Qué León quieren los leoneses

Leones retozando.

El título de este artículo, aunque lo parezca, no está carente de intencionalidad, el sujeto va en tercera persona del plural, no en primera como cabría esperar. La razón es muy simple, unos pocos leoneses –muy pocos a juzgar por la abulia crónica que preside la vida pública de la provincia de León– deseamos vivir en una tierra con autonomía leonesa, al margen de Castilla, gobernada por paisanos nuestros que traten de volvernos a la senda del desarrollo económico y la recuperación demográfica. Y estamos dispuestos a demostrarlo con hechos.

Por eso, desde este minúsculo sector, desconocemos que León quiere el resto de leoneses debidamente concienciados. Hay paisanos nuestros a los que el presente estado de cosas les resulta sumamente provechoso, cargos públicos en las diversas administraciones, locales, provinciales, autonómicos o estatales. Estos beneficiarios tienen un concepción zootécnica de León, así es que bajo ningún concepto quieren oír hablar de otro escenario que no sea el de la continuidad uncidos al yugo castellano. La andorga llena nubla la conciencia patriótica que se convierte así en mera terminología obscena y rechazable. No es que no sean conscientes de nuestra decrépita realidad, sencillamente no se sienten concernidos por ella, mejor ignorarla.

Pero no solamente son aquellos leoneses agraciados con un puesto los que repudian lo que en otros lugares sería motivo de orgullo y constatación de amor a su tierra. Militantes y  acérrimos simpatizantes de partidos estatales, –algunos de los cuales confían en llegar un día a ser ellos mismos los agraciados con un cargo público– detestan la idea de ser considerados miembros de pleno derecho de una autonomía propia, consecuente con su historia, con su cultura, con su idiosincrasia en suma. Estos, como vulgares aprendices de brujo, pregonan argumentos disuasorios recibidos de sus tutores que hieren la sensibilidad e insultan la inteligencia de cualquier persona medianamente formada: León sólo no es viable. Ahora ya es muy tarde para intentar nada, etcétera.     

De este tropel de leoneses poco a nada se puede esperar. A todos ellos, sin distinción, habría que obsequiarles con la frase –levemente modificada– que Unamuno pronunció ante el sublevado Millán Astray en el paraninfo de la Universidad de Salamanca, allá por 1936: “Me parece inútil el pediros que penséis en León”. Frente a estos vendedores de un país a precios de saldo, se sitúan la estirpe de los irreductibles leonesistas, depositarios de las esencias patrias, aunque la abnegación nunca haya sido seña distintiva del carácter leonés desde que León renunció a su cita con la historia, y de eso ya han transcurrido unas cuantas centurias.

En León se escribe, se teoriza, se homenajea y hasta se pronuncian las más lacrimógenas lamentaciones por nuestra suerte, nuestra historia y nuestro triste destino. Confiados en ser los legatarios de aquellos leoneses que se dejaban hasta la piel paseando el nombre de su país por media Península Ibérica –de esta España aún no existía todavía ni la noción– muchos de nuestros coetáneos no consideran que hayan de hacer esfuerzos adicionales por su tierra, les parece que basta con que se reconozcan los méritos de sus antepasados, asombrándose molestos cuando no se alcanzan los fines apetecidos. Son personajes muy principales para bajar a bregar en la arena. Mejor que sean otros los que vayan por delante. ¡Qué fatiga!

Es relativamente fácil imaginar al guerrero leonés actual con bata de casa y pantuflas, cómodamente repantigado en el sofá, acompañado por su mascota que lo observa con una mezcla de sumisión y lástima, aguardando a que suene el timbre de la puerta para recibir a un emisario áulico que, cual repartidor de pizzas, le haga entrega de un manuscrito y le diga: “Aquí tienes tu autonomía, viene en papel pergamino, con balduque lacrado y en letra gótica. ¡A disfrutarla!”. Y el buen leonés, sudoroso y  agotado, volverá a su asiento con la satisfacción del deber cumplido. Es la cólera del leonés sentado, temeroso de haber sido visto o de ser tildado de pedigüeño. ¡Casto varón!

Tomás Juan Mata pertenece a Urbicum Flumen, la Asociación Iniciativa Vía de la Plata

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