Los astures, el pueblo que trajo de cabeza al Imperio Romano
A Roma se le atragantaron los astures. De hecho –junto al conjunto de tribus hermanas de la Cordillera Cantábrica, los cántabros– fue la última zona que controló el Imperio Romano de la península ibérica, que ellos llamaban Hispania. Roma tardó doscientos años en conquistarla, y los astures se lo pusieron bien complicado. Hasta Augusto, que vino personalmente a estas tierras intentando emular a su tío Julio César, salió escaldado de aquí.
Astures –o ástures, porque se piensa que el río se pronunciaba en latín con un acento esdrújulo, Ástura, lo que explicaría cómo terminó derivando en el nombre actual Esla al pasar a Estura y más tarde en la época medieval se le llamó Istola, Stola y Estola, pasando después a abreviarse a Estla al perder la vocal posterior a la tónica, hasta llegar definitivamente en el siglo XIII a la actual denominación– es el etnónimo empleado por los romanos para referirse a un grupo de pueblos castreños que habitaban el noroeste de la península ibérica más allá de este río.
En aquella época las fronteras las determinaban más los cursos de agua que no se podían pasar salvo con puentes que las montañas, que aunque difíciles de sortear se podían pasar con esfuerzo. De hecho los astures tenían un territorio más allá de las montañas (el transmontano, lo que hoy sería Asturias) y cismontano (más acá de las montañas) que sería la provincia de León al oeste del río Esla y la de Zamora al norte del Duero y oeste del Esla. También se dice que tuvieron presencia en la zona oriental de Lugo y Orense (el actual Barco de Valdeorras) y parte del distrito portugués de Braganza, la Tierra de Miranda.
Todo ello denominado Asturia, que se convirtió —una vez que los romanos con siete legiones consiguieron a sangre y fuego dominar la zona–, en el Conventus Asturum dentro de la provincia Tarraconensis primero y de la Gallaecia después, cuya capital era Asturica Augusta, la actual Astorga que estos días (hasta el domingo 28 de julio) celebra su afamada Fiesta de Astures y Romanos, una de las de recreación histórica más antiguas de España.
Astures transmontanos y cismontanos
Como ya se ha indicado, el territorio de los astures, marcado por montañas y bosques densos, se dividía en dos áreas principales: los astures transmontanos al norte de la Cordillera Cantábrica y los cismontanos al sur. Esta geografía no solo les brindaba protección natural, sino que también fomentaba una economía basada en la agricultura, la ganadería y la minería. La agricultura incluía cultivos de cereales y legumbres, mientras que la ganadería se centraba en ovejas, cabras y bovinos.
La minería, especialmente la explotación de oro –su territorio estaba plagado de minas auríferas, no sólo Las Médulas–, era crucial para su economía y comercio. Y de hecho fue una de las causas (aparte de terminar la conquista de toda Hispania) de que Augusto centrara sus esfuerzos desde el 29 antes de Cristo en subyugarlos. Necesitó más de diez años y decenas de miles de hombres para sostener una guerra que trajo de cabeza a los romanos, mucho más intensa que las revueltas judías del siglo posterior. El premio fue dominar finalmente la zona aurífera más rentable de todo el Imperio Romano durante más de dos siglos.
¿Quiénes eran realmente los astures? El arqueólogo Emilio Campomanes los describe en su libro El legado de Roma en la provincia de León de esta manera: “La imagen popular de los pueblos prerromanos ha acumulado tantos tópicos que han creado un aspecto desfigurado en exceso. Mitos sobre su origen celta o su primitivismo son tan comunes que han acabado por crear una caricatura más que un retrato [...] Existe una idea equivocada de sociedades extremadamente primitivas. Pueblos que vivían en las montañas, en un medio muy hostil, que les imprimió un carácter guerrero muy violento. Es la idea que difundieron algunos escritores romanos, entre ellos Estrabón en su obra Geographica, escrita poco después de la conquista, en términos bastante crudos: 'Su rudeza y salvajismo no se deben solo a sus costumbres guerreras, sino también a su alejamiento, pues los caminos marítimos y terrestres que conducen a estas tierras son largos, y esta dificultad de comunicaciones les ha hecho perder toda sociabilidad y toda humanidad (Geogr., III, 3, 8.)”.
Sin embargo, no está de acuerdo con el romano. Por cosas de la guerra y la propaganda, que de siempre ha acompañado a la humanidad en los conflictos. Campomanes continúa: “Este retrato ha tenido bastante éxito. Impregnó sin remedio la investigación histórica, a pesar de ser conscientes de la parcialidad de Estrabón y alcanzó el imaginario popular, de modo que hoy existe esa imagen achacada a cántabros o astures. En realidad, Estrabón solo pretendía justificar la conquista y alabar la posterior labor romana, en sintonía con la política de su tiempo”.
Sí que es cierto que reconoce que “los pueblos norteños tenían un sistema social menos sofisticado que el resto de pueblos peninsulares. Al ser los más alejados del área mediterránea fueron los que menos recibieron las influencias que impulsaron la vida urbana, escritura, introducción de la moneda. Sin embargo, al profundizar en los descubrimientos de las últimas décadas se obtiene una imagen mucho más rica y con más matices. Existen rasgos bien conocidos que apenas han trascendido al público, como sus relaciones con los pueblos limítrofes con los que compartieron espacio, o su modo de vida, que nos acercarán algo más a su realidad”.
Siguiendo la explicación de quiénes eran más allá del conocimiento del experto, lo que viene a explicar este reportaje es que la sociedad astur era una serie de tribus de la Edad del Hierro que estaba organizada en clanes, cada uno con su propio territorio y líder. Estas tribus se asentaban en castros, estructuras fortificadas ubicadas estratégicamente en colinas y montañas, que ofrecían defensa y seguridad. Esto poblados fortificados eran la base de su organización social y económica, y reflejaban una mezcla de influencias culturales. De hecho, la disposición en castros los hace distintos de los llamados celtíberos (que eran tribus meseteñas) y similares a los cántabros, sus aliados accidentales en la guerra contra los romanos. Los cántabros también tenían territorios en la provincia de León, en la zona más allá del Ástura, lo que hoy sería Gradefes, Cistierna y Riaño (tanto el macizo de Mampodre como Picos de Europa), que se las hicieron pasar tan canutas a las legiones romanas que Augusto perdió su primera águila de Legión en Picos de Europa, treinta años antes que el famosísimo desastre de Teotoburgo.
Algunos llaman a la guerra astur-cántabra 'el Vietnam' de Augusto. No es precisamente una definición muy buena al ser presentista –un error muy común, usar la actualidad para explicar el pasado, que lleva a conclusiones muy erróneas– y que las tropas invasoras estadounidenses perdieron aquella guerra. De usar el presentismo para intentar explicar (en una pincelada nada más) a las gentes de hoy en día lo difícil que se lo pusieron astures y cántabros al primer Emperador de Roma, se podría indicar que fue más bien similar a la guerra Zulú que sufrieron los ingleses en el siglo XIX: en la que recibieron enormes derrotas al principio, pero que al final a terminaron sojuzgando a los belicosísimos indígenas africanos.
Pero los astures, aunque parecidos a los cántabros, tenían sus especificidades: su cultura material era rica y diversa. La cerámica, hecha sin torno y decorada con motivos geométricos, muestra influencias tanto galaicas como meseteñas. La metalurgia, con objetos de oro y bronce como torques y fíbulas, evidencia una alta habilidad técnica y un próspero comercio. Además, la arquitectura de sus viviendas, con estructuras circulares de piedra, destaca por su adaptabilidad y durabilidad.
“Son poblaciones agrícolas y ganaderas que viven, pues como el resto de sus vecinos, tanto al este como al oeste. Grupos, generalmente, cuando están en las zonas llanas de mayor tamaño, con unos castros, que es donde viven ellos, más parecido a un pueblo bastante grande y a medida que va subiendo... subiendo hacia el norte, hacia la montaña, el tamaño de los asentamientos se reduce por el acceso a lo que son los medios de subsistencia: tanto tierras para agricultura como de la ganadería”, apunta el arqueólogo Fernando Muñoz Villarejo.
Los astures no son 'celtas', sino castreños
El idioma de los astures es objeto de debate, pero se cree que hablaban una lengua indoeuropea, posiblemente emparentada con el lusitano y las lenguas celtas de la Meseta. Esta lengua reflejaba la compleja mezcla de influencias culturales en la zona. De hecho, los arqueólogos leoneses especializados en ellos –como Emilio Campomanes, Fernando Muñoz Villarejo y Victorino García Marcos–, defienden que no son celtas sino castreños.
Sí es cierto que el debate sobre la influencia céltica en los astures es significativo, no se puede afirmar con certeza que fueran celtas. Existen elementos en su cultura material y prácticas religiosas que sugieren una conexión, como la presencia de torques (un adorno típico celta), y ciertas deidades comunes con en el mundo céltico muestran que tenían costumbres alejadas a los romanos y más cercanas a los pueblos de la Edad del Hierro fuera de la península itálica y la helénica, añadiendo otra capa de complejidad a su identidad cultural. Sin embargo, no es suficiente para llamarlos celtas; porque no deja de ser común en todos los pueblos el adoptar costumbres de sus vecinos... sin ser como sus vecinos.
Existe un problema con la definición de 'lo celta', ya que en el siglo XIX se adjudicó a todo lo que no era romano en la Europa Antigua esa palabra; pero el problema es que es más un hecho cultural de pueblos similares (por no ser romanos, latinos o itálicos) basado en la Cultura de La Tène, que estuvo situada en la zona de los Alpes con lo que pretender que cántabros, astures y galaicos fueran iguales a estos centroeuropeos antiguos es poco sustentable e ilógico. Más cuando al final del siglo XX, por cuestiones políticas se reinventó todo lo celta —incluida la música (que no es celta)– por intereses turísticos.
Para Muñoz Villarejo esto tiene una explicación, señalando un ejemplo actual para que lo entiendan las gentes del siglo XX: “En principio, no se diferenciarían mucho de sus vecinos, a los que los romanos les llaman cántabros. No existiría una diferencia importante. Es como en la actualidad, si miramos cuando fue la guerra de Yugoslavia y se intentaba diferenciar un tenedor de un bosnio del de un croata, o de un serbio, pues sería prácticamente imposible: porque los materiales de su día a día son los mismos y los compran en los mismos sitios, pues con estas tribus pasaría un poco así”.
¿Dónde están las diferencias? “Pues a lo mejor estaban en el habla, o a lo mejor estaban en las costumbres, cosas que no han llegado con material hasta nosotros. Entonces, los astures, tanto los del norte, digamos los del Cantábrico, como los que estuvieran cerca de la zona del Esla, entre sí tampoco parece que tuvieran mucho que ver. Todas estas poblaciones que los romanos incluyen dentro del convento de los astures, serían un grupo muy, muy heterogéneo. Ya que cuando vemos las cerámicas que están utilizando antes de llegar a conquistarles los romanos, la zona sur es de una manera, la zona norte es de otra, hacia el este y el oeste también hay diferencias. parece ser que no eran grupos muy homogéneos”, especifica.
Es decir –en explicación reportajeada más allá de los que tienen los conocimientos más científicos–, la Asturia es más una zona política que social. Creada por los romanos porque era, precisamente, la última que fue conquistada. Eran los pueblos que estaban más allá del Esla y no eran Galaicos, a los que ya dominaban desde hacía medio siglo (al igual que a los vascones). Si el río lo llaman los latinos Ástura... pues Astures para Roma y Convento Astur al canto como administración.
Por último la religión de los astures era animista y politeísta, con un panteón de deidades relacionadas con la naturaleza. Las principales deidades incluían a Lug, dios de la luz y la guerra, y Cosus, un dios protector. Los druidas desempeñaban un papel importante como intermediarios entre los dioses y el pueblo, conduciendo rituales que eran fundamentales para la cohesión social y la identidad cultural.
Los astures, grandes guerreros
Uno de los aspectos más destacados de los astures fue su resistencia a la conquista romana. Las Guerras Cántabras, que se libraron entre el 29 y el 19 antes de Cristo, son un testimonio de su determinación y habilidad militar. A pesar de su eventual derrota, los astures lograron mantener muchos aspectos de su cultura y tradiciones, resistiendo la asimilación completa por parte de Roma.
Tanto se resistieron que las legiones romanas tenían que evitar los valles y transitar por los cordales de las montañas, después de recibir el hostigamiento continuo de los guerreros astures. Para poder controlarlos tuvieron que construir algunos de los campamentos conocidos a más altitud del Imperio Romano, los de la ruta de La Carisa –nombrada por el general Publio Carisio, que luchó cruelmente contra ellos– que la arqueóloga Esperanza Martín, formada en la Universidad de León, ha excavado profusamente tanto en la vertiente leonesa como asturiana actuales.
“Conocemos la existencia de un montón de castros, evidentemente en todo lo que es el norte de León, en diferentes puntos y demás, pero sí que es verdad que no hay ninguno asociado a los campamentos que se han excavado arriba, en la vía de la Carisa, porque se trata de una vía de comunicación muy estratégica. Los romanos buscaron construirla por ese lugar precisamente por condicionantes geoestratégicos, porque está en un sitio maravilloso, donde no puede haber ataques en desenfilada y demás”, comenta la arqueóloga Esperanza Martin que en la actualidad está trabajando el yacimiento de Lucus Asturum con gran reconocimiento internacional.
Martín ha excavado varios de los campamentos romanos de más altura conocidos en el mundo. De ellos expone por su experiencia al observar la zona de la Carisa que “lo que hicieron los romanos fue meter la vía, precisamente evitando el cuello de botella que supone Pajares”. “Lo que te encuentras cuando subes por la Vía Carisa, todavía en territorio de Villamanín, es el campamento de Chagüezos, que está a 1.625 metros de altura. Y, precisamente, delante de Chagüezos están esos zigzags tan increíbles, porque tienen justo enfrente la vía. Los romanos están controlando todo el paso y demás”, sostiene.
Hasta tal punto los romanos sabían lo que hacían, que da la casualidad de que cuando las tropas sublevadas en la Guerra Civil –y la Guardia Civil posteriormente– fueron a poner un puesto de vigilancia en esa zona para controlar el Frente Norte de la contienda de 1936, “se pusieron justamente en el mismo sitio”. “De hecho, cogiendo parte de las piedras del antiguo terraplén, lo utilizaron para su propia fortificación”, revela la arqueóloga.
Los romanos crearon, para conquistar la Asturia Trasmontana una vía de comunicación “jalonada por diferentes campamentos”. Según Martín, “el que está más arriba de todos es el de Curriechos (en la ladera del Pico Boya de 1.800 metros de altitud), que ya está en Asturias, y que, bueno, ambos tienen una capacidad enorme, de más de ocho hectáreas. Esto permite alojar a una legión sin ningún tipo de problema. Y el último que se ha documentado es el de Acuaña, que es mucho más chiquitín. Está puesto en un pequeño espolón que permite ver en ambas direcciones. El lugar también es, desde un punto de vista defensivo, mucho peor que los otros, pero desde un punto de vista de visibilidad es extraordinario. Ahí no te cabe más que un pequeño, una pequeña agrupación de romanos”.
En la actualidad se han detectado 22 campamentos romanos en territorio del actual Principado de Asturias, mostrando que los astures no eran precisamente amigables y que aquellos pueblos eran bastante hostiles a los legionarios. Además, según Esperanza Martín, “en los alrededores de los campamentos romanos no se conoce ningún poblado, no hay castros asociados a estos recintos campamentales”, por lo que no parecen de asedio como sí están certificados en la zona cántabra. ¿La explicación? “Porque no están hechos para atacar, como muchos otros, ni para asediar las poblaciones. Están hechos precisamente para la conquista de todo lo que es el norte, para poder alcanzar el mar. Es más, desde los diferentes sitios arqueológicos, desde Currechos y desde Acuaña, se ve el mar en los días despejados”, termina la arqueóloga.
Los últimos en ser conquistados... por el oro
¿Cómo es que los astures fueron de los últimos pueblos en ser conquistados? Pues porque el tener minas de oro te permite tener dinero. Y eso posibilita enormemente financiar una casta guerrera que tiene que entrenarse, comer, montar a caballo (y mantener los equinos asturcones, que es algo muy caro) y disponer de armas ofensivas y defensivas. Todo un dineral que los astures se podían permitir, con lo que, unido también a los territorios de montaña una vez los romanos los derrotaron en la meseta en Lancia, les facilitó tener un ejército considerablemente grande y entrenado, y cuando las cosas fueron a mal, continuaba por tradición con gran habilidad guerrera, muy motivado y efectivo en las montañas.
Antes de la llegada de los romanos, los astures habían desarrollado una cultura rica y diversa, caracterizada por su adaptabilidad y resistencia gracias al manejo del oro. Su territorio, sociedad, economía y religión reflejaban una mezcla única de influencias internas y externas, creando una identidad astur distintiva. La llegada de los romanos marcó el final de una era, pero no pudo borrar la profunda huella que los astures dejaron en la historia de la península ibérica. Sin embargo, su historia no terminó ahí, sino que se integraron en el Ejército romano dejando múltiples estelas de su presencia.
La importancia de los astures en la historia prerromana de Hispania fue notable, habiendo dejado un legado perdurable (o al menos latente) en la cultura y tradiciones de las regiones actuales de Asturias y León. A través de su resistencia y adaptación, los astures dejaron un recuerdo duradero que continúa siendo objeto de estudio y admiración. La historia de los astures es un ejemplo de cómo un pueblo puede mantener su identidad y cultura frente a las adversidades y las influencias externas, dejando una marca indeleble en la historia.
Y por eso Astorga se convierte en Asturica Augusta estos días. No se pierdan nunca la Fiesta de Astures y Romanos el último fin de semana de julio. César lo recomendaría.