El efecto nocebo
Hay frases que suenan muy bien, pero no son ciertas. Títulos fantásticos o fabulosos en ambos sentidos: El miedo del portero ante el penalti, El cartero siempre llama dos veces o Años de mayor cuantía. Pues no. El portero no siente ningún miedo cuando ejecutan la pena máxima –el vocabulario del fútbol resulta casi siempre abracadabrante–. De hecho si le cascan el gol es lo normal, nadie va a culpar al guardameta, que espera el zapatazo fresco como un Frigopié: en el caso de detener o rechazar el balón es vitoreado por pueblo y senado que le honra y le aporta el laurel y el acanto. El cartero no solo no llama siempre dos veces, sino que en muchas ocasiones no toca ni una y ha de perseguírsele por las calles mientras corre hacia su furgoneta con nuestro paquete bajo el brazo y su copia de destinatario ausente en el intento de entrega entre los dientes. Los años descritos en el cuento de Sánchez Santiago no son de mayor, sino de mucha menor cuantía. Pero esto es literatura. No hace daño. La Historia universal de la infamia también contiene muchas lagunas. Es en la vida real donde el barón Münchausen hace menos gracia. Los populares acusan de corrupción al PSOE porque condenan a Prada y a Zaplana por corrupción. Y de ser de la ETA porque la ETA mató a doce personas del PSOE. El Tribunal Supremo acusa e imputa (?) al fiscal general del Estado de filtrar unos correos que tenía todo el mundo, el Gobierno da un bono a los caseros y la ministra de Vivienda dice que el problema de su ministerio se arreglaría si los grandes tenedores fueran más piadosos y buenecitos. No son las perdices disparando a las escopetas. Son las perdices con un palillo en la boca y la bragueta abierta tratando de detonar un artefacto nuclear. No, no se me olvida el palabro de hoy, pero lo pongo al final. El efecto nocebo consiste en experimentar signos o síntomas de una enfermedad por la perspectiva –¡consciente o no!– de resultados adversos a alguna medida terapéutica. Lo contrario al conocido efecto placebo, vaya. Es decir, uno se convence de que un fármaco le ha sentado o le va a sentar regular y se empieza a poner malo sin motivo. Ejemplo real –y asqueroso–: un facultativo detectó un nematodo en sus heces y su abdomen comenzó a dilatarse. Luego resultó que la lombriz no era tal, el medicamento que se había administrado no hacía nada y se había hinchado la barriga él solo, como hacemos en Navidad. Creo que con la ingesta de periódicos e informativos me pasa como al doctor. Se me dilatan las cosas. Pero todo está en mi cabeza. La gente es buena. Nadie quiere hacerme daño. Aquí todos somos amigos.