Alfredo Nistal: de la lucha política a la Revolución (II)
Hubo un antes y un después en la vida de Alfredo Nistal tras pasar por la cárcel, donde sufrió desnutrición y unas condiciones de salubridad denigrantes. Al estar preso no pudo hacer campaña en las elecciones de febrero del 36, en las que su partido le incluyó en las listas del Frente Popular por León. Sacó 66.942 votos, pero no fueron suficientes y se quedó sin acta de diputado. La amnistía decretada tras el triunfo de las izquierdas le devolvió a su vida diaria en León, a su puesto directivo de correos en la ciudad, al ambiente familiar; pero estaba señalado y él lo sabía. La sociedad experimentó en aquellos meses una fuerte polarización y España se partió irremisiblemente en dos mitades. La cárcel y el ambiente de violencia en la primavera de 1936 le hicieron desconfiar del futuro; se sentía inquieto e inseguro.
Por aquellos meses, Nistal, barruntaba un golpe militar inminente, por eso rechazó la oferta de una casa para directivos de correos cerca de la Catedral de León, por considerar que el centro de la ciudad era una auténtica ratonera si estallaba un conflicto armado. El instinto de supervivencia se apoderó de él y le mantuvo alerta. Sabía que formaba parte de las listas negras elaboradas por las derechas, así que alquiló un piso en el edificio Valentín, en la calle Palencia a las afueras de la ciudad, al otro lado del Bernesga. Esa decisión le salvaría la vida.
Cuando estalló el alzamiento militar en julio de 1936, Nistal rogó al gobernador civil de León, Emilio Francés, que repartiera armas a los obreros como única medida eficaz para detener el golpe en la ciudad. Insistió varias veces, pero el gobernador se negó. En el juego de fuerzas que Nistal sopesaba en su cabeza, León estaba irremediablemente perdido y su vida corría peligro. De no haber sufrido cárcel, posiblemente sus alarmas internas se hubieran relajado, pero el temor le avivaba por momentos el instinto de supervivencia. Nadie de su entorno concibió el peligro como él, así que decidió no volver a entrevistarse con el gobernador y buscar una salida personal.
Esa mañana, la del 20 de julio, se mostró especialmente inquieto. Salía cada poco al balcón de su casa y oteaba desde allí el ambiente de la ciudad. Se trataba de un quinto piso con buenas vistas. Desde esa altura, y siguiendo la línea visual de la calle Ordoño II, observó un movimiento rápido de soldados armados en la plaza de La Libertad (hoy de Santo Domingo). Dedujo que se trataba de militares del Cuartel del Cid (hoy Jardín del Cid) que se habían sublevado, dispuestos a tomar la ciudad. Eran las dos y pocos minutos de la tarde.
Nistal, reunió apresuradamente a su familia y les comunicó que se iba. No les adelantó a dónde; tal vez ni él mismo lo sabía. Repartió besos entre su mujer y sus hijas y salió a la calle con lo puesto. Tomó la vera del Bernesga, en dirección norte. El fuerte estiaje le permitía avanzar sin dificultad junto al lecho del río. A las pocas horas, dos militares armados llamaron a la puerta de su domicilio con la intención de arrestarle, comprobando que no se encontraba en casa. Alarmadas por aquella incursión, mujer e hijas pegaron la oreja al suelo para escuchar mejor la radio de los vecinos del piso de abajo, oyendo varias veces por la emisora el nombre de su padre, prueba evidente de que no le habían cogido.
El huido caminó varios kilómetros a la orilla de la corriente, para luego desviarse hasta alcanzar la carretera de Asturias. De pronto, vio a lo lejos un coche negro que llevaba dirección norte: se situó en medio del asfalto, levantó los brazos y trató de pararlo. Pidió al ocupante que le llevara en esa misma dirección. La suerte hizo que se tratara de un médico que le conocía y que se dirigía a atender enfermos en la zona de La Robla.
Al día siguiente, Nistal estaba ya en Villamanín. La ciudad de León había caído bajo el poder de militares y falangistas, mientras Nistal establecía contacto con autoridades republicanas de Asturias y alcaldes de la franja norte de León, fieles a la República. Pronto fue nombrado dirigente gubernativo de la franja republicana leonesa. Conoció y trató a Belarmino Tomás, el que sería presidente del Consejo de Asturias y León, de facto un órgano soberano e independiente en esta parte norte.
Próximos destinos: Valencia y Barcelona
Organizó el norte republicano de León lo mejor que pudo: concertó canjes de presos, procuró un abastecimiento de alimentos y una defensa del territorio, además de establecer la necesaria coordinación con los republicanos asturianos. Hasta Villamanín llegaba la revista Iskra, órgano de la 23.ª Brigada Mixta, cuyo número 43, de 13 de marzo de 1937, daba testimonio de la figura de Nistal y su labor para mantener las comunicaciones con la República, además de procurar una moral alta entre sus milicianos. En uno de aquellos canjes de presos, consiguió pasar a su familia a la zona norte, destinándola a una vivienda en Comillas.
En medio de aquel trajín bélico, fue nombrado subsecretario del Ministerio de Estado, dirigido por el socialista Julio Álvarez del Vayo, destacado defensor de Largo Caballero. No sabemos si le sorprendió la noticia, pero aceptó el cargo. Un avión que voló a través de Aragón le trasladaría a Valencia, capital de la República. La familia le siguió a través de la ruta de Bilbao a Irún –coincidió el traslado con los días del bombardeo de Guernica– y consiguieron pasar a Francia, de allí a Port Bou. Luego a Barcelona y, finalmente, a Valencia; la familia estaba reunida de nuevo.
Nistal, se encontró en el ministerio con un PSOE dividido entre los que aceptaban un acercamiento al PCE y los que lo rechazaban. El ambiente de la ciudad mediterránea resultaba cargado de tensiones, desencuentros y deslealtades. Permaneció solamente tres meses en su puesto, siendo nombrado, enseguida, comisario de guerra en Barcelona. Era el 23 de junio de 1937. Nistal no compartía la creciente influencia de los comunistas en el Gobierno de la República, lo que le había alejado del ministro Álvarez del Vayo. En Barcelona se encargó de la secretaría del comisionado general, sustituyendo a Felipe Petrel. En realidad, hacía las funciones de un delegado de su propio partido en las unidades militarizadas, con la misión de allanar discordias y mantener la disciplina interna.
La República se desmoronaba entre derrotas en los frentes y luchas internas, y en León eran subastados en varios lotes los enseres de su hogar, alcanzando un montante de 10.000 pesetas: muebles, ropas, una máquina de coser Singer, una cámara de fotos, una máquina de escribir Underwood, una biblioteca de 900 libros, algunos de ellos en inglés y francés, libros de biografías, historia, ensayos, volúmenes de ciencia, de literatura…
París no es el final del camino
En abril de 1938 se le nombró cónsul de España en la ciudad de Toulouse. Eso le apartó de la primera línea de la política, para ofrecerle un destino menos peligroso, aunque cargado de trabajo. El dominio del idioma le permitió abrirse camino y, tras penosos trámites burocráticos, consiguió reunir en la ciudad francesa a toda su familia: 19 miembros entre padres, hermanas, hijas, nieta, esposa y otros familiares políticos. Pero su periplo no había terminado, pues no sospechaba siquiera, el itinerario que seguiría en los próximos meses. La suerte giró de nuevo y fue nombrado cónsul general en París. La guerra estaba perdida y las autoridades francesas reconocieron el Gobierno de Franco. La labor de Nistal en París consistió en ayudar a exiliados españoles y tender puentes de comunicación con las autoridades y organismos de Francia.
Le resultaba imposible alimentar en la capital a una familia tan numerosa, por lo que optó por trasladarlos al área de Normandía, donde la vida resulta menos costosa, aunque él siguió en su puesto. Se produjo en esta etapa una afluencia enorme de exiliados españoles a Francia, algunos de los cuales llegaban hasta París: masones, políticos, intelectuales, republicanos de toda condición. Sin duda, a Nistal le ayudaron las masonerías francesa y española, convirtiéndose, entre los miembros de las logias, en una referencia para el encuentro.
En 1939 fue nombrado secretario de la Comisión Representativa de la Familia Masónica, instalada en París. Nistal, desplegó aquellos meses un trabajo burocrático agotador. Desde su oficina se estableció el mayor número posible de contactos y dirigió numerosos escritos al comité de socorros de la masonería francesa, de la que recibió respaldo para promover ayudas, conseguir visados y otro tipo de documentos. En un contexto general de huida, quedaba prohibido a los masones españoles constituir nuevas logias o iniciar a nuevos miembros, concentrando las tareas en ayudas y nueva documentación.
La invasión alemana de Francia
Pero tampoco Francia era ya un territorio seguro. Estaba a punto de estallar la Segunda Guerra Mundial y el país acabaría invadido por las tropas alemanas. Masones españoles y refugiados de toda índole iniciaron su huida de París y alrededores. La mayoría tenía la intención de refugiarse en México y otros países latinoamericanos. En ese contexto de prisas y caos, se produjeron los primeros acuerdos con México, Cuba y Chile; estos dos últimos aceptaban sólo un número determinado de refugiados españoles, mientras que el presidente mexicano Cárdenas permitía una cifra ilimitada si cumplían garantías morales y se costeaban su propia evacuación.
El Servicio de Evacuación de Refugiados Españoles (SERE), con sede en París, confeccionó un censo, anotando quiénes podían ser evacuables. Nistal estuvo en permanente contacto con el SERE para trasladar al mayor número posible de masones. Las necesidades crecieron exponencialmente y el servicio de refugiados no pudo cubrir los gastos de evacuación de muchos españoles. Había en aquel momento unos 1.200 masones españoles contabilizados en territorio francés y el billete costaba 2.500 francos.
A muchos masones que figuraban en las listas les faltaba una cantidad importante para cubrir el coste del billete. Si no lo cubrían, debían de regresar a los campos de concentración de los que partieron. Nistal se convirtió en aquellos meses en un verdadero pedigüeño con la masonería francesa. Colaboraron con sus óbolos los hermanos de Narbona, Carcassonne, Montpellier y Briezs, haciendo visitas a los campos de refugiados de Bram, Montolieu, Agde y Saint Bauzille de Putois. A su vez, los masones de París facilitaban permisos de residencia por la intermediación de Nistal.
Más allá de los Andes
El 30 de diciembre de 1939, con la documentación en regla, el propio Alfredo Nistal partió de París al encuentro con su familia, para embarcar en El Havre, el 5 de enero, con destino a la República de Chile. El país andino, en vías de desarrollo e industrialización, le pareció adecuado para sus planes de futuro. Llegó a Santiago de Chile el 16 de febrero de 1940, tras cuarenta días de agotador viaje: Lisboa, Casablanca, Dakar. Montevideo, Buenos Aires… Trató de emprender nuevos negocios y convertirse en un pequeño empresario de la construcción, pero fracasó. Pese a ser un país de oportunidades, no obtuvo éxito empresarial. En esos duros años volvió a recibir ayuda de socialistas y masones, incluso ayuda monetaria.
Finalmente consiguió ponerse en contacto con la Oficina de Propaganda de los Aliados en Chile, organismo que intentaba neutralizar las acciones de los alemanes, un colectivo con fuerte presencia en el país andino. El organismo estaba financiado mayoritariamente por los Estados Unidos de América, cuya embajada necesitaba un traductor de español-inglés, trabajo que le tuvo ocupado hasta 1948. Se trataba de un puesto cómodo, que podía desempeñar en buena medida desde su casa. De ahí pasó a ser un traductor de la ONU, experimentando una mejora económica al cobrar en dólares. El trabajo resultaba de su total agrado y pronto fue reinstalado en la CEPAL (la Comisión Económica Para América Latina), organismo que fomentaba proyectos de integración y desarrollo del cono sur y del que llegó a ser jefe del servicio de traductores.
El nuevo cargo le permitió retomar su faceta de periodista y comenzó a escribir en La Revista de Occidente, tocando temas de contenido político y contexto internacional. Su pensamiento crítico chocó con mentalidades más conservadoras, que le relegaron a la sección de filosofía y ciencia. Algunos de sus artículos los firmaba con el seudónimo de Licenciado Torralba. En esa época, se sintió especialmente atraído por la figura de José Manuel Balmaseda, presidente chileno de finales del siglo XIX que impulsó el ferrocarril, las escuelas y la inmigración. Defender su figura y su legado le costó a Nistal algunas amistades chilenas influyentes.
El mayor revés sufrido esos años cayó en el campo de la salud. La fatalidad hizo que fuera diagnosticado de leucemia y, tras un penoso deterioro físico, moría el 31 de julio de 1952. Tuvo un funeral laico e íntimo. Asistieron familiares y un grupo reducido de socialistas y masones, que transportaron su cuerpo desde la puerta del cementerio hasta el nicho. Algunos miembros de su familia, especialmente su nieta, lucharon años más tarde contra la dictadura de Pinochet y la mayor parte de sus miembros regresaron a España tras la muerte de Franco. Imposible reconstruir todo este periplo sin la ayuda de su hija Helia (mi agradecimiento, in memoriam).
Antes de morir, Nistal escribió un largo artículo titulado Hagamos examen de conciencia. Se trataba de uno de sus últimos escritos, donde hizo un balance de su vida pública y la defensa de sus ideales, sin renegar jamás del PSOE y la UGT. Dos eran, a su juicio, las raíces de su socialismo: la libertad y la justicia. Más la primera que la segunda, pues prefería una sociedad libre, aunque fuera injusta, que viceversa. A esos dos principios se redujo su auténtica verdad.
Nistal, entendía que la producción de riqueza y bienestar de una nación era una obra colectiva que había de ser dirigida por las ideas y el pensamiento: “Lo que entre todos se logra, entre todos se ha de disfrutar. Soy socialista porque soy liberal, humanista y demócrata. Mi materialismo histórico consiste en liberar a los hombres de la adoración y servidumbre de la materia”. Murió pensando que, aunque la España de Franco había gritado: ¡Viva la muerte!. La verdadera España superaría esa etapa funesta, pues estaba regida por ansias de inmortalidad capaces de desbancar a un dictador. La España de Franco fue para él su último repudio político:
Una inmunda botarga que poco a poco se desangra en palabras;
amputada de sus milicias, de sus puestos de poder, de sus cabecillas,
viene a dar en lo que es hoy: un nauseabundo y monstruoso aborto
que, se pudre cara al sol.
En septiembre de 1979, el grupo parlamentario socialista de España tributó un homenaje a Alfredo Nistal como diputado de la legislatura de 1931 “por su lucha y por su sacrificio para conseguir los ideales socialistas de libertad e igualdad”. Firmaban el documento, Felipe González, Gregorio Peces-Barba, Alfonso Guerra, José F. de Carvajal, Carmen G. Bloise y Ramón Rubial.