Sin identidad

Un cayuco.

Cuando estaba rematando el presente artículo, dos hechos estaban  aconteciendo; uno a escala nacional y otro a escala internacional. El último tenía  que ver con las inminentes elecciones en EEUU y que cuando se publique dicho  artículo seguramente sepamos los resultados (o no) de dichas elecciones. En  cuando al acontecimiento nacional, ¡qué voy a contar que no sepamos ya! El devastador paso de la DANA y que ha asolado la comunidad Valenciana como  epicentro y a las Comunidades autónomas de Castilla La Mancha y Andalucía  en menor grado. Es tan grande la tragedia que merece una mayor reflexión  cuando haya pasado un tiempo suficiente. En este artículo simplemente  contextualizaba dicho escrito, eso sí, sin quitar el mínimo dolor a tal triste y  desgarrador acontecimiento. 

Antes de cumplir 20 años, María Isidra de Guzmán, la Doctora de Alcalá (1767- 1803), había roto todos los moldes. Con solo 17 años fue la primera mujer en  España que ostentó un doctorado universitario. María Isidra es un caso único y  ocupa un lugar destacado en la historia académica de España. No sólo por ser  la primera mujer en alcanzar dicha titulación es España, ni tampoco por haber superado el maratoniano examen de doctorado, sino además porque siendo  mujer en dicha época nos imaginamos las trabas sociales y académicas que tuvo que superar. Anoto este hecho histórico por mi reciente visita a la Ilustre ciudad  de Alcalá de Henares y que sería otro ejemplo de sin identidad, al que estamos  acostumbrados a descubrir en nuestro país. 

El hecho de tener un nombre y apellidos, nos identifica como un ser humano  distinto de nuestros prójimos pero con los mismos derechos y libertades. ¡Qué  suerte la nuestra! Pero no es tal suerte la de otras tantas personas que sin  identificación y faltos de documentos son un estorbo, son sospechosos de todo y cuantos adjetivos queramos añadir cada vez que queremos buscar algún  culpable de no sé qué o alguien a quien linchar. Además, estas falsas sospechas  y falsas acusaciones no se hacen de manera individual e identificativa, sino todo  lo contrario; lo hacemos de manera grupal, desde el más cobarde anonimato y  cargados de odio y rabia porque son diferentes. Este modo de difundir tales  mensajes de odio vive un momento de plenitud gracias al anonimato que nos  ofrecen las redes sociales y empoderan a los artífices de tales mentiras. 

Cada vez que un cayuco o patera cargado de personas sin identidad se hunde  en cualquier mar u océano en el peor de los casos, o llegan a nuestras costas  en el mejor de los casos, se nos hace eco en el telediario. Como digo, dicha  conmoción nos dura lo que dura el siguiente mensaje publicitario: !Y a otra cosa  mariposa! 

Es desesperante como hemos perdido la capacidad crítica y de empatía hacia personas que estando en tales situaciones, las hacemos responsables y a la vez culpables de su suerte. Podríamos seguir añadiendo ejemplos de cómo estas sin identidad nos retuerce lo justo y a la vez nos permite invisibilizar todo lo que  no nos interesa.

El conjunto de estas personas nacen, viven y mueren sin identidad, sin un  nombre e una historia que contar porque estamos empeñados en que así sea.  

Podemos hacernos fotos con ellos si nos interesa tal selfie, pero solo para  incrementar nuestros followers y poco más. 

Un mercado liberal sobre una pueril meritocracia

En este mercado neoliberal sustentado sobre una pueril meritocracia y una visión  de desconfianza hacia el otro (o que piensa distinto de mí) los derechos fundamentales (sanidad, educación, vivienda, cuidados...) se venden al mejor  postor siempre y cuando tengas dinero para pagarlo. Este cambio de rumbo que  tuvo su inicio en los años 80 del siglo pasado, donde los grandes gurús de la  economía observaron el gran negocio que suponía mercadear con todo lo que  fue el estado del bienestar (que permitió ayudar a los que más lo necesitaban) y  que hoy vive su máximo esplendor, está socavando todo un tejido social. 

Este falso empoderamiento de sé su propio jefe, se emprendedor y tú puedes  alcanzar todo lo que te propongas, vive su mejor momento, genera las mayores  de las desigualdades y produce un agotamiento incesante. 

Los datos dicen, que España es el segundo país del mundo (datos oficiales) en  número de cirugías estéticas (no de salud o de reconstrucción) y el primero en  Europa. Por otro lado, España está a la cabeza del consumo de ansiolíticos e  antidepresivos; datos que no nos dejan en buen lugar la verdad. Pero hay más, el año pasado en nuestro país se batió el récord de bajas laborales en la historia  de datos recogidos. Con todo ello pretendo llamar la atención en los dos  aspectos planteados. Por un lado, la invisibilización que pretendemos hacer de aquellos que son diferentes a nosotros (a occidente) y no nos interesan y por  otro la pérdida de la identidad que está suponiendo esta sociedad, la nuestra,  que nos empeñamos en crear un avatar feliz y exitoso, frente a nuestra triste  realidad. 

Este curioso paradigma de denostar nuestra sociedad democrática y solidaria  tiene la peor de las consecuencias. Si llevamos al máximo exponente la libertad  financiara, la exención de tributos, la reducción y minimización del estado social  y de derecho, nos vamos a preguntar no solo por el sentido y significado de para  qué queremos los Estados si ya todo queda privatizado, desregularizado y liberado. ¡Un sálvese quien pueda! Insisto si seguimos esta línea, no solo  dejamos de ser un estado social, sino además perdemos nuestra propia  identidad, porque hay que recordarlo guste o no nos guste, perdemos nuestra  propia identidad por cómo nos definimos en tanto en cuanto nos representamos  y nos damos a los demás, y eso es lo que más le duele al neoliberalismo, que  las personas se definan respecto a su relación con los demás y con respeto a  los demás.

Hay tiempo para tener una vida digna, aquella vida en la que vivimos  en y con la comunidad. 

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