La señorita de Mogarraz
Es probable que si Alfonso IX, a cuya efigie hay dedicado un medallón en la Plaza Mayor de la capital charra, hubiera sabido el poco reconocimiento que su magna obra, la Universidad de Salamanca, iba a recibir con el paso del tiempo, tal vez la hubiera ubicado en tierras cacereñas o tal vez zamoranas. Sea como fuere y a pesar de su obra, que camina hacia el milenio de antigüedad, todo en Salamanca rezuma a leonesidad que inútilmente se trata de obviar.
En la capital, bajo la curiosa simbología pintada en rojo, pintura hecha con sangre de toro y otros componentes que dan un extraña peculiaridad a no pocos de sus edificios históricos, –y que incluso sería asimilada por el Régimen Franquista–, subyacen restos físicos e inmateriales. El cimborrio de la catedral vieja, semioculto por la grandiosa mole de la catedral nueva, es una seña imborrable de su pasado, una arcaica tarjeta de presentación que ni el agobiante asedio castellano sobrevenido ha conseguido borrar. Damnatio memoriae de varios siglos en un despiadado intento por borrar toda huella de León.
En el campo inmaterial, las frases del ex rector de la Universidad salmantina, el eximio Miguel de Unamuno, acreditando la entraña leonesa de toda Salamanca, son pesadas losas que otras mentes de menor calado intelectual en vano se esfuerzan por sacudirse. Persistan estos nuevos aprendices de brujo pero nunca olviden que la terca realidad acaba por imponerse. Viertan sus intelectuales epigramas sobre la granítica roca berroqueña, bastará arañar la superficie para que vuelva a aflorar el inamovible dictamen de su pasado. Plegarse al supremacismo castellano de antaño o al de Castilla y León ahora, no podrá cambiar el curso de la historia, como no pudo impedir Ricardo Rivero, rector que lo fue de Académica Palanca, la llegada de la Facultad de Medicina a León.
Circulan por algunos establecimientos salmantinos guías turísticas de monumentos, museos, exposiciones, restaurantes, etcétera, donde puede leerse con literario encabezamiento la leyenda “Lazarillos de Castilla” ¿Desconocerán por ventura en Salamanca que un lazarillo es quien guía a un ciego, y en la obra que se insinúa el ciego trata con brutalidad al desdichado muchacho del Tormes? No cabe mayor alegoría de la rastrera entrega a los poderes de Castilla y León por más que quien ostenta su presidencia naciera como leonés y por extraño sortilegio en castellano-leonés se convirtió. Triste destino implorar que te quiebren un jarro en los dientes
Pero si flagrantes son los indicios que evocan a León en la esplendorosa ciudad estudiantil, por más que se hayan tratado de borrar como los escritos en un palimpsesto, es en la provincia donde su innegable pasado recuerda a los desarraigados salmantinos aquello de que ‘los muertos que vos matáis gozan de buena salud’. En efecto, basta dar un paseo hacia el sur de la provincia para llegar a localidades como Miranda del Castañar, la Alberca o Mogarraz, lugares de regusto medieval donde la sombra de su pasado leonés asoma por cualquier rincón.
Miranda del Castañar, con impresionante castillo es un lugar donde el tiempo parece haberse detenido fue repoblada por el último monarca leonés. A la Alberca, lugar con sabor charro, le ocurre otro tanto, un bar luce ostentoso su nombre: La Nogal. En castellano no se feminiza el nombre de los árboles. Sí, el término es leonés. Más abajo, bajando las Batuecas, en Cáceres, se hallan las Hurdes donde se habla el Castúo o Estremeño –sí con S– relicto enclave del leonés, hoy olvidado. Mogarraz es otro lugar repoblado como los dos anteriores y conserva igualmente su sabor clásico, a medievo leonés aunque quizá sus habitantes lo ignoren. En este pueblo un artista local ha decorado las fachadas de las casas con fotos de quienes fueron o son sus moradores, fotos antiguas, casi todas en color sepia. Una de ellas ofrece algo impagable, la prueba inequívoca de su origen ancestral.
Entre los muchos e inquietantes retratos de Mogarraz uno no deja impasible al viajero, se trata del retrato, aparentemente añejo, de una joven ataviada con el traje regional del lugar. Es un traje negro, con abalorios y recargada de las collaradas que evocan el traje tradicional de la mujer maragata. Quien no alcance a ver las similitudes entre ambas indumentarias, separadas por casi trescientos kilómetros, precisa también de un lazarillo, aunque no proceda del Tormes. No soy experto en trajes regionales pero creo que en Castilla no hay trajes con esta factura, supongo que mi paisano Javier Emperador podrá ratificarlo.
El desapego por León no es sólo propiedad de intelectuales salmantinos, también entre la gente corriente hay disidentes. Son presos de quiméricas ideas y hostiles a sus raíces. En Vitigudino, un empresario de hostelería se mofó con ironía de este pobre escribidor por sugerir que en la cercana localidad de Guadramiro se presentaría una candidatura de corte leonesista a las elecciones municipales. Visiblemente irritado, el buen hombre no sólo se burló al ser preguntado por su pasado leonés, del que renegaba, sino que además consideró extravagante mi pregunta por la ‘hipotética’ candidatura. En Guadramiro hay un concejal –al igual que cuatro alcaldes más en otros tantos ayuntamientos charros– que reivindica sus lazos con el resto de la Región Leonesa. ¿Qué dirá ahora mi interlocutor?
No muy lejos de Vitigudino y Guadramiro se encuentra el imponente mirador de Saucelle sobre el Duero. Salvando el vértigo, se divisa con claridad como el río separa Salamanca de Portugal. Al otro lado del Duero, unos cuantos kilómetros más arriba, aún se encuentran pueblos con reminiscencias leonesas, pueblos donde aún perduran restos de la lengua leonesa, pero, como diría Rudyard Kipling, esa es otra historia.
Tomás Juan Mata pertenece a Urbicum Flumen, la Asociación Iniciativa Vía de la Plata