Los periódicos, extraños catálogos de excepciones elegidas con absoluta arbitrariedad, siempre han tenido demasiadas páginas. En el siglo XIX y principios del XX incluso los rellenaban –más– con poesías y centones. El centón se define como la obra literaria en verso o prosa compuesta enteramente o en su mayor parte de sentencias y expresiones ajenas como reza un Diccionario de la Lengua Española de 1933. Bálsamo del escritor holgazán o sin ningún talento. La acedia –o acedía– el demonio meridiano –lo que en los telediarios llamarían el demonio de las horas centrales– encarna el peor de los espíritus. Del griego akedia (ἀκηδία), negligencia. Me parece acertadísimo considerar la tristeza, el tedio o la pereza como negligencia. De hecho es la tesis –y la hipótesis y la síntesis– de esta tonta nota. Aislar o diagnosticar este mal no arregla nada, claro. De hecho vuelve a echar la culpa sobre el triste. Por llorón. El que sabe de esto, el jicho, es el tío Evagrio (345-399). No suelo hacerlo, pero voy a dejarle hablar. Por lo del centón. Y porque tiene más razón –ji, ji– que un santo: “La acedia es la debilidad del alma que irrumpe cuando no se vive según la naturaleza ni se enfrenta noblemente la tentación. En efecto, la tentación es para un alma noble lo que el alimento es para un cuerpo vigoroso.”  Mmmm... estas pías monsergas no tienen el interés de “No basta una sola mujer para satisfacer al voluptuoso y no basta una sola celda para el acidioso” pero, en realidad yo quería rescatar con la ayuda del monje el concepto galvanesco y tumbón de este diablo, que para eso son fechas y mercurios: “Cuando lee, el acidioso bosteza mucho, se deja llevar fácilmente por el sueño, se refriega los ojos, se estira y, quitando la mirada del libro, la fija en la pared y, vuelto de nuevo a leer un poco, repitiendo el final de la palabra se fatiga inútilmente, cuenta las páginas, calcula los párrafos, desprecia las letras y los ornamentos y finalmente, cerrando el libro, lo pone debajo de la cabeza y cae en un sueño no muy profundo, y luego, poco después, el hambre le despierta el alma con sus preocupaciones”. Pues lo normal con este calor. Termino de echarle jeta a este centón insistiendo en lo de la melancolía como defecto o pecado con Walter Benjamin y su Estudio sobre el origen del teatro trágico alemán, donde describe la acedia –o acedía– como “cierta indolencia en el corazón que afecta a los grandes hombres. Un FRACASO MORAL. Una sombría característica de los héroes trágicos barrocos. Como Hamlet”. Para mi hermano Gerardo, que tiene teorías para todo y al que me extraña no haber citado todavía, Hamlet es atraído más bien por el vértigo de la inacción. Que yo creo un eufemismo para la vagancia corriente. Por cierto, Evagrio Póntico fue el inventor de los pecados capitales, que eran ocho en su origen. La apatía o acedía ahí sigue. Con el fornicatio, la gastrimargia y los demás. Pero se cayó de la lista la tristitia. Vaya por Dios.