‘Cicatrices negras’, el documental que explora el luto por el carbón en las cuencas mineras de Laciana y El Bierzo

Cuando la minería del carbón daba sus últimos coletazos en forma de movilizaciones, Daniel Cuellas de Paz aún iba al colegio. Cuando este berciano finalizaba su formación audiovisual, el sector emblemático de su tierra era un cadáver todavía caliente. No tocaba ya tanto hacer una radiografía como practicar la autopsia; así que en lugar de narrar su historia filmó el epílogo. “Quería contar ese luto”, dice este joven que cogió la cámara para rastrear cómo velaban al difunto en unas cuencas con sus propias secuelas físicas y emocionales: las escombreras, los cielos abiertos y las instalaciones desvalijadas, pero también las sensaciones de injusticia y abandono. Trazó un cortometraje documental como proyecto de fin de estudios que ahora ha estirado y que estrenará en el auditorio de la Casa de la Cultura de Villablino el sábado 29 de marzo a las 18.30 horas en el marco de las actividades de la Universidad Popular de Laciana. Habrá pocos sitios y marcos mejores para poner de largo Cicatrices negras.
Cuellas se recuerda de niño en Ponferrada con el eco de fondo de las manifestaciones mineras. “Me llamaba la atención ya entonces. Era consciente de que algo muy gordo estaba pasando”, evoca. Con las ramas de su árbol genealógico tocando dos comarcas tan mineras como El Bierzo y Laciana, no tiene raigambre directa más allá de la de su tío abuelo paterno Santiago García en Caboalles de Abajo (Villablino). “Y no como minero de interior”, puntualiza para sí recordar a su padre, Rogelio Cuellas García, emocionándose al son del Santa Bárbara, bendita. Fue en 2019, apenas un año después del cierre de las últimas explotaciones de carbón bercianas y lacianiegas, cuando eligió como trabajo final de sus estudios del Grado Superior en Realización en Salamanca hacer un documental para acercarse a aquella realidad que ya le sobresaltaba de chaval.
“La idea era hablar de ese cierre y de lo que suponía, más que de la historia de la minería. Yo quería contar ese luto”, señala. Con esa premisa echó a andar el trabajo que iba a ser su “primer proyecto cinematográfico”. Su padre y su madre, María Belén de Paz de Cabero, lo acompañaron en aquel viaje a las entrañas mineras en busca de escenarios y testimonios. “Mis padres fueron los auténticos productores del documental”, destaca. Y así aparecieron el Pozo Julia y Juan Alegría, uno de los antiguos mineros implicados en el acondicionamiento de esta antigua instalación como recurso turístico. Y así llegaron hasta el despacho del alcalde de Torre del Bierzo, Gabriel Folgado, cineasta que ya había rodado Paisajes interiores, un documental en torno a tres generaciones de mineros en la misma familia en Tremor de Arriba (Igüeña). Haciendo prácticas como reportero gráfico en La 8 Bierzo, dio con la historia de José Luis Tafula, uno de los encerrados en 2010 en el Pozo Casares de esa misma localidad.

Como es casi imposible haber bajado a la mina y no conservar alguna herida de guerra, Daniel Cuellas se fijó en la primera entrevista con Juan Alegría que tenía una marca gris en un ojo. Con el montaje ya avanzado, todavía no encontraba título para el documental hasta que recordó esa secuela física, la extrapoló a lo geográfico, lo económico y lo sentimental, y eligió Cicatrices negras. “Hoy”, expone, “la herida no está tan abierta, pero marca de por vida. Y seguimos sangrando por ella”. Alegría le pone sus propias palabras combinando la primera persona del singular y del plural. “La mina me lo ha dado todo; me ha dado mi familia, mi hija, mi mujer”, apunta en el tráiler entre imágenes de explotaciones abandonadas y calles con poca vida. “Nosotros”, contrapesa, “hemos estado arrancando carbón para calentar a millones de familias. Y esas familias nunca lo tuvieron en cuenta”. Y remacha con la tercera del plural: “Nos han dejado tirados. Con riqueza, pero tirados del todo”.
Me sorprendió que el sentimiento de comunidad fuera tan palpable y que esa sensación perviviera cuando la mina ya no existe
El documental, rodado en comarcas que quedaron viudas con apelaciones constantes a la Transición Justa como esperanza de la resurrección, recoge testimonios que constatan un sentimiento de comunidad que llamó la atención del realizador: “Me sorprendió que fuera tan palpable y que esa sensación perviviera cuando la mina ya no existe”. La cinta también hace de contraste: entre “una edad dorada en la que no había ni una cuadra libre en los pueblos” y el horizonte actual de “calles prácticamente vacías” y antiguas explotaciones abandonadas y “recubiertas de maleza” hasta asimilarlas a la central nuclear de Chernóbil. Y escanea, a veces sobrevolando a bordo de un dron, esos paisajes con sus propias heridas en forma de escombreras y cielos abiertos, escenarios que a veces producen reacciones encontradas y ante los que el autor recuerda la frase de un profesor de cine: “En la vida hay cosas bonitas y cosas bellas. Y lo bello no siempre es bonito”.

El autor, que echa en falta no haber dispuesto de “más imágenes de la mina en funcionamiento”, remarca el potencial narrativo de un sector que es materia prima ya de un puñado de obras de teatro en la provincia de León y hasta de una película en torno a las huelgas en pleno franquismo, Camino Negro, que se estrena en salas de Ponferrada y Villablino precisamente en vísperas de que lo haga Cicatrices negras. ¿Hay recorrido para hacer más trabajos audiovisuales en torno a la minería? “Yo me lo planteo todos los días. Me encantaría tratarlo desde el punto de vista de la ficción. Sacar un corto de ficción. Hay hueco narrativo”, responde el realizador tras reconocer que no hay muchos precedentes al citar la ineludible ¡Qué verde era mi valle!, de John Ford.
Daniel Cuellas, que trabaja ya en el Instituto del Cine en Madrid tras haber completado su formación con estudios de Dirección, ha llevado a la pantalla un tema que “está en el ADN” de su tierra, remarca al retrotraerse (también con las imágenes) a la explotación aurífera de Las Médulas hace 2.000 años. Cicatrices negras se estrena en una cuenca como la lacianiega que todavía están en proceso de duelo, a la búsqueda de alternativas económicas para taponar la brecha demográfica producida por la muerte de su principal activo. Sus primeros espectadores serán los mejores críticos. “No va a haber mejor juicio”, considera el autor, “que el de la gente que lo ha vivido”.