Leonardo Blanco, el héroe de El Caney en la Guerra de Cuba (y amigo de Genarín)
Cosas de la vida. Uno de los amigos de Jenaro Blanco –el que fuera 'elevado' a los altares como 'santo borrachín' por la socarrona ciudadanía leonesa– era de por sí un personaje muy conocido en la ciudad; pero no solo por ir de bares. Leonardo Blanco (un apellido que los podría haber hecho compañeros de orfanato) fue un famoso héroe condecorado por su valentía en la Guerra de Cuba. Era héroe leonés de la batalla de El Caney, donde murió el afamado y admirado general Vara de Rey.
Un choque desigual donde tan sólo quinientos soldados españoles contuvieron durante doce horas, hasta agotar municiones, a la 5.ª División de los Estados Unidos de América de Henry W. Lawton, formada por casi siete mil hombres; catorce veces más. Aunque algunas fuentes suman entre cuatrocientos y tres mil tropas cubanas rebeldes más, con lo que podría haber llegado a los diez mil: una proporción de 20 a 1.
Esta asombrosa acción, que causó admiración entre los norteamericanos tras terminar la Guerra Hispano-Estadounidense en la que se perdió el archipiélago caribeño impidió el avance estadounidense a las colinas de San Juan; donde también recibieron de lo suyo los yanquis antes de poder tomar las posiciones del Ejército Español.
El soldado Blanco (Leonardo) fue uno de los defensores de El Caney –una batalla tan importante que hasta la prestigiosa revista de Historia Militar 'Desperta Ferro' en su edición de Historia Contemporánea le ha dedicado un artículo y una de sus espectaculares portadas–, una posición de seis blocaos de madera con diez o doce hombres cada uno y un fuerte de piedra denominado 'El Viso', era leonés. Éste Leonardo Blanco. Y se conoce esta información de él (pero desgraciadamente ninguna foto).
Mozo alistado, sorteado y declarado; exceptuado del servicio militar... sentó plaza voluntariamente, presentado por Bartolomé Torres, en el Depósito de Bandera y Embarque para Ultramar en Santander el día 13 de junio de 1896, para servir en el Ejército de Cuba por el tiempo que durara la campaña y seis meses más, con derecho a 250 pesetas por cada año que sirviera en dicha isla, verificándose el citado abono por medio de cuotas mensuales a razón de 20 pesetas y 83 céntimos; teniendo además derecho a 50 pesetas en concepto de cuota de entrada, cuya cantidad percibió en el Puerto la víspera del día que tuvo lugar el embarque, el 20 de junio, a bordo del vapor correo 'Patricio de Satrústegui'.
El 3 de julio del mismo año desembarcó en el puerto de la Habana, causando alta en el Regimiento Primero de la Constitución, número 29 en la revista de septiembre, siendo destinado a la primer compañía, emprendiendo diferentes operaciones y acciones, y andando el tiempo (dos años después) se vio envuelto en la lucha en la localidad cubana de El Caney y ésto dice de su participación el informe del Ejército español:
“Hallándose el 1 de julio [de 1898] en el rudo combate entablado con fuerzas americanas que duró hasta las cuatro de la tarde en que cayó muerto el General Joaquín Vara de Rey [se sostuvo en lucha heroica junto a su Regimiento resistiendo desesperadamente la acometida de 6.000 soldados pertenecientes a las fuerzas americanas] [...] [resultó] herido el individuo comprendido en esta filiación [Leonardo Blanco] retirándose a Santiago de Cuba donde permaneció hasta el 17 del mismo que capitulada la Plaza de Cuba, pasó al Campamento de San Juan permaneciendo en él hasta el 29 de agosto que embarcó para la Península a bordo del vapor 'Colón' desembarcando en Santander el 14 de septiembre y el 16 marchó con licencia trimestral a León [...] y en fin de diciembre del año del margen [1901] causa baja definitiva en el Ejército por haber cumplido los doce años de servicio, habiéndosele expedido su licencia absoluta [...] habiendo observado buena conducta”.
Cuando el general Vara de Rey cayó, según el escritor leonés Cayón Waldaliso, “caía a su lado, alcanzado de varios tiros, uno de ellos en el pecho, Leonardo Blanco, que derrochó... riñones en todo momento”. El 'Heraldo de Zamora' recoge un artículo que espontáneamente escribe un oficial cubano, Justo de Lara, que peleó en las filas americanas contra España, y que nos hace sentir vivamente el clima mortífero de aquel 1 de julio del 98 que Leonardo conoció:
El combate duró todo el día, y terminó casi literalmente por el exterminio de los españoles. Dominados los fuertes, Chaffee entró en el pueblo, y luego Lawton, apoyados por Ludlow y por Bates. ¡Qué escena tan terrible la de aquella lucha de El Caney! De trinchera en trinchera, de casa en casa, los españoles se defendían como leones. La idea de rendirse jamás pasó por la mente de su jefe. Él no podía hacerlo [el general Vara de Rey], singularmente, porque no debía hacerlo. La brigada de El Caney estaba a las órdenes de Santiago de Cuba. Sin la orden de rendimiento de Santiago, los que estaban en El Caney debían vencer o morir. Como vencer era imposible, Vara del Rey [sic] [Vara de Rey] aceptó la muerte con resolución espartana.
Cuando ya no le quedaba más que un puñado de hombres, y las heridas de su cuerpo no le permitían tenerse en pie, comenzó, acostado en una camilla y conducido por los soldados, la retirada hacia Santiago, el acto militar más sublime de los tiempos modernos. La pequeña columna hacía a menudo por contestar con descargas cerradas al enemigo, que le acosaba por todas partes.
El mayor de los martirios, es contemplar la muerte de un hijo. Vara de Rey —tan mártir como héroe— vio a sus dos hijos morir atravesados por las balas americanas. También cayó junto a él uno de sus hermanos. En aquel espantoso día aquel gigante vio la destrucción de cuanto podía serle más grato en la existencia: su familia, su bandera y el poder de su patria.
Más ni un instante se abatió su espíritu de acero. Herido dos veces, rodeado apenas de 60 hombres, resto último de sus tropas, se incorporó en la camilla para decir: “¡Fuego muchachos!”.
La tercera bala vino entonces a cortar su existencia. Cayó como un titán dominado por la muerte; pero todavía le quedaron fuerzas para incorporarse por última vez, y con los ojos vidriados por la agonía, ahogándose en su sangre, levanta la espada, como un saludo militar a la gloria, y grita nuevamente: “¡Fuego, y Viva España!”.
Leonardo Blanco fue recompensado con la Cruz de plata de la Orden del Mérito Militar con el distintivo rojo y su anexa pensión mensual vitalicia de 7,50 pesetas por su comportamiento y herida recibida en los combates librados con las fuerzas americanas. El repatriado siempre se mostró satisfecho del respeto y agradecimiento de sus vecinos. Por las noches se llenaban las tabernas por las que transitaba para oír sus relatos sobre cosas de Cuba, le ofrecían vasos y le hacían preguntas con curiosidad y entusiasmo. Era también Leonardo Blanco un pícaro parroquiano habitual de los bares leoneses, y en ellos conocería a Jenaro Blanco.
Afirmaba Varela que la juventud española se contentó con aclamar a los heroicos soldados y seguir con su patriotismo de espectáculo olvidándose de que “nuestras clases directoras no dieron un solo voluntario a los ejércitos de Cuba y Filipinas.
Los hombres que allí murieron, fuera de los oficiales, cuya carrera los llevó al teatro de operaciones, pertenecían a esa inmensa mayoría del pueblo español que nada ganaba con el sistema de expoliación a que políticos, frailes y especuladores habían reducido las colonias. ¡Los españoles muertos pasaron de 100.000!“. La mayor parte de ellos lejos de los campos de batalla, víctimas del paludismo y disentería. Siendo abandonados a su suerte los que no murieron por quienes les habían llevado al infierno como se indica en este artículo. Circunstancias que no debieron olvidarse.
La medalla y el desfile en su honor
El 1 de julio de 1924 se celebraron en distintas localidades solemnes ceremonias de tributo a los supervivientes de los combates de El Caney y las lomas de San Juan, con imposición de distintivos de referencia, que llevaban bordados la simbólica palma y el laurel, unidos por una inscripción con el nombre y la fecha del combate por el que se concedía. En León se condecoró a Leonardo Blanco.
El acto, celebrado en el entonces llamado Paseo del Túnel, fue presidido por el gobernador militar de la provincia, el general Ambrosio Feijoo y Pardiñas, quien le impuso el distintivo de El Caney, concedido por Real Orden de 14 de junio de 1924, y le ofreció una gran parada militar a cargo del Regimiento de Infantería Burgos, número 36. El Ayuntamiento, por su parte, acordó imponer 250 pesetas en una cartilla de la Caja de Ahorros en favor de nuestro superviviente del hecho de armas de la toma de El Caney.
El 'héroe de El Caney' desempeñó durante muchos años el cargo de alguacil del Juzgado Municipal de León, por lo que era uno de los tipos más populares de la ciudad, conocido en todos los sectores sociales por la humildad y simpatía de su persona. Falleció el 27 de noviembre de 1958, a los 88 años de edad, llegando a escribirse con muchas autoridades civiles y castrenses, incluso con la misma infanta doña Isabel, cartas que guardaba como tesoros.
Eguiagaray Pallarés, en su libro 'Recuerdos de una barca varada', detalla en las primeras cuartillas un episodio de la vida de este hombre tan curioso, que merece la pena recordar. Dice que en la visita a León de la infanta doña Isabel, conocida como 'la Chata', con su dama particular la señorita Margot Bertrán de Lis; su secretario tesorero Alonso Coella y algunas personas más de su servidumbre, acompañada de las autoridades leonesas, se trasladó al Teatro Principal para asistir a una función que en su honor se daba después de terminado un banquete y haber recorrido con detenimiento la Catedral, San Marcos y San Isidoro. Allí se le hizo a la infanta la presentación de Leonardo, el 'héroe de El Caney'. Y así lo recordó:
Entonces la presentaron un simpático borrachín que era alguacil del Juzgado Municipal y superviviente de la acción del Caney. En la ciudad le conocíamos todos por el 'héroe de El Caney'. A pesar de tenerlo en cuarentena todo el día para que estuviera en condiciones apropiadas a la entrevista con la infanta, no se pudo evitar el que a las siete de la tarde tuviera un 'medio tablón' muy aceptable.
En un gesto que le era muy peculiar se atusaba las guías de su lacio bigote alternativamente y paladeaba con un chasquido de lengua, porque se le secaba la boca, según propia manifestación.
Llegó la infanta al teatro y en el antepalco municipal se procedió a la presentación a doña Isabel del antiguo combatiente. Su Alteza, con su peculiar confianzuda labia y acreditado gracejo, interrogó al héroe sobre lo que había sufrido en aquella trágica situación de la guerra colonial, y el interrogado, con unos movimientos graciosísimos de manos que intentaban ayudar a la expresión de sus palabras, respondió a la infanta: “Mire, señora... no sé como decirla... las pasamos putas”.
La conversación quedó en eso, y francamente que poco mejor y más gráfico podría darse para mostrar el recuerdo que la acción de El Caney había dejado en el inolvidable héroe, nuestro simpático y ya desaparecido amigo.
Durante su estancia en nuestra ciudad, la infanta recibió un telegrama histórico en el que se le daba cuenta del atentado del que habían sido víctimas los archiduques de Austria.
Cayón Waldaliso diría de este inolvidable héroe leonés que cuando se refería al combate que vivió se le saltaban las lágrimas recordando a los compañeros y amigos que pagaron un alto precio en la desigual lucha a muerte que tuvo lugar, y que:
“Su figura, grandemente conocida, fue popular durante muchos años en este León que no sabe lo que tiene. Era un viejo superviviente, de aquella triste campaña ultramarina, que gozaba de generales simpatías. Un héroe no por vocación, sino que se fraguó en las circunstancias. Que así es la vida y no hay que darle más vueltas”.
Nota: Francisco Javier González Fernández-Llamazares y Julián Robles son los descubridores, junto al redactor de ILEÓN Carlos Javier Domínguez, del Jenaro Blanco real; sus investigaciones –como ésta de que no fue 'La Bonifacia' el camión que atropelló al infortunado pellejero–, han conseguido sacar al personaje histórico a la luz más allá del mito de Genarín (con la colaboración, según indica el segundo, de Benéitez –miembro de la cofradía de Genarín– en el libro publicado el año pasado, en el nonagésimo aniversario de su muerte: 'De Genaro Blanco a bendito canalla'.