La Semana Santa leonesa de hace más de cien años que describió Gustavo Adolfo Bécquer
Hace cien años, en el primer cuarto del siglo XX no era únicamente en la ciudad de León donde se celebraba fervientemente la Semana Santa. En 1924, muy cerca, en el antiguo castro judío del Puente del Castro se representaba la Pasión de Jesucristo. Todas estas representaciones leonesas, en resumen, eran diversas manifestaciones de los antiguos Autos Sacramentales, es decir, de las representaciones teatrales de tema religioso.
Así, en San Andrés del Rabanedo eran famosas por aquellos años (más que en la misma ciudad de León) la puesta en escena callejera de todo tipo de obras con tema religioso en las fechas de los Reyes Magos, lo que nos demuestra la gran importancia del teatro español durante los siglos anteriores en la sociedad española y que, según Juan de Alvear, “son de una gran fuerza evocadora, a través de unos cuantos siglos el homenaje a nuestro teatro que derrochó su ingenio en las plazas pueblerinas, y que teniendo unos carros por escenario, sin lujo alguno en la representación, supo alegrar o por lo menos entretener a los sencillos habitantes de aquellas aldeas…”
Los autos sacramentales solían representarse principalmente en las fiestas del Corpus, en las de Navidad (en San Andrés del Rabanedo) y en las fiestas patronales de cada pueblo. Por ejemplo, en Madrid –capital del Reino que no era precisamente un pueblo– se representaba sobre todo por San Isidro. En León tenemos documentado que se contrataban compañías de comedias para que hiciesen tres representaciones en la Plaza de la Catedral durante las fiestas de Nuestra Señora de Agosto, por lo que se levantaba un tablado en dicha Plaza.
No era corriente que durante la Semana Santa se representaran obras teatrales (autos sacramentales) sobre la pasión de Cristo: es esto lo que daba singularidad a las celebraciones de Puente Castro como algo de lo más típico de nuestra provincia hace más de un siglo. Juan de Alvear deduce que esta tradición de Puente Castro debía estar vigente desde principios del siglo XVII al haber sido Puente Castro el barrio de los judíos y haber sido expulsados estos…
¿Pero, aunque técnicamente las procesiones no se consideren autos sacramentales, no son, en el fondo, sino otro tipo de representaciones teatrales del mismo tema religioso? Para el cultísimo Alfredo Nistal, quien pocos años más se convertiría en líder del Partido Socialista y de la Revolución de octubre de 1934 en León, “…mientras las liturgias no romanas son semi-bárbaras como la islamita, o áridas y feas como la protestante, la liturgia católica esplende en sus pompas llenas de un profundo sentido del drama: magnificentes en tierra de cismáticos, risueñas y elegantes en Italia, mundanas y serenas del país francés, finas y espirituales las flamencas, trágicas, de Auto Sacramental, casi de Auto de Fe las españolas...”.
Porque para Alfredo Nistal, ese burgués culto, hecho a sí mismo y sin patrimonio, que se infiltraba inadvertido y con cara de erudito cordero entre lo más granado de la burguesía leonesa y el clero mientras escribía en las principales publicaciones de la época, “todavía pervive en nuestras viejas villas de campos adentro un soberbio vestigio del sentido dramático de la liturgia católica, y del sentido trágico inherente a la concepción española del catolicismo: la Semana Santa”.
Premonitorias y trágicas palabras las de Alfredo Nistal, sin duda, quien no dudaría años más tarde en utilizar la violencia (ya sin tapujos) como consecuencia directa “y coherente de sus convicciones…
Las procesiones en 1924
De las varias procesiones que se realizaban por las calles de nuestra ciudad, la de las palmas se engalanaba pintorescamente de colores rojos, morados, blancos y negros de los trajes corales y litúrgicos de quienes la representaban.
Para el abogado Publio Suárez Uriarte, quien con el paso del tiempo sería el primer gobernador civil de la Segunda República en León, la procesión más emotiva de toda la Semana Santa leonesa era la del Dainos, que se celebraba ese mismo Domingo de Ramos por la tarde, mientras los estudiantes eran conscientes de que durante esa semana no tendrían que presentarse a sus respectivas escuelas o institutos. Era una procesión concurridísima, especialmente por mujeres y resto de espectadores de los pueblos de la provincia, que ya antes de 1900 entonaban una especie de lúgubre salmodia que incluía estos versos: “Dainos [forma bárbara de dadnos], Señor, buena muerte”. Era una procesión esta del Dainos en la que, aparte de las susurrantes salmodias y las tintineantes velas encendidas de las dos filas de fieles que acompañaban el paso, y de un tambor que acompañaba a la efigie, solía discurrir muy lenta y solemne, con cierto ambiente tétrico y silencio.
En este artículo no se puede obviar cómo era la Procesión de los Pasos de Viernes Santo hace cien años, y de esto dejó constancia Francisco del Río Alonso, quien la describe con detalle en la revista Vida Leonesa de ese año de 1924, narrando cómo en la madrugada del viernes, en lo que hoy se denomina 'La Ronda', los hermanos papones son llamados uno a uno para incorporarse a la procesión, por lo que cuenta que la procesión del Viernes Santo, para él, ya comenzaba “a partir de las doce de la noche”.
También hace referencia otro insigne cofrade que por entonces estaba en su apogeo comercial y profesional, habiendo sido alcalde de León: Mariano Andrés Lescún, quien describe que en la madrugada del viernes el abad (él mismo lo fue) de la Cofradía del Nazareno convocaba a varios de sus cofrades para tomar las típicas sopas de ajo e ir despertando al resto de los cofrades al ritmo de una corneta, un tambor destemplado y una esquila.
Francisco del Río menciona que, pese a la gran concurrencia de gente a esta procesión, en años anteriores aún era mayor la afluencia, sobre todo por gente de los pueblos de la provincia. Y nos indica, refiriéndose al dramático y espectacular momento del Encuentro entre la Virgen María y San Juan, y su reverencia al Nazareno, que se había perdido la costumbre de dar un sermón desde el balcón del Consistorio de la Plaza Mayor, “que hizo famosos a muchos oradores y que cuando nosotros ya no oímos nos lo refieren muchas veces nuestros padres…”
El Encuentro, por Gustavo Adolfo Bécquer
De hecho, el poeta sevillano Gustavo Adolfo Bécquer (1836-1870) estuvo un Viernes Santo en León presenciando la ceremonia de El Encuentro, plasmando por escrito las siguientes palabras:
“Sobre lo que se ha escrito acerca de las fiestas religiosas de estas y otras poblaciones frecuentemente visitadas por artistas y literatos, nos induce a buscar la novedad ocupándonos de otras procesiones que, como la del Viernes Santo, en León, son menos conocidas, a pesar de que por sus detalles y las originales escenas a que dan lugar merece que se haga de ellos, aunque no sea más que un ligero estudio”.
“Esta procesión, llamada vulgarmente ”El Encuentro“, sale a las diez de la mañana del Viernes Santo y recorre casi todas las calles de la ciudad, acompañada de cofrades con hachas encendidas, cruces, estandartes y pendones. En esta forma sigue hasta llegar a la Plaza Mayor, donde la espera una multitud de gentes, entre las que se ven pintorescos grupos de montañeses y aldeanos, que en días semejantes acuden a la capital engalanados con sus vistosos y característicos trajes”.
“En uno de los balcones del piso principal de la casa del Consistorio, y bajo dosel, se coloca un sacerdote, el cual, forzando la voz de modo que pueda hacerse oír de los fieles que ocupan el extenso ámbito de la plaza, comienza a trazar a grandes rasgos y en estilo tan dramático como original todas las escenas de la Pasión y la Muerte del Redentor del mundo”.
“Durante el sermón, el paso de Jesús Nazareno con la cruz a cuestas está al extremo de la a, a la derecha del predicador, y en un momento determinado los de San Juan y la Virgen de las Angustias comienzan a bajar por una de las calles próximas y en dirección contraria”.
“Cuando unos y otros se encuentran comienza lo más importante de la ceremonia. El predicador interroga a los sagrados personajes o habla con ellos; otras veces se dirige a la multitud, explica la escena que se representa ante sus ojos, y con sentidos apóstrofes y vehementes exclamaciones trata de conmoverla, despertando por medios de sus palabras, que ayudan a la comprensión y al efecto de las ceremonias, un recuerdo vivo del encuentro de Jesús con su Santa Madre en la calle de la Amargura”.
Por su parte, Del Río hace en 1924 alusión a las diferentes paradas o 'estaciones' de la procesión, como en el convento de Santa María Carbajal, “desde cuyas altas celosías las buenas madres atisban las imágenes”, y que, desde las tortuosas calles de la Cuesta de Castañón y Santa Cruz, la procesión entraba en la Plaza Mayor donde esperaba un gran gentío. D. Francisco hace aquí alusión a la procesión del Santo Entierro que se celebraba (y se sigue celebrando el Viernes Santo por la noche), donde dice que para él es aún más conmovedora la escena de la procesión en ese punto concreto de la Plaza Mayor debido precisamente a la oscuridad. Mariano Andrés refiere ese momento del Encuentro como “un indefinible encanto que los inarmónicos sones de las matracas de los templos al unirse a los de la banda de música y los desafinados y tambores acrecen”.
La procesión de 'los negros' del Viernes Santo de 1924
Los pasos que desfilaron en la procesión de la mañana de aquel Viernes Santo de hace cien años fueron 'La Oración de Jesús en el Huerto', 'La Coronación', 'Cristo en el Pretorio', 'Jesús despojado de sus vestiduras', 'Camino del Calvario', 'La Santa Cruz', 'San Juan' y 'La Virgen de las Angustias', mientras los cantores no paraban de entonar el salmo Miserere.
Reseñar que el arcediano José González ya dejaba claro que León ha sido tierra de numerosas esculturas dolorosas, pero que la más artística era la de San Martín, perteneciente a la Orden Tercera Franciscana, obra de Carmona a mediados del siglo XVIII. Esta reflexión viene a colación porque precisamente en este año de 2024 la cofradía del Dulce Nombre de Jesús de Nazareno celebra el 75.º aniversario de la adquisición de la Dolorosa, obra de Víctor de los Ríos, de la que tan orgullosos se sienten todos sus cofrades, escultura procesional de tanta importancia de la actual Semana Santa Leonesa y particularmente en los emocionantísimos instantes del momento del Encuentro de la Plaza Mayor.
Una vez acabada la procesión, los papones intentaban darse prisa y no retrasarse en su regocijo porque por la tarde la procesión del Entierro, ya que ese Viernes Santo, para Francisco del Río Alonso, era “un tesoro que todos los hijos de León llevamos dentro como un tesoro del que no queremos desprendernos jamás”.
Aunque nada comparable a los tiempos actuales en su magnificencia, las procesiones y sus pasos iban acompañadas de un buen número de camelias rojas y blancas, humildes violetas, nardos, claveles de variados tonos y jacintos de penetrante aroma. Es de reseñar que muchos espectadores se ponían de rodillas y rezaban particularmente al paso del Nazareno.
Así, como en la imagen de arriba, vestían los papones de Jesús Nazareno (Dulce Nombre) a finales del siglo XIX (el último año, en 1900). Aunque en esta fotografía aparecen encapuchados, sabemos que detrás de estos cofrades se encontraban conocidos rostros de aquellos años como Sotero Rico, Aquilino Fernández Riu, Miguel Díez Gutiérrez Canseco, Fernando González Regueral, o el niño Pepe Gracia; hijo del fotógrafo Germán, que es quien realiza la fotografía, que son los mismos a los que se puede ver en la fotografía que abre este artículo.
Un siglo después, una Semana Santa diferente
Así pues, heredera de esta tradición, la Semana Santa actual se ha convertido en un gran espectáculo enfocada, principalmente, para atraer a un gran número de turistas. Se han perdido tradiciones como el sermón al que, admirado, hacía referencia Gustavo Adolfo Bécquer. Hace cien años la Semana Santa Leonesa era, si la comparamos con la población actual, igualmente muy concurrida, pero sobre todo por personas sencillas que venían de los pueblos de la provincia a disfrutarla. Hace cien años las cosas parece hoy que eran más sencillas, pero lo cierto es que León crecía entonces prodigiosamente (construcción, comercio, mecanización del campo, creación del equipo de fútbol y diferentes gimnasios, creación de asociaciones y organización de decenas de visitas culturales y excursiones a la montaña, creación de la Cámara de la Propiedad Urbana, asentamiento de infraestructuras básicas como el alcantarillado, la pavimentación, le electricidad y traída de aguas), y un larguísimo etcétera que nos es prolijo enumerar concienzudamente…
Hoy León es una provincia que presume de tener una gran Semana Santa, pero lo cierto es que la despoblación es acusada y hasta las cofradías empiezan a tener problemas para que los más jóvenes tengan la ilusión de ser braceros de muchos de sus hermosos pasos. Los turistas foráneos se encuentran hoy con una ciudad casi cerrada al tráfico automovilístico, sin espacio físico para aparcar y con una población escandalosamente envejecida.
Sí, tal vez Alfredo Nistal desde su silencio estaría hoy satisfecho del decurso de los acontecimientos, que hasta León le ha puesto una calle con su nombre casi cien años después, aunque muy pocos sepan en realidad qué méritos hizo para conseguirlo: escapar de la muerte por sus actividades revolucionarias socialistas al huir de la ciudad el día en que se levantó el ejército. Cosa que no hizo, por ejemplo, otro gran personaje de la época, el pintor Modesto Sánchez Cadenas; que sí perdió la vida como Miguel Castaño fusilado en la Guerra Civil. Muy propio de León poner calles a los que huyen y olvidarse de los que quedan aquí.