Ya hace cien años que falleció Kafka. Parece que fue ayer. Como el Desastre de Annual o lo del Naranjito. Todos adoramos a Kafka. ¿Quién no ha memorizado alguno de sus poemas –algunos musicados por el maestro Serrat– o citado su célebre y cortísimo cuento de Cuando despertó el escarabajo seguía ahí? Kafka ha dado nombre incluso a situaciones que decimos kafkianas cuando no tenemos ni puta idea de lo que estamos hablando. La vida de Franz –al que ya podríamos llamar con familiaridad Francisco, Paco o Paquito– Kafka está íntimamente ligada a Praga, ciudad que le acogió en su río (mirar el río u océano que bañe Praga) como un Moisés o un Gólem o una Ana Frank u otras personas judías desde pequeño y en la que empezó su carrera de escritor trágicamente truncada por la escarlatina y la envidia de otros autores como Manuel Salieri, quien trató de envenenarle con mercurio. Lejos de sentir rencor hacia sus contemporáneos por su impostada indiferencia, rogó a su hermano Theo que destruyera su obra, quemara su casa y golpeara a algunos vecinos. ¿Haría tal cosa algún escritor de ahora? Probablemente no. Incluso insistiría en vivir todo el rato, en editar sus cosas e incluso en recitarlas a grandes voces a pesar de carecer del talento del austrohúngaro. Es inevitable acordarnos del autor y de sus orejas siempre que hablamos de incomunicación burocrática. ¿No nos parece kafkiano –como ya hemos comentado– el que Movistar nos cobre lo que le dé la gana por ver la Liga o que no lo ponga en el mismo paquete de Disney que tiene todo lo de La guerra de las galaxias? ¿Qué no exclamaría el fogonero K de El... La... de... una de sus famosas novelas ante estos abusos? Sí. Conocemos su epistolar relación con su padre al que envió una carta como Pedro Sánchez a los españoles, que mandó dos. ¿Fue la tormentosa relación con su progenitor la que le impidió tener relaciones más duraderas con sus novias, publicar en Claraboya o competir en los Juegos Olímpicos recién restaurados por Adolfo Hitler? Son más las preguntas que las respuestas, que diría Gregorio Simpson antes de su muerte como viajante. Su influencia en la historia de la literatura es indiscutible: de hecho yo mismo he utilizado el adjetivo kafkiano ya dos veces en esta sesuda exégesis. Su prosa trata de advertirnos de que la comunicación humana, aunque deseable, resulta imposible, así como de que deberíamos leer más porque luego hay palabras que no entendemos. Debería terminar citando a José Luis Borges, lector de Kafka y otros, pero me dejé los libros –me gustan muchísimo los libros y siempre los huelo en las librerías– en el coche. En total... ¿es Kafka quizá el más leonés de los autores fallecidos entre las dos o tres terribles guerras mundiales que devastaron el continente europeo? Algunos afirmarían lo contrario, pero yo no me atrevería a desdecirles.