La jubilación de la generación del 'Baby Boom' agudiza la crisis del pequeño comercio en León

Comercio cerrado por jubilación en León.

Elisabet Alba / Sara Lombas

En una provincia como la de León, donde la edad media de los habitantes estaba en 2022 cerca de los 50 años (según los datos del Instituto Nacional de Estadística) y donde la mayor parte de la actividad laboral, con diferencia, la aporta el sector servicios (el 73% del total) el pequeño comercio corre el riesgo de desaparecer con la jubilación de los llamados boomers.

La generación del Baby Boom incluye a los nacidos entre los años 1946 y 1964. Justo en el ecuador de esa franja están los nacidos en 1956, que el año pasado cumplieron 66 años; la edad de jubilación actual. De modo que 6.355 personas que cumplían 66 años en 2022 podrán jubilarse, sumadas a las que ya lo hicieron en años anteriores, muchas de ellas dejando atrás sus pequeños negocios, insignias leonesas. 

La vida después de Novedades Edy

Una de las comerciantes leonesas por excelencia que ya se había jubilado en 2020, al cumplir sus 66 años, fue Flor, la dueña de la antigua mercería Novedades Edy, un icono del comercio de León. La antigua dueña de Novedades Edy ahora vive en su pueblo y recuerda el cierre de la tienda amargamente: “Cerramos muy mal, en la peor época de la vida. No pudimos despedir a las clientas ni despedir a representantes; fue de la noche a la mañana. Un día estábamos, por la noche empapelamos todo y se acabó. Eso me causó tanto impacto que yo me olvidé de la tienda”. Flor rememora aquel momento como algo triste pero inevitable: “A nosotros nos tocó jubilarnos y se acabó. Yo pensaba que nos iba a dar más dolor del alma cerrarla pero aquel cierre fue tan drástico… No podíamos atender a las clientas sin mascarilla, los sujetadores los tenía que probar a distancia”. 

Ahora, Flor apenas visita la ciudad, pero ha observado el cierre de diferentes comercios de conocidos. En cambio, evita pasar por Ordoño II, la calle comercial por excelencia, por no encontrarse con su antiguo local: “No me preguntes por Ordoño porque no he pasado por allí, la sensación de ver la tienda así cuando me he criado allí… Yo veo todas las tiendas cerradas y me acuerdo de quién estaba allí, pero lo que me da más pena es la mía”. 

La vida de jubilada, en cambio, está siendo una etapa placentera en la vida de esta experimentada comerciante: “Yo tenía claro que en junio me jubilaba, tenía ganas de descansar. Me metí en el pueblo y con pasear por allí, encender la chimenea y mirar los árboles he pasado un año y medio”, bromea, “La vida de jubilada es un cambio. Deja después de 40 años de hacer algo para no hacer nada. Aun así yo no me aburro nunca”. 

Para Flor, la vida del pequeño comercio está llegando a su fin: “Las mercerías llegará un momento en el que no existirán. Tenía clientas que compraban los camisones allí desde hacía 40 años y cuando cerré me decían ‘¿pero dónde compro los camisones yo ahora?’”. Su pronóstico es que los negocios ya no volverán a ser lo que eran antes: “Los chavales ya no compran como antes. A mí me parece más bonito ir a una tienda y hablar con la gente. Mi tienda era como un consultorio sentimental, una casa. La ciudad va encaminada a que todos los locales sean clínicas dentales, arquitectos...”

Tenía clientas que compraban los camisones allí desde hacía 40 años y cuando cerré me decían ‘¿pero dónde compro los camisones yo ahora?’

Flor

“Con esto no se puede vivir”

ILEÓN ha hablado también con Soco, la dueña de un quiosco en la Avenida Mariano Andrés de la capital leonesa. Después de 27 años al frente del negocio este verano se jubilará con 66 años y tras ella deja su local y una numerosa clientela diaria. A pesar de ello, Soco también cree que el pequeño comercio no tiene futuro y, mucho menos, en el caso de un quiosco: “No voy a engañar a nadie, mi conciencia no me lo permite; con esto no se puede vivir. Voy a dejar el local y el que venga que empiece desde cero. Con esto no tiene opciones de sobrevivir una familia”, afirma.

El negocio de Soco ha experimentado muchos cambios a lo largo de los años. En su día su principal ingreso fueron los juguetes para niños, después la recarga de móviles de prepago, después la bollería. Una a una sus principales fuentes fueron desapareciendo: “Llegaron los chinos y se pusieron a vender juguetes más baratos que nosotros y pasamos de vender un saco de ellos a la semana a vender dos. Después también se acabaron las tarifas de prepago, cuando las compañías nos daban un beneficio decente. Vendíamos donuts, cajas enteras a la semana, nosotros introducimos el donut en el pequeño comercio. Cuando se llevó al supermercado se nos acabó el negocio con eso”, relata. Soco también empezó a crear tartas de gominolas, pero las grandes cadenas de quioscos comenzaron a elaborarlas también y perdió competitividad.

Desde entonces el negocio de Soco sobrevive con la prensa y el pan: “Tengo clientela fija desde hace muchos años y no más. Hago 66 esta primavera y el 1 de junio me jubilo. Además es que me parece una fecha estupenda para jubilarme. Descanso y estoy preparada para San Juan. Hace mucho que no aguanto un concierto de San Juan”. 

Durante estos 27 años Soco ha criado a sus hijas en el quiosco, que ahora ellas le ayudan a regentar, y mientras tanto ha tomado sus periódicos y revistas como una pequeña biblioteca: “Aquí te haces sabio porque tienes mucha información a tu alcance. Me gustaría seguir aprendiendo y seguir teniendo curiosidad. Aprendes también de carácter humano”.

También ella cree que el futuro del pequeño negocio tiene poco recorrido: “Los quioscos se convertirán en una pequeña oficina turística en la zona histórica. Yo creo que aquí quien venga pondrá una peluquería, otra cosa no la veo”, afirma, “Si ahora los jóvenes tienen que abrir un negocio tiene que ser a gran escala y muy específico. Empezar un negocio son años de trabajo y hay mucha gente que no está dispuesta. 

La hostelería resiste

A finales de 2022 se jubiló también Rufo, el dueño de la última churrería del populoso barrio leonés del Crucero, ‘Rojo y negro’. El churrero que buscaba un recambio para su negocio, finalmente lo encontró y ha conseguido que siga funcionando como cuando era él quien se encontraba detrás de la barra.

Rufo ahora se dedica a pasar más tiempo con su familia, especialmente con su nieto, pero reconoce echar de menos la churrería: “Lo echo de menos, estuve desde los 23 años allí. Si te dijera lo contrario te mentiría. La jubilación la llevo así así, aunque sigo estando pendiente del negocio y estoy muy contento con los nuevos chicos que lo llevan”.

“Dicen que el primer mes es como si estuvieras de vacaciones y luego ya te acostumbras. Todavía estoy en ese proceso. La verdad es que aquello era duro. Madrugaba mucho y estaba pendiente todos los días”, cuenta, “Antes de jubilarme tenía ganas pero ahora lo echo de menos”.

A pesar de que su churrería sigue en funcionamiento, Rufo no tiene una visión positiva sobre hacia dónde ve encaminarse el comercio leonés: “Veo una ciudad vieja, solo hay que salir y verlo. Solo hay gente jubilada y juventud sin trabajar. Eso sí, los bares siempre tendrán trabajo”, valora.

Con la jubilación de trabajadores como Flor, Soco o Rufo el pequeño comercio leonés vive sus últimos años, dejando paso a un paisaje de cadenas comerciales y compras por internet: “ Va a cambiar la vida para todos. Nosotros estamos viviendo el final de las tiendas locales”, predice Flor.

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