Es amarga la verdad...
Extintos ya los ecos de la pasada fiesta de Villalar en León, que se saldó con un rotundo fracaso, conviene dedicar una mirada retrospectiva para alcanzar a tener una mejor perspectiva de cómo se fraguó el desastre, y hasta cómo fue la actuación de los actores invitados que corrieron con la escenificación de una ópera bufa que nunca debería ni siquiera haberse llegado a plantear, sólo la contumacia y la displicencia de los mandatarios de Castilla y León pueden explicar este desliz.
Ya con anterioridad se presagiaba que la festividad no podía salir bien parada. Venir a soliviantar los ánimos y exacerbar pasiones creyendo pasear sobre un camino trillado, acabó en fiasco. Las actuaciones musicales prometidas, los pinchos gratis o casi, la propuesta de inquebrantables adhesiones, como vergonzosamente hicieron con tiernas criaturas allá en Zamora, y la proclamación de soflamas patrioteras, pronto se vio que no cuajarían en tierras leonesas. Era el acoso de una hidra de dos cabezas, una en León y la otra en Ponferrada.
Incluso los medios de comunicación más dóciles frente al gobierno de Valladolid, tuvieron que tragar saliva y notificar, a escasos días del festejo, que hubo que repatriar el andamiaje y retirarlo en camiones una vez ya instalado. El desenlace estaba servido, era la crónica de una muerte anunciada, pero el afán por ver a los leoneses doblar la cerviz es grande, pero esta vez no pudo ser. Al final, los agentes comprometidos con los fastos se fueron retirando en un goteo continuo hasta resultar testimonial el apoyo que tan magno evento acreditaría ante la ciudadanía. Incluso hubo protestas de empresarios ponferradinos por la nefasta organización.
Pero si algo destacó por encima del resto fue el factor humano. El alcalde de León que había cuestionado la conveniencia del acto, dejó como legado a los manifestantes 'subversivos', armados con banderas leonesas, un discurso, pero poniendo una vela a Dios y otra al Diablo, se ausentó oportunamente ese día por labores inexcusables y apreturas de agenda. Que no es cosa de contrariar a sus superiores, como Oscar Puente y otros cargos orgánicos del partido. ¡Edil trabajador que labora incluso los días festivos! ¡Qué no hará los días lectivos!
Suárez-Quiñones, 'el último mohicano'
Pero si hubo alguien que se consagró ese día y que es merecedor de todo encomio fue el excelso consejero de Medio Ambiente y Ordenación del Territorio, ya la misma extensión del nombre sobrecoge. Este juez, que a guisa de el último mohicano oficio como maestro de ceremonia en los deslucidos fastos, tuvo que engullir algunos bocados indigestos dada su condición de leonés, y que por lo visto ningún compatriota le agradeció, antes bien como el torero que no acaba cuajando una buena faena, hubo de escuchar pitos y abucheos.
Este paisano nuestro, gesto adusto y semblante sombrío, tan sombrío como su hoja de servicios tiznada por las cenizas del incendio de la Sierra de la Culebra, es un superviviente nato que fue capaz de superar la desgracia de miles de hectáreas calcinadas sin tener que pagar peaje por ello, que en las castellanoleonesas tierras toda mácula, aunque sea de negro tizón, se borra con migajas económicas y promesas futuras cual buñuelos de viento. La Junta confía tanto en sus posibilidades que lo dejó como a Gary Cooper, sólo ante el peligro, sólo ante cientos, quien sabe si miles, de compatriotas armados de pito, bandera y malhumor.
Contaba el pobre con la inestimable presencia de los antidisturbios que no fueron para mantener el orden sino para evitar el posible desorden que no se llegó a producir. A lo más se oyó decir que la cola de los pacíficos manifestantes leoneses se detuvo irritada porque desde los dominios de la Junta, ubicados al arrimo de San Marcos, elevaron el volumen de la megafonía intentando acallar las alegres consignas contrarias a la presencia de Castilla y León.
Pero no acaban ahí las tribulaciones de nuestro inefable consejero. ¿Qué pensaría cuando aquel nutrido séquito de paisanos suyos pasaba ante el lánguido escaparate juntero sugiriendo, cortésmente, que la Junta no interfiera en los destinos de León? ¡Hay que tener cuajo para seguir al lado de Castilla y León enfrentado a los intereses de León! ¿Qué le ofrecerá la Junta, emolumentos, honores, dignidades? ¡A saber! A mí este hombre me despierta una cierta ternura. Mientras los manifestantes, cual émulos de Torquemada, mandaban a la hoguera una torre de ajedrez, como si de un Auto de fe se tratara, él se afanaba como el mercenario que se desentiende de los suyos y se afana por llevar a buen puerto una nave que sabe condenada al naufragio.
Lo que ya no me despierta ternura, sino más bien repugnancia, fue su descarada instrumentalización de los enfermos de ELA y sus familiares. Un burdo intento de manipular los sentimientos a mayor gloria de una Junta de Castilla y León en horas bajas. El posado entre los afectados, implorando la colaboración ciudadana para verse arropado en la foto, resultó patético ¿No hay otras fechas para rendir todos los merecidos homenajes a estos pacientes? ¿No se puede hacer una carrera solidaria para ellos, sin connotaciones políticas, donde ellos y sólo ellos sean los auténticos protagonistas y no el interesado relleno de un imprevisto vacío?
No sé cómo recordará la historia este día a nuestro consejero, pero ya que con su conducta afeaba la fachada de San Marcos, quisiera dedicarle media docena de versos extraídos de la Epístola satírica y censoria del ilustre preso de esta cárcel-convento, el inmortal Quevedo:
No he de callar, por más que con el dedo,
ya tocando la boca o ya la frente,
silencio avises o amenaces miedo.
¿No ha de haber un espíritu valiente?
¿Siempre se ha de sentir lo que se dice?
¿Nunca se ha de decir lo que se siente?
Tomás Juan Mata pertenece a Urbicum Flumen, la Asociación Iniciativa Vía de la Plata