La postguerra de la escasez y el estraperlo en León

León en los años cuarenta.

Los mayores recuerdan con nitidez los años del hambre. El hambre asusta y humilla. También desmoviliza. Ante el reto de llenar la barriga, pensar en política es un lujo, simplificación que vino bien a la dictadura. El profesor Miguel Angel del Arco Blanco en su libro La hambruna española (Crítica) sostiene que el alimento se convirtió durante el franquismo en instrumento político y se usaron una serie de mitos para justificarla: la guerra, el oro de Moscú, el aislamiento internacional, la pertinaz sequía...

Dos largas décadas de escasez tras 1939, cuando la necesidad de llevarse algo a la boca se convirtió en cotidiano y el verdadero milagro consistía en poder engañar al estómago cada día. 

Los leoneses pronto descubrieron que la guerra no había mejorado nada: seguían siendo una provincia de pequeños agricultores, desequilibrada en su régimen de propiedad de la tierra, con comarcas muy diferentes, además de un abastecimiento escaso y una economía colapsada. El centro y sur cerealistas contrastaban con una larga franja que recorría el norte de León, extendiéndose desde el Bierzo hasta los Picos de Europa, de economía ganadera y minera, amalgamada con una reducida agricultura de montaña.

El franquismo asentó aquí sus estructuras, a la vez que sus burócratas de Falange confeccionaban listados de necesidades, siempre bajo las consignas de un régimen que prometía pan para todos los hogares y sólo repartía cupos de escasez. Todos bajo la batuta de Franco. Todos bajo una estructura artificial, la OSE (Organización Sindical Española), que tenía encuadrados a empresarios, propietarios, técnicos y obreros. El primer objetivo de la OSE no era atajar el hambre sino el control social; o sea, encorsetar a los españoles, y por ende, a los leoneses. ¡Por Dios, por España y su Revolución Nacional-Sindicalista! Ese fue su lema. 

Un camión de Falange en la Montaña Central Leonesa pidiendo pan para todos.

La documentación de archivo está atiborrada de llamadas oficiales a un patriotismo de cartón-piedra, a la paz social, al Fuero del Trabajo, salpimentadas con una retahíla de tópicos sobre la concordia entre españoles. Ideológicamente, la postguerra fue una mentira nacional sostenida desde el miedo y la escasez, que anidó en el sentimiento patriótico.

El León minero

La Comarcal de Bembibre de la OSE comunicaba en un informe de 1944 el predominio de labradores y pequeñísimos propietarios como la base sustentadora de aquella zona, a la vez que mencionaba un listado de productos claramente deficitarios entre su población de montaña: alimentos coloniales, abonos, herramientas y aperos de labranza. “Todos estos ayuntamientos tienen gran cantidad de terreno montañoso, la clase de cultivo es muy rudimentaria, […] el índice de cosecha oscila con arreglo al año que venga bueno o malo; es difícil el pronóstico de las cosechas por la irregularidad del tiempo; no existen fundios y sí en su totalidad minifundios”. Ese era el retrato gris de media provincia, la más pobre en recursos naturales.. 

El franquismo trató de modelar el ambiente político-social de las zonas de montaña, donde primaba la actividad minera, más críticas con 'las bondades' que prometía la dictadura: “Existe un gran malestar, sobre todo en zonas mineras de Bembibre, Folgoso de la Ribera y Torre del Bierzo como consecuencia de la insuficiencia de los medios de vida, así como también debido a lo arraigado que está el marxismo. En el Ayuntamiento de Castropodame y Noceda también está presente este problema, gravedad debida a que, aunque no existen minas, los labradores están sufriendo las consecuencias de la política vieja anterior al Glorioso Movimiento Nacional, el de los antiguos caciques, cuyo poder o bien lo conservan o bien lo heredaron los actuales mandos de Falange Española”. 

Prisioneros mineros en un campo de trabajos forzados tras la Guerra Civil.

Mismos bueyes con distinta carreta. El rescoldo de la lucha obrera anterior a 1936 permitía escribir con cierta valentía esas líneas, imputando a caciques y empresarios explotadores los numerosos atropellos que sufría la población asalariada leonesa, tanto en las requisas como en los suministros de alimentos básicos. En León, algunos funcionarios, en connivencia con comerciantes desaprensivos, llegaron a desviar los repartos de víveres y otros productos para venderlos clandestinamente en el mercado negro. 

La claridad de los testimonios evidencia el ambiente que se vivió en zonas de tradición no agraria, con colectivos que dependían de un jornal, forzando descontentos grupales que los nuevos dirigentes no sabían o no querían solventar. El malestar en las zonas mineras leonesas se debió a unas condiciones claramente insuficientes en sus medios de vida, reminiscencias del caciquismo, atropellos y abusos de autoridad, irregularidades en el suministro de productos necesarios y presencia de un estraperlo auspiciado desde las propias oficinas franquistas. 

Despacho del Economato de la MSP en Ponferrada.

El descontento (individual, grupal o total) estuvo presente en la montaña de León. El malestar fue tan abultado que forzó la creación de economatos y proyectos de viviendas para las hacinadas cuencas mineras, lo que no evitó enormes restricciones, con escasez de productos tales como legumbres, cereales, café, azúcar, vestuario, tejidos, etcétera. En muchos puntos de la geografía leonesa se llegó también a denunciar de forma palpable abusos empresariales y situaciones de conflicto laboral, a las que el franquismo dio la espalda:

“Los obreros están siendo objeto de explotación por las empresas y éstas se encargan de desvirtuar en la práctica las disposiciones del Gobierno para mejorar la clase obrera, para lo que cuentan con factores importantes: ignorancia de los de abajo, influencias que proporciona el dinero y la falta de control del Estado. [...] Es necesaria la presencia de un Delegado Gubernativo en la zona, economatos, viviendas, fijación de precios [...]. Hoy, los enemigos de los obreros son exclusivamente los empresarios que les explotan y son escépticos porque no creen en nada”.

Jornaleros del carbón desamparados, empresarios empoderados y una política que sólo favoreció a los poderosos. Esos dicen los testimonios escritos.

El León cerealista

En áreas cerealistas del centro y sur provincial la base económica estaba constituida por propietarios de la tierra y negocios de escasa envergadura. Los productos que se labraban eran cereales, patatas, viñedo, hortalizas, legumbres, remolacha, frutales y cría de ganado, dominando el pequeño propietario, a la vez que abundaban arrendatarios y, en menor medida, jornaleros. Fueron zonas mejor abastecidas, con mayor rentabilidad de la tierra, siempre bajo una mentalidad católica y ultraconservadora. Los agricultores leoneses se autoasignaron un estrato social superior a la masa asalariada de las cuencas mineras y no quisieron hacer piña con la clase obrera. 

Cartilla de Racionamiento en León.

También sufrieron las restricciones de aceite, azúcar, herramientas, abonos, semillas y aperos de labranza. Eso sí, no dejaron nunca de proporcionar excedente de cereales, principalmente trigo: “Los productos de esta localidad –se dice desde La Bañeza– son exportados a otras provincias deficitarias, efectuándose antes el tráfico por ferrocarril y carretera; actualmente [1943] y debido a las restricciones e intervenciones, son entregados en su mayor parte al Servicio Nacional de Trigo”. Ahí, en la recepción oficial del trigo en silos y almacenes del Estado, estuvo la clave del sometimiento de los agricultores al franquismo. 

El Servico Nacional de Trigo (SNT) fue un organismo oficial que pagaba el grano a los campesinos, obligándoles a entregar al Estado la mayor parte de su cosecha, excepto lo que se reservaba para siembra y autoconsumo. Si había un pequeño sobrante, se le sacaba unas pesetas a través de moliendas clandestinas y otras prácticas de estraperlo.

Sello del Servicio Nacional del Trigo franquista.

Los campesinos leoneses entendieron que aquella transacción les iba bien. Tierra de Campos, Maragatería y riberas del Esla y Órbigo demandaban menos necesidades, haciendo las delicias de los funcionarios franquistas. Sólo pedían regadíos y abonos químicos; lo demás lo ponían ellos y el reparto de cupos. A la larga, ese conformismo y esa obediencia desembocó en resignación y ausencia de mentalidad cooperativista, retrasando así la mecanización y la modernidad del campo leonés. 

Los listados de la escasez

Los distintos organismos franquistas tuvieron riñas y anomalías a la hora de distribuir alimentos a los leoneses, lo que restó eficacia en la gestión. El propio gobernador civil disputó sus funciones de reparto con el poderoso delegado de Abastos y con los delegados de Sindicatos (OSE), provocando choques y generando prebendas derivadas del propio reparto. Fuera quien fuera la oficina que protagonizaba el reparto o los cupos, se dieron recortes, ocultaciones y ventas ilegales. Una corrupción sistémica que nadie destapó. 

A la altura de 1948, el montante de materias distribuidas por la OSE en León era sustancial, aproximadamente un tercio del global que se repartía en la provincia, cantidades significativas que ayudan a valorar la escasez y las restricciones sufridas por los leoneses en productos imprescindibles. Su raquítico volumen de distribución deja en evidencia la escasez que generó la política autárquica –fracasada– durante dos décadas. Hasta 47 productos llegó distribuir la OSE entre los leoneses:

Materias Primas Repatidas Por El Sindicato Vertical Franquista en León entre 1938 y 1948

El listado de arriba refleja la miseria de una década, de 1938 a 1948. La provincia en su conjunto sufrió las restricciones de forma dura, con leves alivios en momentos de distribución y repartos, en un contexto de mercados intervenidos, cuando no ilegales. Esta relación de materias distrubuidas por la OSE eran sólo una muestra del reparto total provincial, dejando constancia del conjunto de productos que escasearon en los hogares leoneses. Con casi medio millón de bocas que alimentar, los montantes de reparto de algunos productos resultaban ridículos, escasísimos, pues son cantidades de una década entera. 

Balance de la postguerra

En León el orden público lo aseguró la Guardia Civil; el orden moral, los curas; el reparto de la escasez, las instituciones franquistas. Eso sí, cualquier mercancia se podía encontrar en el estraperlo, una vía de acaparamiento y escape bien reforzada por almacenistas, especuladores y pillos de todo tipo. Ese fue el origen de muchas fortunas actuales. Cualquier treta era buena: quién iba a protestar –por ejemplo– por encontrar polvos de talco en los jabones que eran previamente fundidos y luego vendidos a buen precio.

La dualidad del campo leonés (sur y norte) hizo que un sector satisficiera la demanda de la agroindustria, mientras que la otra no llegaba a la autosuficiencia. Sin embargo, la gran frustración secular de esta provincia ha consistido en no ser capaz de crear un modelo industrial sostenido ante la abundancia de materias primas autóctonas (carbón, agua, hierro, trigo, vid, frutales…). Las cartilla de racionamiento desparecieron en los años cincuenta, pero quedó la falta de impulso en toda la provincia.

Enormes colas en la entrega del Aguinaldo Social en León por la Hermandad de la Falange en los años 40.

El optimismo con que se había recibido en su momento a los hornos de fundición de Sabero y las orgías hulleras de décadas posteriores se quebró pronto, para dar paso a muchos proyectos fallidos. El trípode carbón-hierro-electricidad cojeó desde sus primeros pasos y la inexistencia de un tejido industrial en León ha permitido que un reducido número de empresas (químicas, metálicas, alimentacion) se instalasen con una producción limitada, condicionando el resultado final. 

Tampoco la capital experimentó transformaciones económicas, quedando reducida a un núcleo central de servicios, donde fue creciendo el sector terciario hasta el 50% del PIB en los últimos años del fraquismo. La provincia dejó de ser mayoritariamente agrícola en lo década de los sesenta, salto en el que ayudó el éxodo rural y la emigración. En el imaginario colectivo de los leoneses está presente la actitud retrógada de un obispo de aquí, que prefirió la paz social a la industria con masas asalariadas.

¿Pero... qué paz? ¿La de la despoblación y la falta de futuro?

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