Las insólitas contribuciones de la clorofila

Temperatura con árboles y sin árboles en Ponferrada, según una medición de A Morteira.

Sesudos estudios centroeuropeos han llegado a la conclusión de que a la sombra hace menos calor que al sol y, por la misma razón que donde hay árboles, y por tanto sombras, se puede llegar a  reducir la temperatura estival aproximadamente en unos diez grados centígrados. El asunto no es baladí por cuanto alguna cadena radiofónica se ha hecho eco de esta exclusiva. La noticia viene al hilo de que en entornos urbanos, la presencia de una nutrida cubierta arbórea puede corregir los próximos rigores veraniegos.   

Ni que decir tiene que la cultura popular es sabedora desde hace milenios que donde hay árboles y agua, la temperatura se morigera y se hace más soportable el furor canicular. Esto de las benéficas aportaciones de los árboles en el control de la temperatura no supone, por tanto, ninguna novedad desde que el mundo es mundo. Los árabes, llegados a España desde las ardientes arenas del desierto, dejaron buena muestra de este conocimiento en los jardines del Generalife o el patio de los Arrayanes, por poner sólo un par de ejemplos.

Se ha repetido hasta la saciedad la filfa –hoy se diría fake, que luce más– de que una ardilla podría atravesar la Península Ibérica desde los Pirineos hasta Tarifa sin bajarse de los árboles. Es sabido que a ciertas altitudes los árboles no prosperan y tal afirmación no pasa de ser una exageración patriótica. Lo que sí es más cierto es que la aventura americana supuso en España talar enormes extensiones de bosque para sostener una poderosa flota que exigía ingentes cantidades de madera en su construcción. Al ser en su mayor parte un país de escaso régimen pluvial, privado de una cubierta arbolada de lenta reposición, sus suelos, así comprometidos, perdieron sus horizontes edáficos y con ello su verde color prístino. Testigo mudo de todo lo expuesto son las desoladas llanuras de Tierra de Campos.

Una breve ojeada a nuestro entorno más próximo nos permitiría mirar a Portugal, donde, sea por influencia inglesa o por iniciativa propia, es muy difícil encontrar cualquier núcleo de población, por pequeño que sea, que no esté debidamente adornado de jardines y árboles de buen porte. En España un árbol centenario es un adversario que conviene eliminar. El tejo de San Cristobal de Valdueza es triste síntoma del asedio al que el buen hispano somete a su arbolado. Vitoria, ciudad no demasiado alejada de León, fue distinguida como 'Green Capital' por la Comisión Europea en 2012, galardón que se otorga anualmente a ciudades de más de 100.000 habitantes que destacan por la sostenibilidad medioambiental, social y económica. Bien podría León tomar buena nota de este tipo de iniciativas y presentar sus credenciales a desligarse de Castilla con una revolución verde como primer paso. 

Esta histórica deforestación ha debido calar en la genética del español que prefiere lugares públicos cubiertos de cemento a lugares umbríos en los que sentarse y conversar. La Diputación de León así lo ha dejado patente con la reciente remodelación de la plaza de Veguellina de Orbigo. Valladolid, metrópoli del secarral castellanoleonés con menos recursos hídricos, también ejerce su hegemonía sobre León en este campo. Allí cuentan con el Campo Grande, un enorme pulmón vegetal enclavado en medio de la ciudad. León a duras penas cumple el expediente con sus paseos de la Condesa o Papalaguinda, y unos pocos espacios verdes como el parque del Cid, el de Quevedo, el de San Francisco, etcétera.

La España vacía y olvidada suele presentar las cicatrices de anteriores políticas de reforestación. Abundan en ella demenciales repoblaciones de pinos que además de esquilmar el terreno, son frecuente pasto de incendios o plagas de procesionaria, con lo cual es crecimiento del bosque, amén de eternizarse en su recuperación, se empobrece florística y paisajísticamente, contribuyendo así a su invierno demográfico. La descontrolada proliferación de chopos o eucaliptos en otros lares, tampoco le va a la zaga. ¡En fin! ¡Pobre ardilla viajera!

Tomás Juan Mata pertenece a Urbicum Flumen, la Asociación Iniciativa Vía de la Plata

Etiquetas
stats