Alfredo Nistal: de la lucha política a la Revolución (I)
Tenía aspecto de urbanita refinado. Gesto amable, ojos grandes, bigote perfilado, frente ancha y despejada, gafas redondas de carey y pajarita de lunares, casi siempre ataviado de traje. El aspecto de Alfredo Nistal resultaba sofisticado, pulcro, casi atípico en la época que le tocó vivir. Su figura ha representado a la clase política de la Segunda República de León, tanto como Miguel Castaño, Félix Gordón Ordás o Publio Suárez Uriarte.
Sacó más votos que su amigo Castaño en los comicios de 1931. Sin embargo, la biografía de este leonés está marcada por alguna polémica: eso ha afirmado un estudioso actual que se ha fijado incisivamente en un episodio concreto, sin contemplar toda la trayectoria de este intelectual hecho a sí mismo. No hay vida pública que no tenga zonas oscuras.
Alfredo Nistal Martínez fue empleado de Correos y Telégrafos desde muy joven (1911), compaginando el trabajo con una sólida formación de autodidacta. Cualidades intelectuales no le faltaban, de hecho colaboró pronto en prensa escrita con un estilo elegante, atildado y crítico, formando parte de las redacciones de Vida Leonesa, Renacimiento y La Democracia. Usaba el seudónimo de Lucillo para decir verdades como puños, pero también confeccionaba crónicas de música y teatro. Era capaz de transcribir una conferencia sin tomar nota alguna.
Con 25 años participó activamente en la huelga de 1917, suceso por el que fue expedientado en Correos. Seguramente ya militaba en la UGT, sindicato que junto a CNT convocó aquella huelga general en un contexto de crisis institucional y económica. Los huelguistas reivindicaban mejoras sociales y laborales, inflamados en su ánimo por el derrocamiento del zar y su extenso imperio. Nistal formaba parte de un sindicato de izquierdas que se mimetizaba con la emancipación de la clase obrera. Más que por el ambiente rural leonés, estuvo interesado por una sociedad urbana con necesidad de transformación, marco en el que se desarrollaba su tarea sindical.
Vida familiar y vida pública
En esos años se casó –por la Iglesia, pues su mujer era católica practicante–, pero lo hizo en su propia casa no en un recinto sagrado. Era un hombre laico. En el León de los años veinte compaginó su vida familiar (tuvo cinco hijas), con el periodismo, el empleo en Correos y la militancia socialista. Hombre de excelentes cualidades intelectuales, consiguió licenciarse en Derecho como alumno libre en la Universidad de Madrid. Con muchas bocas en casa y un sueldo estrecho, se vio obligado a dar clases particulares de francés e inglés, idiomas que dominaba –también en calidad de autodidacta–, aunque seguramente asistió con anterioridad al aula de algún profesor de idiomas. Incluso sirvió de intérprete en empresas mineras leonesas de capital extranjero. Su preparación y bagaje cultural quedaron plasmados en un hecho incontestable: consiguió la cátedra de Francés de la Escuela Postal de Madrid. Le duró poco la aventura docente, pues fue cesado por la huelga de Correos de 1923, siendo clausura la Escuela con posterioridad.
En marzo de 1931, en el salón grande del Bar Azul de León, servido por el restaurante Novelty, tuvo lugar un banquete conmemorativo. Compartieron mantel socialistas y republicanos leoneses con motivo del aniversario del fusilamiento de los capitanes Galán y García Hernández en Jaca. Hablaron a los asistentes Suárez Uriarte, García Guerra y Alfredo Nistal. Su verbo era fluido, su lenguaje rezumaba cultura, usaba la retórica y empleaba metáforas elaboradas. Sin duda dominaba la pluma y la palabra. Calentando el ambiente para las elecciones municipales de abril de 1931, Nistal disertó sobre una sociedad con nuevos valores para conformar un compendio del ideal humano alejado de la España oligárquica y caciquil. En esas fechas, ya militaba en la única logia masónica que había en la ciudad, otro frente que ayudó a formar su personalidad.
Nistal era conocido en León y también entre algunos políticos de Madrid, tanto en calidad de masón como de socialista, un perfil público que le abriría algunas puertas. ¿Tenía buenos contactos? Seguramente, sí, porque el 17 de mayo de 1931 (un mes después de la instauración de la Segunda República) fue nombrado director general de Correos y Telégrafos. Saltaba a un puesto ministerial desde un negociado de tercera en León, o sea, subió de un tirón seis niveles en el escalafón. El nuevo marco republicano supuso para Nistal un trampolín de oportunidades. Ya era un miembro destacado del PSOE en León y se presentó a diputado en Cortes.
Hizo una campaña corta e intensa en la provincia, pues debido al nuevo cargo se había trasladado con su familia a Madrid. Su hija Helia recordaba que su padre jamás dejó montar en el coche oficial a ningún miembro de la familia, por considerarlo un trato de favor contrario a la ética de un servidor público. En sus mítines defendió la igualdad económica, el trabajo digno, la democracia, la emancipación obrera, la socialización de los medios de producción. Explicó, en suma, el programa socialista, aunque su marxismo no encajara demasiado con su aspecto de pequeño burgués.
¿Le ayudó la masonería en sus logros políticos? Con toda probabilidad, sí, aunque ciertas actuaciones nunca quedan reflejadas en los papeles. En su estancia en Madrid, compaginó el cargo de Correos y el escaño de diputado; fue un diputado de a pie. Aun así, le resultó una experiencia gratificante compartir estancia con personalidades como Unamuno, Marañón, Madariaga, Ortega y Gasset, Victoria Keny, Clara Campoamor.
Polémica en el Congreso de los Diputados
Sin embargo, un episodio enturbió su sitial de diputado, viéndose arrastrado hacia una crítica encarnizada, a propósito de la gestión que él mismo llevó a cabo en Correos y Telégrafos. En 1932, Nistal presentó en el Congreso de los Diputados un proyecto de ley para regular las cajas de fondos comunes de los operarios de correos que transportaban dinero ajeno y eran víctimas de atracos y extravíos involuntarios. También pidió que se hiciera borrón y cuenta nueva en los expedientes de dichos empleados a partir de la entrada en vigor de esa ley. Pero un contrincante político le salió al paso, clamando desde la tribuna que aquello era una autoamnistía encubierta, una medida de gracia para Nistal y todos los funcionarios en cuyos expedientes personales figuraran notas desfavorables o tachas laborales. Era cierto. En el expediente de Correos de Nistal –como en el de muchos de sus colegas–constaban faltas leves y graves, o sea, varias infracciones por malas prácticas: pérdidas de dinero de giros postales, extravíos de cartas y sacas, retrasos en los pago, desvíos ocasionales de dinero...
Se encargó de afear su conducta el diputado Rodrigo Soriano, un viejo republicano desde la época de la Restauración que había mantenido agrias polémicas y controversias con medio hemiciclo. Además, se erigió como altavoz de las palabras de Soriano La Tierra, órgano de radicalismos anarquizantes contra el gobierno de coalición republicano-socialista. Soriano era un político visceral que mantuvo una espesa polémica con Blasco Ibáñez, una gresca con Lerroux, fue la bestia negra de Maura, desafió públicamente al ministro Sánchez Cuenca, mantuvo divergencias con Pío Baroja... Rodrigo Soriano usaba envenenados dardos dialécticos contra todos sus contrincantes. Tuvo otros incidentes sonoros, incluso duelos, con militares como los generales Weyler, Linares y Miguel Primo de Rivera.
Paradójicamente, Soriano pertenecía a la masonería, lo mismo que una buena parte de miembros de aquella asamblea legislativa. Es probable que Soriano usara la tribuna como caja de resonancia de sus propios anhelos, que tampoco eran modestos. Soriano pretendía ser embajador de la URSS y Azaña se lo impidió. Se creía merecedor del cargo por pertenecer a la Agrupación de Amigos de la Unión Soviética. A cambio, se le nombró embajador de Chile, tierra donde acabaría exiliado el propio Nistal. Otra curiosa coincidencia. Ambos conocieron a Salvador Allende, también masón, y a Pablo Neruda. Nunca sabremos si los conflictos internos entre masones subyacieron en este enfrentamiento. Es innegable que Rodrigo Soriano era un broncas. En aquella ocasión, Nistal fue defendido por su ministro, Santiago Casares Quiroga, también masón.
Nistal trató de replicar a Soriano sin usar palabras gruesas, con un lenguaje cuidado, siempre correcto. Era un tipo refinado en el fondo y en las formas, aunque su expediente de Correos tuviera manchas por malas prácticas. Tanto en el Congreso como en algunos medios de comunicación, fue tal la presión y el acoso ejercidos sobre él con el asunto de la autoamnistía, que dimitió del cargo de director general. En febrero de 1932, firmaba el cese por dimisión el ministro Casares Quiroga. La Tierra había tachado a Nistal de “inviolable y engreído”, además de un “socialenchufista”.
Nistal el revolucionario
Dos meses después de su dimisión, se suprimió la Dirección General de Correos y Telégrafos y la Subsecretaría de Comunicaciones, que pasó a integrarse en el Ministerio de Gobernación. Llegaron así tiempos de merma para Nistal, que no salió elegido diputado en 1933. Con el regresó a León, su pensamiento socialista se radicalizó. De reformista a revolucionario. Abandonó la línea oficial de Indalecio Prieto y se acercó a las tesis de Largo Caballero, que despreciaba la vía parlamentaria para alcanzar el socialismo, optando por la salida insurrecional. El reformismo de Prieto ya no servía al líder revolucionario de UGT, el llamado Lenin español, y Nistal se apuntó a ese carro.
Sólo faltaba fijar el momento señalado para actuar. La campana de alarma sonó en el mismo momento en que la CEDA entró en el Gobierno de Lerroux, hecho que ocurriría en octubre de 1934. Nistal fue sigiloso en sus movimientos, pero tenaz, poniéndose a la cabeza de la huelga revolucionaria en la provincia de León. ¿Arriesgó demasiado? ¿Hizo un mal diagnóstico de la situación? Esta decisión supuso el momento más aciago en su actuación pública.
El triunfo de las derechas en 1933 había supuesto un giro copernicano en la trayectoria de la república. El bloque de izquierdas en León se hundió, no pasando del 32,6% de los votos. Cogían fuerza la CEDA, los Agrarios y Acción Popular. Nistal perdió irremisiblemente su escaño y tomó bandera por las tesis de Largo Caballero: una huelga revolucionaria obrera si Lerroux entregaba el poder a las derechas. Es conocida la repercusión de estos sucesos en la Asturias minera, limítrofe con la minería leonesa.
La Revolución del 34 en León
En León lideraron el movimiento insurrecto Alfredo Nistal y Agustín Marcos. El plan provincial consistía en que las cuencas mineras tomaran sus zonas de influencia, para luego converger sobre la capital. La falta de apoyos estratégicos –como el del aeródromo de La Virgen del Camino– hizo que los mineros de Laciana, Fabero, Sabero, Santa Lucía y Ciñera se levantaran en armas, pero no consiguieron entrar en la capital, por lo que el plan se desbarajustó en pocos días. No hubo buena planificación en esta provincia. Los rebeldes leoneses se dedicaron a practicar una suerte de cantonalismo insurrecto: quemar algunas iglesias, asaltar cuartelillos y destruir varios puentes con dinamita.
La represión contra ellos se desató pronto y el diez de octubre (una semana después del conato revolucionario) Nistal era detenido. En realidad, habían sido detenidos en León 170 personas, muchas de las cuales fueron enviadas a prisión. Se clausuró la Casa del Pueblo y se prohibió la prensa de izquierdas. Lisardo Doval, comandante de la Guardia Civil, había practicado una brutal represión en León. Miguel Castaño fue destituido como alcalde y las cárceles de León y Astorga se colapsaron con la entrada masiva de presos, hacinados como sardinas en lata.
Nistal quedó marcado tras los episodios de octubre de 1934. Y su fracaso fue el fracaso de la esperanza obrera leonesa. Pronto comenzaron los procesos sumarísimos y las condenas a muerte, luego conmutadas por penas de reclusión mayor. Nistal tuvo su juicio militar y sufrió cárcel durante 16 meses, desde octubre de 1934 hasta la victoria del Frente Popular, en febrero de 1936.
Se conserva una foto de él en esa etapa, con una barba descuidada que le llegaba hasta el pecho, visiblemente delgado, bajo un jersey de lana raído. La foto fue tirada en Madrid, después de concedérsele un permiso para visitar a su padre enfermo, por supuesto esposado y arrestado en domicilio. No se parecía en nada a aquel tipo refinado de antes, con traje planchado y pajarita de colores. Su juicio, junto al de Juan Monge y Carlos Valle, se celebró en el Hogar del Soldado del Cuartel del Cid, con el fin de acoger al público curioso que quiso presenciar el proceso. La sentencia fue de pena de 30 años de reclusión mayor, cumpliendo parte en la cárcel militar de Astorga.
Continuará en una segunda parte.