El mundo laboral en León en tiempos de Franco

Está de moda usar el franquismo como arma arrojadiza en la contienda política actual. Hasta la muerte de su fundador es motivo de celebración o repulsa; para unos murió con plenos poderes; para otros de forma degradada en una cama de hospital. La oposición –ni junta ni separada– no pudo con él.
Aquel régimen que nació con espíritu de victoria en el campo de batalla implicó una quiebra de las tendencias modernas –de tímidos resultados– en materias socio-laboral y económica. Tuvo, por tanto, un carácter fundacional al tratar de romper con el pasado. Sus cimientos políticos pasaban por la obediencia y lealtad al Caudillo salvador, hostilidad a la democracia parlamentaria, imposición de un nuevo orden público, la Guerra Civil como solución para erradicar problemas enquistados y una imagen tradicional, unitaria y católica de España.
Cualquier manual serio de historia desarrolla estos conceptos con magnífica amplitud. ¿Pero cómo fue el mundo laboral del franquismo?
El tinglado socio-laboral que se instaló en España a partir de 1937 vino de la Italia fascista (leyes laborales de Rocco de 1926-1927). Era urgente neutralizar en su totalidad la lucha de clases, por tanto, se necesitaba una estructura que acogiera en su seno a trabajadores, técnicos y empresarios, una suerte de megacorporación dirigida por el Nuevo Estado, que se reservaba el derecho de imponer las leyes laborales y económicas que considerara adecuadas a cada momento. Nacía así la OSE (Organización Sindical Española) o sea el Sindicato Vertical, un montaje totalmente antagónico al sindicalismo de clases. El Vertical fue un organismo estatal para tener encuadrados –controlados– a los agentes económicos y sociales. Solo eso. Para tal cometido se llenó de parafernalia administrativa, burocracia, tribunales obedientes y una buena dosis de doctrina falangista. El franquismo descargaba en la OSE el arbitraje laboral y la planificación económica, convirtiéndola en “una unidad natural de convivencia” junto a la familia y el municipio. Grandilocuencia vacua a raudales al fijar por decreto la paz y la justicia social para todos los españoles.

En León se acopló bien el verticalismo a la mentalidad agraria, sector imbuido de valores tradicionales. Agricultores y ganaderos leoneses –grupo mayoritario en León– se sintieron protegidos por una legislación antirrepublicana que les aseguraba precios fijos del trigo, sin tener que luchar con las veleidades del mercado. Cuando llegaron los años del estraperlo, este colectivo mayoritario se cerró en un hermético individualismo, justificando –y participando– de una corrupción casi generalizada. Soportó en silencio pequeñas sanciones por ocultación de grano, moliendas clandestinas o absentismo productivo. Los agricultores y ganaderos de León quedaron entonces encuadrados en las Hermandades Sindicales de Labradores y Ganaderos (HSLG), la nueva red local en el agro leonés.
¿Y los demás sectores? ¿Y las demás empresas leoneses? Todos –hasta los empresarios– quedaron enrolados por obligación en uno de los 24 sindicatos nacionales (combustible, transporte, piel, metal, madera, textil, químicas, hostelería, construcción, alimentación, bebidas, vid, cereales, actividades diversas…). Todo quedaba bien atado desde la burocracia sindical, con un sillón en la capital, la CNS (Central Nacional-Sindicalista), y delegados sindicales provinciales, uno por cada gremio.
El resto de la misión sindical implicaba resistir al empuje de los cambios que habrían de llegar, o sea, pasar sin traumas de la autarquía al desarrollismo. Pero siempre cumpliendo con la tarea de sujeción y control sociales. En León se llegó en los años cincuenta a una palpable división en el ámbito laboral: el León agrario y el León minero. Uno de apoyo social al Régimen; otro de creciente cuña que acabaría en la disidencia velada; a veces fue disidencia efectiva.

En los años cincuenta, la bipolaridad provincial de agricultura-minería contaba con 241 HSLG y 15 Sindicatos Locales del Combustible, o sea de minería. Dos colectivos numerosos y distintos que quedaban engullidos por el discurso oficial de elevar a toda costa la producción provincial, esperando que los ministerios del Régimen derramaran partidas presupuestarias sobre León para impulsar su reactivación. Vana esperanza, porque lo cierto fue que llegó poca inversión a León, además de muy tardía. Se asentaba así un retraso provincial que viene ahondando en su propia fosa durante más de medio siglo: planes fallidos como el de Tierra de Campos o de escaso impacto como los Planes de Desarrollo o los prometidos y nunca cumplidos polos industriales. Los números lo evidencian. En el ajuste económico de 1959, la renta de los leoneses era inferior a la media provincial y el 57% de la población trabajadora se dedicaba a una agricultura casi de subsistencia.
Ante las limosnas recibidas desde Madrid, la OSE agachó la cabeza y siguió su tarea de encuadrar y representar el mundo económico y laboral leonés, por lo que se vio en la obligación de asumir cierta modernidad impuesta y celebrar elecciones sindicales. Los comicios sectoriales de empresarios, técnicos y trabajadores tuvieron altos niveles de participación –quedaba registrado en las actas quien no votaba– sacando así los enlaces sindicales y los jefes de las dos secciones: la social (trabajadores) y la económica (empresarios), para llegar a acuerdos laborales en sueldos, gratificaciones, horarios, destajos, vacaciones...
La CNS de León buscaba ofrecer caras nuevas en cada elección, deslizando, a veces, prácticas disuasorias y de intimidación. Pero todo empezó a cambiar en 1954, cuando se celebraron las elecciones del vocal jurado de empresa: de forma indirecta se abría cauce legal a las peticiones de los trabajadores, listados que desbordaban el ambiente de paz social. El cambio no fue apreciable en esta provincia, excepto en el sector minero, especialmente en las empresas que tenían las plantillas más numerosas.
La minería
El empuje minero contra la política oficial franquista en León vino importado de zonas más influyentes, como Asturias y Vizcaya. Irrumpían así organizaciones clandestinas, unas de signo cristiano (HOAC, JOC) y otras de matiz marxista (CC.OO.). Las huelgas mineras de 1962 en Caboalles, Villaseca y Villablino suponen el primer activismo sindical clandestino en León. La disidencia se contagiaría a El Bierzo y cuenca del Sil, capitaneadas a veces por curas comprometidos con la causa obrera. Resultado de las primeras luchas mineras: 5.000 mineros en paro durante varias jornadas en mayo.
En 1963 se contabilizaron 62 días de conflictos en las cuencas mineras, donde intervinieron 2.325 trabajadores. Ese mismo año en el ámbito nacional hubo 236 conflictos colectivos, 60.000 huelguistas y 200.000 jornadas perdidas. León se sumaba tímidamente a la ola de protestas y paros. En 1968 HOAC y CC.OO. apenas tenían una docena de activistas en la capital leonesa, donde predominaba la masa neutra. Ello no evitaba la dispersión de panfletos de oposición sindical en León, Ponferrada, Bembibre, Fabero y Villablino, los núcleos más activos. Para la CNS de León se trataba de corpúsculos de poca efectividad, por lo que estuvo más atenta a su posible expansión que a su diminuta existencia. Nunca fue una oposición que diera miedo a la instituciones.

Salvo en la minería, predominaba la pequeña empresa leonesa, con muy pocos empleados, donde trabajaban codo con codo miembros de la familia junto a obreros contratados, sin presencia de enlaces y jurados de empresa, lo que aseguraba la paz laboral en las empresas familiares. La conflictividad se centró en las plantillas numerosas como Antracitas de Fabero, Antonio García Simón, Empresa Roldán, Hulleras de Sabero.
El otro elemento de modernización sindical de los sesenta fue la negociación colectiva. Esta forma de llegar a acuerdos sectoriales comenzó en 1963, tropezando con una minería poco abonada para llegar a acuerdos. El proceso fue lento, de hecho las rupturas se extendieron a lo largo de la década de los años setenta. No hubo entendimiento en sueldos, gratificaciones, destajos, pluses y protección laboral en el sector minero. La falta de acuerdo hacía perder protagonismo a la OSE en favor del Ministerio de Trabajo y Magistratura de Trabajo, centros donde se dirimían los conflictos entre trabajadores y empresarios. En caso de existir desacuerdo entre las partes, se solía dar la razón al empresario, ahondando con ello en el desencuentro.
Los descontentos comenzaron a contagiar a otras ramas económicas leonesas: talleres de Renfe, construcción y metal. En agricultura, el descontento ante el precio ridículo de sus productos, el éxodo rural y la emigración exterior (Francia, Suiza, Alemania) no afectó a la obediencia del sector a las instituciones franquistas, resignándose a que los problemas se prolongaran en el tiempo. Para la CNS leonesa era un alivio la emigración, pues mantenía el nivel de empleo y reducía el peso específico de una agricultura atrasada en la economía del país.
¿Fue efectiva la oposición al verticalismo sindical? En León no existió una estrategia común en las cuencas carboníferas, pues la problemática puntual de cada empresa o localidad fueron las quejas que más pesaron. Los tímidos contagios de protesta de un núcleo a otro se difuminaban pronto. Las reivindicaciones laborales de la minería se alargaron hasta 1973, año en el que el impacto de la crisis mundial llegaría también a León. Los burócratas de la OSE notaron que resultaba más complicado contentar ahora a los trabajadores en un contexto de crisis general. Fueron los enlaces sindicales los que solicitaron mejoras salariales, reforma de leyes sindicales e impulso económico de la provincia. Hubo leves cambios y mejoras: para que todo permaneciera igual.
El sindicalismo agrario a partir de 1975
En plena agonía del franquismo, en León se hablaba del retraso de esta provincia, pero el malestar no pasaba de algunos paros o la tirada de panfletos por las calles. Cuando realmente se desbordan los convenios colectivos pactados y crece la conflictividad es a partir de 1975. El puñado de disidentes –minería y otros sectores industriales– fueron abriendo brecha en la bóveda vertical, convirtiendo poco a poco a la OSE en un moribundo que se mantuvo erguido hasta un minuto antes de su colapso total, característica común de muchas instituciones franquistas. Hasta el campo leonés verá el momento de construir un sindicato fuerte y distinto, un sindicato de clase y rama, la UCL (Unión de Campesinos de León), para luchar por cuotas de mercado de los productos leoneses y obtener precios más justos. Las tractoradas de 1977 fueron el exponente más nítido de una agricultura provincial que se alejaba definitivamente de los cauces oficiales del franquismo. Hasta los agricultores acabaron por dar la espalda al Régimen.

¿Hay una conclusión final tras cuatro décadas de sindicalismo vertical? El aniversario de los cincuenta años de su final es un buen momento para fomentar la pedadogía y recordar a los leoneses que la provincia de León se reconstruyó tras la Guerra Civil a base de salarios bajos y contención de problemas socio-laborales. Ese fue el precio a pagar: sumisión y austeridad impuesta. La OSE apostó por el inmovilismo social en esta provincia, apoyó al empresariado cuando hubo conflictos y se sintió respaldada por sus agricultores y ganaderos. En las cuencas mineras simplemente se necesitaba encorsetar el descontento y atender a ciertas mejoras sociales con superficialidad y poco compromiso oficial. Resultado: parchear problemas pero no solucionarlos nunca.
La OSE realizó muchos estudios de gabinete de la economía leonesa, sin embargo, solo obtuvo una falta de logros en la tarea de impulsar a la provincia en un desarrollo sostenido, siendo cuestionada en su labor de impulso y planificación económica. El descontento aumentaba a medida que el Régimen cumplía años, aunque la resignación pudo más que la lucha. Los fracasos reformista provinciales, aquellos fracasos, condicionaron el presente de León, abriendo una sangría humana y económica cuyo resultado ha sido la despoblación, el desmantelamiento de una minería inviable y una agricultura a mitad de recorrido entre el atraso secular y la modernidad que exige el futuro. ¿Y ahora, qué? ¿Quién pone freno a la decadencia leonesa, desprovista de juventud y de esperanza y llena de jubilados que no apartan la vista del pasado? ¿Cómo se sale del olvido sin potencial humano? ¿Quién va a conjurar la perplejidad ante el presente y el temor a un futuro incierto?