La suerte de tener suerte

Bolitas del bombo de la Lotería de Navidad.

Hace tiempo, una prestigiosa cartomántica de La Habana predijo que tendría yo la suerte de llegar a acumular una gran fortuna y que mi vida daría un vuelco inimaginable a partir de ese momento. Dicha prediccción fue poco después confirmada por una iyalocha (sacerdotisa de la ‘regla de Ocha’ en la religión yoruba) que, entre otros menesteres, se dedicaba a leer trozos de corteza de coco para adivinar el futuro. Y así, confiando en mi vaticinada suerte, me dejé llevar por ese optimismo que almacenamos en el pericardio como sustancia portectora hasta que los años, estupendos cronistas de augurios mal realizados, me advirtieron que no debía de continuar perdiendo mi tiempo amasando esperanzas ilusorias. 

No obstante, a pesar de haber aceptado el error de la profecía –no verificada, al menos hasta el sol de hoy–, quedó en mi cabeza la duda con respecto a la palabra ‘suerte’, término no del todo claro aun cuando la RAE recoge dieciocho acepciones en su definición. Y es que se me ponen los pelos de punta al pensar que no existe lógica posible para comprender, no digamos ya lo que sucederá mañana o el próximo mes, sino lo que ocurrirá en los dos segundos inmediatos, en los que inhalaremos y exhalaremos el oxígeno necesario para continuar viviendo.

Hermes Trismegisto (presunto fundador de la filosofía hermética y gran maestro alquimista) dejó escrito en El Kybalion (texto del que se le supone autor) los llamados ‘siete principios de la verdad’. El exergo que encabeza el sexto de ellos (me refiero al denominado ‘principio de causa-efecto’) plantea lo siguiente: “Toda causa tiene su efecto; todo efecto tiene su causa; todo ocurre de acuerdo con la ley. Azar no es más que el nombre que se le da a la ley no reconocida (…).”

La rueda de la fortuna.

En pocas palabras, no existe lo casual pues todo es causal, así que dejemos de buscar razones para lo que no podemos razonar. Una vocecita me susurra al oído “no temas ni te preocupes por lo que ocurrirá mañana: el destino no dibuja su cara en un papel porque su rostro cambia constantemente; tus ojos no pueden percibir el movimiento de la cara del destino, pero el boomerang cósmico continuará actuando sin que tú lo sepas y recibirás lo que das, así es la ley”. Y al escuchar lo anterior, me siento más tranquila (al menos sé que no me romperá la cabeza ninguna piedra caída de las nubes si anteriormente no la he lanzado hacia arriba).

Claro, toda ley tiene su excepción y toda argumentación su contraargumentación. Y es que en ocasiones damos y no recibimos en correspondencia, por lo que terminamos echándole la culpa de nuestra mala suerte a las circunstancias. De contra, andando caminos, tropezamos con algunos que nacen sentados en tronos de oro mientras otros, pobres diablos del infortunio, sucumben en la ruinosa miseria desde siempre y para siempre… En fin... ¡Un coñazo es el destino!

¿Existe la suerte?

En resumen, podríamos pasar horas y horas debatiendo en torno a la existencia de una suerte incomprensible; podríamos incluso acudir a filosofías como el budismo, el hinduísmo o el jainismo para adentrarnos en la teoría del karma, tratando de resolver las incógnitas al respecto. Pero todo ello resultaría insignificante cuando pocos días nos separan del veintidós de diciembre, fecha gloriosa que aguardamos con la esperanza de escuchar a los ‘chavales cantaores’ entonar el número impreso en alguno de los billetes comprados con tanta ilusión.                                              

El dos mil veinticinco va quedando atrás y la Lotería de Navidad nos espera a la vuelta de la esquina. Con ojos de niños pobres frente al escaparate de una juguetería, veremos salir las poderosas bolitas fabricadas con madera de boj y retendremos el aliento a la expectativa del milagroso segundo que podría cambiar nuestro destino, sin saber que la verdadera rueda del azar es la rueca en la que tejen las Moiras.

Pero probemos fortuna una vez más. ¡Claro que sí! Que si la vida no nos premia con el Gordo, nos premiará con ‘el flaco’ y nos recompensará con el haba de la prosperidad y con la figurilla de un gnomo de resina, amorosas propinas que hallaremos escondidas en el Roscón de Reyes.

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