Crónica sentimental y exagerada del Purple Weekend

La banda del hijo del líder de Green Day nos recordaba lo mayores que empezamos a ser algunos, las referencias noventeras que sostienen nuestro discurso. Una chica con visera calada sobre su largo pelo miraba a su alrededor sin depositar sus ojos sobre nadie en particular, hasta detener finalmente el rítmico balanceo de su cabeza sobre el hombro del tipo con chaqueta ajustada que la acompañaba. Luego llegarían Sharp Class y Bad Nerves, soberbias reencarnaciones de The Jam y los Sex Pistols que aterrizaban en León para elevar al cielo todas nuestras expectativas y deslumbrar a los pocos escépticos que quedaban entre la multitud, esos a los que a estas alturas ya nadie hacía caso.
Hoy hay que empezar suave, que esto es muy largo y tenemos que dosificarnos, escuchaste decir al más optimista de tus amigos mientras repartía con entrenada pericia la tercera ronda de cervezas. Evidentemente la noche acabaría complicando nuestros planes de moderación como a veces complica también la soledad. Y en ese primer día de Purple volvería a ocurrir lo de siempre: bebimos, bailamos, charlamos, besamos, abrazamos, reímos y disfrutamos como si no hubiera un mañana.

Al día siguiente derrochábamos fraternidad, buen rollo y algo de cansancio. Lucíamos gafas de sol y una gran actitud, la misma radical elegancia que desplegarían The Fuzztones al llegar a Espacio Vías para preparar su concierto de la tarde del viernes, todos vestidos de impecable negro y con más de cuarenta años de rock and roll cincelando cada uno de sus chulescos gestos sobre todos los infinitos escenarios que han pisado en todo ese tiempo. Primero el desfile de moda y unas compras en el mercadillo, un par de vinilos y una camiseta del Dr. Hoffman, un clásico. Luego unas raciones en el Romántico, café irlandés y listos para volver al jaleo. Doctor Explosión no da respiro y ya nos pone a todos a bailar como locos con su contagiosa energía. Se cae, se levanta y se abalanza sobre el publico para seguir tocando con ellos. Cuando termina su bolo estamos todos exhaustos y felices. Un breve descanso para salir a respirar, o a fumar. Te encuentras con aquel viejo amigo que hacía quince años que no veías, más besos y abrazos, das unas caladas a un porro que te pasa no sabes quien y charlas animosamente con tampoco sabes muy bien quien. Finalmente vuelves a entrar para sumergirte en las turbulentas y profundas aguas garageras de The Fuzztones, sin duda uno de los grandes momentos de esta edición.

Ya en el Palacio de Congresos y Exposiciones suenan The Warlocks, autores de ese Shake The Dope Out que has estado escuchando con obsesiva recurrencia las últimas semanas. Aunque lo gordo estaba aún por llegar. Curtis Harding conseguiría lo imposible, que un tipo que se mueve sobre la pista como un pez en el desierto empezará a sentir el flow y a deslizar sus pasos sobre el aire como un medallista olímpico de patinaje artístico. Este tremendo músico que, como dice con sarcasmo tu compañera, siempre viste gafas de sol para no dejarnos embarazadas a todas con su mirada, colmó el colosal volumen del Palacio de Congresos y Exposiciones de soul y funky como quien se hace un café para desayunar. Un capo. Y luego lo de siempre, cruzar esa puerta que conduce a los allnighters y dejarse llevar hasta que el cuerpo aguante, hasta que la sensatez nos arrastre a la cama.
El sábado todo va muy rápido, la Scooter Run, The Giant Robots, Julián Maeso Organ Sextet y Los Estanques. Hasta que una maravillosa mujer de 78 años que lo ha sido todo en mundo del soul decide detener el tiempo, pararlo todo con su elegante voz y dar uno de los mejores conciertos que podemos recordar. Una sofisticada muestra de compromiso con esa música que este festival lleva homenajeando desde hace treinta y cinco años, un evocador repertorio de canciones que consigue que eches de menos tener cerca a tu persona elegida, que hace que te acuerdes de ella por un instante y acaricies la distancia que os separa con íntima ternura. Unas canciones que también te hacen recordar aquella otra complicidad juvenil que compartías hace ya más de 25 años con aquella otra chica de la que casi no recuerdas su rostro, cuando el Purple Weekend no era todavía consciente de lo que iba a crecer en el futuro y vosotros tampoco lo erais de como la vida pasa como una rápida caravana.

Todavía emocionados, agotados y traspasados ya por esa melancolía que presagia el final de la fiesta, disfrutamos de The Cast y de esas melodías exactas y luminosas de The Lemon Twigs. Y empezamos a despedirnos de todos esos compañeros de odisea, de todos los amigos encontrados, convocados cada año por el Purple Weekend como quien reúne a una excéntrica familia de fieles a la causa común de esa música que tanto nos gusta. Ahora los abrazos esconden el profundo sabor de ese adiós que cabe en el andén de una estación. Nos vemos el año que viene, exclamamos con rotunda certeza, la misma que tenemos de que el Purple Weekend volverá a juntarnos a todos en esta ciudad, como ha pasado cada mes de diciembre durante los últimos treinta y cinco años.