Por qué los escritores tenemos miedo

Un escritor atrapado en las redes sociales.

Me consta que entre los lectores de este medio hay unos cuantos escritores, y unos cuantos abogados, así que me quiero dirigir a ellos de manera muy especial.

A menudo, en discusiones sobre sucesos, me llaman desalmado porque tengo tendencia a dudar de las versiones que cuentan los denunciantes, y eso es hoy un pecado mortal, porque los denunciantes casi siempre tienen razón aunque no tengan pruebas. Justo lo contrario de cualquier doctrina jurídica, que afirma que todos los acusados son inocentes mientras no se demuestre otra cosa.

También me han llamado desalmado o psicópata, o cosas similares, por insistir en varios casos en no creerme las versiones de las víctimas y por echar pestes de este sistema judicial nuestro en el que la declaración de la víctima es suficiente para acusar a alguien.

Y no, de verdad, no soy un cabrón insensible que quiere que se eche tierra encima abusos sucedidos hace veinte años en un convento, o a un asqueroso magreo indeseado en un portal, o a un insulto o una agresión en una discusión de pareja. Pero quiero, exijo, que sólo se condene con pruebas y no baste la declaración de la víctima. Me dicen también que para eso están los jueces, para determinar la veracidad de la declaración, para ver si hay incoherencias, para ver si todo encaja y es verosímil.

Y ahí es donde me echo las manos a la cabeza, me acojono, y me dirijo a los lectores que tienen tratos con la literatura, para preguntarles: oye coño, ¿no nos dedicamos nosotros a eso? ¿No existe una profesión que consiste en generar relatos coherentes, que encajen y no se contradigan? ¿Tengo que anunciarme para casos de denuncias, paras construirle un buen relato a alguien y que condenen a su oponente por la cara bonita? ¿Hasta eso hemos llegado?

Caray, de verdad: que somos unos cuantos, sólo entre los lectores de este medio, los que sabemos construir un relato y hasta hemos cobrado un buen dinero por ello. Somos muchos, demasiados, los que estamos al corriente de que crear un relato creíble de unos hechos no prueba que los hechos sean ciertos. Somos un montón los que sabemos que la cualidad de verosímil de un relato no lo aleja de la ficción, sino todo lo contrario.

¿Cómo se puede esperar que un escritor, que se dedica a eso, se crea los relatos de los demás? Claro que no me creo una mierda de nadie. Por supuesto que no. Sé lo fácil que es inventar las cosas. Sé lo sencillo que es que las cosas encajen. Sé cómo trazar un personaje y un cronograma para unos hechos, o no podría escribir novela negra. Lo saben también los guionistas. Lo saben también los que se dedican al teatro. Y más les vale, coño, o mejor se van dedicando a otra cosa.

Pero luego ves según qué casos y según qué denuncias, y te echas las manos a la cabeza. ¿De veras que de lo fino que estés creando ese relato o esa ficción puede depender que a alguien le metan cinco o quince años de cárcel? Pues parece que a veces sí.

¡¡¡Cómo no me voy a inquietar!!!

Me preocupa, y mucho, que el nivel de la presunción de inocencia haya bajado hasta un límite compatible con escribir relatos para un concurso de pueblo. He sido jurado y de varios y se que hay CIENTOS de personas que los escriben bien. Si un relato bien contado, además de como pasatiempo literario, se admite como prueba en un juicio, estamos verdaderamente jodidos.

Sálvese quien pueda, porque los jueces tampoco tiene por qué ser expertos en literatura, ni en teatro, ni en psicología.

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