La sopa sónica del Purple Weekend

Concierto de The Boo Radleys en el Purple Weekend 2025.

“Yo estoy en esto por la música, por esa sopa sónica que te envuelve y hace que todo sea maravilloso, por el placer de tocar con unos amplificadores a un buen volumen, con un micrófono que tenga un poco de eco para que realce la voz, con una buena guitarra a la que puedas hacer guarrerías, con una batería elegante, con un bajo tormentoso… En fin, todos esos ingredientes juntos hacen que la vida sea digna de ser vivida. Yo estoy aquí por la sopa, por la sopa sónica”. Estas palabras del recientemente fallecido Jorge 'Ilegal' resumen de forma precisa y hermosa el espíritu de lo que ha sido la última edición del Purple Weekend, una sopa sónica cocinada con pasión y talento, una ceremonia que ha celebrado por encima de modas coyunturales o reductos generacionales lo más importante: la música. 

La 36.ª edición del festival leonés puede presumir sin riesgo a caer en estériles autocomplacencias de haber programado un cartel de bandas tan ecléctico como brillante, tan ajeno a criterios comerciales como rebosante de personalidad. Todo arrancaba con la que para muchos fue la mejor noche del festival, una nueva edición de esa fiesta ‘Revival 77 & New Punk’ que ya se ha convertido en un clásico y que nos puso a todos en modo Purple con los primeros y contundentes acordes de The Chevelles, cuatro colegas australianos que llevan en esto media vida y que suenan con una solidez impecable. Y cuando ya el ambiente estaba caldeado aparecieron dos hermanos que no tienen ni veinte años para derrochar una energía apabullante sobre el escenario, para contagiar a todo ese público que ya llenaba el Espacio Vías de rabia juvenil y actitud punk. The Molotovs son una versión 2.0 de The Jam que incluso pueden recordar por momentos a Sex Pistols. Había expectación por verles y no defraudaron. Aunque lo mejor de la noche estaba aún por llegar. The Horrors es una de esas bandas de culto que todo el mundo dice conocer pero que en realidad muy pocos habían podido escuchar en directo. Su magnética puesta en escena fue una oda a la oscuridad, su música envolvente e hipnótica elevó una liturgia sobre el público que nos dejo a todos fascinados, casi trascendidos. Ecos de The Cure o The Sisters of Mercy pero una voz propia y una actitud tan enigmática como seductora. 

Sin ánimo de extenderme mucho, sobre todo porque ya hay críticos especializados que podrán expresarlo mejor, y con el única afán de subrayar la excepcional concentración de tantas y tan buenas expresiones musicales en un mismo escenario y en tan solo tres días, solo decir que la fiesta del sábado comenzaría con la psicodelia de los leoneses Brators en concierto mañanero. Y que por la tarde aparecerían unos The Limboos que llenaron un espacio ya abarrotado de fieles a la causa de exquisito rhythm & blues con toques latinos, antes de dar paso al rock'N´roll desbocado de Laurie Wright y volver al escenario para acompañar con elegante destreza al gran Nick Waterhouse, otro fin de fiesta a la altura de este festival que apuesta por la autenticidad entre tanta producción en serie. O que ya el domingo arrancaría con un público, tocado pero ni mucho menos hundido, que curaría las cicatrices de las batallas sonoras vividas en las jornadas previas a base de risas y vermú con Lie Detectors. Y que finalmente por la tarde llegarían el rock contundente y sin aditivos de The Peawees, la absorbente y casi tribal propuesta de Drink The Sea y la cromática paleta musical de The Boo Radleys.

Ya he apuntado al principio de este columna que escribo hecho unos zorros, aquejado de gripe y extrañamente afligido por la perdida de esos dos grandes músicos que fueron Jorge y Robe. Dos gigantes no solo por su extraordinario legado de canciones, sino y sobre todo por su autenticidad, por ser capaces de gritar su poesía sin miedo a ser juzgados, por ser creadores libres y únicos, por convertir su arte en una actitud ante la vida, en una forma de estar en el mundo. Salvando una prudente distancia, y con la pertinente excusa de que esta insólita analogía pueda ser otro de esos febriles delirios que me asolan estos días, ese inconformismo y fidelidad a unos principios es lo que busca también este festival que transforma a la ciudad de León en el imperdible centro de peregrinación para melómanos de todo tipo y condición, para todos esos chalados por la buena música que encuentran cada año en esta irreductible aldea sonora una programación de bandas única e intransferible, un genuino refugio musical armado con entusiasmo y esfuerzo. “Cualquier imbécil puede tocar bien la guitarra, pero solo unos pocos pueden hacerla sonar de forma genuina”, solía decir también el músico asturiano. 

Etiquetas
stats