Bolos, bulos y bilis

Una ilustración de las 'fake news' llenas de mentiras, bulos y conspiraciones.

Estaba el otro día escuchando un programa al que soy asiduo sobre ciencia y medicina y que en esta ocasión nos alertaba a cerca de la posibilidad de sufrir algún tipo de cáncer a lo largo de nuestra vida que me pareció muy ilustrativo.

Lógicamente todos sabemos y la ciencia nos lo ha demostrado que las continuas mutaciones de nuestras células nos pueden –debido a una cantidad ingente de factores tales como estilos de vida, genética, exposición a agentes contaminantes o dañinos para nuestra salud– jugar una mala pasada y hacernos pasar por un auténtico calvario. El programa como decimos de divulgación científica, entrevistaba a una reconocida doctora en el mundo de los melanomas; una variante de cáncer de piel bastante agresiva y más dañina. 

Por otra parte el periodista nos alertaba de que en las redes sociales se estaban cuestionando la idoneidad y lo aconsejable de usar protectores para el cuidado de nuestra piel cuando nos exponemos al sol. Estos altofalantes de las redes incluso llegaban a recomendar su no uso precisamente para darnos unos auténticos baños de sol. Todo ello lógicamente un bulo más con los que frecuentemente nos asaltan nuestra desinformación.

La doctora, como decimos hizo una auténtica disertación científica de los daños que ocasiona el sol en nuestra piel ayer, hoy y mañana. Pues las células de nuestra piel tiene memoria y sus daños y secuelas se pueden reflejar con los pasos de los años y desencadenar en el peor de los escenarios.

Da igual el trabajo y tiempo de investigación, de dinero en ensayos y de esperanzas puesta en la tenacidad de científicos/as que pretenden mejorar nuestras vidas. Todo ello se puede ir al traste gracias a un/una ignorante influencer en aras a conseguir más likes.

¿Cuestionar todo tipo de conocimiento?

Estamos en un momento donde se cuestiona todo tipo de conocimiento fruto de los avances de la ciencia en todos los ámbitos; medicina, tecnología, ciencias naturales, educación, etcétera... en detrimento de una postverdad gratificante, gratuita y fácil de asimilar, que no hace sino arruinar una sociedad compleja y convulsa.

Como vemos, es otro ejemplo actual. Uno más de la cantidad de barbaridades que ensordecen nuestros oídos y que muchos están dispuestos a escuchar.

Pero el tema no es nuevo. Aunque parezca que en nuestra Era todo se ha inventado, nada mas lejos de la realidad. Los sicofantes –o sicofantas– de la antigüedad griega eran denunciantes profesionales que cobraban un estipendio al que les pedía enlodar a un ciudadano y este –amenazado con la denuncia–, solía caer doblegado y terminaba pagándoles por miedo a ser enjuiciado injustamente. El que pagaba el servicio, quedaba oculto tras las sombras. Eran plaga muy temida por los ciudadanos buenos y honrados, siempre asustados de caer en la ignominia por una denuncia falsa. Ayer, como hoy en día, estamos rodeados de sicofantes.

Un sicofante era –en síntesis– un ser vil que denunciaba a la ligera, sin motivos reales o infundados a cambio de una paga. El sicofante actuaba “para otro” o “para sí mismo”, siempre calumniando, presionando o afirmando mentirosamente ser testigo de algo que no existió o que la podría otorgar cualquier tipo de beneficio o dañar gravemente a su rival o víctima.

Es curioso, pero no hace falta hacer un gran ejercicio imaginativo para traerlo a colación. Hace unos días el director de elDiario.esIgnacio Escolar–, hizo una acertada y valiente defensa del peligro que tienen estas no veracidades y de su peligro continuo en los estados democráticos. Curiosamente dicho análisis –que recomiendo que lo lean o escuchen– lo realizó en la casa que representa a todos los ciudadanos, es decir; en el Congreso de los Diputados ante sus señorías.

El periodista, lo subrayo, el periodista mostró su preocupación por el incremento de noticias falsas, de bulos, de fake news, de desinformación diaria que no hace sino corromper un estado democrático y de derecho. En mi anterior artículo, expliqué esto último.

La democracia, la mejor arma contra la barbarie

Y es que nos guste o no, la democracia no es perfecta, pero es la mejor arma que tenemos contra la barbarie. Y la democracia vive, se alimenta y se nutre de la política. Desde que nos levantamos hasta que nos acostamos, estamos rodeados de política, porque somos sociales, somos polis.

Los comensalistas de la mentira y el odio, encuentran su altavoz, en las redes y en sus mass media. Y es que no es exclusivo de las redes sociales el no contar la verdad y el hacer suposiciones infundadas y carentes de validez. Grandes grupos empresariales de la comunicación; prensa, radio y televisión, no se sonrojan apostando más por dar su opinión y defender su línea editorial, que de contrastar la veracidad y el rigor de la noticia o información que trasladan. Teorías conspirativas, insultos continuos, deslegitimación de gobiernos democráticos, ocultación de información veraz e incluso intoxicación continua de la sociedad, hacen un guion perfecto para sus inversores, patrocinadores y audiencias ávidas de perpetuar su línea argumentativa, incrementando la bilis de sus seguidores desde su lado más emocional. 

Lo grave viene desde el momento en el que la defensa de una posición ideológica rebasa la opinión y arrasa la barrera de la verdad irrefutable de los hechos fehacientes. Diariamente vemos, oímos y leemos a profesionales de la comunicación ignorar la verdad y transformarla en una realidad alternativa que a base de repetición aspira a convertirse en una convicción aceptada por buena parte de la ciudadanía. Ante esta situación, la gran dificultad radica en determinar cómo actuar.

Que no estamos en la sociedad ilustrada que proponía Enmnuel Kant es evidente, pero que cada vez nos alejamos más de ella eso es lo preocupante. 

Los gobiernos democráticos son elegidos y retirados por los ciudadanos --con su apoyo o falta de apoyo- no los ponen por tanto ni la prensa, ni los jueces. 

La prensa debe velar por la información veraz y rigurosa

La prensa en general, más allá de su línea ideológica y editorial tiene que velar porque la información que comunica es realmente veraz y sometida al rigor porque en caso contrario... ¿Qué tenemos? Canales de influencers entreteniendo al pueblo. Luego nos alarmamos con que pseudopolíticos sin programa electoral y amparados en los bulos obtengan tres europarlamentarios, o que partidos que quieren llegar a gobierno cuestionan el propio estado democrático.

Por su parte la justicia, pieza clave en un Estado de Derecho y Democrático tiene que tener mucho celo en su actuación. Cabe recordar que no son políticos, son uno de los tres poderes del Estado y que todo el mundo les mira con lupa. Y ellos más que nadie tienen que estar sometidos al imperio escrupuloso de la ley.  Interpretan y aplican la ley, en base a fundamentos jurídicos. Bien está abrir investigaciones cuando las pruebas, los indicios y la documentación lo aconsejan en la mayoría de los casos. Pero no es su función poner un celo personal en situaciones motivadas por otros intereses, apostando “a ver que cae”. No sea que pasemos de un estado de derecho y de presunción de inocencia a todo lo contrario; llegar a ser “todos/as presuntos culpables”. 

Curiosamente caemos con demasiada facilidad en la tentación de que nuestros intereses y argumentos son más legítimos y fundados que los de los demás, no nos paramos a ver la viga en nuestro ojo, pero sí la paja en el ojo ajeno. Nos estamos dejando seducir por aquello que, lejos de ser fundamentado y argumentado con base y relato, se nutre de la rabia, el odio a la diferencia y a la volatilidad del instante. Un pensamiento demasiado líquido para que nos acordemos de lo que comimos ayer.

Tal y como nos ilustra Irene Vallejo, en nuestra época de filas cerradas y bandos aguerridos, no soplan vientos favorables para confiar en quien piensa distinto. Abundan las actitudes a la vez hostiles y susceptibles, al mismo tiempo infractoras y censoras.

Frente a las gramáticas agresivas y los raseros injustos, que solo dejan un paisaje arrasado, quizá podríamos atrevernos a explorar el reconocimiento de los errores propios y la alabanza del acierto ajeno.

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