El carbón es una mina para el teatro: las obras que hacen protagonistas a las cuencas

Andrés Campelo, protagonizando 'Entre tierras' en la recreación de una galería minera.

César Fernández

Con las ramas de su árbol genealógico tocando la cuenca Fabero-Sil, el dramaturgo Carlos García Ruiz se crio en Ponferrada y estudiaba ya en Madrid cuando en 1992 fue a recibir la primera Marcha Negra y se encontró entre los caminantes con un antiguo compañero en el fútbol base. Ahí surgió una chispa que tomó forma en 2003, cuando estrenó La caída del muro. “Todos sabíamos entonces que las minas iban a cerrarse, pero nos resistíamos a creerlo”, cuenta. El Bierzo y Laciana todavía tenían de aquella un puñado de explotaciones abiertas. El sector ya era historia en Sabero. “Y allí viví uno de los momentos más emotivos de mi vida como teatrero. Había gente llorando y diciéndonos que eso era lo que les estaba pasando”, confiesa. Afincado como profesor en Colombia, llevó a aquel país y a Perú, por entonces con la minería en ebullición, aquella obra que avisaba de las consecuencias del cierre. “Y fuimos proféticos”, dice ahora que en Sudamérica están afrontando esa reconversión.

La Marcha Negra de 1992 es el clímax de Entre tierras, gestada, parida e interpretada por Andrés Campelo, un descendiente de extremeños y gallegos de los tiempos del boom del carbón en Matarrosa del Sil (Toreno). “Prepara el Minero, que va a hacer falta”, les decían a sus padres en el bar que regentaban cuando se forjaba un encierro y había que bajar café. La obra de teatro estuvo 12 años en su cabeza. Y la escribió en 12 días con su esposa y compañera, Laura Armesto, originaria del Bierzo Bajo, poniendo distancia, y el historiador Alejandro Martínez, que hasta se sacó en su día la cartilla de artillero, poniendo rigor. A través de su compañía, NATH Teatro, se transforma desde hace un par de años en Tomás, un minero jubilado que recrea experiencias personales intercaladas de vídeos históricos. Y el culmen llega cuando a Campelo, que creció corriendo por las bocaminas sin llegar nunca a trabajar en el sector, hay antiguos mineros que lo abrazan y le llaman “compañero” cuando se baja el telón.

Sin salir de la comarca berciana pero con una conexión ya no tan directa con la minería, Álvaro Caboalles y Luis Alija crecieron en Ponferrada con la Montaña de Carbón de fondo. Criado en el Barrio de los Judíos, para el primero, que lleva en su apellido un origen sustanciado en un abuelo con experiencia laboral en el lavadero y el ferrocarril, estaba al otro lado del Sil. “Nosotros íbamos a la Montaña de Carbón a jugar sin saber de dónde venía eso”, dice el segundo, descendiente indirecto y lejano del empresario Diego Pérez, a cuenta de aquella gigantesca mole de estériles del mineral que llegaba a las térmicas. Caboalles ya estaba en Valladolid cuando en marzo de 2015 un derrabe de carbón se cobró la vida del minero José Pereira en el Pozo Salgueiro de Santa Cruz de Montes (Torre del Bierzo). “La muerte sigue presente en la mina”, se dijo para empezar a madurar lo que en 2019 se convertiría en Carbón.Negro. Un ejercicio de homenaje y resiliencia a partir del testimonio de las mujeres del carbón. Afincado en Asturias, Alija ha estrenado este 2024 La parábola del carbón, un proyecto producido por La Térmica Cultural y Saltantes Teatro e íntimamente ligado a las llamadas Zonas en Transición Justa.

Que no hace falta raigambre minera para escribir y representar una obra de teatro sobre el carbón lo demuestran una autora madrileña, Lola Fernández de Sevilla, y los componentes de la compañía Teatro El Mayal, vinculada a la Universidad de León. La tercera y última Marcha Negra, la del verano de 2012, ya había pasado cuando Fernández de Sevilla, que tiene afinidad con Asturias, aprovechó al año siguiente la mina como “una buena metáfora de un viaje” a modo de “bajada al inframundo” y escribió Sangre carbón. El director de Teatro El Mayal, Javier R. de la Varga, añadió una escena para dar cancha a más actores. “Hemos cumplido 15 años y no habíamos hecho nada relacionado con la minería. Y la Universidad de León tiene Ingeniería de Minas, que fue una de las primeras escuelas técnicas”, expone para explicar la decisión de llevar la obra a escena.

Rodeado de familiares mineros en las cuencas de la Montaña Central Leonesa, Manuel Ferrero admite que se asustó cuando el director del Museo de la Siderurgia y la Minería de Sabero, Roberto Fernández, le planteó en torno a 2015 escribir una obra de teatro sobre el carbón. “Me acojoné. Era una responsabilidad muy gorda. Y le dije que no. Además, de mi familia, yo era el que no había bajado a la mina”, reconoce. El mismo día, unas horas después, dijo que sí. Y afrontó en 2016, con la compañía en el escenario de Beatriz Larom para sacarle jugo al potencial musical del sector, una obra que se fue dotando de atrezo minero con herencias y colaboraciones como la de Zacarías Herrero para hacer la maqueta de una bocamina. Mineros. Los hijos del trueno es el resultado, una función en la que la emoción se ha desbordado en jornadas como la que sirvió en La Robla para apoyar a los familiares de los seis mineros muertos en 2013 en un escape de grisú en el pozo Emilio del Valle de la Hullera Vasco-Leonesa del Grupo Tabliza en Llombera (La Pola de Gordón), o cuando se representó en Ciñera de Gordón, donde vivió hasta los 13 años, y tenía que pararse para recobrar el aliento.

Y de Ciñera también es Armando Gutiérrez, minero por los cuatro costados y con 25 años de oficio, que llevaba dentro un escritor. “De niño en el colegio me decían que copiaba. Pero es que era un ávido lector”, cuenta para recordarse rescatando periódicos del arca de su abuelo. No escribía desde aquellas redacciones escolares que sembraban sospechas entre los profesores cuando el accidente en el Grupo Tabliza despertó aquella vocación, volcada en ese momento en la poesía. Luego ha ganado concursos de relatos. Y de su relación con el grupo Cecina Folk surgió primero una obra vinculada al Camino de Santiago en 2022. Cuando sugirieron prolongar el vínculo, Gutiérrez se metió en las entrañas de su vida y de su cuenca para alumbrar Negro, una función con el acompañamiento (ahora son Cecina 5) de Ignacio Martínez, Saúl García, Roberto Suárez y Óscar Ugidos (Motion Lab), que añadió tras las dos primeras representaciones vídeos hasta completar una performance que acaba de cumplir un año de vida cuando en apenas unas semanas hará seis de la muerte de la minería leonesa, citada cada 4 de diciembre para honrar a la patrona, Santa Bárbara.

“Tu obra puede llegar donde no llega un historiador”, le decía a Andrés Campelo tras asesorarlo Alejandro Martínez, profesor de Historia en el Instituto de Educación Secundaria Beatriz Ossorio de Fabero volcado en la investigación sobre el pasado minero de la zona que el pasado 2023 publicó el libro Conquistar el pan y la libertad. Historia de las Comisiones Obreras en Laciana y El Bierzo (1962-1982) tras explorar períodos pretéritos en obras anteriores. Martínez subraya la importancia de esta eclosión de funciones teatrales sobre el sector sobre todo en la medida en que “pueden llegar a un público más amplio a través de una oferta lúdica, de ocio y cultura” siendo complementarias a la investigación histórica. Hace suya una frase del catedrático asturiano de Literatura Benigno Delmiro Coto: “La literatura es el único pozo que no cierra en las cuencas”. Y enfatiza el potencial de nuevas generaciones de jóvenes salidos de las cuencas mineras ya con formación universitaria que pueden “dar una respuesta intelectual” y “traducida a diferentes códigos” del proceso de reconversión minera.

Yo no concebía hablar de la mina y no hablar desde los ojos de las mujeres

Manuel Ferrero Autor de ‘Mineros. Los hijos del trueno’

El primero en llevar a las tablas la reconversión fue Carlos García Ruiz con Teatro Cítrico. De chaval pasaba temporadas en Fabero, donde sus tíos regentaban bares, la traslación directa al ocio del fulgor minero. “Y yo conocí un poco de aquella locura”, señala para reconocer que en cierta medida proyectó su experiencia cuando compuso el personaje de la protagonista de La caída del muro, una cantante famosa que regresa al pueblo minero en el que su padre tenía un bar. “Yo quería hablar del entorno minero”, apunta antes de repetir que “Ponferrada es lo que es por el carbón”. La dramaturgia minera cuenta la eclosión y el ocaso. Y hay obras que hasta parecen dialogar entre sí. “Yo nunca había visto un tren. Quizás por eso esas máquinas de hierro me asustaban”, dice al principio de Entre tierras su protagonista para evocar al niño extremeño aterrizado en una cuenca minera en una función contada al modo de un Forrest Gump enfrentado a un dilema entre hacer lo correcto o lo que debe hacer. “Somos la cuna del ferrocarril y el AVE pasó volando de largo”, espeta uno de los personajes de La parábola del carbón, que se detiene en aquella Ponferrada Ciudad del Dólar y el nacimiento en la ciudad de la primera central térmica de Endesa, hito del que ahora se cumplen 80 años.

Las representaciones teatrales con acento en la minería del carbón también se mueven entre otra dualidad, la que oscila “entre el reconocimiento y la reivindicación”, señala Alejandro Martínez para citar Carbón.Negro., la obra de Álvaro Caboalles que aborda sin paños calientes accidentes como el que acabó con ocho mineros muertos en el Grupo Río de Combustibles de Fabero justo ahora hace 40 años. Caboalles, que denuncia “negligencias” en aquellos siniestros, pone en primer plano a las mujeres. “Yo no concebía hablar de la mina y no hablar desde los ojos de las mujeres”, señala Manuel Ferrero, que da forma a textos de Toño Morala o el propio Armando Gutiérrez y tenía otras premisas como las de “huir del tremendismo” o tratar de reflejar la idiosincrasia de pueblos que fueron de acogida en tiempos de inmigración: “Yo escuché de chaval hablar en todos los acentos y nunca se miró a nadie como a un extraño”.

Para plasmar la vida en las cuencas, los autores tiran de distintos vehículos narrativos. Ferrero, que cuenta su obra a partir de dos sobrinos que heredan la casa de sus tíos y pretenden venderla hasta que los invade la nostalgia, se vale de una lámpara minera como metáfora (“que la luz que habían llevado los paisanos siguiera encendiendo nuestros corazones”) o personajes mitológicos como los trasgus. Gutiérrez utiliza como recursos la sirena (“era el elemento que marcaba el día a día”) y el Rabudixiu, una canción típica. La banda sonora ineludible es la de la Santa Bárbara, bendita. Pero cada uno la emplea a su modo. “Yo quería una versión que no fuera la típica doliente”, señala Ferrero. ¿Cómo se concibe la ambientación musical para una obra sobre la minería del carbón? “Sobre todo pensando en las emociones”, contesta desde Cecina 5 Ignacio Martínez.

Las reacciones son a veces diferentes si el público es o no de cuenca minera. Dos espectadores se levantaron al principio de la representación de Entre tierras en Barruelo de Santullán (Palencia). “Se han ido llorando”, le explicaron luego a Andrés Campelo, que ha tenido público que se ha identificado en las fotos que se proyectan en la función. “Falta una crítica al impacto ecológico”, le dijeron en Madrid a Álvaro Caboalles, que se encontró en Valencia con un minero participante en la Marcha Negra de 1992. Negro se programó para las últimas fiestas de San Froilán en León de madrugada y en la explanada de la Delegación de la Junta. “Pensábamos que nos íbamos a estrellar. Y la respuesta fue impresionante”, destaca Armando Gutiérrez. “Notas que llega a la fibra sensible de la gente”, reconoce Javier R. de la Varga, quien añadió dos personajes para reflejar la dureza del trabajo y como “contrapeso” al relato de Lola Fernández de Sevilla, que plantea un relato “no ecologista propiamente” pero en el que “se refleja una queja de la tierra” sin obviar cierta dosis de “transgresión” por el protagonismo otorgado a las mujeres, “en principio excluidas del sector”.

La propia Fernández de Sevilla responde con una imagen a la pregunta por el potencial narrativo de la minería del carbón como filón creativo: “Hay algo muy potente en el hecho de que los mineros se introdujeran bajo tierra; eso conecta con mitos de la antigüedad”. García Ruiz, que un día en Perú vio cómo llegaron a una función de La caída del muro un grupo de mineros “tras ocho o nueve horas de autobús”, coincide al subrayar que “había gente que se metía en un agujero a sacar carbón y se jugaba la vida”. Campelo, que dice verse con 60 años haciendo Entre tierras (ahora se somete a una buena sesión de maquillaje para caracterizarse en Tomás), tiene en mente otra obra ambientada en los momentos previos a la reacción del régimen que acabó con mineros de la cuenca berciana represaliados en Cataluña.

Hay algo muy potente en el hecho de que los mineros se introdujeran bajo tierra; eso conecta con mitos de la antigüedad

Lola Fernández de Sevilla Autora de ‘Sangre carbón’

Y es que ahora que, sin ir más lejos, también se ha preestrenado la película Camino Negro, rodada en El Bierzo y Laciana, dirigida por Luisje Moyano sobre la base del libro homónimo de María Luisa Picado en torno a las movilizaciones mineras durante el franquismo, ya hay una generación que se cría en las cuencas con las minas cerradas y con cada vez menos referentes familiares. “Hay jóvenes que sólo han conocido el declive”, advierte Alejandro Martínez con el reciente ejemplo entre sus alumnos de muy pocos brazos en alto ante la pregunta de cuántos querrían quedarse a vivir en Fabero. Así las cosas, ante la disyuntiva de contar la historia o que la cuenten desde fuera, alerta del “riesgo de que la nostalgia la ocupe la extrema derecha”.

“Si hay Ocho apellidos vascos y Ocho apellidos catalanes, hay cine gallego o andaluz, nosotros también tenemos derecho a mostrar nuestra identidad”, reivindica Luis Alija, que remarca su vocación de hablar de su generación (la que copa el protagonismo de La parábola del carbón), ahora ya sin la Montaña de Carbón que también marcó la infancia de Álvaro Caboalles. Este estrenó Carbón.Negro. (“es una pieza que me ha situado en un lugar interesante”, dice sobre un trabajo apuntalado con una ayuda del Instituto de la Juventud) en un edificio con tantas reminiscencias mineras como el Museo del Ferrocarril de Ponferrada, mientras ahora él y otros demandan más respaldo para que estas obras tengan un mayor recorrido por las Zonas en Transición Justa. “Este boom de la cultura minera debe llegar a más sitios. Hay que buscar la manera de que pase de la provincia”, señala Andrés Campelo.

Y Carlos García Ruiz, para quien ahora la nostalgia es pasarse en verano por la finca de sus padres en San Andrés de Montejos (Ponferrada) y no ver de fondo las torres de la térmica de Cubillos del Sil Compostilla II (“y entiendo que las derribaran, pero a mí me produjo nostalgia”), le da vueltas a hacer otra obra que de alguna manera dé continuidad a aquella pionera La caída del muro, curiosamente la única de su repertorio archivada en el Ministerio de Cultura por “reflejar una realidad social del momento”. Lo que dice la protagonista, aquella cantante famosa que regresa a sus orígenes, parece escrito hoy: “Creo que, cuando todo haya cerrado, esto habrá perdido parte de su historia; y gran parte de la poca vida que todavía le queda. Y sé que era una vida muy difícil y muy dura. Es verdad. Pero, por lo menos, era un tipo de vida”. 

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