseñanza– su expediente de depuración y conseguir la ansiada reposición. Por otro lado, las 50.000 pesetas de sanción impuesta por la Comisión provincial de incautación de bienes ya han sido abonadas y su responsabilidad civil queda por lo tanto saldada.

Pero todo se trunca. Nada más pisar León es detenido y encarcelado durante setenta días, sin formársele causa puesto que “no resulta contra él responsabilidad criminal alguna”. Ha comenzado la nueva caza de brujas. A Hugo, como a María Sánchez Miñambres, como a Luis González Roldán, como a otros cientos de ciudadanos leoneses, en 1939 ya no se les va a asesinar impunemente…, pero sí se va a conseguir “hacerles la vida imposible”.

Así, el 3 de julio de 1939 Hugo Miranda de Tuya sale de la cárcel por informe del auditor de guerra al que da el visto bueno el teniente coronel Juez Instructor Salas.

La salida de la cárcel supone ya un primer avance. Pero el 26 de ese mismo mes se le abre proceso de responsabilidad civil desde el Tribunal Regional de Responsabilidades Políticas de Valladolid. Aunque no se le va a poder sancionar económicamente de nuevo, pues ya lo ha sido en el de la Comisión de incautación provincial de bienes de 1937, este nuevo frente abierto le supone la paralización completa de su anhelo por solicitar la reposición de su cátedra. 

Por lo tanto, en julio de 1939, del Tribunal Regional de Responsabilidades Políticas de Valladolid pende todo el futuro profesional de Hugo. Y es que Hugo Miranda de Tuya ha cumplido 65 años en mayo de 1939. A él ya no le interesa el ejercicio de su cátedra. Ni siquiera el sueldo. La edad de jubilación estaba establecida en los 70 años y por lo tanto le quedaban poco más de cuatro para su jubilación. Además, tiene una grave enfermedad de corazón, y por ese mismo motivo, podría solicitar la jubilación anticipada.

Inmediatamente detenido “sin responsabilidad criminal”

Por tanto, una vez que Hugo regresa a León a primeros de abril de 1939 es inmediatamente detenido, e ingresa en el campo de concentración de San Marcos hasta el 3 de julio, fecha en la que una sentencia por causa militar desde la Coruña le absuelve de cualquier responsabilidad criminal, motivo por el que es puesto en libertad. Aunque no se le reconoce responsabilidad criminal, la causa deja vía abierta para que se le procese por responsabilidad civil desde el recién creado Tribunal de Responsabilidades Políticas de Valladolid. Este tribunal dicta sentencia absolutoria el 21 de noviembre de 1939 por considerar que no se puede juzgar un hecho que ya ha sido juzgado por la Comisión provincial de incautación de bienes, que le impuso una sanción de 50.000 pesetas que además ha sido abonada.

Pero en León, la pesadilla sufrida no sólo no se moderó a partir del momento en que es absuelto y ha pagado todas las sanciones económicas impuestas, sino que:

(…) el militar que le juzgó entonces le aconsejó que se marchara de León. Así lo hizo y se fue a pasar una temporada con una sobrina que vivía en Villavieja de Yeltes (Salamanca). Vana “maniobra”. A los pocos días de llegar a este pueblo fue detenido de nuevo y llevado a la cárcel de Valladolid, donde estuvo dos años: se le acusó de pertenecer a la masonería, cosa que no era cierta, y de estar afiliado a Izquierda Republicana, cosa que sí lo era. Además, naturalmente, fue destituido de su cargo de catedrático el 1 de mayo de 1937 y no fue repuesto en él hasta el 22 de junio de 1942, pero con la terrible sanción, dada su edad y su estado de salud, de traslado forzoso al Instituto de Oviedo, a donde tenía que ir a impartir sus clases algunos días de la semana, hasta que se jubiló en 1944 (…)

Julia Pérez-Seoane, ya viuda, pleitea sin éxito

Hugo Miranda de Tuya falleció en León el 27 de diciembre de 1946. Su viuda pleiteará por la anulación de la venta en subasta de la propiedad de la calle Ezcurdia, por considerarla ilegal, durante más de 25 años. En vano. Su hija recuerda que

(…) Para recuperar la casa, su mujer tuvo que pedir un préstamo para ¡volver a comprarla! Préstamo que, con los pocos ahorros de su sueldo, tardó muchos años en pagar.

La desenfrenada ferocidad de la represión franquista no tuvo límite. Ni posibilidad de previsión alguna. Hugo Miranda de Tuya estaba condenado –como tantos ilustres españoles– a padecerla, viniera de donde viniera la revolución (comunista o fascista), en un país sentenciado a confrontar su propia ruina. La burguesía más culta, liberal, cualificada y moderada –hecha a sí misma–, estaba abocada al sufrimiento (no tal vez al fracaso). Las relaciones afectivas y familiares pesaban mucho más que cualquier ideología política. 

Hugo Miranda de Tuya, Hipólito Romero Flores, Julio Marcos Candanedo, David Fernández Guzmán, María Díaz Pedrosa, María Sánchez Miñambres, Felisa de las Cuevas… el poder militar no estaba dispuesto a consentir su influencia. Saber escribir. Y pensar. Eso ya era delito en la Nueva España. Y cierto es que otros tantos catedráticos y maestros se amoldaron a las nuevas circunstancias. Es más: ocuparon sus puestos. 

Tras un primer golpe de suerte el azar o el destino tal vez le salvaron la vida. En Asturias tuvo que luchar para defender con uñas y dientes a su familia y a sus amigos (estuvieran en el lado que estuvieran). ¿La ideología? Eso era ya cuestión de menor importancia. Tuvo que ver desde la distancia cómo gran parte su patrimonio cambiaba de manos. Pero esto, por injusto que resulte, tampoco es asunto principal cuando lo prioritario es cuidar de la familia y poder salvar la vida.

Hugo Miranda de Tuya, caballero en tiempos de guerra, no tenía cabida en ese mundo. Y lo pagó muy caro. La miseria intelectual, cuando se ejerce desde el poder, carece de límites. Y siempre encontrará su justificación. No importa el procedimiento. Porque el procedimiento siempre se encuentra.

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