Contra patriam
Tiendo a pensar que alguna gente está equivocada algunas veces en algunas cosas. Esto puede sonar agresivo o petulante así que si lo desean pueden pasar a la última frase del texto y ya está. Aquí todos somos amigos. Sí. Nadie quiere hacerles daño. ¿Quieren un vaso de agua? ¿Fresquita? ¿Le digo a María José que les traiga un vaso de agua? ¿No? Bueno. Eeeerm… sí. Ya. Sobre la vertebración de España. Vertebrar es el verbo. Y articular. Esto constituye el asunto. Sin vertebración y articulación no se puede hablar de estos temas. Ni de trenes y carreteras. Obligan. Supongo. Jamás he leído una justificación de vías o asfaltos sin que salgan las anatómicas palabrejas. A lo que iba: el absurdo artefacto autonómico castellano & leonés no solo no me parece mal, sino que lo considero ejemplar. Coincido con Bertrand Russell en que los profesores de Historia de los colegios deberían ser extranjeros y voy más allá: cualquier frontera que coincida con un grupo homogéneo de personas o accidentes geológicos debe ser ampliada o reducida de forma gratuita. Un número de individuos que se sientan perfectamente cómodos con sus vecinos, folklore y territorio forman… una tribu. Y eso es un atraso. Lo menos parecido a ello es nuestra bendita comunidad. Perfectamente chalada, no la justifica ni la historia, ni la geografía y, si me apuran con su diversidad, ni siquiera la gastronomía. Solo le falta llamarse con un número. Un número al azar. Una matrícula. Lo que me parecería fenomenal. Poner a las calles nombres de sujetos –y, en ocasiones, sujetas– es un grave error. Las calles con dígitos nunca dan guerra. Ni literal ni metafóricamente. Huir del concepto tribu o rebaño es lo que nos diferencia de animales y gallegos y ¿qué más diverso y libre que la puta casualidad? Toda frontera es arbitraria, inventada. Admitida pues tal premisa, ampliemos el concepto y propongamos Castilla & León como modelo. ¿Ventajas? No tenemos himno. ¿No es eso admirable? ¡No hay capital! De acuerdo que las Cortes están en Valladolid, pero, pobrecitas, no hacen nada. Siempre se trata la autoestima baja, pero no la alta. Y esta última puede llegar a constituir –y lo hace a menudo– un serio problema. La percepción deformada del patriota es un delirio contrastable. Y sanable. Si alguien habla en serio de SU TIERRA debería consultar urgentemente el catastro. La provincia de León, por ejemplo, se extiende a un millón quinientas cincuenta mil hectáreas y yo poseo –no llega a– dos. No dos millones. Dos hectáreas. Contando una fosa en Puente Castro. ¿Afirmaría que el Santander es MI BANCO o me ataría un vínculo sentimental a la familia Botín por tener en dicho establecimiento una cuenta con once euros? Claro que no. El nacionalismo por tanto, resulta una patología y tiende a confundir síntomas –llegan a hablar de humillación a unos edificios o incluso unas oficinas, de agravios a un negociado…–. Apliquemos relajantes a la inflamación de la patria. Celebremos que no tenemos nada que celebrar no celebrando nada en absoluto. Repito: es lo que opino y, como escribía Enrique Jardiel Poncela, así seguiré opinando hasta que empiece a opinar de otra manera.