Un comunista de Lenin en el León de 1927: la trágica odisea de Vavilov
Se conocen por el profesor leonés afincado en Asturias, Pablo Huerga Melcón, alguno de los episodios desconocidos de Nikolai Vavilov, un intelectual ruso zarandeado por el carrusel de la intolerancia política, que guardaba en su eje de rotación una terrible paradoja: este genetista universal y pionero soñaba con que la ciencia pudiera acabar con el hambre en el mundo, pero acabó muerto por distrofia y desnutrición en un gulag estalinista mientras los nazis arrastraban sus tanques por las estepas de Rusia, hasta quedar atascados en las puertas de Stalingrado en el crudo invierno de 1942.
Vavilov había visitado León en 1927. De la mano del catedrático de Matemáticas del instituto leonés, Hugo Miranda de Tuya, pronunció aquí una conferencia que acabó como el rosario de la aurora. Seguramente tuvo lugar en el paraninfo del Instituto General y Técnico de León, aquel emblemático edificio sito en el lugar que hoy ocupa el IES Juan del Enzina.
El evento fue en julio, en pleno verano, así que el público que asistió no debía estar matriculado en el curso –ya finalizado–, por lo que seguramente se trataba de curiosos e intelectuales interesados en el tema, que versaba sobre los avances de la ciencia en la URSS. Tal vez algún alumno avispado de la cátedra de Hugo Miranda se coló también en el evento, aunque la mayoría estaría de vacaciones.
El Diario de León no se hizo eco de la noticia, pero lo cierto es que la conferencia fue cancelada en su momento culmen por un oficial de la policía que irrumpió en mitad del acto. Era la etapa de la dictadura de Primo de Rivera y Vavilov estuvo permanentemente vigilado por agentes desde que entró en la península. No daba buena espina un científico soviético en España por lo que, desde que pasó la aduana, siguieron todos sus pasos. ¿Habló de los logros del credo comunista y de la colectivización? No lo sabemos, pero el policía sabueso de turno disolvió la reunión pese a estar amparada por un hombre que gozaba del respeto público, el profesor Miranda Tuya, que apadrinaba el evento.
La utopía soñada: un mundo sin hambre
Nikolai Ivanovich Vavilov dejó constancia escrita de sus viajes por España. Sabemos que llegó a Barcelona procedente de Génova en junio de 1927, después de completar expediciones en el este y el noreste de África. Viajó por los cinco continentes para identificar los centros difusores del origen de los cereales, aunque España tenía especial interés en su plan de investigación sobre la agricultura mundial y las plantas cultivadas, debido a la milenaria agricultura mediterránea.
Percibió tensión y vigilancia sobre su persona al pisar la frontera: Primo de Rivera había ilegalizado las organizaciones comunistas y anarquistas y no admitía alharacas revolucionarias. Algún guardia de aduanas debió de retorcer el colmillo cuando el ruso exhibió su pasaporte rojo con el símbolo impreso de la hoz y el martillo. Vavilov viajó en tren, en coche y a caballo y tomó contacto con todas las áreas agrícolas peninsulares: zona meseteña, arco mediterráneo, Galicia, Asturias, provincias vascas. Este universal botánico y precursor genetista soñaba con erradicar la mayor lacra de la humanidad. Persiguiendo su sueño, viajó sin fatiga para reunir un banco de semillas y estudiar sus propiedades. Buscaba la escanda, un trigo milenario, además de otros tesoros botánicos conservados a través de generaciones ancestrales del campesinado español. Iba acompañado de biólogos y agrónomos.
Llegó a reunir la mayor colección de semillas del mundo, fue un adelantado a su tiempo que hoy estaría dirigiendo el mejor laboratorio genético del planeta. Lenin comprendió inmediatamente el poder económico del sueño de Vavilov y lo protegió como a un hijo. Fue elegido miembro del Soviet Supremo de URSS y presidente de la Sociedad Geográfica Rusa, además de recibir premios de prestigio internacional. Pretendía extinguir las hambrunas provocadas por las sequías y las catástrofes meteorológicas, tratando de cultivar plantas que soportaran condiciones extremas para asegurar así su producción. Había descubierto que con el paso del tiempo algunos cultivos se mostraban menos resistentes, por eso trató de encontrar los ancestros silvestres -como la escanda- para aprovechar su patrimonio genético. Fue un seguidor de las leyes de Mendel y se hizo acompañar de genetistas como William Bateson.
La búsqueda de la escanda: sólo cultivada en Asturias
Después de probar la intolerancia policial en León se dirigió a Asturias, donde creyó encontrar una variedad de escanda que se remontaba al siglo X, envuelto en una vaina fuerte (gluma) que sólo se desprende del grano con molinos especiales, por tanto muy resistente al frío y a los terrenos pobres. Su harina posee un sutil aroma a nuez y fue una especie cultivada desde el Neolítico, hallándose en estado de extinción. Vavilov anotaba las zonas de cultivo, indagaba en los rudimentos agrarios, extraía consecuencias de la implantación del latifundismo y el feudalismo, estudiaba las variedades cerealistas, traducía en cifras el determinismo climático… La península era para él “uno de los lugares más interesantes de Europa”.
De la zona centro (donde incluyó a León) se interesó por los cultivos intensivos, los jardines y los viñedos, además de los cereales y las leguminosas, descubriendo especies originales que –decía– sólo existían aquí, cultivadas a partir de plantas silvestres: algarrobas de forraje, arvejas, avena negra, trigo de emmer, forrajeras como el tojo y malas hierbas que acabaron domesticadas, como era el caso de la avena. También concluyó que la productividad en España era menor que en otros países europeos, no llegando una cosecha media de trigo a superar 9 quintales métricos (900 kilogramos) por hectárea, aunque en años de óptimas condiciones climáticas pudiera doblar dicha cifra.
Su ojo de científico supo destacar males endémicos que el país arrastraba en pleno siglo XX: “En general, uno nota un considerable aislamiento en España respecto a la ciencia: la literatura científica se publica principalmente en español y raramente se encuentra gente, incluso entre los profesores, que hable otras lenguas. En este sentido difiere de su vecino Portugal, adonde se puede viajar sin conocer el portugués, usando el francés o el inglés”. En el otro platillo, el de los logros, exponía los avances de la Sociedad Geográfica Española, valorando su cartografía como una de las mejores del mundo. También apreció positivamente el progreso de las ciencias naturales, la geología y la arqueología, reconociendo meritorios los congresos de química, geología, arqueología y agricultura. Sintió admiración por la Enciclopedia Española de Geografía de 1888, considerándola una obra monumental.
Cuando escribió su aventura hispana, aquí estaba instalada la Segunda República, por lo que hizo votos para que ganara el Frente Popular y se despidió de los españoles con entusiasmo: ¡Un saludo a la España democrática y republicana!
La represión no conoce patria
No es posible establecer un paralelismo entre la represión sufrida por Hugo Miranda de Tuya y Nicolai Vavilov, pero ambos la sufrieron, por sus ideas, por sus acciones y por la necesidad que se arroga el poder establecido para buscar chivos expiatorios. Fue meritorio y valiente el padrinazgo del profesor Miranda. Pocos en León se habrían atrevido a invitar a un científico comunista, miembro del Soviet Supremo, a impartir una conferencia en aquel ambiente provinciano y replegado entre sus murallas, un León atrasado y sin expectativas de modernización, si se exceptuaban casos aislados. Vavilov había constatado que esta provincia no estaba mecanizada, aún usaba el arado romano y la trilla con dientes de sílex, presentando cicatrices profundas en un minifundismo que ahogaba a muchos campesinos leoneses.
Hugo Miranda de Tuya formaba parte de una minoría intelectual inquieta de León. Él y otros colegas suyos acabaron militando en organizaciones republicanas. Había estudiado bachillerato en su Gijón natal, en el Instituto Jovellanos, para licenciarse en Ciencias Físico-Químicas en 1896 en la Universidad de Salamanca, después de pasar por Oviedo, doctorándose luego en Madrid. Fue presidente del comité de Izquierda Republicana de León y de la Asociación Manuel Azaña de la capital, un profesor con espíritu reformista a quien el golpe de julio de 1936 le pilló en Asturias, circunstancia que le salvó la vida. Fue separado de su cátedra de forma inminente y suspendido de empleo y sueldo. A través del Consejo de Asturias y León, entidad oficial operativa en el norte hasta que cayó Gijón en octubre de 1934, había solicitado un pasaporte de evacuación y la reposición como docente en el Instituto Jovellanos. Estaba casado en segundas nupcias con la leonesa Julia Pérez Seoane, profesora de la Escuela Normal de León. Sus hijos Faustino y José, avezados intelectuales, sufrieron exilio en México. Faustino Miranda González fue un magnífico botánico y naturalista, experto en vegetación marina que consiguió huir de Gijón a Francia en un barco inglés, y luego embarcar en el buque Sinaia hasta llegar a México. Su padre fue repuesto en la cátedra en los años de posguerra y ejerció hasta la jubilación en Asturias, tal vez con las alas cortadas debido a sus antecedentes.
Vavilov lo tuvo peor que su valedor leonés. En 1940 la implacable maquinaria represora de Stalin le arrestó en prisión por defender la genética, una ciencia degenerada –según la ortodoxia soviética– propia de la mentalidad burguesa, que no encontraba acomodo en el credo comunista. Los cargos contra él eran espionaje, sabotaje y destrucción de pruebas. Por supuesto fue un juicio amañado, después de haber sido sometido a 1.700 horas de interrogatorio durante 400 sesiones agotadoras. En 1941 fue condenado a muerte por fusilamiento y conmutada la pena en 1942 por una condena de 20 años en un gulag correccional ruso. Allí le mataron (literalmente) de hambre, tras sufrir una desnutrición severa. Murió el 26 de enero de 1943, con 55 años, después de haber creado la mayor colección de semillas conocida hasta la fecha.
Su sueño universal se volvió pesadilla individual. De nada le sirvió ser un gerifalte del soviet, hablar 15 idiomas y tener contactos en todo el mundo. Esa popularidad acarreó la desconfianza de los estalinistas, tachándole de espía. En realidad, el precario proceso de colectivización ruso necesitaba una cabeza de turco para justificar las hambrunas y el fracaso de sus granjas. El ultimátum de Stalin se basó en que en 3 años no se habían producido variedades de cereales resistentes, por lo que debía abandonar el proyecto. No faltaron traidores a Vavilov como Lysenko, que aseguraba –sin ninguna evidencia científica– ser capaz de hacer crecer el maíz en la Rusia helada y usurpar así la posición de su mentor.
Rememorando aquella conferencia en León se hace justicia a sus protagonistas porque la memoria hay que cultivarla; el olvido, en cambio, crece solo. Alguien dijo que el autoritarismo avanza porque no tolera la complejidad: es antipluralista y no sabe soñar con la utopía.