Ratones ciegos
El martes fui a echar gasolina –un día es un día– a mi estación de servicio habitual y se les acabó el combustible antes de que pudiera llenar el depósito. En dos tanques. En serio. No es que mi coche tenga una capacidad tan descomunal. Coincidió. Me había pasado en los bares con los barriles de cerveza. Más veces de las que querría contar. Pero esto es nuevo. No me pareció excesivamente insólito porque a mí lo que me asombra es que las cosas funcionen, no que no lo hagan, que es lo habitual. Peleamos permanentemente contra la poderosísima segunda ley de la termodinámica y su despiadada ejecutora: la entropía. Un grifo echando agua o un interruptor deteniendo o haciendo pasar la electricidad es tan raro que, según la estadística, ni siquiera ocurre una vez. A mí me sigue asombrando cada día. No me acostumbro. No ver algo fallando, agotándose, fundiéndose o desmoronándose. No. Eso para mí es lo lógico. ¿Me convierte esto en un desinformado optimista o en un atolondrado pesimista? A lo que voy es que vivimos en un mundo de sistemas complicados y artificiales, sujetos a su querencia al caos y no deberíamos encima proporcionarles combustible –cuando lo haya–. ¿Qué solemos poner como ejemplo de mecanismo complejo? El cuerpo humano. O los relojes. Los creyentes chalados incluso llaman a Dios el gran relojero porque creó el universo y tal y de ello extraen igualmente chaladas conclusiones. Pero ese es otro tema. Bien. Exigimos al experto una serie de conocimientos mecánicos y una práctica sutil de ellos. No le dejamos nuestro cronómetro, que quizá tenga hasta un valor sentimental –casi todas nuestras pertenencias, aunque nadie lo crea, tienen mayor valor sentimental que facial– a un relojero porque exhiba un enorme martillo y presuma de que va a machacarlo con tremendo poder. No elegimos como cirujano al que posee el serrucho más romo y ensangrentado, las manos más sucias o da más voces. Quizá las sociedades humanas carezcan en su complejidad del número de engranajes de personas y pelucos, pero la conclusión es evidente: ¿por qué cojones no aplicamos idénticas normas en la elección de nuestros representantes políticos y elegimos una y otra vez a estos botarates? Si me dices que mi problema consiste en la ETA y los lobos y los okupas o que la solución a los alquileres reside en la autonomía para León es como si el médico me cortase una pierna con una motosierra porque tengo inflamado el apéndice. O el relojero le clavase una punta en el centro de la esfera a mi Certina de la Primera Comunión porque atrasa. Resulta agotador que nos traten todo el rato como a tontos solo porque lo somos.