30 años del crimen que estigmatizó a los jugadores de rol en España

Javier Rosado, principal autor de la muerte de Carlos Moreno en 1994.

El 30 de abril de 1994 un trabajador de la limpieza, Carlos Moreno Fernández, de 52 años, se encontró con una muerte horrible en una parada de autobús del barrio de Hortaleza en Madrid. Su cadáver apareció en un terraplén apuñalado, destripado y con la columna rota. En un extraño y rocambolesco giro de los acontecimientos, el terrible caso pasó a denominarse 'El Crimen del Rol' y esto provocó la persecución de miles de jóvenes aficionados a los juegos de rol y la estigmatización en los medios de comunicación durante años de este tipo de ocio.

La Guardia Civil, en un primer momento no pudo determinar el motivo del crimen. No le habían robado el dinero al asesinado: nada menos que 60.000 pesetas, un sueldo de la época. Tuvo que ser un tiempo después un chivatazo de un conocido el que desveló que los perpetradores habían sido dos chavales. Y todo el mundo quedó muy sorprendido por lo espantosamente absurdas que fueron sus motivaciones. Fueron Javier Rosado, un inteligente estudiante de veintiún años de Químicas y un menor de 17 años, Félix Martínez, estudiante de COU (el equivalente al segundo de bachillerato actual) al que había convencido para salir en busca de una víctima y asesinarla antes de las cuatro y media de la madrugada. Todo dentro de un delirante juego que el primero se había inventado y que llamó Razas.

Un cruel e inexplicable asesinato

Inicialmente, tenían la intención de atacar a una mujer, pero tras varios intentos fallidos –y porque la que eligieron se metió en su portal y las reglas del juego indicaban que pasada cierta hora tenían que cambiar la víctima por un hombre–, desistieron y se encontraron a Moreno en la parada de autobús. Bajo el pretexto de pedirle dinero, se acercaron a él con cuchillos en mano, lo que desenbocó en un larguísimo forcejeo. A pesar de la resistencia de Carlos, los jóvenes lo inmovilizaron y lo llevaron al parque cercano a la parada, donde finalmente lo asesinaron.

El crimen fue especialmente cruel. Tardaron unos veinte minutos en matarlo hasta que Moreno dejó de forcejear gritar y pedir ayuda. Se habían ensañado con él, y dejaron su cadáver tiradon en un terraplén hasta que lo encontró un conductor de autobús. “Lo que tarda en morir un idiota”, llegó a escribir Rosado sin un ápice de compasión en su diario.

A pesar de tomar algunas precauciones para evitar ser descubiertos, la Guardia Civil logró detener tiempo después a los dos jóvenes cuando se preparaban para otra noche de asesinato armados con cuchillos tras la denuncia de un conocido –en el podcast Luces en el Horizonte explican el Caso del Rol a fondo– y durante el registro del domicilio de Javier Rosado, los agentes encontraron una biblioteca con más de tres mil libros de diversos temas –entre ellos muchos racistas, nazis e incluso el Mein Kampf de Adolf Hitler–, además de quince cuchillos. Y, también, algunos manuales de rol; que fue lo que generó el enorme ruido mediático.

Ignorando total y por completo las temáticas xenófobas y fascistas de su biblioteca, la prensa se lanzó a culpabilizar a “los juegos de rol” definiéndolos como “juegos que incitan a matar” directamente. Especialmente por el artículo Una necrosis similar –de Rafael Torres publicado en el periódico El Mundo el 9 de junio–, en el que se leía que estos juegos producían “necrosis fulminantes en los tejidos de la cabeza y del corazón, aparte de desprecio por la realidad e ignorancia”, afirmando además que promovían la psicopatía asesina.

El señalamiento: padres tirando libros de rol a la basura

Todo esto ante el estupor de sus miles de jugadores en España en aquellos momentos que no creían lo que estaban leyendo. Todo mal. ¿Cómo un juego absolutamente inocente con el que jugaban a imaginar, aprendían historia para crear sus ambientaciones leyendo mucho y miles de adolescentes quedaban con sus amigos a disfrutarlos en casa de sus padres podía ser el culpable de aquella aberración? El miedo que se levantó fue tal, que no sólo es que les señalaran sus compañeros en el colegio o instituto llamándoles “asesinos” en un claro acto de bullying, sino que muchos padres prohibieron a sus hijos “jugar a rol” y tiraron sus libros de manuales, ambientación y módulos de aventura a la basura.

Tal fue la tensión en aquellos momentos, que muchos –apasionados por lo que les ofrecía esta afición ya que les permitía aprender muchísimas cosas leyendo para dar fondo a sus personajes y más credibilidad a sus escenarios y mundos imaginados para interpretarlos mejor– engañaron a sus padres y siguieron jugando con sus amigos a escondidas. Porque los juegos de rol sirven para irse de aventuras con amigos, aprender del mundo y probar qué harías en situaciones límite que no sueles tener en la vida real; y sin correr peligro alguno. Te enseñan a pensar y a trabajar en equipo. Y por eso enganchan, porque parece que estás haciendo algo grande con los amigos. La situación de clandestinidad de algunos jugadores llegó a tal punto, que cuando la presión se relajó... algunos aficionados reclamaban a primeros de siglo en las listas de correo de internet que “se saliera del armario rolero” de una vez. Literal.

Lo peor del asunto de los medios de comunicación es que ni siquiera tomaron en cuenta la propia opinión de principal instigador de aquel infame asesinato. El mismo Javier Rosado declaró que no le interesaban. Literalmente manifestó ante los investigadores: “El rol me repugna. Solo he jugado a Razas. Es un juego inventado por mí, en el que no interviene el azar. Por eso se juega sin dados. Es un juego de estrategia. El tiempo no existe, el acto carece de importancia, eso da igual, la persona carece de importancia”. Sin azar, sin interpretación con la imaginación, no hay acto lúdico y Razas era una perversión de un psicópata racista de esta, hasta entonces, considerada algo infantil, pero sana afición. Muy sintomático que los medios se centraran en los medios de rol y no en los libros con contenido de odio racista, nazi y xenófobo.

Por aquel caso, y el éxito en la audiencia del consiguiente proceso judicial, los medios de comunicación malinformaron durante años de cualquier suceso extraño como si fuera “un juego de rol”, sobre todo cada vez que aparecía una noticia –parece hoy increíble– de una profanación de tumbas. La cuestión llegó a tal paranoia que algunos acusados de otros asesinatos creyeron que verían reducida su pena al declarar que lo hicieron “en un juego de rol”. Delirante.

¿Qué es un juego de rol?

Un juego de interpretación de personajes –que es lo que viene a significar el inglés roleplaying games– es una especie de teatro del azar en el que se interpretan distintos papeles dentro de una aventura similar a una película. Tirando dados y consultando unas tablas se resuelven las situaciones planteadas por un director de juego que ha creado los hitos a superar por un grupo de personajes ficticios en una aventura que bien podía ser de Fantasía Medieval (Dungeons & Dragons, Runequest, Warhammer, Ars Magica, MERP en su versión de 'El señor de los anillos'), de Ciencia Ficción (Traveller, Star Wars, Cyberpunk 2020 o Shadowrun), del Oeste (Far West) e incluso, sí, de misterio y terror como La llamada de Cthulhu de H.P. Lovecraft o Kult.

Creados en los Estados Unidos en 1974 (Dragones y Mazmorras fue el primer divertimento de estas características, que llegó a tener una famosa serie de televisión animada que se emitió en Televisión Española), eran unos juegos en los que se resolvían las situaciones con el azar para que los jugadores reaccionaran roleando lo que ocurriera: ya fuera un éxito mayúsculo como poder saltar una zanja de cuatro metros con armadura cuando les perseguía un monstruo imaginario, acertar en el pequeño hueco de la Estrella de la Muerte como Luke Skywalker, ganar un duelo contra dos pistoleros famosos en el OK Corral; o lidiar con pifias como caerse del caballo al escapar del asalto el banco de una ciudad del desierto americano, o estrellarse con la nave espacial en Eros justo intentando escapar de piratas cinturonianos cuando se desata el incidente con la protomolécula, o perder el personaje tras una tirada de cordura al leer El Alacife, el editado en León Necronomicón del universo literario de Lovecraft. Todo ello con la herramienta más poderosa del ser humano: la imaginación para contar historias.

Actividades lúdicas divertidas, inocentes e inofensivas –con las que entonces decenas de miles de jóvenes disfrutaban en España creando cientos de asociaciones para sus clubes de rol, fancines (como El Pergamino del Nigromante editado en León) y revistas especializadas– en las que la cooperación entre los participantes era crucial para disfrutar de la historia y editoriales que vendían miles de manuales para jugar en los que, literalmente, se decía en sus reglas que “no estaban diseñados para que nadie ganara ni perdiera sino que todos disfrutaran con la experiencia”. Vamos, tan simple y sencillo como actuar en una película de aventuras pero sin presupesto ni tener que filmar en escenarios o localizaciones.

Los apestados del rol: la crisis infinita

La situación fue tan rocambolesca que los entonces bienvenidos jóvenes alegres e imaginativos que copaban los primeros centros juveniles del país fueron expulsados sin contemplaciones por las autoridades municipales de esos espacios. Se les marcó y se les convirtió en unos verdaderos apestados. Esta situación fue nueva en España, pero ya había ocurrido algo similar en Estados Unidos, cuando una madre culpó a los juegos de rol del suicidio de su hijo. Al igual que los cómics en los años cincuenta, los juegos de rol sufrieron un ataque deliberado por “ensuciar la mente de los jóvenes”. En este caso, aquella progenitora era una creyente religiosa, y que aparecieran monstruos y demonios en los bestiarios –diseñados para ser derrotados por los héroes que se interpretaran– fue usado como arma asegurando que “fomentaba el satanismo”. En la Universidad de Salamanca Rocío Tizón realizó un exhaustivo estudio sobre los 'Mitos y Leyendas sobre los Juegos de Rol' se puede descargar aquí.

No ayudó tampoco que el juego de rol más famoso entonces en España (Vampiro: la mascarada) se jugara 'en vivo', llevándolos a la calle con gente disfrazada como si fueran seres de la noche... y eso que las reglas de ese formato de juego indicaban claramente que no se podía gritar, no se podía correr, no se podía interactuar con personas que no estuvieran jugando y no se podía usar ningún objeto que pareciera un arma simulada; y mucho menos se podía asustar a la gente o montar escándalo. Ni por esas.

Todo lo del 'Crimen del Rol' se aprovechó en nuestro país para infamar enormemente a los jugadores de rol en España, llegando algún famoso criminólogo a decir barbaridades tales como “que estos macabros juegos incitan a convertirse en criminal”. Las editoriales de juegos de rol entraron en una brutal crisis y hasta la más potente, Joc Internacional, cerró en 1998. El famoso Óscar Díaz –el magnífico de Saber y Ganar que fue el primero en alcanzar doscientos programas, el que hizo historia con Los Dispersos en Boom y que hoy está concursando en Pasapalabra–, fue uno de los damnificados de esta cacería contra los juegos de rol. En aquel momento era creador del primer juego del Oeste hecho en España (Far West) y dueño como socio de la editorial M+D Editores que –herida por la crisis del rol no superó la llegada al mercado de los juegos de cartas como Magic– también cesó su actividad. En una amplia charla en el podcast Campamento Kripton el ahora famoso concursante del televisón contó todo lo vivido durante aquella enorme crisis de la afición de una forma que todo el mundo entenderá y los roleros de la época se verán totalmente representados.

Dio igual que otros estudiosos del delito como Carlos Berbell y Salvador Ortega, argumentaran que Javier Rosado era un asesino sin escrúpulos y que el crimen “no estaba relacionado de ninguna manera con el juego de rol”. O que la sentencia del Tribunal Supremo eximiera completamente a los juegos de rol de cualquier responsabilidad, atribuyendo la culpa exclusivamente a la planificación deliberada de Javier Rosado para cometer el crimen.

En esencia, aquello fue como si se hubiera culpado a la práctica del fútbol de ser el causante de los muertos que causan los hooligans descontrolados. Absurdo para cualquiera con dos dedos de frente. ¿En qué cabeza cabe que la práctica de un deporte sea la culpable de asesinatos entre seguidores descerebrados? Eso nunca pasó con el fútbol (el que se culpabilizara su ejercicio y su práctica), pero hay aficiones que tienen mejor prensa que otras; y, generalmente, todo lo que es imaginación y no músculo tiene las de perder. Y en este caso el rol perdió estrepitosamente. Aun cuando el roleplaying es una técnica que se usa hoy en día en las empresas, en la formación y en la Educación, por su alta efectividad a la hora de ponerse en la piel de otros –importante leer este documento de Pablo Giménez sobre la propuesta pedagógica de los juegos de rol–, no se ha librado del todo del injusto estigma.

¿Y los juegos de rol hoy?

Y aún así, el juego de rol sobrevivió a duras penas. El amor de los aficionados a esta diversión era tan grande que no pudieron con ella. Sobre todo en los videojuegos de ordenadores, quizás por ser un mundo aún desconocido por la mayoría de las personas (no había llegado aún el Windows 95 al mercado). Los conocidos RPG –hoy muy famosos, como The Last of Us o Fallout, que han sido recreados en estos últimos tiempos en exitosas series en Netflix y Prime Video– no sufrieron al principio el estigma de los que tenían las reglas en libros, aunque en el año 2000 cambiarían las tornas.

Y eso que aquel terrible artículo de El Mundo de 1994 soltaba perlas como éstas: “Los videojuegos, y seguramente también ciertos dibujos animados de la televisión, producen hemitrofia cerebral a medio plazo, pero los juegos de rol provocan necrosis fulminantes en los tejidos de la cabeza y del corazón. Ideados para imbéciles profundos, o bien para volver profundamente imbécil al que todavía no lo es”. Un ataque sin sentido alguno.

Hoy en día los juegos de rol han recuperado cierto prestigio, hay gente que sigue jugando –como explicaba Santiago Negro en el primer show en vivo de El Descampao en el Palacio de la Prensa el pasado 13 de abril en una conversación con Sergio Mena sobre el infausto Crimen del Rol–, pero las editoriales son mucho más pequeñas que hace tres décadas y las tiradas de manuales de juego y guías del árbitro son muy exiguas respecto a las de aquella época.

Negro, maestro en la actualidad y experto en cómics y en cine, explicaba cómo precisamente un juego editado por Óscar Díaz, Kult, fue el que “le salvó” en aquellos tiempos, “pese a que al ser de terror no era precisamente bien visto durante aquella polémica”. Dejó de jugar a rol durante unos años por otros motivos distintos a la crisis –algo muy común es que los roleros de la época también dejaran de jugar al comenzar a trabajar o tener una familia cuando se fueron haciendo mayores–, pero ha vuelto con fuerza a la afición con un grupo de amigos dirigiendo una campaña. “Fue el juego de mi adolescencia y está siendo el juego de mi edad adulta. Nuestra sesión semanal es ineludible”, asegura hoy.

Sergio Mena también participa en sesiones roleras, así como muchos de sus desbrozers, como se denominan los seguidores de su afamado podcast en Podium. Es un nuevo placer adulto, el recordar los tiempos adolescentes y la emoción de la aventura con mucha más calma, conciencia y sabiduría. El ganador de un Ondas por la ficción sonora Mirando al Espacio –que se emitió en Amanece que no es poco de la SER, cadena que este verano ha acogido tres programas de Radio El Descampao, lo que indica a dónde han llegado muchos jugadores de rol, entre los que hay científicos, tecnólogos, guionistas y directores de cine tan importantes como Alex de la Iglesia cuya película El Día de la Bestia estaba basada en una campaña de rol jugada antes de aquellos aciagos años– suele “recomendar encarecidamente” que la gente pruebe este tipo de afición.

Con los años, y el esfuerzo de muchos roleros que combatieron las desinformaciones y bulos de la época contra los juegos de rol –incluidos periodistas roleros peleándose con otros compañeros del oficio para que dejaran de señalar a esta afición cada vez que ocurría cualquier suceso macabro–, la cuestión se normalizó y en la última década prácticamente no se ha vuelto a leer, ver o escuchar en los medios de comunicación relación alguna de esta afición con asuntos delictivos. Para más información de lo que son de verdad estos juegos se puede consultar La Roleropedia.

El 18 de febrero de 1997, Javier Rosado fue condenado a cuarenta y dos años y dos meses de prisión por asesinato, robo y conspiración para cometer asesinato, mientras que su cómplice, Félix Martínez, recibió una sentencia de doce años y nueve meses de prisión por los mismos delitos. Además, ambos fueron sentenciados a pagar una indemnización de veinticinco millones de pesetas a la familia de la víctima (150.000 euros).

Los dos ya cumplieron la pena con la sociedad, saliendo Martínez de la cárcel a los cuatro años por buena conducta y verdadero arrepentimiento; y Rosado en 2010, tras estudiar tres carreras y sin que se sepa a ciencia cierta si se rehabilitó debido a su psicopatía; pero eso es otra historia.

Han pagado por su crimen, sí, pero arrastraron a miles de jóvenes españoles a cumplir una pena accesoria social durante más años que los que ellos estuvieron en la cárcel.

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