El papel de los docentes en la provincia de León
Cada 5 de octubre se celebra el Día Mundial de los Docentes. Se trata de una fecha que rinde tributo a la relevancia de los educadores en la vida de cualquier persona.
En la provincia de León maestros, profesores, fijos, interinos, en el pueblo o la ciudad, desempeñan un papel esencial en la formación de las nuevas generaciones. Y como cada vez que llega esta fecha se sacan a la palestra las necesidades que tiene este gremio, en cualquiera de sus modalidades, para poder desempeñar bien su encomiable labor.
Educación Infantil (de 0 a 6 años), Primaria (6 a 11), Educación Secundaria (11 a 16 años), Bachillerato (16 a 18), Formación Profesional y la Universidad. Los docentes desempeñan múltiples roles y trabajan en diferentes niveles educativos, cada uno con sus desafíos y responsabilidades particulares, bajo la filosofía de que “enseñar es como guiar a un ciego por un camino empedrado, uno tiene que saber dónde están las piedras y el otro confiar ciegamente en su guía”.
Ciudad vs. pueblo
Blanca R.T. es profesora de Inglés y Ajedrez en Educación Infantil (1.° y 2.° ciclo) en Agustinos y anteriormente en La Salle, por lo que siempre ha trabajado en la ciudad. “Lo mejor de mi profesión son los niños: sus caritas, sus abrazos, sus historias... el llegar al cole y que siempre tengan una sonrisa y ganas de verte”, nos traslada con orgullo lo que más le gusta de su trabajo. Sin embargo, no puede evitar indicar que el papeleo y los cambios de leyes educativas continuas es un lastre en su profesión.
Por su parte, María Fernández González, maestra de primaria en el Colegio Público San Miguel, en Villablino, que además cuenta con las especialidades de Educación Física y Pedagogía Terapéutica lleva cuatro cursos allí, pero está trabajando de profesora desde hace 12 años. “Desde pequeña siempre quise ser profe. Aunque alguna vez, cuando me preguntaban, decía que quería ser médico y, eso que tenía un miedo a las agujas increíble, otras veces quería ser abogada, pero siempre tuve muy claro que quería estudiar magisterio porque lo que me gustaba era trabajar con niños”, recuerda.
María reconoce que para ella dar clase en un pueblo es una suerte, ya que la relación con los alumnos y con las familias es completamente distinta a la ciudad porque tienes más contacto con ellos y se implican más en las actividades del centro. “Además, otro punto a favor, por lo menos en mi caso, es el buen ambiente que hay, en el centro, entre todos los compañeros”, asegura. María no hablar por no estar callada, ya que sus inicios fueron en colegios e institutos de ciudad y observó que la gente iba cada una a lo suyo.
Indagando un poco más en esta percepción, María hace hincapié en que una de las mayores diferencias es que la relación con las familias en las escuelas rurales es mucho más cercana, porque en la ciudad hay muchos más niños por aula. “Por otro lado, en las escuelas rurales, a nivel educativo, al tener menos alumnos en las aulas, la atención es más individualizada”, destaca.
De lo bueno a lo peor
Sin embargo, no todo el monte es orégano, ya que los centros de un pueblo no optan a los mismos recursos (material, personal y programas educativos) que un colegio de ciudad por no llegar a un número mínimo de alumnos. “En el Aula Class, cumpliéndose los requisitos para poder ofrecer al alumnado de atención a la diversidad una educación más individualizada a sus necesidades, finalmente no lo den por problemas presupuestarios”, pone de ejemplo y planea la siguiente cuestión: “¿Qué pasa con este alumnado, no tiene derecho a una educación de calidad?”.
Pero ahí no queda la denuncia generalizada en el valle, ya que, con el curso en marcha, las aulas de 1 año han estado completamente desequipadas. Sin embargo, gracias a las familias, el centro de María, hasta el momento que llegó el material correspondiente, se movilizaron para donar todo lo necesario. Un claro ejemplo de la implación de las familias en el medio rural para colaborar con los centros en la educación de sus hijos de manera activda.
A pesar de las diferencias entre la ciudad y el pueblo, en lo que a materia de educación se refiere, Blanca y María coinciden en una petición: no tener tanta carga de papeleo, tanto a nivel de maestros como en los equipos directivos, ya que pierden mucho tiempo en rellenar papeles que, en muchas ocasiones, ni miran.
Otra voz, de la experiencia
Por su parte, María Eugenia Riesco González es otra profesora que también pasó por Villablino, pero en los 28 años que lleva como docente de Educación Física le ha dado tiempo a pasar por múltiples centros más dentro y fuera de la provinica (Villablino, Toreno, Ponferrada, Veguellina de Órbigo, Arenas de San Pedro, Saldaña, Pola de Lena, Oviedo, Cangas de Narcea, Benavente, San Andrés de Rabanero y ahora en Armunia). “Es un centro muy complicado, pero lo pedí yo voluntariamente, porque me queda cerca de casa. De hecho si mi profesión no fuera vocacional no podría estar en un centro así”, afirma tajante.
Confiesa que ella lo que quería era trabajar en un gimnasio, pero su madre le insistió mucho, ya que ella era maestra, y ahora está encantada. Aunque, María Eugenia tiene un gran bagaje en todo tipo de centros, considera de que a la hora de dar clase centros rurales y de ciudad son iguales. Sin embargo hace una matización: “Ahora mismo, los niños están todos enganchados a los dos con la pantalla, poco ejercicio físico fuera de clase. Pero, lo que yo veo, es cuando sales a una escuela los niños de pueblo, que quieras que no sí que andan más por la calle, son más hábiles”.
Riesco, como sus compañeras, pide claramente que se deje de cambiar la ley cada cinco años, porque “es una locura”. Al igual que considera otra locura es tener tantos niños en el aula: “Mejoraría mucho mi vida si en vez de 27, 28, 29 niños en clase, tuviera 15, 16 como mucho”. Y ya que hablamos de facilitar el trabajo, en lo que a la asignatura de Educación Física se refiera, tiene una reclamación a los equipos directivos de los centros, “Cuando te dan como aula el patio para mí eso es terrible. No entienden que yo necesito un sitio cubierto para dar la clase porque no puedo estar en el patio un día con un frío de mil demonios. Lo que yo hago no necesita un patio, un suelo o un techo”.
De hecho, el sistema educativo por el que ha optado María Eugenia es el pro-DUA, Diseño Universal de Aprendizaje, donde no hace exámenes porque se centra en una educación muy comprensiva, donde reflexiona mucho con sus alumnos sobre cuestiones de la vida y el deporte. Un sistema que le ha hecho ganarse el respeto, a ella como profesional de la enseñanza y a la disciplina que imparte, de sus compañeros y alumnos.
Una pareja histórica en el valle
Y de un caso que no salió de la ciudad y dos que han viajado 'de la Zeca a la Meca' al ejemplo de un matrimonio que son una leyenda sin salir de Lacina. José Núñez, un docente veterano con más de 40 años de experiencia en la enseñanza de Educación Física, y María Teresa Palacio, que dedicó 37 años de su vida a la enseñanza de Lengua y Literatura, rememoran sus carreras en las aulas y gimnasios de Villablino. Su historia nos transporta a épocas donde las tecnologías de la información eran una quimera y donde el docente era el principal recurso didáctico.
Sus comienzos
Teresa llegó al IES Obispo Argüelles en 1969 desde Oviedo, como Profesora No Numeraria (PNN), al que fue su primer, único y último destino en una época en la que la falta de convocatorias de oposiciones durante varios años llevó a la acumulación de interinos en la profesión. No fue hasta 1978, y una huelga nacional después, cuando se hizo con su plaza en Villablino. “Cuando saqué la plaza mis compañeros tenían miedo de que me quisiera venir a León, pero yo ya tenía mi vida en Villablino, así que les dije que no se preocuparan, que yo me quedaría con ese destino”, relata. En aquella época el Valle se consideraba un castigo, ya que las carreteras no eran buenas y había accidentes, además de la larga distancia.
Por su parte, José Núñez nos transporta a través de su recorrido por el mundo de la docencia a su casa, ya que él es de San Miguel de Laciana. Comenzó en 1966, a la temprana edad de 19 años, casi por casualidad, porque su madre le comentó que estaban buscando a alguien para dar clases en el instituto. “La Educación Física no tenía un currículo universitario en aquel entonces, así que dependía de la dirección del centro o de la Delegación de Juventud. Me propusieron dar clases en el instituto y acepté”.
“Daba a estudiantes mayores que yo pero, gracias a los buenos consejos de algunos compañeros veteranos, me hice respetar”, recuerda Núñez, que es como se le conoce en casa a la hora de cenar. Con el tiempo la Universidad creó el título de Educación Física, tras la amenaza del Ministerio de eliminar esta disciplina ante la ausencia de un curriculum universitaro, y él se licenció en tiempo récord, cinco cursos en tres años.
Su adaptación a los cambios
Núñez vivió la transformación en los centros–llegó a pasar por tres edificios diferentes porque no había capacidad para tantos alumnos en pleno boom de la minería en Laciana– y de su propia disciplina. En una época en la que el Instituto Laboral ofrecía siete años de bachillerato, afrontó el desafío de enseñar a estudiantes de hasta 23 años. Sin embargo, Núñez no se limitó a la práctica. Introdujo el componente teórico en su enseñanza: “Algunos estudiantes no podían alcanzar ciertas metas físicas debido a diversas limitaciones, y de esta manera conseguía equilibrar las oportunidades para todos los alumnos”, expone. Adquirió una reputación de docente estricto, pero sus métodos pedagógicos, combinados con un toque de cercanía, dejaron una impronta duradera en sus estudiantes.
“Voy por la calle y todo el mundo me saluda, de hecho, cuando estábamos de viaje por Bruselas me encontré con una antigua alumna que me dio las gracias por todo lo que aprendió conmigo”, menciona orgulloso. Ante la pregunta de cuántos alumnos pasaron por sus clases, responde: “Ni idea. Por tantas clases y tantos años, no puedo calcularlo con precisión”. Por lo que se puede suponer que tanto a él como a Teresa les saludan muchas personas. Incluidos sus tres hijos, a los que ambos siempre trataron como uno más.
Durante su trayectoria, Teresa observó cómo los métodos de enseñanza y los enfoques pedagógicos cambiaban constantemente. La introducción de la Educación Secundaria Obligatoria (ESO) en España y la eliminación de las reválidas son sólo algunos ejemplos de las transformaciones que afectaron a los docentes. “Teníamos que conseguir porcentajes elevados de aprobados y pasaban de curso hasta con tres asignaturas suspensas”, incide Teresa. Pero lo que más le dolía era que “la ortografía no importaba y la acentuación tampoco. En lo que más insistíamos era en escribir, expresarse y redactar bien, porque eso vale para todas las asignaturas y para todas las personas. Yo siempre ponía el ejemplo de que había muchos médicos o físicos que eran escritores y daban conferencias”.
La decisión
Con la constante fluctuación de métodos y enfoques, que a veces dificultan la enseñanza efectiva, tanto Núñez como Teresa tienen claro que ahora no volverían a las aulas. “La educación es un pilar fundamental en la sociedad y debe ser una preocupación compartida por todos, independientemente de las afiliaciones políticas”, señala Teresa. Y, por su parte, Núñez añade: “Hoy en día, los docentes están ocupados con tareas administrativas y tecnológicas. Las clases parecen haber quedado en segundo plano”.
Por suerte, el matrimonio mantiene un bonito recuerdo de sus años en activo gracias a la camaradería con sus compañeros a lo largo de sus extensas carreras. “Compartíamos comidas de fin de curso que duraban dos días y reuniones que eran casi familiares y que incluían a compañeros que ya habían marchado”, rememoran. Además, Núñez, como Jefe de Estudios y apasionado de los deportes, sacó esta disciplina de las aulas para instalarla en el valle con diferentes modalidades: juegos escolares, juegos del Bierzo, practicar esquí cuando aún no existía la pista de Leitariegos y crear un equipo senior de balonmano, un legado que muchos aún recuerdan.
En el Día Mundial de los Docentes, es vital reconocer el impacto que estos educadores tienen en un listado incalculable de generaciones. Sin embargo, María Teresa Palacio se quita méritos con una conclusión digna de aparecer en un libro de texto: “Este día es de todos, porque todo el mundo enseña algo”.