Hay un modelo de timador para el que los norteamericanos han acuñado el afortunado nombre de rain maker (hacedor de lluvia). El individuo que, a cambio de una cantidad, garantiza beneficios –económicos, fiduciarios, electorales...– a su cliente, asegurándole que posee una influencia que en realidad no tiene. Si el proceso en el que – supuestamente– intercede y afirma dominar se resuelve de forma favorable, es decir, si al iluso le dan el concurso, el permiso, la licencia o la subvención, le perdonan los impuestos o la deuda... el aguador – que, naturalmente, no ha hecho nada– se lleva el mérito –la pasta por su milagrosa intervención ya se la ha quedado–. Pero si, como suele pasar, el primo no obtiene los resultados prometidos el lloviente o vendehumos le contará que otros factores, ajenos a su talento, han resultado decisivos y que la gente es mala y el mundo es así. Bien, pues la Junta con Sánchez. En todos los casos. Hace ya años que en España –esto no ocurría antes de forma tan desvergonzada– se da por válido como contraargumento el decir lo mismo que tu interlocutor, pero poniendo voz de subnormal. Me espeluznó ver en la televisión a Rajoy y Rubalcaba en sesudo debate con líneas como No, no, no. rebatidas por un Sí, sí, sí. Literalmente. Nada es contrastado. Todo vale. No hay ningún espacio –ni el BOE– libre de falacias, propaganda y contrapropaganda. Si ya el Partido Popular esgrimía tesis tartamudas para oponerse a la subida del salario mínimo, a la reducción de jornadas o al control de la usura y la especulación en sus divertidas y diríase infinitas vertientes, la ayuda de Vox las ha convertido en directamente taradas. Vamos a destruir este paraje, paralizar este juicio y saquear este negociado porque... Venezuela, los menas, el lobo, los okupas y la tiranía feminazi. Oiga, ¿se cree que somos idiotas? Pues sí. Es nuestra apuesta, que diría Mañueco, y de momento ganamos la mitad de las manos. Es fácil si el seis de bastos gana al as de triunfo y cuando para que llueva basta con afirmar que lo está haciendo y que si no hay agua es porque el gobierno central la usa para echarla al whisky. Debo volver a la costumbrista anécdota; estos obvios comentarios no le gustan a nadie y a mí me ponen de mal humor.